EL PORTADOR 1: El medallón p...

Por AlejandroHernandez04

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Sinopsis: Hay pueblos que ocultan secretos, cuando la luna llena brilla en el cielo. Un chico solitario escon... Más

Preámbulo
1. Vestigio
2. Perseguido
3. Encuentro
4. Chica nueva
5. Primer indicio
6. Investigacion
7. Atormentado
8. Enigma
9. Memorial
10. Aberración
11. Información oculta
12. Cacería
13. Baile Siniestro (Parte I)
13. Baile Siniestro (Parte II)
14. Sorpresa Inesperada
15. Buscada
16. ¿Leyenda o realidad?
17. Ataque
18. Conflicto
19. Deuda di Vida
20. Linaje
21. Medallón perdido
22. Ruinas
23. Premonición
24. Colonia
25. Ángel de Muerte
27. Revelaciones (Parte I)
27. Revelaciones (Parte II)
28. Sacrificio
29. Aliados
Epílogo: Sombras emergiendo

26. Ira

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Por AlejandroHernandez04

Fue como si el tiempo se hubiera detenido.

Alex permaneció arrodillado, abrazando con desesperación el cuerpo inmóvil de la chica rubia mientras gemía y lloraba espasmódicamente sin poder contenerse.

¡Aquello no era real! ¡No podía serlo!

Había perdido a sus padres, había perdido a su hermano y ahora también, la había perdido a ella.

Con gran delicadeza el chico deslizó sus gruesos y sucios dedos para cerrar los parpados del frágil y pálido rostro sin vida, y con un suave beso que depositó sobre unos labios fríos y amoratados, se deshizo de su fuerte abrazo y dejó con sumo cuidado el cuerpo de su amada chica nueva sobre el suelo. Mientras no paraba de llorar desconsoladamente acomodó los brazos y piernas de la muchacha, no queriendo dejarla en aquel ángulo extraño y deplorable.

Y entonces detuvo su llanto, reprimiendo cada uno de sus sentimientos de dolor para dar paso a la única emoción que comenzaba a embargarlo llenando cada poro de su piel. La ira.

Con manos temblorosas tomó el mango de hueso pulido que sobresalía aun del cuerpo inmóvil de Ángela y de un solo tirón, lo extrajo en medio de un débil sonido de absorción, algo que lo hizo tiritar y sentir una profunda desolación.

"Búscame y destrúyeme" lo había retado el infeliz de su primo Christopher, y eso era precisamente lo que estaba dispuesto a hacer. Con un brusco movimiento se puso en pie sin soltar la daga, cuya hoja curva y afilada aun manchada en tibia sangre cardenal, había quitado la vida que él más apreciaba. Y esa daga también – se dijo a sí mismo- acabará con la vida de quién tanto desprecio.

— Juro que tu muerte no quedará impune— susurró con los ojos ardientes por contener el llanto, mirando con profundo dolor el cuerpo pálido sin vida a sus pies —. Voy a vengarte, ángel mío. Lo juro por Dios.

Y entonces Alexander Branderburg salió corriendo velozmente, con la sangre hirviendo en busca de venganza.

El colosal y antiguo castillo Valmoont había sido siempre un lugar temido por todos los habitantes del pequeño pueblo de Moonsville; y no solo era por los horrores y batallas que en él se habían librado –convirtiéndolo en un lugar de muerte- si no también, porque tras sus ruinosos muros y sus sempiternos pasillos y salones podría ocultarse con gran facilidad cualquier siniestro ser que amara con locura el silencio espectral de las sombras. Y justo ahora Alexander buscaba, impaciente y embravecido, a tres despiadadas criaturas que adoraban la oscuridad.

En su mente ya no existía rastro de cordura, solo un incontrolable deseo de aniquilar.

En medio de una sacudida violenta su esculpido rostro moreno se transfiguró ligeramente, pasando de poseer unos hermosos ojos café caramelo a unas pupilas redondas y felinas de un intenso amarillo dorado marcadas en sangre; sus orejas, antes humanas y ordinarias se estiraron hasta quedar rematadas en un pico; y su boca, sufrió una contusión exagerada cuando los blancos y perfectos dientes crecieron desmedidamente hasta verse punzantes y letales: un rostro bestial en un cuerpo humano se movió pues con ligereza entre las sombras, rastreando un solo indicio para dar una estocada de muerte.

Todo en Castle Valmoont parecía sombrío y silencioso y el más mínimo sonido provocado por algún roedor se convertía en un expansivo estruendo en aquel gigantesco lugar, ruidos tan aterradores que habrían aterrado a cualquiera pero no a Alexander Branderburg, no en aquellos momentos al menos.

