EL PORTADOR 1: El medallón p...

By AlejandroHernandez04

24.5K 1.4K 443

Sinopsis: Hay pueblos que ocultan secretos, cuando la luna llena brilla en el cielo. Un chico solitario escon... More

Preámbulo
1. Vestigio
2. Perseguido
3. Encuentro
4. Chica nueva
5. Primer indicio
6. Investigacion
7. Atormentado
8. Enigma
9. Memorial
10. Aberración
11. Información oculta
12. Cacería
13. Baile Siniestro (Parte I)
13. Baile Siniestro (Parte II)
14. Sorpresa Inesperada
15. Buscada
16. ¿Leyenda o realidad?
17. Ataque
18. Conflicto
19. Deuda di Vida
20. Linaje
21. Medallón perdido
22. Ruinas
23. Premonición
25. Ángel de Muerte
26. Ira
27. Revelaciones (Parte I)
27. Revelaciones (Parte II)
28. Sacrificio
29. Aliados
Epílogo: Sombras emergiendo

24. Colonia

141 16 1
By AlejandroHernandez04

Alexander iba manejando por la extensa autopista que salía del estado alemán de Baviera, sin ver ni oír realmente nada del exterior; iba ensimismado en su propio torbellino de pensamientos y no deseaba pensar en nada más. Ángela y él huirían, juntos... se fugarían una vez que él se hiciera con el legendario medallón y nunca más volverían a poner un pie el ruinoso pueblo de Moonsville. Jamás.

Podrían vivir libres, sin las opresiones de la odiosa Katherine, sin las molestias de sus estúpidos compañeros, sin temor a nada ni nadie. Se amarían libremente, para siempre.

Por su parte, el muchacho había abandonado la particular idea de viajar hasta Renania del Norte en avión –lo que habría costado una escasa hora de vuelo- pero su instinto le advertía estrepitosamente que debía mantener los pies sobre la tierra. Y no lo decía irónicamente; Alexander Branderburg odiaba tener que volar y su miedo por los aviones se había convertido en una de sus tantas paranoias.

En tanto que conducía preferiblemente en su flamante vehículo, pasando cerca de la ciudad de Ulm, su mente no conseguía perfilar más allá de una imagen en concreto: una chica de ojos azul zafiro, cabellos dorados y un rostro de piel tan blanca y cremosa como la porcelana.

— Gracias al cielo que te cruzaste en mi camino— murmuró para sí mismo pensando en su amada chica humana—. Definitivamente ella es lo mejor que me ha podido suceder en esta deplorable vida.

Con una sonrisa exuberante, el muchacho de tez cobriza fue aminorando poco a poco la velocidad mientras se orillaba de los carriles de la negra autopista y sacaba su móvil de la guantera, en donde Ángela lo había dejado tras anotarle las direcciones y los nombres de los dos Sialfax a los que el chico iría a buscar. Tecleó un número en la pantalla táctil y se colocó el aparato en el oído, esperando a una respuesta que llegó tras un par de timbrazos.

— ¿Alex? Vaya, pero que sorpresa que me llamaras. Llegué a creer que ya me habías olvidado— dijo la voz gangosa de un chico del otro lado de la línea, y no parecía bromear.

— No seas bobo Ian, ¿cómo podría olvidarme de ti? Eres casualmente, el amigo que me provoca más dolores de cabeza en el mundo, no podría olvidarme de ti aunque quisiera— respondió al teléfono el joven Branderburg con una sonora carcajada.

— Soy el "único" amigo de hecho— puntualizó Ian, una octava más alto de lo que debía—. Oh bueno eso era al menos antes. Las cosas han cambiado un poco desde la llegada de Ángela al pueblo—. Terminó el pequeño muchacho, con un timbre de voz que rayaba en el cinismo.

Fue entonces que Alex comprendió.

— Ah, ya capté la indirecta. ¿Estás enojado, cierto?

— ¿Enojado? No, no tendría por qué estarlo— respondió Ian con sinceridad —. Solo me siento un poco... desplazado. Es decir, está bien que salgas con Ángela y sea tu prioridad puesto que ella es tu novia pero... podrías administrar tu tiempo y también estar de vez en cuando con tus amigos.

— Mi "amigo" mejor dicho, en singular. Tú mismo acabas de decir que eres el único amigo que tengo— dijo el muchacho de cabello castaño oscuro y volvió a sonreír—. Lamento en verdad mucho lo distante que he estado, sé que no es excusa pero... me he liado demasiado en otros... asuntos.

— Descuida hermano, tomaré esta llamada como parte de tu disculpa— murmuró el pequeño chaval del otro lado del teléfono—; aunque, si pudieras acompañarme hoy al Deutsches Museum en Múnich serían puntos extras para ti.

En el automóvil, Alex meneó la cabeza y puso los ojos en blanco. "¿Museo?" pensó burlesco. Claro, para Ian Köller un museo resultaba tan excitante como una exposición de películas para adultos.

— Oh, creo... creo que te volveré a quedar mal Ian. Es que... yo no estoy en el pueblo en estos momentos, estoy saliendo fuera de Baviera.

— ¿Fuera del estado? ¿Pues a donde van? — Interrogó Ian, y su voz sonó extrañada.

— ¿Van? No, no solo voy yo Ian, necesito arreglar unos asuntos fuera y...— Alex pensó unos segundos en cómo decirle lo siguiente—... bueno, necesitaba pedirte un favor sino es que suena demasiado oportunista.

— Por supuesto que no, sabes bien que mientras esté dentro de mis posibilidades por ti hago lo que sea hermano— arguyó el chaval de la manera más sincera posible.

