Chicos buenos y malos (Capítulo 5)

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Hacía tres días que Rubius no iba a su casa y Mangel se estaba poniendo nervioso; está bien, los primeros dos días había estado en la cárcel, y él tampoco estaba en condiciones de recibir visitas, pero el día anterior no había vuelto a cruzar palabra con él y hoy tampoco, aunque había hecho otra amiga. O algo así.

En clase de Físico Química les habían asignado un compañero para un proyecto. Mangel llegó tarde y lo pusieron con la única chica que se había quedado sola. Era una muchacha de poca estatura que usaba lentes y tenía un extraño cabello pelirrojo y enrulado, sujeto en una cola de caballo. Llevaba Jeans negros, una camisa y una campera encima. Tenía mala cara.

-Hola – saludó –. Soy Mangel.

-Ángela – dijo amargamente, sin mirarlo.

La profesora entregó los trabajos; tenían más de dos meses para hacerlo, sin presiones. No cruzaron palabra hasta que Ángela lo miró, no sin desdén tras sus gafas, y le dijo:

-¿Sabes? Te he visto con ese tío, Rubén.

-¿Has visto la pelea? – Mangel no la miró a los ojos.

-Sí – y tras un minuto sin decir nada, admitió –: Es un gilipollas.

Miguel se sorprendió.

-¿Por qué lo dices?

-¿Lo conoces?

La verdad que no parecía mal tipo, pero no podía decirse que lo conocía.

-No mucho.

-Es un chico estúpido con serios problemas de ira. Impulsivo por instinto – dedujo sagazmente.

-¿Estás segura? No me parece un mal tío, la verdad.

-Tú no haz ido con él al preescolar toda tu vida – puso los ojos en blanco –. Un gilipollas redomado. Yo no confiaría mucho en él.

La conversación acabó ahí. Sonó el timbre y Ángela recogió su mochila.

-See you – le saludó, y se fue.

-Sí... eso.

Mangel no creía que esas palabras sean ciertas. Si alguien como Rubén era un gilipollas, debía tener una buena razón para serlo.

Esa tarde, al salir del colegio, se dirigió a su casa un tanto desanimado. Ya era deprimente lo que le había ocurrido, mas el hecho de que Rubius ya no iba al porche de su casa, y su nueva amiga no ayudaba mucho.

Subió las escaleras de la entrada y miró hacia la banca mecedora. Vacía. Detrás de él en la columna. Vacía. ¿Había hecho algo mal? Quizá pensó que finalmente era un gilipollas. O simplemente se había cansado de salvarle el culo.

Pero, al entrar a su casa, Rubén no estaba en el porche. Estaba en el sofá de su salón.

Sentado en el sillón que miraba hacia la puerta, Rubius conversaba con su madre mientras Maia le hacía preguntas, ambas sentadas de espaldas. El padre de Mangel estaba parado junto al sofá, observando al chico sin ninguna expresión en el rostro. Miguel oyó a su madre reír.

Medio por voluntad propia, medio flotando, se acercó más. Se sintió en medio de una nebulosa, extraño y ajeno. Probablemente entrando en estado de shock.

-Pues nada - decía el muchacho –, solo quería decirles... que tienen un gran hijo. Por desgracia se llevó la peor parte. Os juro que si no fuera por él, yo... no sé que habrían hecho esos matones conmigo. Este labio partido no sería lo único – Mangel se dio cuenta de que ocultaba las manos en los bolsillos. Sus nudillos, pensó de manera automática. Está escondiendo sus nudillos –. Miguel es muy valiente, pero debe tener cuidado – Rubén se percató de su presencia y lo miró a los ojos; el resto de su familia no se dio cuenta. Si bien estaba a unos cuantos metros, Mangel sintió que le estaba hablando cara a cara –. No se puede ser un héroe todo el tiempo. Cuiden bien de él – finalizó, y se puso en pie.

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now