EL PORTADOR 1: El medallón p...

By AlejandroHernandez04

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Sinopsis: Hay pueblos que ocultan secretos, cuando la luna llena brilla en el cielo. Un chico solitario escon... More

Preámbulo
1. Vestigio
2. Perseguido
3. Encuentro
4. Chica nueva
5. Primer indicio
6. Investigacion
7. Atormentado
8. Enigma
9. Memorial
10. Aberración
12. Cacería
13. Baile Siniestro (Parte I)
13. Baile Siniestro (Parte II)
14. Sorpresa Inesperada
15. Buscada
16. ¿Leyenda o realidad?
17. Ataque
18. Conflicto
19. Deuda di Vida
20. Linaje
21. Medallón perdido
22. Ruinas
23. Premonición
24. Colonia
25. Ángel de Muerte
26. Ira
27. Revelaciones (Parte I)
27. Revelaciones (Parte II)
28. Sacrificio
29. Aliados
Epílogo: Sombras emergiendo

11. Información oculta

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By AlejandroHernandez04

Luna llena.

A Alexander se le erizó la piel al pensar en lo que eso significaba.

Cacería, terror y... ¡muerte!

— ¡Maldición! —dijo el chico rezongando mientras veía como la sangre teñía de rojo el agua que se arremolinaba en el lavabo.

Tantos pensamientos y temores lo habían puesto nervioso y ahora se hallaba con un profundo corte en la barbilla, provocado por la cuchilla del rastrillo.

Con poco cuidado, el joven uso las dos manos como un recipiente para recolectar un poco del chorro de agua fría bajo el grifo, y se lo echó en la cara para quitar todo rastro de espuma para afeitar, vellos y sangre.

Luego tomó una pequeña y algodonosa toalla color crema y se secó rudamente la cara. Mientras lo hacía se miró al espejo y vio como la pequeña herida cerraba, cicatrizaba y se desvanecía con rapidez.

— Bueno, al menos hay ventajas de ser lo que soy; un licántropo, ni más ni menos— Susurró fervoroso a su reflejo.

Alexander salió del lujoso cuarto de baño, y mientras se ponía la chaqueta de cuero negro leyó de nuevo el texto que le había llegado hacía una hora, -el mensaje era breve, pero conciso-: "Encuéntrame en la plaza en una hora. Ángela M."

El chico no entendía por qué siempre que leía, escuchaba o decía el nombre de la chica nueva, un ligero escalofrío le recorría la espalda, como si todos sus sentidos chocaran entre sí.

— Qué ridículo— dijo el chaval guardando el celular en el bolsillo de sus jeans negros a la vez que salía de la pieza— Ok, ya ha pasado una hora.

Alex bajó los escalones de dos en dos, descendiendo por los rellanos inferiores hasta llegar al vestíbulo alfombrado.

— ¿Qué no te ha dicho Kat que no salieras hoy? — Preguntó una molesta vocecilla detrás de él. Aún sin girarse sabía a quién le pertenecía.

— Vaya Valerie, cada día que pasa te pareces más a Ella y me comienzas a simpatizar menos, eres bastante irritante.

— Simpatizarte no es mi prioridad, además no hace ni una hora que te encontré flirteando con Ella, así que tu aversión me parece una hipocresía.

— Ella fue quién flirteó conmigo metiéndose a mi habitación— Se defendió el chico dándole aún la espalda a la pelirroja— Y si quieres saber, sí, saldré con o sin autorización.

— Solo espero que Ella no se dé cuenta, o de lo contrario no me imagino que podría hacer contigo— susurró Valerie sonriendo, como si en su mente imaginara la situación.

— ¡Qué compadecida eres! Pero no necesito tu lástima— Respondió Alex y aún sin voltear a ver a su compañera salió de la mansión.

Hacía tan solo una hora, todas sus terminaciones nerviosas habían cobrado vida propia al contacto físico de Katherine, no obstante ahora aunque seguía sintiendo excitación, el efecto de las feromonas ya estaba pasando, sobre todo después de haber escuchado la noticia de la cacería y de la luna llena de esa noche.

El viaje de ida hacia la plaza de Van Kärden transcurrió en silencio; Alex miraba por el parabrisas de su Bettle rojo al ruidoso tráfico alemán, negándose a pensar.

Cuando arribó al estacionamiento del Jagër Wölfe dejó el auto y tomó el ticket del dispensador, saliendo a la calle Empire Street.