Alexander suspiró aliviado.

— Verás, no sé cuanto pueda tardar exactamente fuera, ni que contratiempos puedan surgirme. Mi plan es que para mañana mismo esté de regreso pero...— masculló el chico girando el volante con nerviosismo, ante la desesperación del asunto—. No quisiera que Ángela estuviera sola esta noche, ya sabes, por todo lo que ha estado pasando en el pueblo últimamente.

— Sí, lo entiendo por supuesto— dijo Ian—. ¿Y qué necesitas que haga?

—Bueno, ¿crees poder convencer a tu hermana de que organice alguna especie de... pijamada o alguna de esas cosas de chicas? Incluso hasta podrían invitar a Annabelle también.

— Conociéndola, no creo que Mary se niegue en lo absoluto; ella adora esas cosas femeninas así que cuenta con ello. Aunque, solo serían ellas dos y Ángela claro, yo no entraría en esas cosas de chicas. Ya me vería yo haciéndome la manicura y peleando con almohadas— Bromeó Ian Köller del otro lado de la línea, soltando una risita.

— Obvio que no— coincidió Alex riéndose también de la broma—, solo te agradecería que fueras el intermediario, y de paso que cuides de las chicas. Solo así podré estar más tranquilo ¿lo harías por mí entonces, amigo?

Ian bufó.

— Sabes que sí Alex, hasta la duda me ofende. Prometo que esta noche seré el guardián de las chicas.

— Gracias Ian, te debo una— dijo agradecido el chico de cabello castaño—. Entonces, te veo mañana si todo va bien ¿vale?

— Vale hermano, cuídate y por favor, no hagas tonterías— musitó el pequeño Ian y colgó al teléfono.

— No prometo nada Ian, no prometo nada— susurró Alexander, dando marcha de nuevo al automóvil y virando el volante de regreso al carril más amplio del camino; aceleró frenético y decidido a llegar a su destino.

El trayecto final hasta el estado de Renania del Norte Westfalia, y de ahí hacia el interior de la gran ciudad de Colonia resultó, en última instancia, más tranquilo y ameno de lo que el chico habría supuesto. Apenas en un aproximado de seis horas – lo cual le parecía imposible- consiguió arribar a su lugar de destino, tras cruzar el impresionante puente ferrovial de Hohenzollern, hecho de pilares de hormigón y una colosal estructura superior de acero, el cual se mantenía elevado justo sobre el caudaloso y perfecto río Rin dando paso al interior de la ciudad. Alex no pudo evitar henchir su pecho de emoción al contemplar que la verja que separa las vías ferroviarias del paso peatonal en el lado sur, estaba totalmente adornada de un sinfín de candados de todas formas, tamaños y colores; era, como bien sabía, un supuesto emblema de romance pues las parejas más enamoradas iban y colocaban un candado en honor a su amor eterno y arrojaban después las llaves al río, asegurando con ello que nadie podría abrir el candado y por lo tanto destruir su amor eterno.

— Son un montón de tonterías— musitó el muchacho al pasar a través del puente, pero sin dejar de pensar muy en el fondo de su mente, que algún día traería allí a su amada chica rubia para poder pactar su amor incondicional, para siempre.

Al comenzar a transitar por las abarrotadas y lujosas avenidas de aquella ciudad, el chico se sintió como un minúsculo bicho fuera de su nido pues en nada se comparaba aquella ostentosa ciudad del norte con su pequeño pueblo de Moonsville. Aunque la mayoría de edificios que podía admirar eran simples y modestos, puesto que habían sido reconstruidos después de la segunda guerra mundial dando a sus calles un toque único al estilo medieval, no dejaban de ser magníficos y dignos de admirar. Había conseguido llegar pues, a la hermosa y única Ciudad de los Ubios.

No muy lejos, tras una gran cantidad de inmuebles y construcciones de todo tipo, el muchacho divisó con admiración las enormes y góticas torres de la catedral de Colonia, el místico templo en cuyo interior se preservaban los restos de los míticos Tres Reyes Magos de la historia bíblica; o eso al menos, rumoraban las personas.

Tras dejar atrás la estación de ferrocarriles del lado izquierdo, y un par de gigantescas antenas emisoras de radio, el chico de tez cobriza condujo hacia el este de la ciudad guiándose por el GPS de su teléfono móvil y la hoja amarillenta del diario de su abuelo, hacia su primera dirección: la calle de Hohe Strasse. Había tomado la firme decisión de acudir en primer lugar con la mujer apellidada Sialfax, Lynnete –si no recordaba mal el nombre- cuyo hecho de ser historiadora ponía en el muchacho una cierta intuición de que ella podría ser la indicada en su búsqueda; y para su buena o mala suerte, casi siempre sus intuiciones eran más que acertadas.

En silencio, ascendió por las calles principales que conducían hasta la catedral, puesto que según el mapa del móvil, la calle Hohe Strasse desembocaba totalmente en el centro mismo de la ciudad justo donde se erigía la majestuosa edificación. Y ese, sería su punto de partida.

Con el sol alto y opaco sobre un cielo que amenazaba con llover pronto debido a sus tonos grisáceos y nubosidad, la temperatura había descendido bruscamente acompañada de un fuerte viento que soplaba sin cesar. Cada ráfaga emitía una variedad de susurros extraños e ininteligibles, como si fueran advertencias lanzadas al aire para advertir al muchacho de que aquello era un total error, invitándolo a dar la vuelta y retornar por donde había venido, abandonando aquella búsqueda de inmediato. Pero él no estaba dispuesto a rendirse.

