Sinsajo Herido

By TallerDeLuzArtesana

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Katniss y Peeta ya son marido y mujer, van juntos al Vasallaje de los Veinticinco y enfrentan la muerte una v... More

Nota de la Autora
Capítulo 1: Aliados.
Capítulo 2: Tenemos Nuevos Aliados
Capítulo 3: Mutos
Capítulo 4: Tic-Tac, Esto es un Reloj
Capítulo 5: ¿Qué Rayos Pasa Aquí?
Capítulo 6: Besos y Pasión en la Arena.
Capítulo 7: Yo te Necesito...
Capítulo 8: El Rayo
Capítulo 9: En Recuperación y Adaptación
Capítulo 10: Alma Coin
Capítulo 11: Fugitivos
Capítulo 12: ¿Qué fue de ti...?
Capítulo 13: Gale & Madge
Capítulo 14: Cenizas, Silencio y Desolación
Capítulo 15: El Recuerdo de Rue
Capítulo 16: Distrito 8
Capítulo 17: El Sinsajo
Capítulo 18: ¡Estás Vivo!
Capítulo 19: ¿Qué te han hecho?
Capítulo 20: Segunda Fuga
Capítulo 21: Problemas y Rescate I
Capítulo 22: Enjaulada en el 13
Capítulo 23: La Advertencia
Capítulo 24: Rescate II
Capítulo 25: Escape en Llamas
Capítulo 26: Tú Saltas...
Capítulo 27: La Revelación
Capítulo 28: Prisionera
Capítulo 29: ¡Lo Pagarás...!
Capítulo 30: Sinsajo Herido
Capítulo 31: Boda
Capítulo 32: Rumbo al Capitolio
Capítulo 33: Escuadrón 451
Capítulo 34: ¿Real o No?
Capítulo 35: Atrapados
Capítulo 36: Quédate Conmigo
Capítulo 37: Peeta vs Gale
Capítulo 39: Dudas
Capítulo 40: La Ejecución
Extra + Agradecimientos

Capítulo 38: Fuego Cruzado

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By TallerDeLuzArtesana


Al día siguiente, lo único que tenemos claro es que debemos dejar la tienda de Tigris y por separado.

Temprano en la mañana hubo un anuncio en la televisión informando que se evacuarán más manzanas porque los rebeldes han logrado penetrar la primera barrera de agentes de la paz (lo que nos confirma que sus fuerzas se redujeron efectivamente tras la avalancha) y están avanzando por la ciudad. Una propo del Capitolio enfatiza que los rebeldes son vengativos, peligrosos e insensibles; que no entienden su sistema de vida y están llenos de rencor; que buscan destruir la paz, junto con un sistema de gobierno "justo y generoso". Plutarch y Beetee logran colar una pequeña propo, con ese mismo irónico encabezado: "Gobierno Justo y Generoso". Los protagonistas son niños de los diferentes distritos: hambrientos, desnutridos y enfermos; sin palabras ni eslogan, pero muy efectivo.


Uranía aparece sola a media mañana, con noticias aunque no muy alentadoras. Finnick permanece en coma inducido luego de drenar la acumulación de líquido para reducir la hinchazón de su cerebro. No hay certeza que despierte definitivamente una vez que lo vayan sacando de a poco del estado de latencia. Falta operar la fractura de su brazo además. De pronto me asusta que Finnick permanezca en coma por un tiempo indefinido o peor, que no despierte nunca más. Intento reproducir en mi cabeza la voz y la risa de Finnick, aterrada de no volver a oírlas jamás. Uranía debe regresar cuanto antes, puesto que su padre ahora está solo para atender a todos los soldados rebeldes heridos que han ido llegando... y no son pocos. Se marcha afirmando que fue un honor conocernos, nos abraza por si no nos volvemos a ver y promete cuidar de Finnick. En cuanto los rebeldes tomen el Capitolio, lo evacuarán al primer campamento rebelde o al hospital si logran tomarlo también.

Rato más tarde vemos un ligero avance del lado rebelde. Un comandante ha tenido la idea de enviar vehículos abandonados, sin conductor, por las calles para ir desactivando vainas. No las disparan todas, aunque sí la mayoría. Para la madrugada, han avanzado por tres rutas distintas (que llaman líneas A, B y C) hacia el centro del Capitolio.