Si había una cosa buena de aquel supermercado, era que el estacionamiento era público y no exclusivo, por lo que podías dejar tu coche en el lugar sin necesidad de comprar mercancía en el lujoso Jagër Wölfe.

Eso siempre y cuando pagaras la cuota.

La expresión de confusión no abandonó el rostro del chico mientras avanzaba hacia el centro de la plazuela y sacaba el teléfono celular del bolsillo. Eran las cuatro y treinta de la tarde.

El joven escudriñó con ansias la plaza y sus alrededores, pero en medio de la poca gente que caminaba por el lugar no vio ni rastros de la chica de la iglesia.

Desesperado, marcó el número en el aparato y dos timbrazos después, contestó.

— ¿Hola?

— Hey hola Ángela, ya estoy aquí ¿dónde estás?

— Justo aquí, cerca de la fuente— Respondió la cantarina voz en la bocina, y al mirar hacia allá el chico vio a la rubia agitando la mano a un costado de la fuente, llamando su atención.

Alex colgó al teléfono y miró fijamente a Ángela Miller desde el otro lado de la plaza. ¿Cómo había aparecido ahí de repente?

— Supongo que con los nervios ni siquiera la vi al principio— se dijo el chico caminando hacia ella con una sonrisa.

Ángela lo miró. Tenía esa expresión que a él le resultaba tan irresistible.

— Tienes el cabello mojado— Indicó Alex— ¿Dónde has estado?

— Bueno, la fuente es un poquito escandalosa que digamos— dijo la chica rubia sonriendo aún más— me acerqué demasiado, justo cuando uno de los chorros de agua saltó sobre mi cabeza.

Ambos se rieron.

— Entonces está fuente es una pesadilla.

— No. Es hermosa. De las cosas más bellas que he visto desde que llegué a este horrible pueblecito.

— Moonsville no es horrible— repuso Alex, sorprendido de lo que decía—, solo tienes que conocerlo— algún día tendrás que dar un paseo conmigo. Puedo llevarte al mirador, o a las cercanías de West Park, junto al río Isar.

En lugar de responder, Ángela se arrodilló junto a la fuente. Puso los dedos blancos sobre la placa de latón y leyó en voz alta.

— "Angst vor Geschöpfe der Nacht, dass die Engel fliegen in den Himmel" — dijo en alemán— "Temed criaturas de la noche, que los ángeles alzan el vuelo— repitió la hermosa joven esa vez en español.

Alex la miró confundido.

— No sabes el alivio que es tenerte como amigo, Alex— arguyó alegremente la chica rubia poniéndose de pie y mirándolo profundamente— y con eso quiero decir que sí, me encantaría algún día recorrer el distrito contigo.

Alex sintió emoción y estuvo a punto de sonreír, pero no lo hizo. En su lugar enarcó las cejas y preguntó:

— ¿Y por qué leíste la placa antes de responder a mi propuesta?

Ángela soltó un bufido de desdén, y puso los ojos en blanco.

— Porque estábamos hablando de la fuente, y antes que los lugares me atraen más las arquitecturas— explicó anhelante—, tienen tanta, historia. Como ésta— dijo tocando la fuente de piedra, una pequeñas gotas de agua le salpicaron la mano— Ésta fuente es... majestuosa.

Alexander inclinó la cabeza a un lado, y miró la fuente con ojos brillantes. Tenía una presencia tan imponente, pensó, que era fácil olvidar lo que representaba en realidad. Un ángel de alas desplegadas venciendo a un gigantesco lobo con su lanza. Un licántropo en realidad.

Ángela, aún con las manos sobre la fuente miró fijamente a Alex.

— ¿Sabes el origen de la fuente y de la frase en la placa? Después de todo vives aquí.

Tomado por sorpresa, el chico carraspeó.

— He... yo...este, si la sé pero...

— Pues creo que no sabes mucho de historia local— repuso ella. Su voz era fría y firme, como si aquello le molestara— Esta fuente la construyeron en el siglo XV, después de la batalla de Wolfeast, pero fue modificada siglos después— explicó—. Los fanáticos religiosos creían que un poder divino como el de los ángeles los protegería del mal, por eso la esfinge del ángel con la lanza fue agregada, aunque— dijo mirando la estatua del ángel de alas abiertas y después al mismo chico—, ese ángel también representa la orden secreta que fundó el hombre dueño de la frase en la placa.

