Junto a ti

By MyPerfectGuys

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Segunda temporada de 'Te Necesito' More

Sinopsis
01.
02.
03.
04.
05.
06.
07.
08.
09.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16. «1ª parte»
16. «2ª parte»
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
24.
25.
26.
27. «1ª parte»
27. «2ª parte»
28.
29.
30.
31.
32.
33.
34.
*Explicaciones*
35.
36. «1ª parte»
36. «2ª parte»
38. (último)
Epílogo
*Nota final*

37.

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By MyPerfectGuys

Era extraño como las situaciones y los ánimos de una persona podían cambiar con un solo chasquido, de la noche al día... nunca mejor dicho. Había disfrutado horas atrás de la visión de ella dormida en mi pecho, luciendo relajada y tranquila, feliz, con expresión de evidente dicha. Sin embargo ahora, con sólo inspirar el ambiente podía notar como todas esas emociones tan positivas se habían evaporado como el humo sin dejar rastro. No soportaba ese cambio tan brusco, pero lo comprendía. Sabía lo que ella estaba sintiendo y era consciente de que no era para nada fácil estar en su situación en ese momento.

—_____, puedo parar en cualquier establecimiento si necesitas...

Ella se limitó a sacudir la cabeza sin apartar la vista de su ventanilla antes de que terminara. A duras penas distinguí sus ojos acuosos a través de su reflejo en el cristal y quise volverle la cara y consolarla, pero tenía que darle su espacio.

Inspiré silenciosamente y me obligué a centrar toda mi atención en la carretera. Lo último que me apetecía era seguir conduciendo, pero no me quedaba otra. Ya íbamos tarde y todo el mundo esperaba por nosotros.

En el trayecto restante de hora y media, le aconsejé que se recostara y descansara un poco. Sorprendentemente me hizo caso. Pensé que continuaría rígida sin volver el rostro hacia mí para que no pudiera ver cuán afectada había quedado tras enterarse de lo de su padre, pero me equivoqué. Ella se recostó en el respaldo, hizo el asiento hacia atrás y cerró los ojos sin decir una palabra.

Mientras, yo pensé en lo primero que haría en cuanto llegáramos a la casa de los Kaufman. Me importaba muy poco que ese fuera el gran día de Miriam y Derek, la soga que tenía _____ atada al cuello cada vez se apretaba más y más, y no iba a dejar que se ahogara ella sola.

No obstante, todos mis planes se torcieron en cuanto aparqué en el camino de la entrada de la casa. Un par de coches desconocidos se encontraban ubicados frente a nosotros y supe que no eran alemanes al ver las matrículas. Eran españoles.

_____, quien por su constante nerviosismo supe que no había dormido absolutamente nada, saltó de su asiento y se apresuró a salir del coche. Tuve que correr para alcanzarla, aunque lo hice cuando ella ya entraba por la puerta principal, esquivando a la cantidad de desconocidos que esa mañana iban y venían por la planta baja cargados con el mobiliario de la ceremonia. Tanto revuelo me sorprendió, pues no esperaba que la boda fuera a celebrarse allí, pero no tuve tiempo de detenerme a preguntarle al primero que se me cruzara. La actitud de _____, corriendo a menos de dos metros por delante mía, me terminó de desconcertar por completo. No ayudaba en nada que no me hubiera dicho ni una sola palabra desde que dejamos el apartamento de Derek en Berlín capital.

—_____, ¿qué pasa?

Ella se detuvo en el segundo piso haciendo caso omiso de mí y rápidamente se ubicó tras la puerta del cuarto de su madre, prestando atención a las alteradas voces que se dejaban escuchar allí dentro. Estaban hablando en español, Miriam y otra chica más.

Los ojos de _____ me escudriñaron horrorizados mientras continuaba con el oído puesto. No tardé en percatarme de que se trataba de una discusión muy acalorada.

—Nunca van a cambiar —susurró _____ al poco rato, negando con la cabeza y separándose de la puerta.

—¿Quién es? —me atreví a preguntarle.

Ella frunció sus labios en busca de fuerzas para hablarme, y cuando más preparada parecía que estaba, la puerta se abrió y ambos nos giramos hacia ella.

Parpadeé incrédulo al ver a una chica con el rostro tan increíblemente parecido al de mi novia. Atando cabos y recordando algunos comentarios que me había hecho _____ sobre ella, no tardé en llegar a la conclusión de que era indudablemente su hermana.

Tras un largo rato en el que el ambiente se tornó excesivamente tenso mientras ellas se median con la mirada, Faina, creía recordar que se llamaba, desvió la vista hacia mí perpleja y me estudió con minucia. El nerviosismo con el que había abierto la puerta de sopetón la abandonó y pareció relajarse. Su respiración acelerada se calmó y sus mejillas prendidas poco a poco perdieron su color tan intenso.

—_____ —pronunció volviendo los ojos hacia su hermana, y la observó de arriba abajo como acababa de hacer conmigo—, estás más mayor...

—Es lo que tiene vernos después de tantos años —el tono tan hostil que empleó la que tenía a mi lado me horrorizó. Sin poder evitarlo la regañé con la mirada y ella se mordió los labios para no continuar con más reproches. Sabía que lo había pasado mal por su hermana, pero aún así esas primeras palabras después de tanto tiempo no eran las adecuadas a emplear con un miembro de la familia, especialmente cuando éste estaba hospitalizado y en tratamiento y necesitaba más que nunca apoyo familiar.

—Estás muy cambiada —volvió a decir Faina.

_____ suspiró y asintió.

—Supongo. Tú también.

Me pregunté en qué habría cambiado ella, aunque algo imaginé. _____ siempre había dicho que su hermana era facialmente idéntica a ella, y era cierto, ambas compartían los grandes ojos azules y el cabello castaño, y la forma ovalada de la cara. Sabiendo las consecuencias que tenía dejar el alcohol supuse que lo diferente en Faina sería su cuerpo. Si ya era delgada de por sí cuando _____ en su día me la describió, ahora podía asegurar que más de cincuenta y pocos kilos no pesaba. Se le marcaban los huesos por todos lados, los pómulos, las clavículas, las muñecas... En cierto modo me recordó a _____ cuando la volví a ver tras mi nefasta y "fugaz" estancia en Inglaterra.

—¿No me presentas?

—Eh, sí. Este es Liam, mi... novio —dijo _____ insegura, y se volvió hacia mí— Liam, Faina, mi hermana.

Cuando nos hubimos saludado, ella tomó distancia y me observó de nuevo más detenidamente.

—Vaya, pues para ser el primero, no has puesto el listón nada bajo.

—Faina... —le advirtió _____, luchando por morderse la lengua y no saltar.

—Lo siento —se disculpó borrando su sonrisa y poniéndose seria. Echó un leve vistazo sobre su hombro hacia la puerta abierta de la habitación de su madre y suspiró— Iré abajo a sacar mi vestido del coche. Vosotros deberíais de ir a arreglaos también, quedan poco más de dos horas para que empiece todo este tinglado y mamá ya está lo suficientemente nerviosa como para enterarse de que ni siquiera sus invitados están listos.

—¿A qué te refieres? ¿Hay algún problema de última hora?

—Uno no, varios —mamá apareció por las escaleras y se dirigió como una bala hacia la habitación de Miriam, cruzándose con Faina mientras ésta se marchaba, dejando que mi madre nos pusiera al tanto de la situación—. Los músicos que han de tocar en la ceremonia se encuentran en un atasco en el centro, del cual dudan salir en menos de una hora; las flores que han llegado para los centros de mesa no son los que tu madre encargó, Brit ha llamado a la empresa y resulta que ha habido una confusión; y por último los zapatos de novia han desaparecido.

_____ la miró perpleja.

—¿Es posible que haya tantos problemas antes de una boda?

—Posible es, normal no.

Mamá frunció los labios apesadumbrada e hizo el ademán de volverse, entonces la figura de Miriam apareció bajo el marco de la puerta. Ésta se retorcía los dedos delante de su vientre en señal de nerviosismo, como había hecho el día en que la habíamos vuelto a ver en el aeropuerto hacía menos de una semana. Pero no sólo eso, una ojeras muy marcadas a pesar del maquillaje que ya llevaba puesto le resaltaban de manera no muy agradable la cara. Parecía estar hecha polvo.