- Esto no puede durar. De hecho, me sorprende que haya servido tantas horas -comenta Gale, muy serio-. El Capitolio desactivará algunas trampas concretas y las reactivará cuando los rebeldes estén al alcance. No nos van a dar la ciudad en bandeja...


A los pocos minutos vemos materializarse su pronóstico: un pelotón manda un automóvil por una calle, disparando cuatro vainas; cuando el peligro aparentemente ha pasado, tres soldados reconocen terreno y llaman al resto cuando llegan a salvo al final del recorrido. Entonces un explosivo, oculto en macetas de rosas en una florería, vuela en pedazos a todo el pelotón. Volvemos a nuestro sótano, a pensar ideas.


- ¿Qué es ese ruido? -pregunta Peeta, alarmado.

- Pasos, muchos pasos -responde Gale-. Gente huyendo.


Nos asomamos a los ventanucos a ras de suelo, entreabriendo apenas las persianas. Vemos un bizarro espectáculo bajo los primeros rayos del sol: refugiados de las zonas ahora ocupadas se dirigen al centro de la ciudad. Algunos salieron con lo puesto, camisón y zapatillas; otros más previsores llevan varias capas de ropa y los bienes u objetos que no querían dejar atrás: cajas fuertes, computadores, perros falderos, joyas, plantas en macetas.


- ¡Cuando bombardearon el 12 huimos con lo puesto entre las bombas, el humo, las llamas, los escombros y los cadáveres de los que no lograron escapar! -me bufa Gale cuando compadezco a los niños que siguen a sus padres; asustados, confundidos, soñolientos, algunos descalzos, aferrando alguna muñeca o peluche.

"Ni siquiera tuvimos un aviso o una evacuación programada como ésta. Mientras aquí pueden elegir hasta qué llevar, nosotros corríamos con las bombas cayendo sobre el distrito... -rememora con rabia y tristeza.


Tigris se ofrece a hacernos de espía ya que es la única por la que no ofrecen recompensa. Nos quedamos bajo siete llaves, mirando cómo se mete en la muchedumbre, con una bolsa de tela al hombro. Doy vueltas como animal enjaulado por el sótano, desquiciando al resto. Cressida cambia vendajes porque yo no estoy nada concentrada para hacer de enfermera, mi única obsesión ahora es cómo matar a Snow. También pienso que es peligroso salir con tantos ojos observando. Sin embargo, intuyo que no aprovechar el perfecto encubrimiento que nos proporciona la ola de refugiados es un error.



- Podríamos camuflarnos con las pieles de Tigris. Ella lo entendería -propongo.

- Creo que es mejor esperar que regrese con alguna información sobre cómo están las cosas allá afuera -opina Peeta.

Pollux hace un gesto como alas y luego indica al techo, que Cressida traduce:

- Pregunta si vamos a salir volando por el techo... porque estamos encerrados con llave -me recuerda.


Bufo exasperada y sigo caminando de allá para acá hasta que mis piernas se cansan y me siento con la espalda contra la pared, acariciando una manta de piel que uso como cobertor de cama. Reviso lo único que pudo traer Uranía, oculto entre las capas de su ropa (los agentes revisan bolsos y sospechosos): un par de pistolas y un saquito con una veintena de balas. Tal vez se las entregue a Pollux y Cressida, dudo que sea buena idea que Peeta porte un arma, anoche estuvo hablando solo, enojado consigo mismo, lo que prueba que todavía no está del todo bien. Gale y yo todavía tenemos nuestro arco, ballesta y flechas.

Entonces mientras estoy absorta en mis pensamientos, Peeta, que sigue esposado pero libre del soporte para moverse al baño o comer, viene a sentarse a mi lado y apoyamos nuestras cabezas juntas. El gesto fue espontáneo y mutuo. De a poco nuestros rostros se mueven para encontrarnos en un beso. No demasiado largo, porque hay otras preocupaciones, pero me recuerda el sabor de mi chico del pan; me recuerda los besos en la cueva, el picnic en la azotea, la arena en la playa y la boda secreta. Besos reales.