— ¿A quién te refieres?

— A San Castor de Aquitania, claro— Dijo Ángela con los ojos entornados—, él fue quién dijo esa frase que está en la fuente, era su lema.

Alex abrió la boca, sorprendido, ¿Cómo él no sabía aquello, cuando creía conocer todo acerca de Moonsville, cómo?

— ¿San Castor? ¿El patrón del lugar? ¿Hablas en serio?

— Por supuesto— respondió ella incrédula de la falta de conocimiento del chico.

Al mirar a sus espaldas y observar la asombrosa construcción erigida, el chico tuvo una idea.

— Vayamos dentro— Pidió mirando a Ángela — para que me cuentes más.

De pronto, los ojos azul zafiro parecieron preocupados.

— ¿A Saint's Church? ¿Para qué?

Alex emitió un ruido de sorpresa.

— ¿Cómo que para qué? Allí está la pintura de San Castor, entremos a verla, ¿vale?

Ángela se limitó a menear la cabeza y devolvió su atención hacia la enorme iglesia. Parecía estar mirando a través de ella, como si viera algo más allá de las puertas de roble, incluso más allá de las torres de Saint's Church

Con un esfuerzo, Ángela se obligó a asentir.

— Está bien, vamos, pero antes...—dijo con la voz apagada y rebuscó dentro del bolso negro colgado a su hombro y extrajo el mismo frasco blanco de pastillas del día del memorial.

— Ángela es la segunda ocasión que te veo tomar eso.

Resopló Alex mientras la chica se echaba una minúscula capsula a la boca y escondía el frasco en el bolso con prisa.

— ¿Te sientes mal? Por qué si es así mejor...

La rubia meneó la cabeza negando.

— No, no, tranquilo. Es solo un tranquilizante ya te lo he dicho, todo está bien. Andando.

Alex no se molestó en contradecirla, era evidente que, fueran lo que fueran esos "tranquilizantes", Ángela no compartiría lo que eran en concreto. Aunque el chico no terminaba de entender por qué la iglesia ponía nerviosa a la muchacha.

Alexander no estaba seguro de creerle lo de los tranquilizantes, pero como era evidente que Ángela no tenía ninguna intención de hablar de ello, y no parecía valer la pena pelearse, se volteó con un suspiro de resignación y caminó tras la rubia.

— Está bien, vamos.

Se produjo un largo silencio.

Las puertas de la hermosa iglesia estaban cerradas cuando llegaron. Ángela parecía fascinada.

— Vaya, qué lástima. Ya han cerrado.

— Claro, rayos— dijo frustrado el chico golpeando la pared con el puño— olvidé que Saint's Church se cierra a las tres en punto.

— La hora santa— confirmó Ángela — según la Santa Sede cree que con ello preservarán el bien dentro de la iglesia para que la oscuridad que envolvía a este pueblo no se apodere de ella.

Alex rio fuertemente, inspiró hondo y soltó el aire lentamente.

— ¿Y funciona en verdad?

— No creo, pero después de todo la fe de los humanos es cautivante.

Alex volvió a reír pero entonces se detuvo repentinamente. Sus ojos parecían tener un brillo único.

— Hay otra entrada.

— ¡¿Qué?! — Durante un momento, Ángela pareció pensativa— ¿En dónde?

— Ven conmigo, te mostraré— Dijo el joven Branderburg ofreciéndole la mano, emocionado.

— ¿Está lejos de aquí?

— No. A menos de cinco minutos a pie— sonrió—. No podía evitar sonreír, y le pareció que era la primera sonrisa sincera desde hacía un siglo.

Ángela permitió que Alex la tomara de la mano, que era cálida y fuerte. Miró una vez hacia la iglesia, vaciló, y dejó que éste la guiara cruzando la acera hacia el lado norte de la ciudad.

Recordando el caos de esas calles durante el día del memorial, Alex se sintió aliviado de que esa tarde estuvieran mucho más tranquilas, y solo se cruzaban con alguna persona de vez en cuando, caminando por la acera con la cabeza gacha.

— ¿El cementerio? ¿Enserio? — Preguntó la chica de ojos azul zafiro cuando por fin hubieron llegado a Palmër Street.

— En efecto. Ven, sígueme— dijo él con entusiasmo cruzando la reja de hierro, hacia las sombras del cementerio.

