¿Puedo contarte un secreto? (Capítulo 25)

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Y aunque es mi culpa, te amo.

- Tú también. - le advirtió a Mangel, con un dedo acusador y mirándolo muy de cerca. - Hablo en serio. Quédense aquí. - les ordenó a ambos. Y Rubén salió de la habitación.

Lo último que Mangel vio de él fue su espalda desapareciendo por el marco de la puerta. Durante unos segundos, se oyeron sus pasos alejarse por el pasillo. Luego, solo quedaron Mangel, Emma, y una horrible tensión.

Miguel recordaba a Emma vagamente. Si su memoria no le fallaba, ella había sido la que los había dejado pasar, a Jeffrey y a él, al FuckingBlue, hacía varios meses. También había estado en el cumpleaños de Rubén, en la playa, y le parecía haberla visto en alguna que otra fiesta.

Pero no habían cruzado más de dos palabras. Ni siquiera podía decir que era su amiga. Eran más bien... conocidos.

¿Qué se supone que tienes que hacer cuando ves a un conocido llorando? ¿Abrazarlo? ¿Consolarlo? ¿Es que había suficiente confianza?

Mangel solo logró balbucear.

- ¿Emma? – salió de sus labios. - ¿Es...? ¿Estás bien?

Qué pregunta tan estúpida. Claro que no estaba bien. Fue tan obvio, que Emma no se molestó en contestarle siquiera.

Mangel pensó en Red y su corazón se aceleró.

- ¿Conoces...? – se atragantó con sus propias palabras. Volvió a intentarlo. - ¿Conoces a... Red?

Emma soltó una risa amarga. Sus ojos, de pestañas muy arqueadas y rímel desparramado, se perdieron en algún lugar de sus pensamientos.

- No. – esa palabra quedó flotando en el aire un rato; llenó el espacio de vacío; desprendió tanta tristeza, que Mangel sintió pena por ella. Y a penas la conocía. Con una sonrisa desconsoladora, se volvió hacia Miguel y dijo: - Conozco a Ethan.

El desconcierto debió haberse notado en el rostro de Mangel, porque ella volvió a soltar esa risa afligida, esa risa que solo nos sale cuando no podemos dejar de llorar. Esa que solo puede provocárnosla un recuerdo.

¿Ethan?, pensó Mangel. ¿Y ése quién es? Eso no viene al caso.

Iba a preguntárselo cuando Emma volvió a hablar, esta vez sin mirarlo.

- Mangel, - dijo. A él le sorprendió que recordara su nombre. – todos tenemos una persona a la que estamos unidos inevitablemente. Queramos o no. La queremos aunque esa persona no nos quiera. Y duele, ¿verdad? – tomó aire en bocanadas entrecortadas, la garganta agarrotada. - ¿No es así?

- Sí. – murmuró Mangel, un tanto desconcertado. No pudo evitar pensar en Rubén.

- Suponte que esa persona te odia. – pidió Emma. Con cada palabra, el miedo se adentraba más y más en las venas de Miguel. Se esparcía como veneno. Como pánico. – Suponte que te ha hecho muchas cosas malas. Cientos de ellas. Y no muestra arrepentimiento ni culpa. En ningún momento. Y tú se lo dices. Le repites que te está haciendo daño, una y otra vez, que no sabes por qué hace las cosas que hace, o por qué dice las cosas que dice. – ahora sí lo miró. Lo empujó con la mirada. Lo obligó a apartar los ojos. - ¿Tú la perdonarías, Mangel? ¿Perdonarías a esa persona? ¿Volverías a perdonarla?

Él lo pensó. Bastante.

En primer lugar, no entendía cómo alguien podía enamorarse de una persona así. Era enamorarse del dolor, del sufrimiento. Enamorarse de un monstruo.

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now