— No me importa cuántas o qué complicaciones me surjan— musitó para sí mismo Alex, dando un ligero manotazo sobre el volante—; encontraré ese medallón, lo haré cuésteme lo que me cueste—. Pero cuanto más avanzaba por las amplias y antiguas calles rumbo a la catedral, más incomodo se sentía.

Su intuición y sentido de la dirección lo llevaron por una calle llamada Schildergasse, cuyos espacios estaban ocupados principalmente por grandes almacenes y bodegas aparentemente; siguiendo recto por ese mismo sitio, el chaval arribó a la Breite Gasse y contempló estupefacto de un lado a otro la gran cantidad de librerías y cafeterías que lo rodeaban por todos lados, propiciando un toque de tranquilidad intelectual al lugar. Entonces por fin, divisó ante sus ojos la avenida que estaba buscando.

Ángela le había advertido ya que según la información en internet, la calle de Hohe Strasse era una de las avenidas más concurrida durante los trescientos sesenta y cinco días del año debido a su condición comercial, y conforme se fue aproximando Alex pudo darse cuenta de que su chica rubia no se había equivocado en lo absoluto. Aquel sitio estaba abarrotado hasta el tope de transeúntes que caminaban apretujados de un lado para otro de la calle adoquinada, realizando todo tipo de compras en la infinidad de tiendas y establecimientos apostados a lo largo y ancho de la interminable callejuela.

— ¡Maldición! — refunfuñó frustrado el chaval, al darse cuenta de que aquel lugar –el cual parecía un total laberinto lleno de un enramado de callejones y calles que desembocaban todas en el mismo lugar- era totalmente exclusivo solo para los transeúntes lo que lo obligaría por lo tanto, a dejar su automóvil y continuar el trayecto a pie.

Alexander, cuyos ojos color caramelo oscuro ardían por la exposición del gélido viento colado por la ventanilla de su Bettle rojo sacudió la cabeza, enfadado.

El muchacho fue aminorando la velocidad de su flamante vehículo dejando su rabieta de lado, y optó por estacionarse tras un par de autos aparcados a la orilla de la calle al pie de un gigantesco edificio comercial abandonado y un par de viejos parquímetros metálicos, confiando en que ningún policía de tránsito le causara problemas. Y así, tras poner los seguros y cerrar las ventanillas, descendió del coche.

Obligado a abandonar la comodidad y seguridad del automóvil en una ciudad que poco conocía, Alexander sintió una lacerante paranoia respecto a estar nuevamente a la intemperie luego de haber pasado tantas horas al volante, sin parar. Con una terrible sensación de resignación, el chico comenzó la caminata cuesta arriba de la calle adentrándose poco a poco entre la bulliciosa multitud que lo rodeaba.

— Bien, aquí vamos— se dijo así mismo en un susurro como para darse ánimos, poniendo a la vez una cara de convicción para demostrarle al mundo una seguridad que en realidad no sentía. Conforme caminaba, trató de mantener un ritmo tranquilo y mecánico, para no verse anormal entre el gentío ordinario, y hasta trató de contemplar la gran variedad de tiendas departamentales y escaparates a su alrededor, más eran tantas y tan diversas que ni aun con su vista perfeccionada podía admirarlas a todas, simplemente le resultaba imposible.

Mareado, Alex alzó los ojos hacia el cielo opacado y a lo lejos pudo ver una vez más, perfilada contra el gris de las nubes, un trío de agujas negruzcas gigantes, las hermosas y góticas torres de la catedral de Colonia, cada una con una colección que formaba un total de 12 campanas en total entre la torre norte, sur y la torre del canto.

Guten tag paar, ¿le gustaría un recorrido guiado por Köln Innenstadt? —. Preguntó repentinamente la voz cascada de un muchacho que no aparentaba más allá de los quince o dieciséis años. Llevaba el cabello corto y rizado de un color rubio cenizo, y tenía un par de hoyuelos que se dibujaban en los pómulos de su piel blanquecina al sonreír plácidamente.

Alex lo miró con un gesto de abatimiento. Tal parecía que aunque se lo propusiera, no conseguía pasar desapercibido como un turista más entre la creciente muchedumbre.

Dan ke schön— agradeció al chiquillo con voz cansina—. Pero no necesito un guía; no he venido de compras en realidad.

El joven lo contempló con desaprobación y luego miró con soberbia a la gente que los rodeaba.

— Como usted guste, para, solo le advierto que hasta personas locales que llevan viviendo años aquí se han extraviado en estas calles laberínticas— musitó arrogantemente.

El vello de sus brazos y la nuca se le erizaron de enfado.

— Tengo un muy buen sentido de la orientación amigo, no creo poder perderme ni en un desierto, mucho menos aquí— respondió el muchacho de tez cobriza enfadado; después de todo, él era un licántropo y su sentido de ubicación era muy superior al de los humanos—. Sin embargo... creo que tal vez, podrías ayudarme.

— Ah sí, claro ¿y en qué puedo ayudarle, señor? — refutó el chiquillo rubio con cierta aspereza, ante el primer comentario de Alexander.

— Estoy buscando a alguien. Alguien que según me dijeron vive en ésta calle, la Hohe Strasse— explicó Alex sin muchas ganas, para no demostrar su impaciencia.

Los ojos del niño, de un color verde intenso, clavados con enojo en el rostro del muchacho se ablandaron ligeramente.

— ¿Y de... cuánto estamos hablando? — preguntó socarronamente el aludido.

Alexander sintió una punzada de desesperación.

— ¿Quieres dinero solo por darme algo de información? — preguntó cínicamente, enfurecido.