>>Hay una pequeña puerta al fondo— explicaba mientras salían del estrecho sendero de cemento a la amplia zona verde de césped podado y lápidas de granito grisáceas—, en la parte vieja del cementerio, junto a la cripta de los Valmoont. He salido o entrado por ella un par de veces.

— ¿Los Valmoont? Espera, ¿estás hablando de la reina Splendora Valmoont, la fundadora de la universidad? ¿Quieres decir que ella...?— Preguntó Ángela tropezando de la emoción con una lápida, pero el chico la interrumpió.

— Sí, sí, están sepultados aquí. Fueron los primeros según sé.

— Fenomenal— susurró ella.

Alex miró con los ojos entrecerrados, el camino verde veteado de gris que se extendía ante ellos; se hallaban muy cerca del cruce a la zona vieja del cementerio.

No parecía haber nada notable en aquel sitio, excepto una fría lápida a la derecha, llena de flores y rosas secas y marchitas.

"Ximena Hargrove 1977-2012

Compañera y educadora amorosa"

Leyó en silencio el chico para no atraer la mirada de la chica nueva y siguió de largo apretando el paso.

Después de echar un último vistazo a la zona actual, llegaron a una pequeña rejilla oxidada enredada de hiedra y al pasarla estuvieron en la zona vieja del cementerio, llena de altas y deformes tumbas y criptas antiguas y arrumbadas.

— Aquí estamos— anunció Alex deteniéndose justo enfrente de una tenebrosa cripta de granito y mármol, cuya esfinge en lo alto en lugar de ser un ángel era un lobo, un gigantesco lobo en posición dominante aullando hacia el cielo, a la luna.

Ángela se apoyó en la pared vieja y empolvada y miró en derredor.

El viejo cementerio lucía siniestro, cubierto de maleza y ruinosas tumbas, parecía que nadie visitaba demasiado aquel sitio en especial.

El cementerio se ampliaba por ambas orillas, con la gran construcción de Saint's Church dominando el panorama justo delante de ellos, como un colosal fantasma oscuro que producía sombras tenebrosas en el panteón.

Ángela observó con detenimiento la cripta con el lobo mientras Alex se colaba detrás de la ruinosa tumba. La chica tamborileó los dedos, pensativa, sobre la verja mohosa que cerraba la antigua cripta, llena de telarañas, suciedad y podredumbre.

"Familia Valmoont, fundadores y líderes políticos de Moonsville" — leyó la chica interesada en una placa de piedra cubierta de una capa de polvo.

— Listo, ya la he abierto, vamos— La interrumpió de nuevo Alex, que apareció tras la cripta pegado al enorme muro de ladrillo que era la parte trasera de Saint's Church.

Ángela se irguió y retrocedió hasta chocar contra la tumba del costado y buscó a Alex con la mirada. El chico tomó las riendas e hizo ademán de jalar a la chica hacia él. Cuando Ángela lo siguió, Alex se sintió lleno de entusiasmo.

— Está horrible este lugar, ¿a dónde lleva? — Preguntó Ángela Miller cruzando la pequeña puertecilla oxidada y podrida por la humedad, cuyo candado y cadenas que la habían mantenido cerrada estaban forzadas.

— Es un pasadizo, más allá hay una escalera que sube directo al atrio de la iglesia, y allí hay otra puerta oculta justo detrás del altar— explicó Alex guiando a la joven e iluminando un poco el camino oscuro con la lamparita de su celular.

— Se ve que lo conoces bien— dijo la chica a sus espaldas. Parecía asustada ¿o aburrida?

— Tuve que encontrar una entrada alterna, para cuando me cerraban la iglesia y necesitaba entrar o salir. Como el día en que nos conocimos.

— ¿Esa vez entraste por aquí? — Preguntó incrédula la muchacha rubia.

— No. Esa vez entre por la puerta principal antes de que cerraran, pero como en ocasiones me he quedado dormido en Saint's Church tuve que buscar otra salida. Fue como encontré está— Replicó el joven llegando a una estrecha y sucia escalera de caracol que ascendía directo al atrio.

Después de subir y girar por cerca de veinticinco escalones, llegaron a la segunda puertecilla; ésta lucía menos vieja y maltratada que la anterior.

Ángela dio un paso atrás mientras el chico forzaba la puerta de metal, y por fin tras un par de intentos lo consiguió.