El muchacho se aventuró por larguísimos pasillos de linóleo antiguo y percudido de mugre, rodeado de muros ruinosos adornados de pinturas rasgadas, ventanales rotos por los que se colaba a retazos la luz de luna y el frívolo viento, y uno que otro candelero oxidado y cubierto de cera derretida y dura con montones de telarañas asquerosas. Algunas alcobas estaban totalmente revueltas, con las camas de dosel hechas jirones y los muebles –que parecían antiquísimos y rústicos- estaban consumidos y roídos por termitas y alimañas.

Mientras movía sigiloso las aletas de su nariz ensanchada y las pupilas salvajes en sus ojos para intentar indagar cualquier movimiento en la oscuridad aplastante, cualquier bulto o sombra extraña le parecían alguno de sus enemigos, agazapados, listos para saltar sorpresivamente y atacar.

— ¡Salgan de donde sea que se oculten, malditos cobardes! — Gritó a los cuatro vientos con una voz tan gutural que sonó como el bramido de una bestia enfurecida— ¡Enfréntenme asquerosas alimañas; les haré pagar muy caro lo que han hecho!

Entonces, Alex gritó.

No fue el suyo un grito humano, sino un gruñido salvaje de licántropo que erizaría el vello de hasta el más valiente.

Sorpresivamente un par de oscuras siluetas se movieron en la oscuridad; agiles, veloces, asestando golpes y patadas a diestra y siniestra contra el muchacho. Sus enemigos ya estaban ahí, listos para concederle su oportunidad de vengarse.

— Querrias pelear, perro, aquí estamos. ¡Pelea! — Bramó en las sombras la cascada y siniestra voz de Johnatan, propinando un puñetazo estridente en la espalda de Alexander, haciéndolo tambalear.

Con otro grito ensordecedor, el chaval tomó fuertemente la daga que asía con férrea decisión en la mano y la blandió como una espada con el anhelo de darle una estocada final a aquel bastardo, ese cobarde que sin miramientos había segado la vida de su amada chica rubia.

— Ah, pero si es tan cobarde que no tiene las agallas para confrontarnos. ¿O no, cachorrito? — murmuró la odiosa voz de Alan desde el otro lado, y en medio de la aplastante oscuridad Alex comprendió que lo estaban rodeando.

— ¿Dónde está él? ¿Dónde está el bastardo de Chris? Es a él a quién quiero matar en primer lugar— exigió con voz atronadora Alexander, utilizando todo el poder de sus sentidos para escudriñar en la oscuridad. Tras unos cuantos parpadeos su mirada bestial pudo adaptarse a la negrura, solo para encontrarse con dos chicos musculosos que lo cubrían uno a cada lado con la determinación para atacar.

Chris no estaba con ellos.

— ¿Seguro que es a él a quien quierres matarr prrimero, cachorrito? Piénsalo—. Alardeó John con una mueca burlona, enmarcada por una barba perfectamente aliñada— ¡Pelea conmigo, vamos! Quierres hacerlo, lo huelo en ti— incitó con carcajadas de maldad, aspirando en el aire como un perro en busca de comida— No olvides además, que fui yo el que acabó con la vida de esa miserable mujerzuela.

Aquello fue la gota que colmó el vaso.

— Tienes razón, tú serás el primero al que asesinaré esta noche— refutó entre dientes, y con un movimiento repentino dio de lleno contra el fornido brazo de John usando la afilada daga curva que blandió como una espada medieval.

Todo se volvió una confusión total.

Primero se escuchó un alarido de dolor, cuando la punzante arma hizo contacto con la carne de John; luego, un estrepito impresionante: el sonido de la madera crujiendo al hacerse pedazos ante un fuerte impacto. Y por encima de todo aquello, una risa macabra de puro y exquisito placer hizo eco entre los muros del siniestro castillo Valmoont.

Luego todo cesó.

— ¿John? ¿Qué ocurrió? ¿Estás bien? A Chris no...— La voz alarmada de Alan quedó ahogada ante la respuesta cortante del chico de cabello al rape, cuya respiración entrecortada exhalaba humillación.

— Yo estoy bien, perro ese bastarrdo infeliz me ha hecho un corte en el brazo— reprochó este con voz alterada— ¡Vamos cachorrito, levántate y vuelve a confróntame! — Gritó al viento el odioso muchacho, sabiendo a conciencia lo que había sucedido.

Tras la impune asestada con el arma blanca, Alex sintió la fuerza bruta de un John encolerizado cuya sorprendente velocidad lo tomó por sorpresa arrojándolo estrepitosamente contra el muro más cercano. El choque produjo un eco atronador a la vez que los tablones de madera podrida que cegaban los altos ventanales, se resquebrajaban y caían sobre el magullado muchacho. Entonces simplemente, John había reído con crueldad.