—Oh, ya habéis llegado —intentó sonreírnos, pero la tensión evidente en su rostro hizo que sus labios se curvaran en una mueca de lo más forzada— ¿Lo... lo pasasteis bien en el concierto?

—Sí mamá, aunque no creo que es eso sea lo más importante ahora.

Miriam agachó la cabeza y suspiró abatida. Se aferró a su bata de estar por casa, la cual desentonaba por completo con el recogido magistralmente ataviado en su coronilla, y se dio la vuelta, comenzando a pasear de un lado a otro por la habitación.

—Miriam, por favor tienes que tranquilizarte.

Vimos a Brit sentada sobre la cama con una mano apoyada en su barriga cuando pasamos al interior del cuarto. Ella no dejaba de observar a su madrastra, visiblemente preocupada por ella. El vestido de novia estaba extendido a su lado a la espera de que la madre de _____ se dignara a tranquilizarse para ponérselo y casarse al fin. Sin embargo veía a Miriam de todo menos segura en ese momento de lo que iba a hacer.

—Mamá —_____ la llamó, con un tono tan suave que hasta a mí me hizo volver la cabeza de la impresión. Ella caminó en su dirección y le tomó las manos— Toma aire, siéntate y tranquilízate, ¿si? Todo va a salir bien, todo —remarcó.

—Tu hermana me ha dicho que...

—Olvídate de cualquier cosa que no seas tú, tu boda y tu futuro marido en este momento, ¿de acuerdo? Ya hablaré yo con Faina.

Miriam tragó saliva casi audiblemente y acabó por seguir sus consejos.

Al cabo de diez minutos, el ambiente ya se había calmado y Miriam, ayudada por Brit y mi madre, nos contaron con más detalle los contratiempos que parecían salir de hasta debajo de las piedras esa mañana.

—Debéis de ir a vestíos —mamá insistió tras mirar su reloj— El tiempo se nos echa encima y no sería correcto que los invitados se retrasaran.

La tomé del brazo y la hice callar con un leve gesto de cabeza. Luego me volví hacia Miriam pensando en todas las cosas que quedaban por resolver a menos de dos horas del acontecimiento.

—Si hay algo que yo pueda hacer, Miriam, estaré encantado de ayudarte.

Ella, sorprendida a la vez que dudosa, apretó los labios.

—Necesitamos a alguien que saque a los músicos del centro y los traiga cuanto antes —habló Brit al darse cuenta de que nadie más lo haría—. Agust se está encargando de traer los centros de mesa correctos; Alex y Samantha están buscando los zapatos como locas por toda la casa; los chicos, Eddie y Bruce, junto con algunos de nuestros primos, están al otro lado del lago terminando de supervisar que tanto las carpas como el catering estén listos para el banquete. Sólo nos queda que alguien se haga cargo de los músicos.

—Pero Liam no conoce la ciudad —apuntó _____ contrariada por no poder nosotros ayudar también en algo.

Entonces recordé el GPS que Derek me había prestado, el cual seguía en su Bentley  aparcado en la entrada.

—No hay problema, yo iré.

Los ojos de Miriam brillaron antes de que se volviera emocionada hacia mí y me abrazara.

—Dios mío Liam... gracias, muchas gracias —me tomó de las mejillas y me besó la cara repetidas veces. Más tarde se me quedó mirando fijamente y pareciendo compungida, negó con la cabeza— No deberías hacerlo, no después de lo quisquillosa que he sido contigo desde que llegaste —echó un vistazo sobre mi hombro en dirección a _____, notablemente arrepentida— Lo siento... Lo siento por todo.

A pesar del curso de la conversación, supe que esa disculpa no era solo por lo vivido esa semana, sino también por todo el daño que inconscientemente le había causado a lo largo de su vida. Las lágrimas empezaron a resbalar por su rostro mientras seguía con la vista fija detrás mía, inmóvil y temblorosa.

—Mamá no, ahora no llores. No tienes que llorar, hoy no es un día para eso.

_____ me adelantó y cogió a su madre por los brazos, zarandeándola ligeramente.

—Pero es que lo he hecho todo tan mal contigo, y con tu hermana, y con tu padre... —se lamentó mientras se aferraba a su hija y las lágrimas no dejaban de brotar de sus ojos, estropeando su maquillaje.

El corazón se me estrujó en el pecho cuando vi la cara con la que _____ nos invitó a marcharnos de la habitación para poder hablar con Miriam a solas. Supe que no estaba del todo en sus cabales, que su padre y su repentino infarto no salían de su cabeza, que la llegada de su hermana la había dejado fuera de juego, pero aún así ella aceptó que su madre la necesitaba en estos momentos como nunca antes y decidió cargarse con más problemas a su espalda, aunque eso fuera lo último que le apetecía hacer.

Conteniendo la rabia, salí de la habitación y me senté en las escaleras que llevaban hasta el tercer piso. Necesitaba relajarme antes de hacer lo que le había prometido a Miriam.

—_____ es muy fuerte —mamá se sentó a mi lado y me abrazó como pudo, calmándome mientras me transmitía su sosiego. Unos minutos más tarde, cuando mi respiración se hubo hecho inaudible, volvió a hablar— Ella va a estar bien Liam. Todo se va a solucionar, no te preocupes.

Sacudí la cabeza no muy convencido y me levanté, recolocándome la ropa. Ésta estaba hecha un desastre, arrugada y algo sucia, pues llevaba con ella ya dos días. Necesitaba una ducha pero esa mañana parecía que el tiempo corría como el viento.

—Mamá, ocúpate de ella por favor. No la dejes sola, al menos hasta que yo vuelva. Sé que Miriam preferiría que estuvieras con ella pero _____ nos necesita.

Ella se puso a mi altura y asintió lentamente, comprendiéndome con sólo un gesto y una mirada.

—Ve tranquilo.

Narra _____.

Al salir de la habitación, Karen de inmediato se me acercó y me sostuvo la cara, inspeccionándome cuidadosamente, con los mismos ojos que solía poner su hijo cuando detectaba que algo en mí no estaba bien. Fue muy duro no derrumbarme de la inmensa tristeza que sentí por dentro.

—Cariño, ¿te encuentras bien? Estás pálida.

Hacía segundos había estado consolando a mi madre como si ninguna barrera se interpusiera entre nosotras, tratando de que mantuviera la calma y se diera cuenta de lo que realmente quería para el resto de su vida. Me olvidé de nuestra distante relación y bloqueé el resto de problemas relacionados con mi familia para poder darle lo mejor de mí. En ese momento deseé que se diera cuenta de lo mucho que necesitaba yo también un poco de su cariño, deseé que me mirara de la forma en que Karen lo estaba haciendo ahora. Pero no lo hizo debido a lo alterada que estaba con la situación. Lo comprendía de verdad, pero ciertamente llegué a tener una pizca de esperanza por que actuara como mi madre de una vez por todas y se diera cuenta de lo mal que lo estaba pasando.

Alcé la vista y pude ver a una segunda persona acompañándonos. Brit, quien desafortunadamente estaba presenciando aquel drama, me miraba entre curiosa y preocupada desde un lado del descansillo.

—Brit, ¿te importaría ayudar a mi madre a terminar de vestirse? Ya está preparada para continuar con todo.

—No, para nada, lo haré encantada —se acercó rápidamente y me frotó los brazos con suavidad— Quédate tranquila, ¿si? Y gracias.

Debí ser yo quien le agradeciera a ella, pero antes de que pudiera decir algo más, se coló en la habitación dejándonos solas. Me vi envuelta en los brazos de Karen antes incluso de esperármelo. Hasta entonces no fui realmente consciente de cuánto necesitaba ese simple gesto por parte de alguien, quien fuese.

—No creo que pueda aguantar más Karen. Siento que no puedo respirar, que todo a mi alrededor me oprime —estallé mi burbuja de contención con un sollozo en su hombro.