Los ojos color café claro del chico se iluminaron con una chispa de emoción ante su logro, y recorrieron el rostro de la chica cuya frente se fruncía. Los ojos azules respondieron al llamado y ella asintió, sin decir una palabra, como indicándole al chico que avanzaran.

Al atravesar la pequeña portilla, ambos chicos se hallaron justo detrás del altar donde la puertecilla estaba disimulada por la pintura similar a la de las paredes y un par de pilares llenos de flores tapándola.

Alex apartó con cuidado los pesados pilares de mármol para que pudieran pasar, y entraron al amplio atrio inundado de una singular luz naranja debido al sol del atardecer que se filtraba por los altos ventanales.

Ángela se aproximó sin ganas hasta el altar, temerosa de lo que podría pasar. Esperaba que Alexander abandonara la idea y se marcharan cuanto antes.

— Lo conseguimos— anunció entusiasmado el chico una vez que los dos estuvieron dentro. La chica de piel blanca como la nieve y cabellos rubios respondió con una sonrisa poco convincente.

Juntos, observaron hacia la alta pared por la que acababan de cruzar.

Allá en lo alto, del lado izquierdo del enorme y típico crucifijo estaba lo que buscaban. La hermosa pintura al óleo de San Castor de Aquitania, el patrono del lugar.

La imagen mostraba a un hombre de mediana edad vestido con una túnica clerical marrón oscuro, y una corona de olivo sobre la cabeza. Se hallaba en medio de una amplia y desolada llanura cuyo cielo era gris y nubloso, invadido por una parvada de ¿palomas? — Se preguntó el chico, o tal vez serían ángeles, era difícil decidirlo desde esa distancia.

El hombre de la pintura tenía un rostro moreno y severo bajo una mata de cabello color paja, mirando con poder hacia el cielo; sobre su mano derecha había una especie de castillo en miniatura –el emblema de su iglesia- y con la otra sostenía un alto bastón.

— San Castor— sentenció hablando por fin la chica, y Alex contempló que sus ojos azules estaban perdidos en la pintura. — ¿Qué sabes de él?

La chica nueva miro al joven, esperando una respuesta que parecía no llegar. Alex se quedó en silencio, dubitativo, y al final solo se encogió de hombros.

— No mucho.

— Nada, mejor dicho— dijo irónica y decepcionada ella, negando con la cabeza en actitud de desaprobación—. Me sorprende que siendo de por aquí desconozcas casi todo sobre su historia.

Ángela espero un reproche pero al ver que el aludido no hablaba, prosiguió.

— Castor de Aquitania fue un sacerdote eremita que vivió a mediados del siglo IV. En su ordenación se asentó en Kärden como ermitaño junto con varios compañeros, dedicándose a la vida contemplativa. Entonces establecieron una pequeña comunidad religiosa, lo que pocos saben es que en realidad se trataba de una organización secreta.

— ¿Organización secreta? ¿Es de lo que hablabas en la plaza?

— Así es— correspondió Ángela sin inmutarse—, según lo que se cuenta el mismo Castor aseguró a la Santa Sede que los ángeles en persona le habían encomendado una misión, ordenándole fundar la organización. Una orden que él llamó "Los ángeles de muerte".

Alex se quedó con la boca abierta y miró la pintura intentando descubrir el misterio tras los pincelazos. Entonces no eran palomas lo que vio, sino ángeles, ángeles que volaban sobre la cabeza de aquel hombre.

— ¿Y de que era? ¿La organización? — Apresuró ansioso.

La chica se permitió un suspiro antes de responder.

— Su trabajo era acabar con las fuerzas del mal en la tierra. Fue lo que supuestamente le ordenaron los ángeles. Acabar con toda criatura sobrenatural que amenazara la paz de la vida humana.

— ¿Criaturas sobrenaturales? Estás de broma, ¿verdad?

— No, no es broma. San Castor y su orden se dedicaron a cazar y exterminar a esos seres impuros. Vampiros, Hechiceras y...— Ángela hizo una pausa y miró a Alex con preocupación—... Hombres Lobo.

Alex soltó una sonora carcajada, fingiendo que aquello le parecía una total estupidez.

— Por Dios Ángela eso es... ridículo, creo que ves muchas películas de terror, esas cosas no existen.