— Claro, ¿qué cree usted que como, aire? Necesito ganarme la vida, paar— inquirió el mocoso con alevosía.

Viendo la llamarada de desafío en sus ojos Alex sacudió la cabeza, exasperado.

— Está bien, está bien— resopló—. Dime, ¿cómo te llamas? — preguntó Alexander, quién no estaba del todo convencido si aquel chiquillo desconocido sería de fiar.

Ich heisse David, Baskerville— inquirió él abruptamente.

— Bueno, David, te ofrezco diez euros sí me puedes ayudar con la información que requiero.

— Que sean cincuenta y lo pensaré— atajó astutamente el chaval.

— ¿Cincuenta? Acaso estás... agg, te daré treinta y es mi última oferta ¿los quieres, o no?

— Mmmm... Ich will— aceptó con suavidad el mocoso, tras haberlo pensado unos segundos.

Alex miró al interior de aquellos ojos verdes como un pastizal. Realmente parecía que no le quedaba más que confiar en aquel Das Kind insolente.

Ich bich auf der suche nach Jemanden, una mujer de nombre Lynnete Sialfax ¿la conoces? — preguntó el joven Branderburg con voz apenas audible, queriendo evitar que cualquier persona ajena entre el bullicio del callejón pudiera escucharle.

— ¿Lynnete? — Preguntó el chiquillo y tragó saliva mientras pensaba— ¿Acaso se refiere a fraü Sialfax, la escritora?

Alexander, que había estado creyendo que aquel mocoso no sabría absolutamente a quién diablos se refería, levantó la mirada ante sus palabras, esperanzado.

— Supongo que sí. Ella es, según tengo entendido, una historiadora así que es probable que tenga libros publicados— dijo Alex—. Entonces, ¿la conoces?

— Pues claro— replicó el chiquillo asintiendo con la cabeza— Fraü Sialfax es la dueña del hotel Engelbertz, mi... mi madre trabaja ahí, como mucama.

El muchacho pareció inquieto y una mirada de duda cruzó su ovalado rostro.

— ¿Y bien? Wo liegt denndas? — Interrogó el joven con la voz áspera de las ansias que sentía.

— Está aquí mismo de hecho, en esta calle, en línea recta casi llegando a la plaza de la catedral. Puedo llevarlo si usted quiere—. Repuso el mocoso llamado David, sin hacer caso de la mirada de desconfianza que Alex le dirigía.

El chico lobo asintió apesadumbrado, tragando con dificultad. Se sentía como un total estúpido a merced de un infante humano.

— De acuerdo, llévame hasta allí— dijo sin ver otra opción apropiada.

— Pero primero, el pago por favor, sí es usted tan amable— exigió el niño y Alexander pareció consternado.

— Debería haberlo sabido— reprochó a la vez que sacaba de su billetera un billete de veinte y uno de diez euros y se lo entregaba indeciso al malcriado mocoso, quién los arrebató con avaricia entre sus manos largas y pálidas.

— ¡Sígame! — Ordenó pomposamente.

¡"Vaya"! — Pensó Alexander indignado— "No puede ser en serio que ahora yo, sea quién esté recibiendo órdenes de un insolente mocoso humano como éste.

El chiquillo caminaba entre la multitud a zancadas veloces y extrema decisión. Se abría paso a empujones y la gente se veía obligada a apartarse de su camino, murmurando algunos insultos en alemán por su falta de respeto. Alexander casi tuvo que correr para no perderlo de vista entre el mar de personas que transitaban por la asediada Hohe Strasse, y apenas tuvo tiempo para contemplar las abarrotadas tiendas, bodegas y negocios de todo tipo de mercancías, aglomeradas y llenas de compradores compulsivos y turistas que se alcanzaban a perfilar a través de escaparates de cristal.

El muchacho comenzó a sentirse nervioso entre tantas y tantas personas que no parecían prestarle absoluto interés, y se concentró en el andar desgarbado del chaval de cabello rubio rizado, cuyos pasos de vez en cuando parecían querer desviarse hacia alguno de los callejones aledaños que formaban toda una red de intrínsecos laberintos por toda la zona. Alex pensó entonces en el enorme parecido que había entre la Hohe Strasse y la zona de los callejones en Moonsville, y pensando en una cosa que le llevó a otra, acabó por pensar en un rostro pálido y hermoso adornado de cabellos dorados mirándolo a través de unos preciosos zafiros azules que llevaba por ojos, al compás de una sonrisa esplendorosa.

— Ángela— Susurró inconscientemente.

— ¿Cómo dice? — Preguntó quisquillosamente la voz cascada del chiquillo, con una mueca de burla en su ovalado rostro blanquecino— Le recuerdo que me llamo David paar, no Ángela.

— No hablaba contigo— repuso Alex molesto—, mejor dime ¿ya casi llegamos?

— Ah, precisamente paar, ahí lo tiene: el hotel Engelbertz— replicó bufonamente el chiquillo, señalando con su largo brazo hacia una lujosa entrada de cristal enmarcada en acero negro ubicado justo en el centro de dos tiendas departamentales, casi al final de la bulliciosa Hohe Strasse, en cuyo vidrio lucían unas ornamentadas letras doradas que rezaban : Engelbertz Hotel. Alex soltó un resoplido de satisfacción.

— Entonces, ¿estás seguro que aquí es? — preguntó insistente, desconfiando aun del inscrito sobre el cristal de la puerta principal del lugar.

El chiquillo rubio lo miró con reproche.

— Por supuesto que sí, y miré parece que usted tiene a la suerte de su lado, justamente ahí viene fraü Sialfax— anunció con una voz atronadora, señalando hacia una figura que salía apresuradamente del establecimiento y avanzaba a paso veloz, hacia la enorme plaza de la catedral.