Apreté mis brazos a su alrededor y cerré los ojos, como si de alguna manera fuera a ser posible que todo a mi alrededor desapareciera para siempre. Tenía una ganas inmensas de llorar para sacar toda la angustia fuera de mí, y sin embargo no era capaz ni de echar una sola lágrima. Eso era lo más frustrante de todo.

—Ya está cariño, ya está. ¿Quieres compartir algo conmigo? Quizá pueda ayudarte.

—No Karen, ahora lo único que quiero es olvidarme de todo —suspiré separándome de ella, sabiendo que eso sería ligeramente imposible—, aunque sólo sea por unas horas.

Me había asegurado de que a mi madre no le volviera a entrar ninguna duda acerca de su compromiso, ni de que recordara los tremendos reproches que había escuchado por parte de mi hermana hacía meros instantes, así que aprovecharía para encerrarme en mi habitación hasta que fuera la hora de enfrentarse a todo de nuevo.

—Bueno, en ese caso te ayudaré a vestirte. Si tú quieres, claro.

La miré extrañada de que se dirigiera a mí tan titubeante. Debía de tener una expresión realmente terrorífica si había provocado esa reacción completamente inusual en ella.

—Claro que sí Karen, ¿cómo no voy a querer?

Y de inmediato la abracé para que le quedara claro que mi frustración no la iba a volcar de ningún modo contra ella. De hecho, iba a ser todo lo contrario.

Ella me acompañó a la habitación y me aconsejó que me diera una ducha con tranquilidad. El agua caliente me ayudó a destensar mis agarrotados músculos y a soltar algo del aire retenido en toda la mañana, aún así continué teniendo la misma sensación de insuficiencia. Quise creer que bajo el agua podría reorganizar mis ideas y ver las cosas con un poco más de lucidez, pero no había forma. Estaba muy bloqueada, y muy cansada de todo. Con un fuerte suspiro, desistí y salí de la ducha.

Envuelta en un albornoz, caminé hasta la habitación. Allí Karen extendía con mucho esmero el vestido de dama de honor sobre la cama pretendiendo que no se arrugara. Mamá ya me había avisado de que había llegado la tarde pasada. Lo observé con detenimiento y comprobé que era igual de sencillo a como lo recordaba, incluso más bonito y elegante. Aún me sorprendía que las primas de Alex hubieran accedido a vestir mi descubrimiento de última hora, pues no era para nada el estilo pomposo y recargado al que acostumbraban, pero al parecer les gustó tanto como a mí, sobretodo por su color entre morado y violeta opacado. Era precioso.

—Me han dicho que lo elegiste tú.

Karen me guiñó el ojo mientras me hacía un gesto para que me acercara hacia el escritorio que en ese momento hacía la función de tocador, con una gran variedad de cosméticos y maquillaje extendidos sobre él. A pesar del rechazo que sentí, no quise hacerle el feo de negarme a obtener sus cuidados. Sabía que disfrutaba como una niña cuando podía realizar aquel tipo de trabajos conmigo.

—Sí, por increíble que parezca, fui yo.

Ella soltó una risita inquieta.

Tomé asiento en la silla del escritorio y me recosté en ella. Karen puso un espejo pequeño y redondo frente a mí y se colocó a mi espalda. Alcé la mirada hacia su reflejo cuando comenzó a desenredar mi pelo, fascinada por su emoción. Me recordó a los días en los que representaba el musical de Grease, pues siempre era ella la que me acompañaba, me peinaba y me maquillaba. Nunca más le di la oportunidad de repetirlo pero hoy sería diferente. Hoy era un día especial y la ocasión lo merecía.

—¿Qué me vas a hacer? —quise saber curiosa al verla mesar mi mata voluminosa ya casi seca.

—Lo que tú quieras. Puedo alisártelo, o ondulártelo. O hacerte un recogido —caviló en voz alta—. ¿Qué opinas?

—Que odio esto —la mirada que me echó, entre retadora e inquietante fue de lo más divertida— Me da igual. Aunque sé que a Liam le gusta que lo lleve suelto, y ondulado... No sé, sorpréndeme.

Me hundí en el asiento y suspiré. La forma de peinar mi pelo era lo último en lo que quería pensar, a pesar de que me viniera bien para despejarme de los demás temas relevantes. Karen comenzó a trastear con mis mechones y sin problema alguno la dejé que continuara.

Tres golpecitos en la puerta me sacaron de mi estupor un largo rato después. Karen se apresuró a abrir y descubrió a Samantha en la puerta. Una ligera sensación de decepción me recorrió, pues albergué la esperanza de que Liam ya hubiera regresado de la ciudad. Lo echaba de menos, y necesitaba sentir su presencia acompañándome como esta misma mañana. No le había hablado mucho entonces, y aunque sabía que había sido un poco egoísta y de mala educación por mi parte, con su compañía me bastó. Sólo esperaba que él no se hubiera molestado mucho por ese pequeño detalle.

—Samantha, ¿ocurre algo? —le preguntó Karen alarmada.

—Oh, no. Yo solo venía para hablar con ______.

Ella estiró disimuladamente el cuello para comprobar que estuviera en la habitación y se volvió de nuevo hacia Karen. Ésta me miró comprobando que no tenía ningún problema con ello antes de dejarla pasar.

—Pasa. Estoy acabando de arreglarle el pelo. ¿Al final habéis encontrado los zapatos de Miriam? —preguntó al percatarse de que Samantha traía en sus manos un par de tacones plateados bastante elegantes.

—Sí —dijo pesadamente—. Resulta que los habían cogido los niños para jugar. Mis primos pequeños, que son así de creativos e innovadores —alzó los hombros y se dirigió a mí— Hola.

—Hola —la miré, tratando de poner mi mejor cara frente a ella.

—¡No! ¡No muevas la cabeza! —Karen volvió a posicionarse a mi espalda retomando su tarea y obligándome a mantener el cuello erguido— Cariño, ¿te molesta que esté yo aquí mientras habláis? Vamos un poco mal de tiempo y todavía tengo que maquillarla...

Samantha se quedó pasmada unos segundos.

—Bueno, supongo que no importará —dijo no muy convencida, frotándose la frente. Por el rabillo del ojo vi como se acercaba a pasos lentos hasta quedar a mi lado. Las manos en las que llevaba los zapatos le temblaban terriblemente.

—Samantha, ¿te encuentras bien?

—Sí, sí. Yo... venía a traerte esto —levantó el calzado para que lo viera mejor— En lo que buscaba los zapatos de tu madre, he encontrado entre unos trastos viejos una caja con zapatos que ya no me sirven. Tu madre me comentó que probablemente no tuvieras qué ponerte con el vestido de dama de honor, así que pensé que quizá estos te pudieran servir. Están nuevos y no tienen ningún defecto.

Me sorprendió gratamente aquel ofrecimiento, sobretodo porque no habíamos intercambiado más de tres palabras y unas pocas miradas en la última semana. Tuve que esforzarme por contenerme y no fruncir el ceño, ya que era un gesto probablemente de lo más descortés.

—Uh, la verdad es que no había pensado en eso hasta ahora. Muchas gracias —le agradecí sinceramente, aceptándolos y examinándolos más de cerca— Son muy bonitos... y mi número —reí sorprendida.

Ella asintió conforme con la cabeza y se alejó un paso, con la vista en el suelo, manteniendo las distancias. Se comportaba de forma extraña, no necesitaba conocerla de toda la vida para afirmarlo. No podía ni mirarme a la cara.

—¿Ese es el vestido que llevarás en la boda? —pregunté pretendiendo retenerla al ver que comenzaba a avanzar hacia la puerta.

Se giró titubeante y asintió. Luego se miró a sí misma con atención, alisando el raso azul oscuro de sus faldas.

—Estás muy guapa.

—Gracias. Lo eligió Eddie en realidad —algo parecido a una sonrisa apareció en sus labios— A mí este vestuario no me va mucho, pero a él le gustó.