— ¿No? — Dijo la chica viéndolo con sarcasmo—. Hay cientos de historias que hablan de ellos. Este pueblo incluso es un gran potencial de esas leyendas. ¿Por qué crees tú que es la frase de la fuente? Ese era el lema de "Los ángeles de muerte": Temed criaturas de la noche, que los ángeles alzan el vuelo— Recitó la joven penetrando con sus ojos el rostro de discrepancia de Alexander.

— ¿Entonces va enserio? ¿Crees en todos esos cuentos chinos que no rayan en la verdad? — el chico seguía cuestionando aquello. Quería convencerla de que era una gran farsa, aunque en el fondo temía que la chica descubriera la verdad. Su verdad.

— ¿Recuerdas que te dije que en Moonsville había algo que me interesaba mucho y no era la comida precisamente? — Interrogó Ángela con los ojos entornados, y Alex recordó su charla en la universidad, días atrás.

— Sí ¿por qué?

— ¿Y recuerdas también el texto que escribía el día que nos conocimos, aquí mismo precisamente?

Fue como ver un flashback. Alex se vio a sí mismo en aquél mismo sitio un mes antes, recogiendo una hoja escrita que había topado con su pie debido a un ventarrón, y a una Ángela molesta arrebatándola de sus manos.

— Sí, también lo recuerdo. Dijiste que era un proyecto personal, pero ¿y eso qué tiene que ver en esto?

— Es lo que hago. Estoy escribiendo un documental basado en las leyendas populares de Moonsville— explicó—. El pueblo entero está repleto de historias y esfinges de lobos, ¿eso te dice algo?

— Mmm... no lo sé tal vez a alguien le gustaban los lobos como mascotas—Dijo el chico irónico.

— Por qué aquí vivieron hombres lobo. Hay estatuas de lobos en la universidad, en el palacio de gobierno, en la zona de los callejones, y hasta en la fuente de allá afuera. Hay quienes incluso dicen que Splendora Valmoont fue una reina licántropa.

Alex resopló enfadado pero también estaba temblando ligeramente, de preocupación.

— Es simple arquitectura y mitología gótica, no le veo un significado concreto Ángela.

— Es por qué no lo quieres ver. Esa fuente de la plaza fue modificada después de la guerra de Treinta años, por qué toda Alemania comenzó a temer a los licántropos, por eso San Castor se convirtió en su patrón, porque representaba protección.

— ¿Y por eso colocaron al ángel cazando al lobo, y el lema de San Castor fue agregado?

— Exacto. Y vine a este pueblo con el propósito de terminar ese proyecto, pero veo que tú no puedes darme nada de información dado que no sabes ni un poco de la historia local— Juzgó Ángela frustrada y caminó encolerizada lejos del chico.

— ¿Quién dice que no sé nada? Sé algunas cosas sobre eso, pero las creo meras fantasías.

Apenas hablar, Alex se arrepintió de lo que había dicho, y más cuando vio que la chica rubia le sonreía.

— ¿Enserio? Entonces puedes ayudarme Alex, por favor. ¿Podrías contarme lo que sabes?

Alex se mordió el labio y comenzó a mover el pie nerviosamente. Su nerviosismo se notaba a leguas.

— Tal vez después. Creo que ahora deberíamos marcharnos. Se está haciendo de noche.

En ese preciso momento, como si hubiera invocado una salvación para zafarse de la incomodidad del momento, el teléfono del chico vibró intensamente en el bolsillo de sus jeans.

Al extraerlo pudo ver que era un mensaje de texto del odioso Rubén.

¿Qué demonios quiere? Pensó el joven molesto; mientras abría el mensaje, la chica nueva lo miraba de lejos llena de curiosidad.

"Ella solicita tu presencia de inmediato en la mansión, a no ser que quieras que vaya en tu busca. La cacería dará comienzo"

El chico releyó dos veces el texto y guardó el aparato sin responderlo.

— ¿Quién era? — Preguntó Ángela pasando de la curiosidad a la duda— ¿Qué sucede Alex?

— Nada importante. Pero ya tengo que irme.

— ¿Irte, a dónde? No entiendo nada Alex.

El joven no supo que decir. ¿Cómo le podía explicar aquello? Era imposible.

— Mira Ángela, hay ciertas cosas que no sabes, cosas que debería decirte pero, no puedo. Solo necesito que confíes en mí, por favor— Imploró el chico mirando fijamente al rostro pálido de su interlocutora.

Ángela se cruzó de brazos y frunció el ceño, disgustada.