Alexander se encontraba pues, tirado sobre el duro y polvoroso suelo de mármol con un par de pesados tablones encima de su cuerpo, sintiendo en su espalda y brazos los pinchazos punzantes de astillas desprendidas que se clavaban sin piedad en la piel como afilados aguijones. En el ataque inesperado no obstante, el chico malherido no soltó en ningún momento la daga de hueso pulido, que asía firmemente en su mano como prueba firme de su necedad.

En ese instante otro golpe atronador volvió a dar de lleno contra su estómago haciéndolo gritar involuntariamente, antes de dejarlo sofocado y sin fuerza para poder levantarse.

— Ya fue suficiente Johnny, creo que deberíamos dejar que sea Chris quien se encargue de él— Escuchó que indicaba con insistencia Alan, y Alex tirado e indefenso pudo percibir cierto dejo de indecisión en su hablar— No vale la pena que...

— ¿Detecto acaso... miedo? ¿Acaso te estás acobardando Alan, es eso? — Reprochó odiosamente Johnatan con su ronco acento, haciendo tiritar a Alexander—. Veo que eres tú quien no tienes las agallas, Chris no debió confiarr en ti. Te crreí más valiente que esto.

Fue entonces que Alexander, aun adolorido por las contusiones, aprovechó aquella pequeña distracción y con una pirueta ágil y precisa se puso al fin en pie. Utilizando su vista agudizada pudo ver, en matices rojizos como los de una bestia cazadora, al par de tipos apostados junto a él, discutiendo.

Con un vertiginoso movimiento golpeó con todas sus fuerzas la cabeza de uno de aquellos dos chicos, y por el quejido supo que se trataba de Alan.

Notó el impacto de su gigantesca mano llena de filosas garras rasgando piel y cabello de la cabeza de aquel estúpido chico y miró como éste se tambaleaba hacia un lado, pero solo por escasos minutos pues casi al instante recuperó la postura erguida, como si de un robot se hubiese tratado. Desesperado, Alexander propinó un potente puñetazo de nuevo, con mucha rabia; esta vez el muchacho de cabello alborotado y bañado en sangre debido al golpe de las garras perdió el equilibrio y cayó al suelo, pero entonces unas manos fuertes y rollizas aparecieron como un relámpago para agarrar a Alex por la espalda y propinarle un puñetazo tan fuerte en la espalda baja, que un crujido estridente –como el de un hueso roto- hizo repercusión en todo el lugar, y el chaval sintió que su columna ardía como el fuego.

— ¡Maldito perro bastarrdo!— bufó John tomando con rabia de la castaña cabellera de Alex, obligándolo a mirarlo— Te has puesto contra tu propia raza cuando ellos, los humanos, son los verdaderros enemigos. Has revelado el secreto de nuestra existencia y debes pagarr por ello.

Alex miró hacia arriba, al gigantesco techo negro donde un resquicio se percibía débilmente una mortecina luz plateada. El chico imploró al cielo que la luna no fuera a salir de su escondite entre las nubes y dar de lleno en ese momento, pues aquello solo conferiría más poder al tipo que lo sujetaba con fiereza impidiéndole escapar.

Fue entonces que Alexander aprovechó la situación.

Siendo un metamorfo de la casa Branderburg, capaz de convertirse a voluntad, el chaval concentró su mente en el resplandor oculto del satélite argénteo y como si de una posesión demoniaca se tratara sintió en su interior el bramido de la bestia.

Sus sentidos humanos le indicaban que huyera pero la bestia en su interior clamaba por venganza.

Sus manos ya deformadas en afiladas garras aumentaron su volumen, y parte de sus brazos se envolvieron en grueso y fino vello marrón que parecía emerger de adentro hacia fuera grotescamente; pero a pesar del dolor que aquello significaba el chico nunca soltó la daga de hueso pulido, que aferrada en su velluda garra profesaba por muerte.

— ¡Alan! ¡Alan, debes asesinarlo ahorra, antes de que pueda transformarse!

El aludido alzó la cabeza cubierta de sangre. Tenía los ojos abiertos, pero no había humanidad en ellos; eran de un amarillo brillante, como las del ámbar refulgente. Alex aun a pesar de su transmutación, pudo ver la luna impresa en ellos.

— ¡No puede ser! — gritó una débil vocecilla en la mente de Alexander. Si Alan estaba cambiando aun sin la luna llena presente debía de actuar rápido o de lo contrario no tendría oportunidad.

Y en ese momento viró. Con una velocidad impresionante el chico lobo cambió la posición de su cuerpo al propinarle un golpe atronador al abdomen de su captor, y acto seguido los brazos de John –que lo apretaban fuertemente- relajaron la tensión.

No había tiempo que perder.