Asentí comprensiva al percatarme de que me observaba tímidamente bajo sus pestañas. Volvió a dar un paso en dirección a la puerta, pero entonces se detuvo, respiró hondo y cambió la dirección de su camino. Comenzó a avanzar hacia mí inquieta y con los ojos cargados de lágrimas, y como si de pronto me hubieran echado un jarro de agua fría, me vino a la cabeza el porqué de su comportamiento extraño.

—_____, yo... Había algo más que quería decirte —respiró hondo—. Supongo que Liam ya te contó acerca de lo ocurrido hace un par de días, y quería que supieras que...

La interrumpí de inmediato tocando con suavidad una de sus manos. En esa repentina pausa, sentí como tanto Karen a mi espalda como ella se me quedaban mirando sorprendidas.

—Samantha, fue un error. Sólo olvídalo, como hicimos Liam y yo, ¿si?

Después de haberlo procesado, empezó a asentir frenéticamente, con los ojos abiertos como platos.

—Gracias, _____. Gracias —habló más eufórica que nunca, demostrándome cuánto le estaba angustiando el tema— No se volverá a repetir, nunca, te lo prometo.

Moví ligeramente la cabeza, aceptando sus disculpas, y dejé esta vez sí que se marchara de la habitación. Quería haberle asegurado que no había ningún problema y que no se preocupara por nada, pero entonces le hubiera mentido. Claro que me había molestado, ¡Liam era mi novio! Imaginármelo con otra me hacía rabiar por dentro, aunque fuera Samantha y supiera que sus intenciones no eran las de cualquier otra chica.

—¿De qué hablaba?

Karen dejó de peinarme. Se puso delante de mi vista y arrastró una silla hasta mi lado para sentarse, atenta a mi respuesta. Enfoqué mi reflejo en el espejo y me di cuenta que ya había acabado con mi pelo.

—¿_____? —insistió con curiosidad.

—Es que Samantha tuvo un pequeño acercamiento hacia Liam el otro día, pero todo fue una confusión. Ya está todo hablado y arreglado.

Ella me miró con el ceño fruncido.

—Tu hijo no tuvo ninguna culpa —le aclaré al ver su mirada escéptica— Sólo fue amable con ella, y las cosas se salieron un poco de contexto.

—Bueno en ese caso me quedo tranquila. Madre mía, ¡qué tarde es! —exclamó al mirar su reloj. Se inclinó sobre el escritorio, organizó un par de cosas y rápidamente empezó a aplicar productos de extraña procedencia en mi cara.

—No me pongas muchos potingues por favor.

—Tranquilízate anda —se echó a reír escandalosamente—, sólo te voy a pintar un poco los ojos y los labios. Fíjate —se echó hacia atrás poniendo atención en mi rostro—, no necesitas ni base. Tienes una piel preciosa, y además...

De repente se quedó callada analizándome el cuello con demasiado ahínco, tanto que hasta se acercó más a mí achinando los ojos y alzó su dedo para pasearlo por mi piel.

—¿Qué pasa? ¿Qué tengo?

Karen parpadeó un par de veces más antes de ofrecerme el espejo para que lo comprobara por mí misma.

Me quedé de piedra en cuanto mis ojos descubrieron aquel moretón azulado en medio de la blancura del resto de mi piel. Ahí, debajo de la mandíbula, en el lateral del cuello, Liam me había dejado un importante recuerdo de nuestra "verdadera" primera noche como pareja. Cerré los ojos avergonzada y los volví a abrir, queriendo cerciorarme de aquel chupetón no era sólo producto de mi imaginación.

Mi primera reacción después de procesar la situación fue tapármelo con la mano como si de esa forma fuera a desaparecer. Mientras tanto, Karen a mi lado se desplomó en la silla y me miró de lo más divertida.

—Dios mío, yo no sabía...

Las palabras se me acumularon en la boca de la garganta, pero de ahí no pasaron. Me costaba hablar. Sabía que no era para tanto, para otras chicas no, pero yo jamás imaginé que viviría un momento tan intenso con alguien que me llevaría de cabeza a conseguir una marca tan reveladora como esa. Las imágenes de la noche anterior comenzaron a bombardearme la mente de pronto y me quise morir. No, allí delante de su madre no por favor, recé en vano.

—Bueno parece que va a hacer falta un poco más de esto para taparte esa marquita.

Karen se recompuso, con dificultad a decir verdad, ya que no dejaba de sonreír cada vez que miraba mi cara, y volvió a ponerse manos a la obra con el maquillaje.

—Supongo que preguntar por cómo lo pasásteis anoche sería una tontería, ¿verdad?

Maldita la hora en que fue ella quien descubrió el chupetón.

—¿Y porqué sería una tontería si puedo saber?

El corazón me dio un vuelco en el pecho al escucharlo. Liam cerró la puerta del dormitorio y en menos de dos segundos lo tuvimos frente a nosotras. Él me observó primero a mí, transformando su rostro impasible en la mueca más afectuosa que jamás alguien me hubiera dedicado, y luego miró a su madre, dándole profundidad a su ceño.

—Liam.

Él me cogió la mano que le tendí y se arrodilló a mis pies. No dejó en ningún momento de examinar mi rostro.

—¿Estás bien? ¿Te ocurre algo? —preguntó completamente preocupado.

En esos momentos sentí ganas de reír, y supe que Karen tuvo el mismo deseo que yo, ya que se volvió hacia otro lado tapando su boca para no estallar en carcajadas. Alcé mi cuello ligeramente y dejé que Liam descubriera por sí mismo el sello que había forjado en mi piel.

—¿E-eso es... lo que creo que es? —apreté los labios y asentí, recreándome con su expresión descolocada— ¿Y te lo he hecho yo? Dios, no me lo puedo creer —sacudió la cabeza, y esbozó una sonrisa— Lo siento cariño, te prometo que no me di cuenta. Aunque de este modo ya estamos los dos en igualdad de condiciones.

Detuve sus caricias en el lugar del chupetón y lo miré inquisitiva.

—¿A qué te refieres?

Él levantó la vista hacia su madre antes de dirigirla a mí, con un aire socarrón que me quitó el aliento.

—A que tú también me marcaste a mí —sonrió enigmáticamente.

Fui a preguntarle dónde, o cómo, pero Karen intervino antes de que las cosas se salieran de control.

—Creo que esta conversación ya la tenéis que tener en privado. Más tarde —tiró del brazo de su hijo para levantarlo del suelo—. Vamos, dúchate y ponte guapo, y déjame a tu novia tranquila, que todavía tengo que taparle esa barbaridad del cuello antes de que alguien más lo note.

Karen lo empujó hacia el baño mientras él se resistía haciendo un pequeño teatrillo, pataleando y protestando porque quería quedarse conmigo un ratito más. Su risa ronca quedó flotando en el aire antes de que Karen le cerrara la puerta en las narices, haciéndome sonreír y sentirme verdaderamente agusto por primera vez en el día.

Era verlo y escucharlo, y ya la tormenta en mi interior empezaba a amainar a una velocidad vertiginosa.

                                   * * *

Ya la ceremonia había pasado. Hacía exactamente media hora que Derek y mamá firmaron los papeles que los convertían en matrimonio por el resto de sus días, ahí, en frente de donde yo me encontraba en ese momento sentada. Todo el mundo se levantó de sus sitios en cuanto la boda acabó. Los recién casados se marcharon a hacerse el reportaje fotográfico típico, mientras que el resto de invitados pululaban de un lado a otro por el inmenso jardín trasero de la casa viendo a ver cómo podían organizarse para llegar en los coches al otro lado del lago, donde el banquete tendría lugar. Yo sin embargo había decidido pasar un poco de todo el barullo. No me apetecía seguir conociendo a los familiares y amigos que se convertirían en el nuevo mundo de mi madre, si es que eso no había ocurrido ya. Me quedé sentada en una de las tantas sillas dispuestas para la boda, atusándome la capa de tul del vestido mientras miraba como el sol cada vez descendía más y más en el cielo, a pocos minutos de esconderse tras el horizonte. Sabía que en nada alguien aparecería privándome de la soledad que tanto necesitaba, así que traté de disfrutar y aprovechar hasta el último segundo.

—Emotivo, ¿verdad?