- Nos iremos en cuanto Tigris regrese con noticias -declaro, zanjando el asunto.


Sin embargo, las horas pasan y Tigris no regresa; tememos por su vida, pueden haberla aplastado en una estampida humana, les pareció sospechosa a los agentes y ahora la tienen detenida y/o torturada, ¿nos habrá delatado en tal caso?... ¿está muerta o sigue viva? Al fin tenemos la respuesta al atardecer, sentimos descorrer llaves y cerrojos, después un exquisito aroma a carne frita. Tigris nos llama a comer una sartén de jamón troceado con papas. Casi babeamos, hace días que no comemos algo caliente. La bolsa que llevaba está arrugada en el suelo y comenta que canjeó ropa por comida, la ropa interior de piel es un bien valioso para los que salieron en pijamas. Comemos viendo la televisión. Propaganda del Capitolio salpicada con breves informaciones para los civiles. Poco después, un presentador del Capitolio comunica que los residentes evacuados deben dirigirse hacia el círculo de la Ciudad y que los residentes de esa zona deben estar dispuestos a recibir refugiados. Incluso se solicita a los tenderos ceder el espacio disponible en sus locales para albergar desplazados.

- Tigris, esa podrías ser tú... -señala Peeta.

Me doy cuenta que tiene razón, que incluso esta estrechísima tienda resultará apropiada cuando aumente el número de personas buscando albergue. Que acabaríamos atrapados de verdad en el sótano y podrían descubrirnos en cualquier momento. ¿Cuántos días tenemos? ¿Uno... dos? Quizás unas horas. Tigris mencionó haber visto agentes de la paz derribando puertas porque los habitantes no abrían a los refugiados o fingían no estar en casa. Es un milagro que no hayan reparado en la cortina metálica cerrada y hayan decidido echarla abajo para revisar este espacio. Aunque esta callejuela está bastante oculta. De pronto pienso en la clínica del doctor Quintus Pott y su hija, a doce cuadras de aquí, una manzana aún en control del Capitolio, bajo el riesgo latente que en cualquier minuto los agentes patrullando vean luz o movimiento en el edificio abandonado y decidan revisar, encontrando la clínica clandestina, con Finnick y todos los rebeldes heridos adentro. Uranía nos contó que han tenido que recurrir a alumbrarse con velas en noches que llega un herido grave, como Finnick, y no pueden esperar la luz del día para operar o curar heridas. Cuando le pregunté por qué lo hacían, ayudar a los rebeldes exponiéndose de esa manera, Uranía bajó la mirada y dos lágrimas cayeron de sus ojos: "Mamá trabajaba para el gobierno, era parte del equipo médico personal de Snow. Un día, presenció sin querer una tortura a un prisionero, se supone que no debía bajar al subterráneo, nunca, pero dejaron una puerta entreabierta y oyó los gritos. No pudo ignorarlo, siendo enfermera. Cuestionó a los torturadores y al mismo Snow. Fuimos obligados a ver como la azotaban hasta morir desangrada... Por eso lo hacemos".


Nuestra última noche en el sótano de Tigris es tan sólo una inquieta duermevela entre sollozos y pesadillas. Pollux llora como un niño por su hermano, ahogando sonidos guturales en la cama de piel. Cressida derrama lágrimas consolándolo con hipos entrecortados. Peeta y yo nos hemos acostado juntos igual que anoche, para espantar nuestras pesadillas mutuas. Aunque es inútil, igual nos visitan y despertamos agitados, abrazándonos el uno al otro. Cuando logramos dormir, Gale despierta gritando a Madge que corra al bosque, que no se devuelva por sus padres. A las cinco con catorce minutos ya nadie puede dormir. Desayunamos lo último que nos queda, viendo una actualización de los rebeldes y descubrimos que han tomado varias manzanas más, incluyendo la zona de la clínica y el mismísimo hospital del Capitolio. Vemos evacuar a los rebeldes heridos, débiles o cojeando, ayudados por los refuerzos; exhalo un suspiro de alivio cuando vemos que llevan uno en una camilla improvisada y diviso entre los vendajes unos mechones de pelo color bronce. Lo suben a un aerodeslizador junto con los Pott y soldados que han perdido piernas o brazos.