Alex sintió de pronto, como una ráfaga de viento enfurecido, cuando Alan transformado totalmente en un gigantesco lobo cuasi humano de pelaje oscuro se lanzó contra él, abriendo las fauces vorazmente en un intento de acabarlo.

Johnatan miró la escena con burla, aun con el dolor grabado en su mirada por el golpe a su orgullo. Aprovechando su distracción, Alex se soltó de su abrazo y corrió a encontrarse con el temible lobo. Todo era un caos total.

El chico giró como un leopardo para esquivar una silla volcada, al encuentro de su enemigo, y fue entonces como la colisión de dos rocas al caer desde un peñasco; su cuerpo –mitad humano, mitad animal- se impactó contra la dura mole de la anatomía del otro lobo. Éste salió volando por los cielos ante el empuje, cayendo con un sonoro crujir sobre el suelo de piedra. Parecía enfurecido, con saliva y espuma escurriendo por su hocico entre sus amarillentos colmillos.

Se lanzó contra Alex, pero justo en ese momento el chico lobo hizo acopio de su propia rabia y con ambas manos de punzantes garras volvió a lanzar al enorme animal contra uno de los ruinosos muros.

Un gruñido de agonía resonó en la noche, cuando la ancha figura de pelo y colmillos rompió madera y cristal al atravesar inevitablemente uno de los altísimos vitrales del muro, perdiéndose de vista en la oscuridad.

— ¿Qué demonios has hecho, perro? — Gritó atronadoramente la ronca voz de John— Eres un maldito hijo de puta, y lo pagarras muy caro.

Alex oyó el ruido de la madera al resquebrajarse y miró como el muchacho musculoso de cabello al rape se dirigía corriendo hacia él; un agudo gemido le brotaba desde lo más hondo de su garganta, y sus pupilas aun negras lo miraban con desprecio y deseos de matar. Blandía un trozo largo de madera fracturada, con la punta irregular y afilada dispuesto a ganar ventaja contra el chico cuyo cuerpo estaba casi en su total transformación.

Alex se movió realmente rápido, como una mancha borrosa, y la punzante daga curva que aun llevaba en la mano fue un destello platinado en medio de las sombras. Todo pasó en un microsegundo; el fornido muchacho yacía en el suelo con la filosa y mortífera daga clavada en el pecho. La sangre manaba de la herida sin detenimiento, espesa y oscura mientras le robaba el aliento.

— Una vida por otra vida, aunque la tuya no valga demasiado—. Habló de manera gutural y siniestra Alexander, con su rostro febril y bestial bastante cerca del ahora pálido y moribundo de Johnatan Evans.

Un rápido movimiento surgió detrás de Alex; era Alan totalmente desnudo y malherido, cubierto de sangre y tierra. Las sombras del lugar lo envolvían en su manto haciéndolo parecer un espectro antinatural, en tanto que su pecho subía y bajaba al ritmo frenético de su acelerada respiración.

— ¡Alan! — llamó John, con un débil y apenas perceptible quejido, sin estar seguro de si podría escucharse en medio de su agonía— Alan... ayuda-me, porr favorr...

— Despídete de este mundo, maldito infeliz— Bramó Alexander y en un sutil meneo su mano con garras atravesó el pecho del moribundo John como si de un trozo de cartón se tratara. El sonido de succión hizo eco en los muros del viejo castillo y en un santiamén un corazón sangrante y sin latido alguno se encontraba en alto, sostenido por las puntiagudas zarpas de un Alex vengativo y bestial.

Y Jonhatan Evans sucumbió ante la fría y deplorable muerte.

Algo borboteó en la garganta de Alan. Un grito. Pero no un grito de angustia ante la pérdida de su fiel compañero sino un grito de cólera entremezclado con horror, y así improvisadamente, el chico escapó de aquellos muros, corriendo desnudo y herido a poner su vida a salvo de aquel monstruo sin piedad. De ser siempre un altivo y feroz lobo cazador, Alan Maudet desertó de un peligro inminente, huyendo cobardemente hacia los abismos del oscuro bosque.

— ¡HIJO DE PERRA! ¡MALDITO TRAIDOR! — Rugió una voz cascada y hueca en la penumbra.

Inesperadamente alguien tomó al muchacho por la espalda y lo jaló con gran potencia hacia atrás. Alex lanzó un gruñido y se encontró con que había sido lanzado hacia adelante y resbalaba por el suelo sin poder detenerse. Se estrelló contra un gigantesco muro derrumbado y ante el impacto, una lluvia de cristales hechos añicos y un par de pinturas enmarcadas y rasgadas cayeron ruidosamente sobre él. Alex, desparramado y herido una vez más, miró hacia arriba con un gemido de dolor.