La voz de Faina me llegó a muy pocos metros de distancia. Abrí los ojos y la miré justo cuando se sentaba en la silla de mi derecha. No la había vuelto a ver desde que la saludé con rapidez en la mañana. Recordé lo que le había dicho a nuestra madre justo antes de la boda en su habitación, cuando la descubrí tan tensa, y de pronto me entró una molestia horrible. Pero me obligué a calmarme, justo como Liam me hubiera alentado a hacer.

—Sí.

—¿Crees que lo hará bien esta vez?

Me sorprendió no escuchar cierto tono de burla en su pregunta, pues era a lo que acostumbraba cuando vivía con ella. Sin embargo ésta vez no se había sentado a mi lado para manifestar su desacuerdo con lo que nuestra madre había hecho, sólo me estaba pidiendo una simple opinión.

—Con nosotras sí. Con Derek y el resto de sus hijos no lo sé.

Ella me miró por primera vez a los ojos y frunció el ceño.

—¿Con nosotras sí? ¿Eso te ha dicho? ¿Crees que ahora que vive aquí en Alemania va a estar más pendiente de nosotras que cuando vivíamos en su propia casa? —bufó, sacudiendo la cabeza.

—Aún no es tarde Faina. Seguimos siendo sus hijas, y está muy arrepentida por todo.

Ella me atravesó con la mirada, probablemente sorprendida de mi actitud. Nunca había manifestado lo que sentía respecto al trato recibido por nuestros padres en el pasado, aún así ella sabía que no estaba conforme debido a mi contínuo silencio. Mientras ella manifestaba todo lo que le parecía injusto en nuestra casa, discutiendo día sí y día también con nuestros padres, yo permanecía callada, aceptando resignada lo que tuviera que ser. Siempre había pensado como ella, incluso cuando cometió una cantidad exagerada de barbaridades y se fue de casa. Incluso en este mismo momento seguía siendo así.

No obstante había una parte de mí que por la mañana había descubierto lo verdaderamente arrepentida y angustiada que estaba mi madre. Supe que la culpa la arrollaba por dentro cuando nos quedamos a solas en su habitación y se deshizo en lágrimas en el suelo al instante. Que mi hermana le hubiera dicho que su adicción al alcohol y que todos los problemas que había sufrido en la vida habían sido todos por su desinterés y sus malos cuidados, la había destrozado por completo. En ese momento me di cuenta de que Liam siempre había tenido razón cuando me repetía una y otra vez que las cosas se podían arreglar, o al menos tratar de ello. Sentí que no merecía la pena vivir así, vivir angustiados por algo a lo que podíamos intentar poner remedio.

—Pensé que tú eras la rencorosa, la que no perdonaba nada —ironizó.

Uno de los motivos por los que no mantuvimos el contacto fue ese, porque me costaba seguir dirigiéndome a ella después de todo lo que le había visto hacer, después de verla degradarse y verla tirada en cualquier esquina de la ciudad, consumiendo alcohol y otras sustancias desconocidas para mí.

—Eso es algo que trato de corregir. De hecho ahora mismo lo estoy haciendo —le aseguré mirándola fijamente. Estaba esforzándome como nunca antes por no salir corriendo de allí e intentar tener una conversación tranquila con ella—. Sin embargo no soy la única que ha heredado ese lamentable rasgo. Me parece que tú lo eres más que yo y nunca te has dado cuenta.

Ella rodó los ojos y miró al frente, cruzando los brazos en su pecho, creándose su propio escudo para que nada le traspasara y le hiciera pensar en el arrepentimiento de nuestra madre. Aún así me quedé tranquila. Yo había tenido la misma reacción cuando por primera vez Liam me propuso comenzar de cero con mis padres. Desde entonces siempre tuve algo dentro de mí que se removía al verlos, y hoy por fin había comprendido la complejidad de la situación. Era cuestión de tiempo que a ella le pasara lo mismo.

—¿Cómo está papá? —preguntó de pronto.

Contuve la respiración y me tensé al sentir la opresión en mi pecho.

—Mal.

—¿Mal? ¿Qué le pasa?

—El corazón, le está fallando.

Ella se incorporó en la silla lentamente. Por el rabillo del ojo la vi asustada, o al menos sorprendida en mala manera.

—¿Ha tenido ataques? ¿Cómo el abuelo?

—Sí.

Volvió la mirada al frente al darse cuenta de que no pensaba darle más detalles de aquello. Si quería saber más, que se tragara su orgullo, cogiera el teléfono y lo llamara. Ya iba siendo hora de que dejaran de portarse como chiquillos los dos.

—¿Y lo vas a dejar solo?

—¿Qué? —la miré.

—He oído por ahí que te vas a ir a vivir con tu novio a Inglaterra. ¿Lo vas a dejar estando como está?

—Faina por favor, cállate. No voy a hablar de esto ahora.

Me había enfadado. Ella no lo sabía pero justo ese tema era el que más había estado rondando por la cabeza desde que esa mañana, al despertar felizmente en brazos de Liam, él me había dado la terrible noticia del segundo infarto ocurrido en mitad de la madrugada. No quería pensar en ello, sólo hacerlo me hacía querer ponerme a golpear cosas, a gritarle a todo el mundo. No quería renunciar al mejor futuro que le pudieran ofrecer a una chica de diecisete años como yo, no quería renunciar a comenzar una nueva vida con un chico maravilloso que sabía que pondría el mundo en mis manos si se lo pidiera. Era muy injusto.

—Al menos dime si es verdad eso de que te vas con ese chico a vivir.

—Sí, eso era lo que pensaba hacer. Y se llama Liam por si no te acuerdas.

—De acuerdo, de acuerdo —alzó las manos rendida— Pero ten cuidado. Los hombres no son tan perfectos como los pintan en los libros y en las películas. Eres demasiado inexperta en este tema y supongo que alguien tiene que ir preparándote el terreno.

Me entraron ganas de responderle mordazmente algo que la dejara callada, pero me contuve. Sabía que el motivo por el cual ella estaba en el centro de rehabilitación interna era porque su ex novio la había dejado después de un par de años compartiendo una vida con él. Le había prometido todo a mi hermana, pero cuando se cansó y se agobió, cogió sus cosas y la abandonó, llevándose consigo todas las ilusiones de ella. Esa había sido la historia que me había contado mamá hacía unos días, y supe que no había mentido al ver como ella a mi lado volvía la cara hacia un lado tratando de que no la viera y se limpiaba con disimulo la mejilla.

—Lo sé Faina. Hace mucho tiempo ya que me di cuenta de eso, aunque no te lo creas. De todas formas, creo que si conocieras a Liam cambiarías de opinión.

Su mirada, un tanto escéptica, lejos de alterarme me hizo querer reír.

—Bueno... por lo menos sé que es bastante guapo —se encogió de hombros.

Y tanto que lo era.

Ambas volvimos la cabeza al escuchar pasos que venían en nuestra dirección. Un chico de treinta y tantos años, el cual no había visto nunca, se acercaba hacia nosotras con la vista puesta en Faina. Al llegar frente a nosotras me dirigió una fría mirada y un pequeño asentimiento de cabeza, luego volvió a mirarla a ella.

—Faina, ¿nos quedaremos al banquete o prefieres que te lleve de vuelta al centro? —le preguntó.

—Me voy a quedar —respondió tras dudarlo unos pocos segundos— Ve y arranca el coche, yo ahora voy.

—De acuerdo.

El chico volvió a hacer un gesto con la cabeza y se marchó por donde había venido.

—¿Y ese es...?

Ella sonrió al ver mi cara intrigada, luego sacudió la mano quitándole importancia. Lo más lógico es que pensara que fuera algún chico que estaba conociendo o algo por el estilo, ya que le había acompañado a algo tan serio y comprometido como una boda. Lo raro era que ni me lo había presentado.

—Es sólo mi "cuidador" —admitió reticente—. A pesar de estar en una fase avanzada de mi rehabilitación, mis doctores aún no me dejan salir sin supervisión. Temen porque se me vaya la mano en cuanto vea una gota de alcohol.

—Oh, comprendo. ¿De verdad que ya estás mejor?