- ¡Ese es Finnick! -exclama Peeta.

- ¡Enhorabuena, los están evacuando! -Cressida abraza a Pollux y luego a mí.

- Al menos una noticia alentadora -declara Gale.


Snow aparece poco después en televisión anunciando que abrirá parte de su mansión para recibir refugiados, lo que concita mi interés.

- ¿Creen que sea cierto? ¿Que Snow reciba refugiados? -pregunto.

- Creo que tiene que hacerlo... al menos para las cámaras -apunta Gale y los demás asienten-. Aunque sea un truco, podemos intentar infiltrarnos en el lote.

- La línea C está a tan sólo cuatro manzanas de aquí -anuncio sacando el mapa, donde he ido marcando posiciones luego de cada información al respecto.

- Catnip, sabemos bien que no vas a correr a felicitar a los rebeldes. -Empieza a decir Gale y prosigue:- Al menos, yo no... y sé que tú no arriesgarás que te lleven a ti o a Peeta directo a comparecer ante Coin. ¿Me equivoco?

Claro que Gale no se equivoca, pensamos y actuamos parecido. Coin haría que me llevaran directo ante ella antes de tragarme mi jaula de noche. Y no he recorrido todo este camino para terminar entregándome a esa mujer que sólo me provoca desconfianza.

- Yo mato a Snow -contesto simplemente.

- Katniss, por favor, no hagas estupideces -replica Peeta, también sabe leerme como un libro y tratará de impedir que me sacrifique. Entonces larga-: No sin mí... estamos juntos en esto.

- Cressida y Pollux harán de guías, irán adelante; Gale, tú y yo vamos a la retaguardia. Dejaremos pasar un minuto antes de salir por turnos. Peeta, tú te quedas acá, sin discusión alguna.-Mi voz suena como una orden. No quiero que Peeta corra ningún peligro, creo que con Tigris estará más seguro que en la calle... si le da una crisis puede esposarlo abajo.

- No -responde Peeta, tajante-. Si me quedo acá, los albergados que lleguen me descubrirán y me entregarán o me matarán ellos mismos. Además, Snow también me debe tanto como a ustedes, no llegué hasta acá para no hacer nada... no me voy a quedar aquí de brazos cruzados viendo cómo te sacrifi... quiero decir, cómo todos hacen algo y yo no. Por último, puedo servir para causar una distracción mientras tú y Gale se infiltran en la mansión -declara decidido.

- ¿Y si pierdes el control? -le pregunto, angustiada de lo que sugiere.

- ¿Si me vuelvo muto, quieres decir? Bueno, en ese caso, intentaré regresar aquí.

- ¿Y si te atrapan? -pregunta Gale-. Ni siquiera tienes un arma.

Es cierto, le he entregado las pistolas a Cressida y Pollux, luego de ver a Peeta discutir consigo mismo anoche, descarté pasarle una.

- Quiero una de esas píldoras de veneno, como la que tienen ustedes... -Nos miramos fijamente.- Sólo la tomaré si no hay más remedio. De verdad.

Gale y Peeta se miran entonces, los dos se miran como si uno le dijera al otro: "cuídala si me pasa algo". Gale se mete la mano al bolsillo del pecho, saca su jaula de noche y se la pone a Peeta en la palma abierta que le extiende, la mira un segundo antes de guardarla.

- ¿Y tú... qué harás si...? -pregunta pero no termina porque Gale replica de inmediato.

- No te preocupes, Beetee me enseñó a detonar las flechas explosivas a mano. Si eso falla, tengo mi cuchillo. Y tendré a Katniss también -me señala con el mentón, con una media sonrisa-, ella no les dará la satisfacción de atraparme con vida.

- No, Gale, yo no sería capaz -digo al principio pero luego recuerdo que pensaba matar a Peeta y a Beetee con una jeringa en el aerodeslizador y luego suicidarme del mismo modo. Pero entonces la imagen de Hazelle se me viene a la mente-. ¿Cómo podría mirar a tu madre a la cara y decirle que te disparé?