— La confianza se gana Alex, no es como que surja como por arte de magia— Exhaló con la voz cargada de confusión.

— Entonces me la ganaré, ¿vale? Te contaré esas historias que te dije, pero después ¿estás de acuerdo?

Repentinamente el rostro amargo de la chica rubia fue suplido por una radiante sonrisa.

— De acuerdo— aceptó— puedes irte, pero me debes una explicación ¿ok?

— Ok— aceptó el chico devolviéndole una media sonrisa.

El chico acomodó nuevamente los pilares cerca de la pequeña puertecilla oculta, y cuando estaba a punto de marcharse escuchó que lo llamaban.

— Alex...

— ¿Sí?

— Cuídate, por favor— Pidió la hermosa chica y se acercó hasta él dándole un beso en la mejilla. El chico sintió que su corazón se aceleraba y se imaginó con las mejillas coloradas.

— Está bien, me cuidaré—dijo sonrojado— Nos vemos, Ángela.

Y diciendo eso, el joven Branderburg salió del atrio por la pequeña puerta directo al lúgubre cementerio de aquel siniestro pueblo, que en medio de todos sus muros y ruinas ocultaba terribles y oscuros secretos.

El viejo Edmund, como todos solían llamarle en el pequeño y siniestro pueblo de Moonsville, caminaba sin prisas, tiritando de frío, por una calle desolada y oscura de la ciudad.

Aquel hombre siempre había sido cauteloso; el vivir en las calles en medio de basura, miseria y muerte lo habían llevado a ser totalmente cuidadoso a la hora de enfrentarse a lo desconocido.

Lástima que en ocasiones, no tuviera suficiente cuidado.

Cada noche, como una vieja rutina, el anciano acudía al abarrotado Bar Club Imperial, en donde bebía un par de cervezas con el dinero que recibía de las limosnas de las personas consideradas.

— Un trago siempre lo arregla todo— Decía a menudo cuando acudía al lugar a beber.

Esa noche así pues no era distinta de las otras.

El viejo Ed, terminó su recorrido diario por los barrios de Moonsville, recolectando cachivaches de entre la basura, y cerca de las ocho y treinta de la tarde, cuando ya el sol se ocultaba en el horizonte dando paso a una hermosa noche de primavera, tomó camino a su lugar favorito.

El cielo lucía esplendorosamente estrellado en medio de la negrura y las calles eran iluminadas por la refulgente luz plateada de la luna llena.

Con paso decidido y sereno, el vejete arrastraba los pies por la vacía calle de West Baudeleire, flanqueada por altos muros y rejas del lado derecho, y por siniestros árboles a zu izquierda. Los faroles lejanos, que proyectaban una luz anaranjada, le servían de guía por aquella inhóspita y oscura avenida, hasta que dio un giro por Palmër Street y divisó su refugio.

El Bar Imperial, el excéntrico club nocturno del distrito y suministro de alcohol y fiesta de la población, lucía despampanante a distancia.

Las luces de neón de colores parpadeantes brillaban a través de los cristales oscurecidos del establecimiento.

— Hogar, dulce hogar— Susurró socarronamente el anciano y siguió andando por la vacía calle, cuesta abajo.

Nunca se imaginó que esa noche no alcanzaría a llegar.

— ¿Vas a algún lado, guapo? — Exclamó de pronto una voz seductora a sus espaldas, y al girarse pudo ver un sensual espectáculo.

Dos chicas, de una sensualidad exquisita, estaban paradas una junto a la otra a poco pasos del viejo Ed. Ambas vestían ropas ajustadas y entalladas, y un prominente escote que las volvía irresistibles de mirar.

En medio de la oscuridad, el viejo logró distinguir que ambas chicas eran físicamente idénticas, con un rostro terso y hermoso; excepto por el cabello: una lo llevaba de color castaño y la otra, castaño rubio.

Gute Nacht, verpassen, me temo que me han sacado un buen susto, no las escuché venir tras de mí.

Las dos muchachas soltaron una carcajada, pero fue la castaña rubia la que habló.

— Te hemos seguido desde hace un buen rato. Nos resultas vagamente conocido.

El viejo carraspeó de nuevo, como si intentara recordar a tan suculentas bellezas, pero no lo consiguió.

— Bueno, no recuerdo haber visto nunca antes belleza angelical como la de ustedes, pero, si no les resulta demasiado atrevimiento quisiera invitarlas a ir conmigo al bar de allá— Ofreció el vejete emocionado, señalando con un sucio dedo hacia el escaparate del Imperial—. Iba de paso por un buen trago.