—Sí, con ayuda de profesionales todo se supera. Pero no me apetece hablar de eso ahora, no aquí —miró a nuestro alrededor antes de continuar—. Sé que tu no sabes mucho de lo que ocurrió, pero preferiría aclararte lo que desees saber en otro momento.

—Sí claro.

—Bueno, pues me voy que me esperan —se levantó, recolocándose el vestido más discreto que le había visto en toda mi vida. Acostumbrada a sus mini vestidos tan atrevidos y súper coloridos de siempre, verla con un vestido largo, negro y con un recatadísimo escote, se me hacía excesivamente raro a los ojos— ¿Quieres venir con nosotros en el coche?

—No, no, esperaré a Liam. Pero gracias.

—De acuerdo. Allí nos vemos.

Al verla marcharse y tras analizar nuestra conversación me di cuenta de cuánto había cambiado. No sólo su físico, sino su actitud también. Ya no era tan soberbia, ni tan prepotente. No aceptaba críticas, pero al menos no las rebatía, simplemente se las guardaba para reflexionar más tarde sobre ellas. Tampoco habíamos discutido, sorprendentemente, y eso que habíamos estado más de media hora charlando. No me quedaba duda de que la vida le había enseñado una buena lección de la cual había aprendido todos estos años pasados, eso sí, a base de durísimos palos.

—¿Qué hace una chica tan guapa como tú, en un sitio tan alejado y solo como éste?

Liam apareció frente a mí, magnífico, guapísimo, con su traje gris claro entallado justo en los sitios apropiados, con su pulcrísima y reluciente camisa blanca y su pañuelo morado a juego con mi vestido bien colocado en el bolsillo superior de su chaqueta. Llevaba toda la tarde tratando de no mirarlo, pues cada vez que lo hacía la boca se me volvía agua y no podía contener casi las ganas de salir corriendo y comérmelo a besos. Pero ya no me podía aguantar más.

—¡Liam!

Pegué un salto y me tiré a sus brazos, literalmente. Me apreté con fuerza contra él y aspiré el agradable y refrescante olor de su colonia. Escuchar su risa me hizo sonreír. Sin apartarme de él empezó a acariciarme el pelo y a besarme la sien.

—Vaya, qué recibimiento. Después de tu distanciamiento de todo el día pensé que ya no me querrías nada de nada. Ni un poquito así —me alejé y lo vi juntando su dedo pulgar con su índice, con expresión de pena cual niño chico a quien le habían dejado sin juguetes.

—Lo siento mucho. Yo... sólo necesitaba pensar y... —suspiré, agotada, escondiendo la cara en su cuello de nuevo.

—Tranquila, lo entiendo. Era sólo una broma —su tono de voz cambió drásticamente a uno mucho más serio— De todas formas creo que pensar tanto no te hace bien. Tienes que relajarte ahora. Vamos a disfrutar de la comida y de la fiesta de ésta noche. ¿Qué te parece?

Hice un puchero y me encogí de hombros.

—No quiero. Sólo quiero estar contigo —le eché los brazos al cuello y aproximé mis labios a los suyos— Tú y yo solos de nuevo, ¿qué me dices? Lo necesito Liam.

Él arqueó las cejas claramente sorprendido. No se esperaba que le fuera a hacer esa propuesta tan indecente y a su vez tan tentadora. Pero más que repetir lo de anoche, que ganas no me faltaban por mucho que me diera vergüenza admitirlo, lo que quería era acurrucarme junto a él y dejar que el tiempo pasara sin más.

—Tenemos un compromiso _____ —me recordó, trayéndome al dichoso mundo real. Sostuvo mi cara entre sus manos y besó mi frente con suavidad— Te prometo que en cuanto la boda acabe, haremos todo lo que tú me pidas, ¿si?

—Vale —acepté, sin poder evitar pensar en algunas de las peticiones que ya tenía en mente para más adelante.

—¿Te apetece caminar un rato? Podemos bordear el lago dando un paseo hasta llegar a las carpas. Por aquí he hecho mis carreras matutinas algunos de estos días y no está tan lejos el sitio.

Me agarré a su brazo ilusionada y asentí, dándole mi aprobación. Un poco de aire fresco me vendría genial.

Caminamos hasta salir del césped, dejando atrás todo el bullicio de invitados que iban de un lado a otro saludándose. Otros ya comenzaban a subirse a los coches para llegar con antelación a lugar del banquete, como Karen y Geoff, a quienes vimos de lejos observándonos a punto de desaparecer en el coche de Eddie. Liam les hizo un gesto con la cabeza y en seguida comprendieron cuál era nuestra intención.

El camino que se abría a nuestros pies estaba entre flores y hierbajos muy bien cuidados, haciendo que las losas de piedra y el pequeño muro a nuestra izquierda que nos mantenía a distancia del lago lucieran aún más acorde con el entorno. Aquel paseo era una maravilla.

Durante un buen rato avanzamos en silencio, escuchando nada más que la brisa correr entre las hojas de los árboles por encima de nuestras cabezas y el sonido de mis tacones repiquetear contra las piedras del camino. Giré la cabeza y admiré la vista en el horizonte. El sol estaba a punto de comenzar a ponerse y estaba segura de que nunca había visto un atardecer tan bonito como aquel. Aferré con mis manos el brazo de Liam y suspiré, deseando que ese momento de tranquilidad fuera eterno.

Las horas siguientes se me pasaron volando.

Desde que llegamos a las carpas, ya de noche casi, me senté en la mesa donde nos había tocado y de ahí no me moví más. Todo el mundo a mi alrededor parecía no haberse visto desde hacía años, pues mientras esperaban a que los novios llegaran, la mayoría se pasó el tiempo yendo de mesa en mesa, viendo a ver qué cotilleos se habían perdido de unos y de otros. A mí casi nadie me saludó, lógicamente, pues era una extraña entre todos esos empresarios importantes amigos de Derek. Sin embargo Liam sí que estuvo bastante solicitado. Eddie se mostró muy interesado en que conociera a todos sus amigos, y a sus respectivas novias/acompañantes. Dejé de prestarle mucha atención a esas escenas cuando me percaté de lo mucho que me crispaba ver a otras mirándolo de manera nada inocente. Por suerte, pronto llegaron mi madre y Derek y de inmediato se comenzaron a servir los platos. No tenía mucha hambre, pero comer era lo único que me servía de distracción para no pensar, y realmente necesitaba no pensar en esos momentos.

Mi hermana y Liam hicieron buenas migas enseguida. Lo noté porque no dejaron de hablar en toda la noche. A veces trataban de incluirme en la conversación, como hacían también con su "cuidador", sentado a su lado, pero no tardaron en darse cuenta de que no lograrían sacarme más de tres palabras seguidas por mucho que lo intentaran.

De los platos principales pasamos a los postres. Justo después de éstos, Derek le tendió la mano a mamá, le hizo un gesto a los chelistas y al violinista que Liam había traído desde la capital, y ambos comenzaron a bailar un vals. Todo el mundo se levantó y los rodeó para verlos mejor, yo no lo necesité. Ya desde mi sitio podía ver la sonrisa enorme de mi madre, mirando a su recién estrenado marido con los ojos brillantes de la alegría. Con eso me bastó para saber que por lo menos algo iba bien en mi familia, al menos ella era feliz ahora.

—Bueno, se acabó tu tortura. Nos podemos ir.

Me erguí en mi asiento sorprendida al ver a Liam ponerse de pie con determinación y tenderme una mano.

—Liam, si te quieres quedar un poco más no me importará —le dije, no sonando nada convincente.

Él ladeó la cabeza forjando una sonrisa burlona en sus labios y sacudió la mano frente a mí, alentándome a tomarla.

—Anda no digas mentiras que te crecerá la nariz. Vamos —repitió.

Me puse en pie y, aprovechando que nadie notaría nuestra ausencia en este momento, nos escabullimos por uno de los laterales en busca del caminito por el que habíamos llegado hasta las carpas. No obstante, al alcanzar el muro de piedra que bordeaba el lago, Liam en vez de seguirlo, se desvió hacia un embarcadero súper parecido al que había frente a la casa de Derek.