- Ella sabe que vine a pelear dispuesto a sacrificarme... mi familia ya no me necesita para sobrevivir. Están a salvo. Quizás lloren pero continuarán sus vidas -me responde Gale, muy convencido de sus palabras.

- Tú también tienes que continuar la tuya -replico tomando su brazo.

- No sin... no sin Madge -tartamudea Gale-. Es casi un hecho que no sobrevivió y... vivir llorando su muerte no es vida para mí. -Sus ojos parecen cristalizados por las lágrimas que no quiere derramar, lucha por no llorar delante de nosotros ahora.- Prefiero que me mates antes que me lleven prisionero... y apunta bien.

- Katniss. -La voz de Peeta me sobresalta un poco porque estaba meditando si seré capaz de cumplir la petición de Gale.- Si ves que me atrapan... dispárame también, en caso que no logre tomarme la jaula de noche. No voy a regresar a las garras de Snow para ser torturado de nuevo.

La idea de que se lleven a Peeta o a Gale me aterra y enmudezco, aunque asiento para darles a entender que cumpliré lo que me piden si no hay más alternativa. Supongo que ellos harán lo mismo por mí. Es como la estrofa del "Árbol del Ahorcado", donde el hombre le pide a su amor que vaya a reunirse con él en el más allá porque acá en la tierra le espera lo peor.


¿Vas, vas a volver

al árbol donde te pedí huir

y en libertad juntos correr?

Cosas extrañas pasaron en él.

no más extraño sería

en el árbol del ahorcado reunirnos al anochecer.


Acordamos que Peeta saldrá al último, por si acaso hace falta montar una distracción, pero que se mantenga dentro de mi rango de visión. Le dejamos una última lata de salmón a Tigris como exiguo pago por todo lo que ha hecho. El gesto la conmueve y se pone en acción como una bala; pasa una hora remodelándonos, ocultando armas y uniformes bajo la ropa incluso antes de colocarnos capas y abrigos con capucha. Nos cubre las botas militares con forros que simulan zapatillas peludas, nos da algunas mallas de piel para intercambiar si es necesario; al final parecemos cualquier otro refugiado más, huyendo de los rebeldes.

- Nunca subestimes el poder de una estupenda estilista -comenta Peeta con una dulce sonrisa. Cuesta saberlo con certeza pero creo que Tigris se ha ruborizado bajo sus franjas.

Espiamos por las contraventanas para aprovechar el momento más adecuado para salir, nos despedimos de Cressida y Pollux.

- Cuídense -dice ella y se van.

Gale y yo saldremos un minuto o dos más tarde. Saco la llave y le quito las esposas a Peeta, él me mira intensamente flexionando sus muñecas bajo los vendajes. Rodeo su cuello con mis brazos y él devuelve el gesto, no tan firme como antes pero es un abrazo cálido y tibio. Mil momentos pasan por mi mente, todas aquellas veces que sus brazos fueron mi único refugio del mundo... quizás no los apreciara entonces pero ahora son sólo dulces recuerdos de algo que se ha ido para siempre. Nos miramos un último segundo, Peeta me da un breve beso sobre mis labios. Intento no romper ese delicado toque porque puede ser nuestro último beso, la última vez que vea a mi chico del pan... pero debemos partir ya.



Salimos. Una brisa helada nos recibe y nos muerde la poca piel expuesta. El sol ha salido ya pero no logra atravesar la densa capa de nubes grises que anuncian una nevada, las temperaturas caerán por debajo de cero esta noche, lo anunciaron en televisión. El día está oscuro, nuboso y gris. Mucha gente va muy abrigada con gruesas chaquetas, capas, abrigos con capuchones o tan sólo envueltos en una manta para capear el frío. En realidad, son las condiciones perfectas para ocultarse en la muchedumbre, excepto que no logro ubicar a Cressida ni a Pollux. Nos incorporamos al flujo de gente caminando sin levantar sospechas. Un niño le pregunta a su tío adónde van, éste, cargado con una pequeña caja fuerte, le responde que van a la mansión del presidente, donde les asignarán un lugar para dormir. Sin vacilar, Gale y yo los seguimos cuando se meten en una gran avenida por donde muchísima más gente tiene el mismo rumbo. Los parlantes siguen repitiendo instrucciones monótonas acerca de dirigirse con calma y orden a la mansión, bla, bla, bla, que los niños serán recibidos primero, bla, bla, bla. Miro hacia atrás para localizar a Peeta y lo veo, cabeza gacha, arrastrando los pies junto a una anciana que lleva una maleta con ruedas. Pero también me topo con la mirada inquisitiva y persistente de una niñita enfundada en un abrigo amarillo limón, en brazos de su madre. Le doy un codazo a Gale para que frene un poco y que Peeta nos alcance, además de formar una barrera de personas entre la niña y nosotros.