— ¡Bastardo! — bramó la voz cínica de un hombre y a la par sintió un puntapié contra el estómago, sofocándolo y haciéndole perder la concentración de su mente, provocando así que su rostro y manos retornaran a la normalidad, sin poder hacer nada al respecto.

Chris Ivanov se encontraba frente a él. Sus oscuros ojos parecidos a profundas fosas chispeaban de rabia, enrojecidos y turbados. El largo cabello marrón le caía sobre el rostro en mechones enmarañados, otorgándole un aspecto sanguinario y salvaje.

— Has ido contra toda regla. Has roto el código y todo aquello que nos rige, perrito—Refutó en gritos rabiosos Chris soltando una nueva patada contra su indefenso primo, esta vez contra su quijada. Un crujido como el de un hueso fracturándose y Alex sintió como de su nariz y boca brotaba tibia y pegajosa sangre— Revelaste nuestros secretos, te enamoraste de una estúpida zorra humana y ahora, has incluso asesinado a uno de los tuyos. Traicionaste a tu propia especie por defender a una raza mediocre y que sin duda te habrían matado sin pensarlo. Eres tú quien no merece la vida— Sentenció el chico de rostro cadavérico y colocó el pie enfundado en un lustrado zapato negro sobre el amoratado pecho de su pariente, haciendo presión con malicia para provocar dolor en él.

— Fue-fueron u-ustedes quienes comenzaron... esta gue-guerra— Farfulló con un débil sonido Alexander, pero el odio se paladeaba en sus palabras.

— No hemos sido nosotros cachorrito. Esta guerra comenzó hace mucho tiempo— repuso Chris con burla— Pero ahora está a punto de culminar— Entonces dejó de aplicar presión sobre su primo, retirando el pie y permitiendo que éste pudiera recuperarse.

En ese momento el chaval de cabello castaño y ojos café caramelo pudo contemplar con perfección a la sombra frente a él, cuando repentinamente, una nube negra se desplazó en el cielo exterior y la brillante luz de la luna cayó sobre ellos impregnándolos de su esplendor. Chris Ivanov llevaba la ligera gabardina de satín negro ondulando espectralmente alrededor de sus piernas, unas piernas que en aquel brillo plateado comenzaban a deformarse, haciéndose largas y gruesas al tiempo que los lustrados zapatos rompían las costuras pues los huesos de sus pies también se alargaban y se cubrían de grueso vello.

Un terrible gruñido hendió en el aire, provocando un eco ensordecedor entre las ruinosas paredes de Castle Valmoont. La cabeza de Chris se alargaba y deformaba con constantes espasmos de dolor, igual que su cuerpo los hombros le sobresalían en conjunto con los huesos ensanchados del espinazo, saliéndole pelo en el rostro y las manos que se retorcían y sangraban hasta convertirse en zarpas. Al final, unos ojos amarillos y felinos resplandecieron en las tinieblas y una voz espectral emergió de la comisura de un hocico animal abarrotado de mortales dientes puntiagudos.

— Encuéntrame en las sombras— Gruñó la voz hueca y en un fugaz giro, Chris huyó corriendo a cuatro patas como una bestia salvaje, atravesando la podrida puerta de madera de roble que sellaba la entrada principal del ruinoso castillo y ocultándose en la inmensidad de la noche.

Alexander tardó unos segundos en asimilar lo que había sucedido, pero cuando la furia que latía violentamente en su interior volvió a reverberar en sus venas lo comprendió. Chris lo estaba retando a luchar, se burlaba de él para volver aquello algo interesante, pues después de todo, él había sido el pionero en la muerte de su amada chica rubia. Debía pagar.

En medio de la penumbra que seguía reinando en su mayoría en el interior de los escombros del viejo castillo, Alex se arrastró sobre su abdomen como un reptil. Un bramido salió de su boca y sus ojos caramelo inyectados en sangre miraron con ansias a lo alto donde a través de un gran boquete en el colosal techo pudo distinguir, entre nubarrones oscuros, la luz mortecina de una dama revestida de argénteo. La luna llena por fin le sonreía.

La experiencia mortífera y ardiente que por siglos había experimentado comenzó a invadirlo, y por una vez en su vida, el chico lobo disfrutó de ello como una situación morbosa y erótica. El éxtasis de calor y sudoración lo envolvió con rapidez, y en medio de la excitación el muchacho se arrancó la ropa con ahínco rompiendo y rasgando tela hasta quedar totalmente desnudo. Su tórax subía y bajaba violentamente al son de un corazón agitado y bestial.

En medio de crujidos y quejidos de dolor masoquista, los huesos de sus manos se alargaron una vez más hasta aumentar el largo de las palmas, convirtiendo uñas en letales garras negras y punzantes. Un grueso y fino vello de color arena pareció brotar mágicamente desde el interior cubriendo hasta el último centímetro de piel del cuerpo y el rostro; los pies también se deformaron a lo doble de su longitud supliendo su forma humana por las patas de un depredador.