Alexander se extrañó al ver el atuendo de aquella silueta y su caminar ligero pero firme. Vestía una gruesa gabardina de color granate más oscuro que la sangre, ocultando con ello la forma de su anatomía aunque el muchacho supuso por su estatura que debía ser una mujer regordeta, más no podía asegurarlo con certeza. Ni siquiera el rostro había podido percibir, pues iba cubierta hasta la cabeza con una pañoleta a juego y unas enormes gafas de sol oscuras que la hacían destacarse como una excéntrica dama entre una multitud ordinaria.

— ¿Siempre se viste de esa manera tan... peculiar? — quiso saber.

— Sí, casi siempre. Las pocas veces que la he visto salir del hotel utiliza abrigos y gabardinas y esa cosa para cubrirse la cabeza, y los lentes oscuros también—. Respondió el chiquillo de cabello rizado, mirando la figura que se alejaba—. Tal vez es tan fea que no quiere ser vista fijamente por nadie.

Alex lo miró bruscamente, confundido.

— ¿Cómo? ¿Estás diciéndome que tú nunca le has visto el rostro en realidad? Dijiste que la conocías— Reprochó enojado. Seguramente aquel mocoso lo había estafado y aquella ni siquiera era la persona a la que buscaba.

— Pocos le han visto el rostro, pero no por eso quiere decir que yo esté mintiendo. Ella es la historiadora a la que usted busca, se lo aseguro; además, ella es la dueña del hotel pero... mi madre me ha contado que deja los asuntos del negocio a cargo de sus más allegados. Tal parece que es muy reservada.

— Pero estás bien seguro de que es ella ¿verdad? — Repitió Alex enfadado—; porque mira que si no es, te juro que...

— Estoy tan seguro de que es ella como lo estoy de si no la alcanza pronto la perderá de vista— anunció el chaval y con su dedo largo y huesudo apuntó en dirección a la plaza, donde un manchón de tela granate oscuro se perdía entre un mar de personas y colores.

Dan ke schön für hilfe David— fue lo único que consiguió decir el muchacho de tez cobriza y cabello castaño oscuro antes de salir disparado, corriendo tras la mujer a la que tantas preguntas quería hacer.

Alexander trotaba con prisa por el suelo de hormigón asfáltico que adornaba toda la plaza en general, con enormes mosaicos grabados resaltando notablemente la arquitectura que se imponía ante sus ojos. Con la mirada fija y agudizada, buscó como demente a la mujer cuyo cuerpo había perdido de vista entre el gentío pero de pronto sus pupilas consiguieron divisarla, avanzando presurosa hacia el interior del gigantesco edificio gótico apostado frente al lugar.

El chico suspiró consternado. Le palpitaban las sienes y la parte baja de los ojos ardía cuando pudo admirar de cerca la preciosa y esplendorosa Hohe Domkirche St. Peter und Maria.

Kölner Dom, la gran catedral de San Pedro y María— murmuró sibilante mirando hacia el cielo, donde las enormes torres se perfilaban como afiladas agujas contra el grisáceo firmamento.

El muchacho quedó admirado de la majestuosidad de aquella gótica e imponente construcción, cuyas palabras quedaban cortas y débiles para poder describirla en su esplendor. Su abuelo, el viejo Jeremías Branderburg, alguna vez le había hablado maravillas sobre ella pero jamás había considerado que pudiera ser posible tanta belleza y misticismo en un solo lugar sobre la tierra.

Alex subió la amplia y extensa escalinata de cemento colorido y macizo que ascendía hacia la entrada principal de la catedral, pasando justo por el costado de una colosal y perfecta réplica de una de las puntas de las torres, labrada en granito cincelado y a tamaño real adornada con algunas placas e inscripciones sobre ella y formando parte de la exótica belleza de las molduras que en conjunto la adornaban.

— Definitivamente la iglesia de Saint's Church se queda muy corta con esta majestuosidad— volvió a susurrar al mirar con detenimiento los altos muros, pilares y arcos ennegrecidos y negruzcos que engalanaban la estructura, esto debido no solo al paso del tiempo –puesto que la catedral tenía en sí cerca de ocho siglos desde sus primeros inicios- sino también, a los humos ferroviarios de la monumental estación de trenes que tenía justo a su lado.

El chico terminó de subir la escalinata sin dejar de admirar cada centímetro, cada detalle por más minucioso que fuera de la colosal Kölner Dom, y al estar justo frente a la puerta de acceso no pudo evitar volver a suspirar. Al mirar hacia lo alto pudo mirar los hermosos arcos de punta de entrada ricamente labrados con molduras góticas al estilo de la gigantesca Notre Dame de París, lo que la hacía lucir como un suntuoso palacio.

Las hermosas arquivoltas destacaban notablemente la estructura del arco concéntrico de la puerta de acceso, pues en unión perfecta con las molduras que la formaban, en los pilares –de pulcra estética medieval- se erigían una docena de figuras cinceladas de piedra y mármol blanco a tamaño real, tan perfectamente esculpidas como las antiguas estatuas del maestro escultor italiano Miguel Ángel, siendo los pilares que sujetaban poderosamente los excéntricos arcos.

Al contemplarlos con meticulosa curiosidad el joven Branderburg se sintió observado, como si aquellas figuras –de las que suponía eran antiguos apóstoles y santos de la iglesia católica- lo examinaran con reproche al saberlo apostado con tanta tranquilidad a las puertas de su santa catedral. Él, un impuro y sacrílego ser, una criatura de la noche cuya alma estaba seguramente condenada al fuego eterno y al dolor.