Las chicas soltaron una risita, que aunque parecía dulce era totalmente maliciosa.

— Y qué te parece si mejor nosotras te invitamos a un lugar mejor— dijo la de cabello rubio acercándose al mugriento viejo, tocándole la mejilla seductoramente. Sin embargo apenas tocarlo retiró la mano con prisa, como si le provocara asco.

El vejete se erizo ante el roce de semejante escultura y agradeció que en la oscuridad no se notara lo sonrojado que se había puesto. En años, ninguna mujer se le había acercado a no ser para ofrecerle algunas monedas, por mera lastima.

— Bueno... yo... yo...— Tartamudeó el viejo Ed no sabiendo que responder.

— Vaya Jennifer, mira como lo has puesto de nervioso— arguyó en medio de una risa la otra muchacha, recargada tranquilamente contra la reja del siniestro y oscuro cementerio.

— ¿Vamos? ¿Qué dices? — Interrogó con ojos atrevidos aquella llamada Jennifer, la rubia— prometo que en ese lugar no solo habrá tragos sino también un exquisito banquete.

— ¿Banquete? Bueno pues...— pero el viejo Ed interrumpió su respuesta.

De entre las sombras profundas de los árboles que se ubicaban frente al cementerio, habían salido como espectros tres altas figuras; y mientras cruzaban la calle, el vejete pudo ver que se trataba de tres muchachos vestidos con ropa totalmente negra.

— Saben, creo que será otro día, en realidad yo...— Comenzó a decir en medio de temblores y nervios al ver como aquellos chicos se habían apostado a su alrededor.

"¿Qué demonios quieren?" Pensó lleno de miedo ante los desconocidos.

— Vamos Lauren, tardan demasiado. Ella estará muy ansiosa— dijo con voz aburrida el chico más próximo a la castaña. Su rostro pálido era pecoso y tenía el cabello intensamente rojizo.

— Es duro de persuadir, Samuel, no es como los otros ingenuos— Respondió enfadada la chica rubia, mirando con una sonrisita al viejo que tenía el rostro sudoroso y crispado de miedo.

— Bah. Estupideces— Soltó otra voz furiosa tras el viejo—. Provenía de un chico esmirriado y flacucho, de piel traslúcida y cabello corto castaño.

>>Conozco a este viejo pordiosero, no le veo lo difícil.

— Entonces deberías hacerlo tú Leopold, si desafías nuestra habilidad de rastreadoras— Explotó molesta Lauren.

— Basta todos. Ya es suficiente tiempo perrdido. La luna llena prronto estará en su cénit— Dijo molesto el tercer chico, de cabello negro casi al rape y barba y bigote aliñados. Su voz era tan profunda y cavernosa con un fuerte acento ruso, que el vello de los brazos del anciano se erizó de terror.

Con la poca movilidad que poseía, el viejo Edmund intentó escabullirse, colándose entre la rueda hecha por los recién llegados, pero ellos más veloces que un rayo, lo sujetaron de ambos brazos con una fuerza animal, inmovilizándolo en el acto.

Eran el chico pelirrojo y el castaño, uno de cada lado.

— Te conozco anciano porrdioserro. Has evadido a la justicia por mucho tiempo, perro en este pueblo, nosotrros somos la justicia y lo hemos sido durrante siglos— Amenazó con el mismo ronco acento aquel tipo alto y fornido de bigote y barba negros como sus ojos profundos.

— Por favor, por favor, no quiero pro...problemas, yo solo, solo iba por un trago, yo...

Imploró el anciano pero el hombretón lo calló colocándole un grueso dedo índice sobre los labios.

— Shhh, Shhh. Como ya le han dicho buen hombrre, no solo beberrá un buen trrago sino que ha sido invitado porr nuestrra líderr a un suculento banquete— El hombre de cabello al rape y voz cascada y siniestra, tomó del hombro al anciano apretándolo con fuerza, y el viejo casi sintió que se orinaba del pánico—. Solo que lamento inforrmarr que me temo que usted serrrá el platillo prrincipal.

Y diciendo aquello, el tipo golpeó al asustado anciano en el rostro con una fuerza tan salvaje, que lo dejo inconsciente e inmóvil, sin saber que nunca más volvería a beber un trago.

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