—¿A dónde vamos?

—A darnos un baño.

—¿Qué? —me detuve en seco.

Liam tiró de mi mano muerto de la risa y me hizo seguir avanzando junto a él sobre las tablas de madera.

—Sólo si te apetece. También podemos sentarnos un rato aquí y contemplar la luna y las estrellas mientras me cuentas qué es lo que tanto te preocupa, aunque ya lo intuyo perfectamente.

—Veo más factible esa segunda opción —murmuré entre dientes, siguiéndole a trompicones.

Al llegar al final del embarcadero, Liam se arrodilló y me miró desde abajo.

—¿Me permites?

Había alzado ligeramente mi vestido mientras me preguntaba, dejando a la vista mis zapatos de tacón plateados. Divertida, dejé que me los quitara con cuidado, atendiendo a nuestro alrededor por si alguien nos veía desde las carpas. Podía asegurar que desde la distancia nuestra posición podría resultar de lo más extraña.

Cuando acabó, se quitó él los suyos junto con sus calcetines, se remangó los pantalones y se quitó la chaqueta. Comprobé sorprendida que incluso habiéndolo visto en incontables veces sin camisa, seguía maravillándome por la forma en que ésta se adaptaba a todas las partes onduladas de su torso.

Nos sentamos ambos a la orilla del embarcadero hasta que nuestros pies tocaron el agua tibia, en perfecto contraste con la brisa fría de la noche.

—Liam...

—Dime.

Tras observarlo unos instantes, alcancé su mano con las mías y comencé a acariciarle con mucho tacto. Apenas le rozaba, eran solo unas cosquillitas a las que respondió con una sonrisa.

—Te quería agradecer por haber hecho que éste día, que tan nefastamente comenzó, acabe así de bien. Si tú no estuvieras aquí conmigo no sé qué sería de mí... Estoy tan perdida —susurré, devastada.

—¿Qué ocurre? —insistió pacientemente. Sabía que llevaba absolutamente todo el día queriendo que le contara a qué le daba tantas vueltas en mi cabeza. El problema era que no quería que cuando lo hiciera él acabara con el corazón partido.

—Liam, me preocupa mucho el estado de mi padre. Lo que él necesita ahora es compañía, sentirse querido por su familia... Me da la sensación de estar fallándole por no estar allí, porque en el fondo soy la única verdadera familia que le queda. Cada vez que cierro los ojos la posibilidad de que le vuelva a dar otro infarto y no vuelva a salir del paso me atormenta. Yo... no sé —negué con la cabeza, deteniéndome a observar con los ojos cargados de lágrimas las aguas calmas frente a nosotros— Pasado mañana volveremos, pero en una semana nos estaremos marchando otra vez y lo volveré a dejar solo y...

Articulé con la boca las palabras que pretendía decir, pero no me salieron. No tenía el valor suficiente para decirlo en voz alta. Igualmente él con solo mirarme el rostro comprendió el mensaje, pues asintió con los labios apretados y bajó la cabeza entristecido. Apreté sus manos entre las mías con fuerza, sufriendo junto a él lo desgraciada que era mi situación. Posiblemente había hecho justo lo que no quería, partirle el corazón, pero el mío también estaba sufriendo graves y dolorosos daños.

—Di algo, por favor.

Él se encogió de hombros y titubeó durante unos segundos.

—Yo... no quiero separarme de ti _____. Sea donde sea, yo te acompañaré y estaré contigo. Y si la idea de irnos a Londres en este momento no te convence, entonces podemos cancelarlo todo.

—Pero Liam, tú ya dejaste tu trabajo, y a estas alturas ya no quedará plaza para mí en ningún centro de Las Palmas. Será un caos cambiar todo a última hora...

Él me pasó un brazo por los hombros para que dejara de titubear y me estrechó en sus brazos.

—Todo en esta vida tiene solución _____. Menos la muerte, todo. Y trabajos e institutos hay muchos, pero padres sólo uno. Si realmente sientes que tienes que estar con él, adelante. Esto es algo que tienes que decidir tú sola.

Tomé aire lentamente y asentí resignada, pues sabía que tenía razón.

—Lo siento —murmuré, apoyando mi mejilla en su hombro cubierto por la suave camisa de lino.

—¿Por qué?

—Porque sé lo contento que te ponía la idea de ir a Inglaterra de nuevo.

—A Inglaterra o a China, a mí la idea solo me emocionaba porque significaba estar contigo —me confesó, acariciándome la barbilla con suavidad. Aunque en realidad sabía que la idea de comenzar de cero los dos solos no sólo me atraía a mí— Es más, incluso si hubiera sabido esto antes, no hubiera dejado de pensar en la forma más original de pedirte pasar el resto de tu vida conmigo. Esto no cambia absolutamente nada.

Me costó una barbaridad procesar lo que había dicho, tanto que no reaccioné hasta pasados unos segundos. El corazón me comenzó a latir desbocado mientras que en mi estómago toda la cena que todavía no había digerido amenazaba con subirme de vuelta esófago arriba.

—¿Qué?

Con la escasa rapidez que mi estado de asombro me permitió, separé mi cabeza de su hombro y lo vi mirando tranquilamente hacia adelante, como si no acabara de decir realmente lo que mis oídos habían escuchado. Por un momento incluso me llegué a preguntar si mi subconsciente me había jugado una mala pasada. Pero entonces él ladeó la cabeza y al instante una amplia sonrisa se extendió por su rostro.

Sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, metió una de sus manos en el bolsillo de su pantalón y sacó una cajita azul de terciopelo. Me llevé una mano a la cabeza mareada. No podía ser, no podía estar sacando eso de su bolsillo realmente.

—Has escuchado bien —jugueteó con ella en sus manos, dándole vueltas con una sonrisa nerviosa. Sus ojos volvieron a fijarse en mí—. Por favor no te asustes _____. Yo... he estado pensando esto por mucho tiempo. Quería demostrarte de la mejor manera lo mucho que me importas y todo lo que estaría dispuesto a hacer por ti. Sé que es pronto, lo sé, no te asustes —insistió al ver mi cara descompuesta y mi mandíbula desencajada. Abrió la caja con manos temblorosas e, instantáneamente, el brillo de un pequeño pero precioso diamante me obnubiló— Sólo quería hacerte una propuesta, muy simple y directa, y no es realmente la que esperas escuchar a continuación.

—Liam, no tienes que hacer esto para demostrarme que me quieres. Créeme, yo ya lo sé —le aseguré acariciándole la mejilla, colorada bajo la barba.

—_____ eres muy joven para recibir una propuesta de matrimonio, soy consciente de ello. Sin embargo, no lo eres para que alguien como yo te pida que aceptes este anillo teniendo en cuenta lo que para mí significa.

—¿Y qué significa para ti Liam? —le pregunté al ver que se había quedado algo estancado. Era muy evidente cuan nervioso estaba.

—Que realmente te vas a quedar conmigo y no me vas a dejar.

Muchísimo más desconcertada me dejó esa mísera frase que haberlo visto sacar el anillo de su bolsillo. No lo podía creer.

—Liam, ¿pero cómo... cómo te voy a dejar yo? —la idea era disparatada para mí, pero por su mirada asustada supe que para él no. Ya lo habían traicionado una vez, y tenía miedo de que yo fuera a ser la siguiente.

Miré hacia su regazo, hacia el anillo que mantenía cobijado en sus manos, y me mordí el labio. Era un locura, pero lo iba a hacer. Quería que cambiara la cara, que se diera cuenta de que en realidad él no era el único con miedo a quedarse solo.

Sentí una valentía tremenda de pronto y sin más me lancé a sus labios. Estuve pegada a él un tiempo considerable, olvidándome del tiempo, siendo consciente únicamente de la pasión con la que me devolvía cada beso y de su sabor tan enloquecedor. Estaba logrando que él también se relajara.

—Tranquilo cariño. No me voy a ir a ningún sitio, ¿si? Tú tampoco, ¿verdad?

—No, no.