Alexander decidió desviar la mirada de aquellos acusadores rostros irreconocibles y picados por la lluvia, concentrándose solo en buscar a aquella mujer de gabardina escarlata que estaba seguro había penetrado al interior de la imponente catedral de San Pedro y María. Con un último vistazo de desconfianza a la ornamentada puerta de dos hojas en forma de arco -dividida al centro por un pilar cuya estatua representaba a la virgen María con el niño Jesús en brazos- cuyo color dorado resaltaba en lo alto sobre el tono negruzco de los muros, el muchacho de ojos caramelo se colocó justo en la entrada con un pie aun en el suelo exterior de cemento y el otro a punto de dar el paso hacia el interior de mosaico liso. Su corazón y mente se debatían estrepitosamente entre sí entrar o no a un lugar tan sagrado.

— ¿Va a entrar o no, paar? — preguntó una vocecilla a su costado, haciéndolo saltar de un susto al sentir una mano rozándole el hombro.

Alexander casi lanzó una blasfemia al viento cuando un escalofrío le recorrió la columna vertebral, sorprendido por el contacto repentino y miró con rabia a la persona que le había tomado por sorpresa.

— Ah, eres tú otra vez— refunfuñó molesto, conteniéndose— Te advierto que ya no te daré un solo euro más.

— El dinero no es mi único interés en la vida, para que lo sepa— Replicó el joven de cabello rizado y hoyuelos en el blanco y aniñado rostro, más con la intensión de calmar la evidente histeria de Alex que por lo que pensara de su comentario.

— ¿Entonces qué es lo que quieres? — Exigió saber.

— Venga conmigo— Soltó de repente David, impaciente, y arrastró al muchacho hacia el umbral de la catedral.

Con torpeza Alex trastabilló hacia el interior y contuvo la respiración. Cerró los ojos instintivamente lleno de creciente pánico en su rostro varonil de tez bronceada, esperando inconteniblemente un dolor agonizante y lacerante como el del fuego quemando la piel, pero éste nunca llegó. Atónito, abrió los ojos y miró a su alrededor con estupefacción y sorpresa. Era una majestuosa vista.

Parecía que la planta principal del lugar –por no llamarle vestíbulo o algo parecido- era en forma de cruz, "Como toda catedral gótica, claro" — pensó irónico el muchacho—, y estaba adornado por más de cien pilares de piedra y cantera que se perdían en lo alto de la edificación sosteniendo la bóveda, iluminada por ventanas y ventanas de cristaleras llenas de colores medievales exquisitos.

— Vamos, venga. Hay mucho que ver aquí— le dijo el chiquillo de rubia cabellera y con su delgada mano lo guio más adentro, avanzando por el centro a través del interminable y magnífico pasillo que conducía hacia el altar, bordeado a un lado y a otro no solo por los gigantescos pilares sino también por una incontable cantidad de bancas de madera caoba brillante apostadas arquitectónicamente a prudente distancia entre ellas, para que los feligreses que acudían al recinto sagrado pudieran sentarse a orar.

Mientras caminaba codo a codo con el extraño chaval Alex no podía dejar de mirar a su alrededor, y embelesado admiró con temple y excitación las hermosas pinturas del siglo XIV que adornaban parte de los muros de una de las capillas adversas junto a los magníficos vitrales y vidrieras policromadas que con el filtrado de la poca luz externa hacían de ello un espectáculo multicolor, iluminando las imágenes de los pasajes bíblicos plasmados a la perfección en los cristales.

— ¡Cielo santo! Todo esto es tan... único— resopló Alexander al observar con detalle el maravilloso coro del lugar que se encontraba justo en el centro exacto de la catedral, al fondo. Un inmenso construido en alguna especie de madera oscura y brillante adornada con una serie de escudos que lo resaltaban con una solemnidad impresionante, rodeado a su vez de una exacta cantidad de antiguos bancos de madera revestidos en terciopelo de tamaño espectacular que el chico lobo casi sintió unas ganas terribles de probar su comodidad. El joven Branderburg también pudo notar que los dos laterales estaban repletos de capillas contiguas, a la entrada del ambulatorio.

— En el ala norte está el crucifijo de Gero, él que según sé data como del siglo IX o X; y la capilla sur, tiene el más grande legado de los pintores colonienses del siglo XV, de hecho en ella está "La adoración de los magos" una obra de arte tríptica del pintor Stephan Lochner— explicó el chico de hoyuelos con poca paciencia, guiando a Alex hacia el altar principal—. Ya sabe, esa pintura que le digo es por lo de los reyes de Oriente los cuales de algún modo son los patrones de esta ciudad precisamente. Curioso ¿no cree?, que esos míticos reyes que conocieron en persona al mismo Cristo estén ahora junto a nuestro altar.

— ¿Y puedes decirme cómo es que tú sabes todo eso? — Quiso saber Alex con curiosidad, mientras no dejaba de mirar conmocionado a un lado y a otro, arriba y abajo. No quería perder detalle alguno.

— Será porque yo he vivido aquí en Köln desde que tengo memoria, paar— aseguró orgullosamente el chiquillo de cabello rizado, como si quince o dieciséis años fueran toda una aventura de vida.

Alexander permitió que el otro chico lo siguiera llevando por el inacabable pasillo de losa y mosaico tridimensionalmente ornamentado, hasta llegar justo al precioso y ostentoso altar de la gótica Kölner Dom, iluminado esplendorosamente por la luz filtrada de los altísimos y bellos ventanales.

— Esto es arte sublime sin duda— musitó finalmente tras una larga pausa.