- Creo que tenemos que separarnos. Hay una niña...

No termino la frase porque me interrumpe un grito a todo pulmón:

- ¡El Sinsajo vive! ¡Muera Snow!

Gale, Peeta y yo nos miramos extrañados. Suenan disparos y varias personas caen al suelo mientras se escucha el grito de guerra del 13. Parece que no fuimos los únicos que tuvimos la idea de colarnos disfrazados entre la multitud. Nos tiramos boca abajo tal vez más rápido que en los entrenamientos porque aquí las balas son reales y no es una simulación. Esto no formaba parte de nuestro plan. Pasada la primera conmoción, nos arrastramos con los codos detrás de unos arbustos que separan la vereda de la calzada.

- Katniss, ¿quiénes están disparando? -me pregunta Gale, cuya capucha se ha enganchado a las ramas.

Yo asomo apenas los ojos bajando mi capuchón y lo que veo es una calle sembrada de cadáveres. La niñita del abrigo amarillo limón está arrodillada chillando junto a su madre, tratando de despertarla sin éxito. Gale me da un codazo y vuelve a preguntarme qué veo porque me he quedado muda.

- Están disparando desde el tejado que tenemos encima -le respondo con un hilo de voz. Una nueva ráfaga y varios agentes y civiles caen inertes-. Intentan derribar a los agentes, pero no son muy buenos tiradores... deben ser los rebeldes.

- Si empezamos a disparar, estamos fritos -replica-. Todo el mundo sabrá que somos nosotros.

Es cierto, sólo nos quedan nuestros arcos. Soltar una flecha sería gritarle a ambos bandos que estamos aquí. No, no me alegro de su llegada, porque si bien quiero que caiga el Capitolio, sospecho que a estas alturas, Coin ha dado nuestro trato por anulado y ha dado órdenes de apresarme junto con mis compañeros de escuadrón. Tendremos que dar muchas explicaciones, sobre todo yo, ya que sin quererlo me convertí en la líder del escuadrón 451, y Peeta, que aunque intentemos justificar su conducta con su locura, aparece en una grabación empujando a Mitchell a una vaina.

- No, tenemos que llegar hasta Snow primero -replico cuando logro sacar el habla otra vez.

- Pues será mejor que empecemos a movernos antes que caiga toda la manzana.

- ¿Dónde está Peeta? -le pregunto preocupada al percatarme que no está por ningún lado.

- Creo que huyó hacia el otro lado.

Nos arrastramos hasta la pared más cercana y volteamos nuestros rostros abrazados al muro, el problema es que está llena de vitrinas de tiendas, ya repletas de refugiados que observan con ojos curiosos y asustados lo que ocurre afuera. Me subo mi bufanda hasta los pómulos. Una nueva balacera y nuevo caos de gente corriendo, Gale y yo nos escondemos detrás de un vehículo abandonado, sentimos los balazos que impactan en la carrocería por el otro costado. Gale arranca de un rodillazo el espejo retrovisor para mirar pero una bala perdida lo lanza lejos de su mano, hecho añicos, y nos tiramos al suelo. Reptamos para mirar entre las ruedas. Una bomba estalla a unas dos cuadras de distancia, calculo, y la histeria es total, hay más cadáveres tirados en el asfalto. Y de pronto lo veo cuando asomo la cabeza con cuidado. Sale de no sé donde, agarra a la niña del abrigo amarillo que seguía remeciendo a su mamá inútilmente y corre con ella en brazos a refugiarse en el portal de un edificio.