El chico perdió totalmente el equilibrio cuando su espalda adquirió volumen por el crecimiento muscular en la zona de la columna, en tanto que las costillas se hacían perceptibles con un acompañamiento de más crujidos agonizantes. Chorros de sangre oscura burbujearon por la boca de Alex cuando sus dientes antes blancos y perfectos, se hacían largos y en punta dando paso a caninos e incisivos carnívoros aumentando el diámetro de su dentadura, una dentadura animal y feroz capaz de desgarrar una yugular con un solo mordisco.

La oscuridad que gobernaba en el sempiterno y tenebroso palacio en ruinas fue propicia para que el brillo de dos chispeantes gemas ambarinas centelleara felinamente con la luz de la luna llena; topacios encendidos en fuego de muerte.

El hombre lobo estaba listo para cazar.

Con pisadas enérgicas el licántropo de pelaje cobrizo, destellando un matiz como el de la canela por los rayos de la luna, salió presuroso del interior del viejo edificio dejando atrás la calidez de los ruinosos muros para enfrentarse a la brisa nocturna y a la negrura aplastante del bosque rocoso.

Alex no sabía con exactitud hacia donde se había escabullido su estúpido primo por lo que cada leve sonido o movimiento en las sombras le ponía en alerta, pensando en que Chris saltaría en cualquier momento sin previo aviso.

El muchacho, ahora bestia, eligió un sendero casi invisible entre los gigantescos y tenebrosos árboles. El bosque estaba especialmente exuberante en aquellos momentos, inundado de musgo, hierbas, helechos y roedores.

Nunca antes había tenido que avanzar con tanta cautela como en aquellos momentos, cuando sentía que todo a su alrededor se venía sobre él como una masa aplastante. Pronto, sus enormes y peludas patas se encontraron pisando objetos duros y rugosos y al analizar con detalle supo que se trataba de desmoronados cimientos y piedras cubiertos de maleza y espinas, restos de lo que alguna vez fueron los hogares de licántropos en el antiguo núcleo de Moonsville.

Y en ese preciso instante, sin que nadie lo esperara, sucedió lo que tanto estaba temiendo.

Christopher Ivanov, el monstruoso lobo de pelo marrón y ojos asesinos se materializó improvisadamente, como surgido de la nada. Alexander saltó hacia un lado con la agilidad de un leopardo justamente cuando el enorme lobezno caía sobre el lugar exacto donde él había estado parado segundos antes. La luna llena iluminó la escena, lo suficiente para que la criatura cobriza percibiera el color blanco amarilloso de la letal dentadura de su odiado primo, sulfurando sangre y espuma.

Con un aullido animal el enloquecido lobo marrón contraatacó al cobrizo y éste cayó de bruces sobre el musgo verdoso. No obstante, no perdió tiempo en ponerse a cuatro patas de nuevo y responder al embestimiento, su bestia interior obtendría lo que deseaba. Asesinar.

Un chasquido parecido a la encuentro de las cornamentas de dos ciervos en combate, retumbó como un relámpago en la floresta, cuando los dos terribles licántropos se enfrentaron en el aire en medio de un frenético ataque de muerte.

Mientras se batían en u fiero duelo del reino animal, en medio de zarpazos que destrozaban piel y hueso causando hemorragias de líquido carmesí ennegrecido aquí y allá, Chris se arrojó sobre la vulnerable garganta de Alex sabiendo que una mordedura de tal magnitud en esa zona sería capaz de terminar con la miserable vida de su patético primito, pero éste, intuyendo su traicionero movimiento giró en redondo haciendo caer al feroz lobo marrón con un atronador crujido al terregoso suelo boscoso.

Hilillos de baba rojiza colgaban del hocico de ambos lobos, y el tórax fornido y velludo de Alexander estaba totalmente desgarrado, casi tanto como el ojo derecho bañado en pus y sangre de Chris.

Con sus instintos cazadores a flor de piel, ambos licántropos giraron, gruñendo como dos perros de pelea iluminados por la luz plateada de la luna llena, esa cruel titiritera que aquella noche los movía a placer disfrutando de aquella danza. Los lobos giraban uno frente al otro, orbitando como lo hace la luna con la tierra, en aquel minúsculo claro bordeado de antiguos sauces; a la espera de una oportunidad perfecta para atacar.

Alexander estaba agotado, se sentía abatido y con un dolor insoportable pues su despiadado primo le había hundido las afiladas garras hasta las entrañas; carne y musculo a la vista, cubiertos por un líquido espeso que surgía a borbotones.