El muchachillo de piel lechosa y cabellera rubia ceniza solo asintió una vez con la cabeza, sin mirarlo en realidad.

Alex analizó minuciosamente cada detalle, cada pieza tan pulcramente estilizada y colocada concienzudamente. Subió los pocos escalones de madera pulida que ascendían al altar, recubiertos por una cara y tersa alfombra de color rojo cardenal estampada con grecas y diseños antiguos, y bordada por un fino hilo dorado como el oro.

El altar era simplemente solemne, rodeado de cuatro gruesos y ornamentados pilares de granito y custodiado a ambos lados por tres preciosos cirios eclesiásticos colocados en candeleros de piso dorados. La parte superior de la mesa del altar estaba cubierta por un fino mantel bordado de un color blanco –símbolo de pureza- que dejaba entrever bajo él una losa de mármol pulido negro y brillante; pero lo que más destacaba por sobre todo era, sin duda, la base del altar. Parecían esculturas y figurillas diminutas de santos en la parte frontal y reproducciones de estatuas en los costados, tallados en lo que parecía ser una aleación de materiales maleables parecidos al yeso y al mármol blanco.

Alexander ser llevó la mano al rostro, en un gesto inconsciente de total estupefacción. David, aún con los hoyuelos marcados en los rosados pómulos miró fijamente al muchacho, complacido por su reacción.

— Sí el altar le parece tan genial, es por qué aun no ha visto lo que hay detrás de él.

Alex inclinó la cabeza a un lado, mirando al chiquillo con ojos brillantes antes de tomar conciencia de lo que había frente a sus ojos. Era un tesoro, como el de los antiguos piratas, o al menos eso es lo que parecía con un brillo tan intenso y refulgente como barras de oro puro.

Detrás del altar, apenas un par de metros atrás de la enorme mesa de consagración se erigía una preciosa vitrina de cristal cortado a la perfección, sostenida en una suntuosa base de hierro y madera para mantenerla en alto y poder ser admirada; puesto que en su interior, iluminada por un montón de diminutas lucecitas artificiales ancladas en la tapa de la vitrina y rodeada de una buena cantidad de cirios apostados en sus bases cobrizas, había un cofre, pero no un cofre cualquiera.

Era una especie de sarcófago triple, dorado y ricamente decorado: madera recubierta de oro y plata, decorada con filigranas, esmalte y casi un total de por lo menos mil piedras preciosas entre rubíes, zafiros, topacios, esmeraldas y diamantes de infinita belleza.

— Es un relicario, casi un santuario sagrado para los fieles que viene a admirarlo. Los turistas no paran de venir a contemplarlo— explicó sin emoción el chiquillo, acercándose a Alex—. En él están los restos de los tres reyes magos, los reyes de Oriente: Melchor, Gaspar y Baltasar según se les ha nombrado por algunos. Además contiene también las cenizas de tres mártires del siglo IV, creo.

El muchacho de tez cobriza no pudo evitar sentirse maravillado, y analizó con más cuidado aquel suntuoso cofre dorado. Todo él estaba envuelto en una elaborada cubierta, con gran cantidad de figuras en bajorrelieve hechas al parecer de plata, eso sin contar las figuras adicionales más pequeñas en el fondo, con un gran significado de imágenes y momentos bíblicos que como las estatuas a tamaño real de la entrada, parecían ser de profetas, santos y hasta ángeles. Inclusive, entre todas aquellas figurillas el chico pudo distinguir la imagen grabada de una mujer, vestida con una larga túnica que la cubría de pies a cabeza.

Fue entonces como si un motor arrancara de repente en la alborotada cabeza de Alex, haciéndolo recordar y reaccionar.

— ¡Maldición! — gruñó encolerizado, y con un repentino movimiento se apartó del altar y el relicario para mirar a su alrededor. No obstante, entre los pocos fieles, curiosos y turistas que rezaban y admiraban en aquel momento el interior de la colosal catedral no pudo ver a ninguna mujer vestida de color tinto. La había perdido de vista sin darse cuenta y ni siquiera se percató de en qué momento, se había olvidado en su totalidad de cuál era su verdadero propósito en aquella ciudad.

— Tenga cuidado con lo que habla, paar no debería maldecir en este lugar sagrado— inquirió el delgado David dejando entrever un matiz de reproche en su blanco y ovalado rostro infantil.

Alex arqueó las cejas, arrugando el ceño.

— La he perdido de vista. Debo encontrar a Lynnete Sialfax, necesito urgentemente encontrar a esa mujer— repuso Alex, impaciente y comenzó a caminar histéricamente de vuelta a la salida principal pero la voz cascada del chiquillo lo hizo detenerse.

— No tiene que buscar a nadie, paar— Su voz sonó extrañamente hueca.

— ¿Qué quieres decir?

Fraü Sialfax está aquí mismo— dijo el niñato seriamente— Continua estando en el interior de la catedral. Yo la he visto.

Alex miró al chiquillo, confundido.

— ¿Cómo qué la has visto? Has estado todo el tiempo conmigo.

David, tomado por sorpresa, parpadeó furiosamente.

— Sé a dónde ha ido la señorita Sialfax, lo hace casi todos los días o eso me ha contado mi madre. Venga, acompáñeme— Pidió el chaval, con cara de disculpa y dejó el altar para avanzar por un pasillo lateral.

— ¿A dónde vamos? — Exigió saber Alex sin seguir al chiquillo, al cual comenzaba a perderle la confianza. Su sentido de alerta pareció encenderse mecánicamente.

— Le llevaré con fraü Sialfax, vamos sígame, además ¿qué es una visita a Colonia y a su catedral sin visitar el mirador de la catedral?

