Tú miras pero no ves (Capítulo 2)

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Al día siguiente Mangel despertó con un dolor en el pecho y una confusión en la mente que no sabía cómo arreglar, hasta que lo sucedido el día anterior lo golpeó como si fuera él a quien habían molido, y no a...

-MIERDA, ¿PERO QUÉ HICE? – Se gritó a sí mismo.

Lo dejé solo. Solo, pensó. Él puede estar muerto y yo durmiendo como un cabrón.

Se duchó, se vistió rápidamente y bajó a desayunar. Su madre hacía tostadas mientras su hermanita pequeña comía cereales con leche en un tazón. Mangel se sentó del otro lado de la barra que atravesaba la cocina, sin apetito.

-Buenos días, cariño – lo saludó su madre -. ¿Qué te sirvo?

-Nada, ma, gracias.

-¿Nada? ¿Cómo que nada? ¿Y con qué piensas que funcionará tu cerebro?

-Es por eso que no funciona – comentó Maia para molestar a su hermano mayor. Sus rulos, como de costumbre, estaban más descontrolados por la mañana.

Pero Mangel estaba perdido en sus cavilaciones.

-Miguel - dijo su madre -, ¿qué sucede?

Este se dio cuenta de que estaba actuando extraño y sonrió para distraerla.

-Nada, es solo que ayer fue un día muy largo – miró el reloj –. Es tarde. Tengo que irme, ¡adiós!

Tomó una tostada y salió corriendo de la cocina.

Sonó el timbre cuando Mangel cruzó el umbral del salón; tenía la respiración acelerada gracias a haber corrido casi todo el camino hacia la escuela, no sin antes echar una mirada al callejón de ayer. No supo por qué lo hizo. ¿Qué esperaba encontrar allí? ¿El cadáver de Rubén?

Joder, cálmate ya, gilipollas.

Entró la profesora y todos callaron. Él no entraba; su asiento del lado de la pared estaba vacío. A Mangel le estaban comenzando a temblar las piernas, cuando la profesora dijo:

-Rubén Doblas Gundersen.

-Aquí, señora – entró en el salón.

Había algo distinto en él, algo que no estaba cuando Mangel lo observó la primera vez.

Tenía un labio partido; no era algo que se notara a simple vista, pero él pudo verlo.

-¿Y la tarea que te pedí, Doblas?

Rubén ya había sacado un papel doblado por la mitad de su bolsillo; lo dejó sobre la mesa de la profesora con aire desinteresado. Al estirar la mano hacia el escritorio, Mangel vio que tenía los nudillos rojos. Rubius alzó la vista y le sostuvo la mirada. Se dio cuenta de que Mangel se fijaba en sus manos y bajó la vista mientras se alargaba las mangas del buzo negro, ocultando las heridas.

La profesora leyó el papel sobre su escritorio y observó inmutablemente a Rubén dirigirse a su asiento.

Este se sentó y no volvió a mirar a Mangel durante el resto de la clase.

Pronto sonó el timbre y todos se apresuraron a salir por la puerta. Mangel aguardó hasta que solo quedaron Rubén, la profesora y él. Intentó acercársele pero el muchacho de ojos verdes salió hacia el pasillo.

-¡Eh, Rubius!

Este se dio vuelta con una expresión seria en el rostro. Mangel no pudo evitar su labio inferior, ligeramente cortado.

-El gimnasio está en el otro edificio, cruzando el patio. No tardarás en verlo – le dijo con aire desinteresado.

-No, yo quería...

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now