- Peeta acaba de tomar a esa niña de rehén -apunta Gale-. ¿Lo viste, Catnip?

- No, Peeta no la tomó de rehén, quiere salvarla -le respondo... Peeta no es tan frío y calculador, pero también me doy cuenta que tiene un plan-. Va a entrar con ella a la mansión, es su pase para entrar.

- Muy astuto... niños y mujeres primero. -De pronto siento sus ojos clavados en mí, en tanto yo sigo mirando a Peeta, tratando de calmar a la niña.

- ¿Qué? -Rompo contacto visual con Peeta y ya se ha ido, ya no está en el portal.

- Tú eres mujer...

- No me digas -bufo, exhalando el aire de mis pulmones.

- Y eres menor de edad todavía... además con tu baja estatura, pasas por una niña de catorce.

- Gale, no va a resultar -le replico-. Me descubrirán antes que llegue a Snow.

- Entonces, tenemos que infiltrarnos como sea, a la fuerza si es necesario.

- ¿Y si nos hacemos los muertos hasta que todo pase y cuando nadie mire nos colamos a la mansión? -sugiero.

- Para entonces, Snow habrá huido en alguna nave o se habrá metido en un bunker bajo tierra -me replica Gale levantándose poco a poco y me doy cuenta que mi idea es absurda.


Ahora corremos agazapados esquivando balas, gente muerta y trozos de escombros. Atravesamos unos cuantos cruces más hasta encontrarnos con más refugiados, pero pocos agentes y parece que los rebeldes todavía no han entrado a este sector. Llegamos más al centro de la ciudad, a la avenida que conduce a la mansión cuyos altos techos divisamos al final, tras un río humano que no deja de fluir. Metros más adelante diviso agentes de la paz revisando a todos los que llevan gorros, sombreros, capuchas, mantas, todo lo que sirva para encubrir la identidad. Sin necesidad de hablar, Gale y yo nos damos la vuelta y ahora caminamos enfrentando la marea de refugiados, pero otro grupo de agentes cumple la misma labor con los rezagados. Gale empuña una pistola que le quitó a un anciano muerto. Estoy debatiéndome si entregarme, huir o pelear cuando siento un toque en el hombro y por el rabillo de mi ojo veo una figura blanca que alarga la mano hacia mi capucha.



Cae una bomba a pocos metros y nos manda a todos al suelo. "¡Los rebeldes!", gritan y se produce una nueva estampida, Gale y yo emprendemos una frenética carrera apenas podemos pararnos, esquivando la lluvia de balas y escombros que llueven alrededor nuestro. Ya no queda orden ni calma. Saltamos a escondernos tras una barrera metálica que nos sirve de trinchera, más allá hay otra de concreto, recostado en ella, un agente de la paz malherido pide ayuda; Gale le da una certera patada y le quita el arma, me pasa la pistola.

- Entonces, ¿quiénes se supone que somos ahora? -le pregunto.

- Ciudadanos desesperados del Capitolio -replica corriendo junto a mí-. Los agentes creerán que estamos de su lado y, con suerte, los rebeldes tendrán objetivos más interesantes.

Estoy meditando la conveniencia de este nuevo rol mientras corremos por el cruce, nos parapetamos tras la parte frontal de un tanque, pero un bombazo poco más atrás lo da vuelta de campana, con las ruedas hacia arriba. Me aparto automáticamente por instinto, al igual que Gale, pero cada uno para un lado opuesto. Me levanto para ir con él cuando entremedio del humo y el fuego veo unos brazos enguantados de blanco que lo arrastran a un vehículo blindado. Agentes de la paz. Mientras lo suben, Gale me mira por última vez a los ojos y me dice algo que no alcanzo a oír. No puedo abandonarlo, pero tampoco acercarme, no sin concluir la misión. No sé qué hacer. Vuelve a mover los labios, yo frunzo el entrecejo y sacudo la cabeza para indicarle mi desconcierto.

- ¡Vete!