Después de un breve silencio en el que el chico meditó la situación, considerando que un estúpido mocoso humano como aquel no podría hacer nada contra él, Alex asintió con la cabeza y marchó tras él. Caminaron por entre una de las capillas y un alto muro ennegrecido, y entonces llegaron a una lujosa puertecilla cuyo picaporte el chiquillo abrió con extrema habilidad. Las paredes eran ásperas justo en aquel sitio y una buena cantidad de ventanas pequeñas dejaron al descubierto un tramo de escaleras forjadas en hierro negro, las cuales se perdían en lo alto, ascendiendo al infinito.

— Sígame— Volvió a ordenar el chiquillo, y comenzó a subir los escalones de dos en dos con gran agilidad.

— David— lo llamó Alex finalmente, con la mirada intrigada— ¿Por casualidad esta área se encuentra dentro de los límites a los turistas?

El chiquillo soltó una risita, y continuó subiendo sin voltear a comprobar si Alexander lo seguía o no.

— Es una zona turística sí, aunque se requiere de un permiso especial para poder subir al mirador cuando no hay demasiados turistas en la catedral— comentó David, irreverente.

Alex casi tropezó un par de ocasiones con escalones irregulares y tuvo que apoyarse en la fría pared para no caer, sin embargo al chico que lo guiaba no pareció importarle.

— ¡Diablos! ¿Cuántos malditos escalones debemos subir? Esto no parece tener fin— Preguntó molesto, cuando vio que el final de la escalera no parecía llegar a pesar de que llevaban varios minutos subiendo.

— Le he dicho que cuide su vocabulario en este lugar— reprimió el chaval—. Son cerca de 509 escalones paar; es un gran sacrificio pero... vale la pena, se lo aseguro.

— ¡¿QUÉ?! ¿Quinientos escalones para subir a una maldita torre? ¡Estás demente! ¿Cuánta altura es?

El mocoso se burló.

— ¿Acaso le dan vértigo las alturas, paar? No debería ser complicado para usted. Se ve que está en buena condición física así que no veo por qué le preocupa. Y en cuanto a la altura— musitó, divertido—, son cerca de 157 metros de alto, creo.

Alex no dijo nada, se sintió teatralmente humillado por un humano. Pensó en un momento lanzarse contra aquel mocoso y darle una buena paliza por su burla, pero se contuvo.

— "Por Ángela, recuérdalo" — pensó, intentando reprimir su rabia interior.

Casi diez o quince minutos más tarde, el muchacho empezó a ver en lo alto una especie de tablones de madera que parecían cruzarse por sobre ellos formando una especie de base, y también percibió la sombra colosal de una antigua campana oscilante.

— Sí, ya casi llegamos a lo alto— anunció el chiquillo de hoyuelos con pomposidad—; esa que ve ahí es la St. Petersglocke, la campana mayor de San Pedro, y casi siempre se toca en ocasiones muy especiales para la ciudad o la iglesia.

— Creía que había doce campanas entre las tres torres de la catedral, ¿no es así?

El niño se acercó más a la pared, y miró hacia arriba con orgullo.

— Sí, supongo que sí. No me sé el nombre de todas pero sé que está la Dreikönigenglocke (campana de los tres reyes), la Pretiosa, la Angelus Bell y la Wandlungsglocke (campana de la consagración).

— Entonces ésta torre tiene...

Pero antes de que Alex pudiera terminar se detuvieron bruscamente, ante el último escalón y el chico sintió un alivio estrepitoso.

Frente a ellos había una sencilla puerta de roble macizo con una rejilla negra; el mocoso agarró un ancho y oxidado cerrojo de hierro que cruzaba la puerta manteniéndola cerrada, y jaló de él arriba y abajo con fuerza. La puerta se abrió de par en par hacia dentro, a un espacio poco iluminado en aquellos momentos debido a la nubosidad y neblina blancuzca que se percibía del exterior a través de los marcos de ventanas labradas y todo un enrejado completo de seguridad para evitar una posible y muy peligrosa caída desde semejante altura.

— Primero los visitantes— indicó el chaval con una mano delgada y blanca, señalando al interior de la torre; sus hoyuelos en las mejillas volvieron a marcarse en medio de una sonrisa que parecía cruel.

Frustrado y algo molesto, Alex entró por fin en el lugar con los ojos muy abiertos pero entonces una figura borrosa apareció de repente, saliendo desde las sombras junto a la puerta recientemente abierta y golpeó con gran fuerza con un pesado objeto justo en la frente del muchacho de tez cobriza.

Alexander Branderburg perdió el sentido, y mientras se desplomaba sobre el oscuro suelo de madera con un golpe sordo, solo pudo escuchar una risa siniestra y femenina antes de sumergirse totalmente en la negrura de la inconsciencia.

]@

Continue Reading

You'll Also Like

1.2K 207 11
Marinette la princesa del reino Miraculous, un día encontrara la puerta secreta del castillo donde ha vivido toda su vida. Un mundo lleno de magia de...
56.5K 4.8K 33
Marina Bahía desapareció un catorce de abril sin dejar rastro. Un mes después aparece en las playas de Cuervo, con una memoria difusa y preguntas sin...
13.1M 792K 56
Phoenix es la nueva niñera de los aburridos Tucker. Al otro lado de la calle, Walter cuida a los Morgan, los reyes de las bromas en el vecindario. Cu...
4.8K 1.1K 19
En un mundo de elementalistas, donde demonios acechan en las sombras y draugrs amenazan con robar la magia-elemental. Iseria deberá enfrentarse a sus...