Su severa convicción me hizo reír. Me acerqué más a él, tanto que casi me subí sobre su regazo, y continué dándole besos por todos sitios donde pude, sintiéndolo destensarse a cada segundo que pasaba. Cuando estuvimos faltos de aire, de nuevo nos apoyamos el uno sobre el otro y esperamos pacientemente hasta calmarnos.

—¿Sabía alguien que me ibas a pedir esto hoy?

—Sí. Mis padres.

—¿Qué pasa? ¿A ellos no les parece buena idea? —quise saber tras escuchar su tono de voz.

—No, no es eso —intentó disimular, pero le había pillado. Alcé las cejas esperando a que se explicara— Mi madre no tiene ningún problema, de hecho está encantada. Pero mi padre... ya sabes como es él. No le hizo ninguna gracia cuando se lo comenté. Es decir, él sabe que esto no es ningún capricho, nos ha visto día tras día juntos y es muy consciente de lo que siento, pero que lo haga tan pronto no le termina de convencer. Dice que con mi madre estuvo hasta un año esperando a que le diera un beso —rió con amargura, desviando la vista hacia el agua.

—Yo lo entiendo Liam, entiendo a tu padre en realidad. Esto da la sensación de ser un tanto precipitado.

—Pero no lo veas como lo que parece _____. Ya te lo he dicho, sí es una propuesta, pero olvídate de que es de matrimonio. Quiero que cada vez que pienses en ello sea como una propuesta para permanecer a mi lado de forma indefinida. Pensé que ambos lo necesitábamos. Yo tengo miedo del futuro, no sé lo que va a pasar, pero al menos sé que si voy a estar contigo los malos tragos van a ser un poquito más amenos, ¿comprendes? Es como tener una base segura sobre la que apoyarnos cuando todo lo demás a nuestro alrededor vaya mal.

Lo miré y asentí, pensativa.

—Yo también tengo miedo Liam, del futuro.

—Lo sé —llevó mi mano hasta sus labios y me besó el dorso repetidas veces, haciéndome disfrutar del roce de su barba—. Mira _____, yo no te puedo prometer que lo que venga a partir de ahora vaya a ser todo de luces y de colores, no te puedo prometer una vida sin problemas, sin discusiones, sin celos, sin enfados —sonreímos de medio lado recordando algunos de esos momentos—. No lo puedo hacer porque no sé qué es lo que nos deparará el futuro. Pero lo que sí te puedo asegurar es que yo voy a hacer todo lo que esté en mi mano por evitar todo eso, por hacer que esto dure, por hacerte feliz, por hacerte sentir acompañada en tus peores días, por hacerte sentir que la vida realmente merece la pena si es con alguien de confianza a tu lado. Voy a dar todo de mí por que la idea de llegar a ancianita con una compañía como la mía sea tu mejor opción —tomó aire y me dedicó una sonrisa esperanzada, viendo que me había emocionado— Eso es todo lo que yo te puedo ofrecer. Quizá no sea suficiente para calmar tus miedos, pero es todo cuanto tengo.

Lo siguiente que pude hacer fue darle un fuerte achuchón tragándome mis lágrimas. Debí imaginarme al principio de la conversación que acabaríamos los dos de aquella guisa.

—Si crees que eso no es suficiente para mí, entonces es que no me conoces bien.

—Sé que es suficiente para ti, claro que lo sé pero...

—¡_____, Liam! —gritaron desde la orilla del lago. Al volver la cara vimos a Alex correr hacia nosotros con las capas de su vestido idéntico al mío al viento y los zapatos de tacón en una mano— ¿Os venís a seguir la fiesta? La cosa empieza a estar un poco muerta aquí y pensamos en ir a un local que hay en el pueblo de al lado. Vamos todos —añadió al vernos cruzar miradas dubitativas. Entonces reparó en nuestra cercanía y enarcó las cejas traviesa— Uh, creo que interrumpo algo importante...

—Eh, no, no, para nada —Liam carraspeó antes de continuar—. Realmente nos encantaría Alex pero estamos un poco cansados y preferimos quedarnos aquí. ¿No es así? —me miró.

—Sí, sí. Ha sido un día muy ajetreado.

Arrugué la nariz, encogiéndome de hombros.

—Qué poco fiesteros que sois. De todas maneras, ahí tenéis las llaves de casa —las tiró sobre el montón donde Liam había dejado apilados su chaqueta, sus calcetines y mis tacones— Disfrutad de lo que queda de noche tortolitos. ¡Hasta mañana!

Alex se marchó corriendo por el embarcadero hasta que la perdimos de vista entre las sombras de los árboles. Arriba, donde se encontraban instaladas las carpas de la boda, ciertamente se notaba el ambiente mucho más calmado. No se veían tantas personas como cuando Liam y yo nos marchamos.

—¿Te apetece volver? —me preguntó al verme con los ojos puestos a nuestra espalda.

—¿Qué? ¡No! Con lo bien que estamos tú y yo aquí solos —le guiñé un ojo— Además, todavía tenemos asuntos que resolver —señalé con la cabeza la cajita con el anillo que Liam mantenía en su palma.

—Quizá fue una tontería esto del anillo. Sé que no te gustan las joyas, y que esto no era un propuesta típica de matrimonio, sólo quería regalarte algo. Quería un símbolo que dejara constancia de lo que hace unos instantes te he pedido.

—Es un detalle precioso, Liam —le aseguré. Ciertamente, había tenido un ojo magnífico si lo había elegido él. El anillo era de plata con un pequeño diamante color rosa en el centro, muy sencillo y sin demasiados adornos, tal y como me gustaban a mí las cosas.

Liam sonrió al ver que no lo rechazaba. Las joyas no eran mi pasión, como él ya sabía, pero no le iba a hacer ese desprecio. Lo sacó de su caja, tomó mi mano y lo introdujo hasta la mitad en mi dedo anular.

—Entonces, _____ Sáez, mi pequeña e increíble mujercita, ¿estarías dispuesta a aceptar pasar el resto de tu vida con un maravilloso, empalagoso y especial chico como yo? —reí al escucharle pronunciar todos los adjetivos con los que me solía referir a él— Soy muy buen partido, eh —alzó las cejas graciosamente. 

—Tonto, te faltó tonto.

—Cierto —asintió—. Añadiremos tonto a la lista.

—Sí, acepto —respondí de una vez, emocionándome como una niña. Quizá esto fuera una chorrada, pero era la primera vez que alguien me proponía algo así y viniendo de Liam lo sentía muy verdadero.

Él terminó de ajustarme el anillo y luego me estrechó entre sus brazos, abrazándome y besándome tiernamente por el cuello, haciéndome cosquillas a su vez. Contuve la respiración al sentir sus labios sobre el curioso chupetón. No dolía exageradamente, pero sí era un poco molesto. A pesar del maquillaje que Karen le había aplicado, Liam se acordó y sus caricias pasaron a ser aún más suaves en esa zona.

—Liam, esto no lo pueden saber mis padres —dije señalando el anillo en mi dedo—. Ellos tampoco lo entenderían y me armarían un lío tremendo, sobretodo mi padre.

—Lo mantendremos en secreto —dejó de centrarse en mi cuello y me miró a los ojos— Es nuestra pequeña promesa. ¿Te parece?

—Me parece —sonreí.

Liam se inclinó sobre mí y sonrió de medio lado. Un escalofrío me recorrió toda la espina dorsal. Aquella era la misma expresión que en algún momento de la noche anterior le había visto, cuando me ayudó a dejar mi "inocencia" atrás. Me dio un primer beso muy tierno y pausado en la boca, pero conforme fueron pasando los minutos, éste se intensificó más y más. Apoyó una mano sobre mi vestido a la altura de mi muslo y poco a poco fue subiendo la tela hasta que finalmente el tacto de su palma ardió sobre mi piel.

—¿Te apetece repetir pequeña? Te prometo que hoy no te haré daño, de ningún modo. Sólo disfrutarás.

—Confío en ti —le garanticé, controlándome por no gritarle lo desesperada que estaba por no sentir más de él en mí.

Él se puso en pie rápidamente y me tendió una mano.

—Entonces será mejor que nos vayamos ya, porque no creo poder aguantar mucho más sin estar dentro de ti.

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