Me vuelvo y corro, sola. Gale está prisionero. Cressida y Pollux podrían haber muerto ya diez veces. ¿Y Peeta? No lo he visto desde que tomó a la niña, me aferro a la idea que ha entrado con ella a la mansión sin ser descubierto aún... o que ha sentido que sufría una crisis y regresó, con o sin la niñita, al sótano de Tigris. Ruego desesperada que no se haya tomado la jaula de noche... ¡la jaula de noche! Gale no tiene la suya y, en cuanto a detonar las flechas a mano, está descartado al igual que el cuchillo y el arma de fuego. Lo primero que harán los agentes será despojarlo de todas las armas. Entonces su petición me golpea como un mazazo, comprendiendo al fin qué me gritaba Gale: "¡Dispárame!"

Caigo en un portal con los ojos llenos de lágrimas. No cumplí mi promesa y ahora está en manos del Capitolio; lo matarán... no, peor, lo torturarán, lo secuestrarán como a Peeta. Me quiebro por dentro, sigo sollozando mientras unos agentes pasan corriendo cerca sin fijarse en la chica llorona acurrucada en un portal. Sigo siendo una refugiada anónima. Cuando se me acaba el ataque de llanto me paro, sólo me queda una esperanza. Que el Capitolio caiga de una vez, rindiendo las armas y liberando a los prisioneros de guerra antes que le hagan daño a Gale. Sin embargo, no creo que eso suceda mientras Snow siga con vida.


Mientras retomo la carrera una nueva explosión me hace cobijarme tras un vehículo, fue más cercana que las anteriores. Me doy cuenta que el río humano llega a su fin, estoy finalmente en el Círculo de la Ciudad, donde cada año termina el desfile de los carros con los tributos. Sólo que ahora está atochado de gente gritando histérica y empujando para ingresar. Me abro paso entre la multitud a empujones también. Cuando ya no puedo avanzar más, me subo a un vehículo militar estacionado para ver por qué no dejan entrar a la gente como prometió Snow. Hay una barricada de concreto en forma de rectángulo, rodeando el inmenso portón del palacio presidencial; los padres levantan a los niños, asustados y llorando, para pasarlos en andas sobre el tumulto, los agentes de la paz los ponen dentro con los otros que llegaron antes. Hay desde infantes que dan sus primeros pasos hasta adolescentes como yo. No obstante, nadie entra a la mansión, los mantienen ahí; entiendo de inmediato que no es para protegerlos. Los niños son el escudo humano de Snow. Maldita rata asquerosa. Me vuelvo y miro hacia arriba cuando la gente señala el aerodeslizador con el sello del Capitolio, sobrevolando a baja altura por encima de las cabezas de los refugiados. Lanza una lluvia de paracaídas plateados.

Los niños, que saben que significan, agua, comida o medicina, estiran sus manos para recibirlos. Empiezan a abrirlos con los dedos agarrotados por el frío. El aerodeslizador se va, desaparece en el aire y la mitad de los paracaídas estallan; veo una una ola de fuego, sangre, miembros humanos, más sangre, oigo llanto y gritos desgarradores. Estoy presenciando los Juegos más espeluznantes que se hayan visto jamás. Algunos niños sobrevivientes se tambalean mirando los paracaídas como si todavía pudieran contener algo valioso. Por la forma que los agentes de la paz retiran las barricadas y corren con premura hacia los niños, me percato que no sabían que esto iba a pasar. Entonces llega otro grupo de personas con uniformes y siento un breve alivio: paramédicos rebeldes. Reconocería el uniforme en cualquier lugar.

Algo llama mi atención y tengo que mirar bien para estar segura. Una trenza rubia primero. Después, cuando se quita el abrigo para cubrir a un niño que llora, veo la colita de pato que ha formado su camisa al salirse por la espalda. Tengo la misma reacción que aquel aciago día cuando Effie llamó su nombre en la cosecha: empujo a la gente para abrirme camino hasta ella, mi hermanita pequeña que debo proteger. Chillo su nombre por sobre los aterradores gritos y lamentos.

- ¡Prim! ¡Primrose!

Estoy allí, casi en la barricada, cuando me parece que me oye porque, durante un breve instante, ella me ve y sus labios forman mi nombre.

- ¡Katniss!

Es entonces cuando estallan los demás paracaídas.





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