— ¡Ríndete cachorrito, has perdido esta batalla!— rugió una voz gutural y siniestra, exhalando desde las profundidades cavernosas de la garganta del licántropo pardo.

El lobo cuasi humano de pelaje cobrizo no respondió ante aquella amenaza; no importaba ya nada, ni el dolor físico que experimentaba, ni la Deuda di Vida con su maldita tía. Solo sentía ira, un sentimiento desenfrenado que clamaba por surgir, rugiendo en pos de la venganza.

Y la pelea sangrienta se reanudó.

Ambos hombres lobos se confrontaron nuevamente, intercambiando golpes y zarpazos con tal violencia y precisión que parecía una sincronizada coreografía letal. Entonces, la ira ardiente pudo más y el licántropo de vello acanelado golpeó y empujó sin parar al lobo marrón obligándolo a echarse hacia atrás retrocediendo ante cada feroz estocada, hasta haberlo forzado a arrodillarse.

La sonrisa extasiada de Chris había al fin desaparecido, borrada por las zarpas de su encolerizado enemigo. En medio de un chasquear de huesos y un crujido Alexander alzó la mano en aquel momento con violencia; su rostro deformado en un hocico voraz y animal miró hacia la luna con una mueca de agradecimiento y placer. Entonces, con un rugido siniestro dio por terminada aquel combate con otro fiero y salvaje golpe.

El grito de dolor que regurgitó de la garganta de Chris fue cortado en medio de un obsceno sonido de succión, cuando la cabeza del licántropo de pelaje borgoña fue arrancada de golpe y salió volando por los aires a la vez que caía con un ruido sordo sobre la maleza, rodando como un asqueroso balón sangriento y volviendo a su forma humana, cuyas cuencas de los ojos lucían vacías e inexpresivas con una mirada de profundo horror.

Christopher Ivanov estaba muerto, la ira de Alexander al fin había cesado.

Pero entonces, en medio de aquel éxtasis que lo embargaba mientras se regodeaba viendo como el cuerpo decapitado, desnudo y sin vida de su primo, lleno de barro y hojarasca caía hacia atrás como un muñeco de trapo viejo, Alexander experimentó el dolor más insoportable de toda su vida.

Con bruscos movimientos epilépticos el chico cayó de rodillas al duro y húmedo suelo boscoso, solo y en su agonía sintió espasmos y un ardor como si sus entrañas estuviesen a punto de estallar en llamas; frenéticos alaridos salieron guturalmente desde su faringe convirtiéndose en un aullido incesante de agonía.

Bramando enloquecido tuvo la sensación de que su cuerpo crujía y se agarrotaba devolviéndole el aspecto de humano. El vello se incrustó en la piel desapareciendo de la vista, sus pies y manos se encogieron y perdieron sus mortíferas zarpas al igual que su quijada y dentadura retornaban a ser las de un atractivo chico de tez cobriza y ojos color caramelo.

Pero la inquietud no parecía detenerse y poco a poco empezó a revolverse en su pecho como si una llama ardiente explotara en su interior recorriendo cada centímetro de su piel. Por unos segundos, el muchacho desconcertado ya que nunca antes había experimentado situación igual, creyó enloquecido que se debía a la profunda herida en su pecho, pero esta ya estaba auto sanada dejando como rastro solo un ligero manchón de sangre seca donde antes había expuestos hueso y carne al rojo vivo.

— ¿Qué... qué demonios me está pa-pasando? — Farfulló ininteligiblemente cuando en medio de un espasmo, escupió espuma blanquecina por la boca sintiendo choques eléctricos corriendo desde su corazón acelerado hasta el dedo corazón de su mano izquierda. Y bruscamente, todo el agonizante dolor se concentro justo ahí.

Ahora, únicamente su mano punzaba casi como si un pesado marro de plata le hubiese golpeado sin parar; los cinco dedos embarrados de sangre hormigueaban, como si no tuvieran circulación sanguínea. Y así, con la luz pálida de la luna en lo alto el chaval vio la horrible marca que en la palma de su mano se dibujaba.

Era como el fuego, como si un hierro candente y lacerante para marcar al ganado hubiera sido colocado sobre su piel. Pero el ardor provenía desde dentro, quemando lentamente, insuflando más dolor del que él podía soportar. Alex vio, con los ojos nublados por el sufrimiento, cómo un círculo perfecto se grababa a fuego en la palma de su mano, en medio de sus propios gritos que hendían el frío viento de aquel claro del bosque.

Y así, repentinamente todo cesó, y al hacerlo una vez más el chico licántropo se sumió, en la negrura de la inconsciencia.

Alexander experimentó una sacudida y al abrir los parpados que apretaba con tanta fuerza se encontró a sí mismo tirado, solo y sin ropa en la penumbra acuciante de la noche.

Bufó. Ya estaba harto de quedar inconsciente a cada cinco minutos, metafóricamente hablando; sin embargo en esta ocasión no tardo unos minutos, ni siquiera unos segundos en recordar las cosas y todo le vino a la cabeza como un golpe de adrenalina. Asustado se miró la palma de la mano –caliente y húmeda a la vez- y corroboró que era real.

Un círculo dibujado perfectamente en la piel, como si de una vieja cicatriz se tratara; consternado, levantó su dedo índice izquierdo y con delicadeza tocó aquella extraña figura suponiendo que ardería como una quemadura reciente, no obstante cual fue su sorpresa al saber que no sentía dolor alguno en ella. Era simplemente como si dicha marca hubiese estado ahí desde siempre, aun cuando no hacía más de cinco minutos que se había marcado en su piel.

"Tú eres el portador" — Fue como si el susurrar del viento entre las hojas, le devolviera el recuerdo y las palabras que aquella vieja bruja había pronunciado; la misma mujer que había profetizado que el amor de su vida estaba en peligro inminente. Con un escalofrío recorriendo su dermis el muchacho recordó también, como las huesudas manos de aquella anciana habían recorrido la palma de su mano con demencia.

¿Sería posible entonces, que esa misteriosa marca tuviese algo que ver con la acusación de la horripilante bruja?

— No— Refutó el chaval. No tenía sentido intentar enredar una cosa con la otra, es más, en aquellos precisos instantes no le importaba ni siquiera aquella marca ni su origen; la ira en su interior había amainado y solo una preocupación se hizo latente en sus pensamientos. — Ángela— susurró.

Con premura, Alexander se puso en pie y con su instinto logró ubicar entre los helechos y el musgo unos pantaloncillos raídos, los cuales habían sobrevivido a duras penas a su conversión. Frustrado, se los puso rápidamente y después de echar un último vistazo de asco y desprecio al cuerpo decapitado e inerte de su primo, corrió, de regreso a las ruinas de Castle Valmoont.

Mientras corría el joven Branderburg comenzó a sentir una desazón incontrolable, como si su conciencia le hiciera reclamos y le abrumara el arrepentimiento, pero no, no podía arrepentirse, no ahora. Había asesinado a sangre fría a dos de los suyos pero solo lo había hecho porque ellos le arrebataron primero a su más grande tesoro.

— Ángela, mí Ángela— volvió a musitar dolorosamente, con un quejido que gritaba a negación. Pero no podía negarlo, Ángela Miller estaba muerta, por su culpa, y ahora al menos debía buscar la manera de que la preciosa muchacha fuera entregada al camposanto con respeto. —Es lo que ella se merece; ser recordada por todos. No importa lo que yo deba enfrentar.

Alex sentía un ardor seco e irritante en la garganta; un dejo desagradable de metal y rabia en la boca. Pocas veces había experimentado tanto dolor y cólera de una sola vez y aquello no hacía más que molestarlo, al recordarle que solo de él fue la culpa.

La oscuridad volvía a cernirse como una mancha negra a su alrededor, gruesas nubes que cubrían la luna dejándolo todo en penumbra y tinieblas.

Alexander sintió nuevos escalofríos recorrer su espalda desnuda mientras iba aproximándose a la colosal y fantasmal sombra erigida frente a él, sabiendo que en el interior de aquellos viejos y ruinosos muros yacía sin vida la mujer que cambió su mundo para siempre. El muchacho avanzó a pasos agigantados dentro del castillo Valmoont, levantando con su rápido andar polvo y escombros que se hallaban a su paso.

Sus ojos caramelo se estaban acostumbrando como siempre a la aberrante oscuridad que lo cubría, pegándose como un velo negro a sus pupilas; iba apoyándose en las altísimas columnas de piedra de la estructura mientras ascendía por la escalinata que daba al gran salón, sintiendo una punzada en el corazón con cada paso que avanzaba pues sabía con certeza lo que ahí encontraría. Intentó desesperado contener las lágrimas; era la segunda ocasión esa noche que estaba a punto de llorar pero esta vez no cedería. Dejó su mente en blanco evitando pensar, aclarándole un poco la cabeza.

Pero las desazones de esa horrible noche parecía que no querían culminar.

Al llegar por fin hasta el trono de oro labrado que reinaba en el suntuoso salón se encontró con la desagradable sorpresa de que, junto a éste, en el mugroso suelo de mármol, no había más que un charco de sangre como único rastro de batalla.

El cuerpo de Ángela Miller ya no estaba; alguien se lo había llevado, y en un solo susurro de rabia creciendo de nuevo Alexander creyó saber quién era el responsable.

— Katherine— murmuró.

خ

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