EL PORTADOR 1: El medallón p...

By AlejandroHernandez04

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Sinopsis: Hay pueblos que ocultan secretos, cuando la luna llena brilla en el cielo. Un chico solitario escon... More

Preámbulo
1. Vestigio
2. Perseguido
3. Encuentro
4. Chica nueva
6. Investigacion
7. Atormentado
8. Enigma
9. Memorial
10. Aberración
11. Información oculta
12. Cacería
13. Baile Siniestro (Parte I)
13. Baile Siniestro (Parte II)
14. Sorpresa Inesperada
15. Buscada
16. ¿Leyenda o realidad?
17. Ataque
18. Conflicto
19. Deuda di Vida
20. Linaje
21. Medallón perdido
22. Ruinas
23. Premonición
24. Colonia
25. Ángel de Muerte
26. Ira
27. Revelaciones (Parte I)
27. Revelaciones (Parte II)
28. Sacrificio
29. Aliados
Epílogo: Sombras emergiendo

5. Primer indicio

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By AlejandroHernandez04

En realidad no ocurrió lo que Alexander esperaba.

La semana transcurrió lentamente, tal como  el fastidioso tic-tac constante de un enorme reloj de péndulo.

Durante los últimos tres días, Alex no se atrevió a hablar con Ángela; pobremente le saludaba, casi al punto de fingir que no la conocía.

Por las noches las viejas pesadillas del chico volvieron a agobiarle, aunque algo cambió pues a la muerte de sus padres se sumaba ahora el rostro de la chica nueva, gritando horrorizada al darse cuenta del peligroso monstruo que era él.

Alex incluso llegó a pensar que no hablarle, era propicio para poder mantenerla a salvo.

Favorablemente para él en la clase de matemáticas –la única que compartía con Ángela-, ya no habían trabajado en equipo, haciéndole la tarea de evitarla más sencilla.

Por otro lado, Ian volvió a hablarle tras haber solucionado la disputa por su discrepancia de creencias, y todo pareció volver a la normalidad, o al menos, a una normalidad típica entre ellos.

 Más aun así, la semana se tornó un verdadero suplicio para Alex, tanto que para el jueves ya no estaba muy seguro de lograr distanciarse de Ángela para siempre.

Esa razón provocó que para el fin de semana, Alexander cambiara súbitamente de opinión.

Teniendo en cuenta que con haberle hablado una sola vez había puesto en un riesgo inminente a la hermosa chica rubia, el joven Branderburg dispuso volver a dirigirle la palabra.

El egoísmo de sus propios pensamientos, no sería motivo para resistirse a ella.

Para el viernes, Alexander Branderburg se levantó con más ánimos de los que había sentido durante aquella semana; y no se quejó del día antes de que comenzara.

No obstante no dejó de sentir un extraño vacío, como si algo le faltara.

Esa mañana, la luna del espejo recibió al chico con una mirada de reproche. Sus ojos de un color café caramelo inyectados en sangre, y su rostro tan descomunalmente pálido, le hacían lucir como un zombi.

El chico desvió la mirada del espejo, y miró por la ventana abierta.

La imagen le pareció emblemáticamente una pintura al óleo.

Desde su habitación, podía vislumbrar con claridad entre un ramillete de hojas de árboles, las polvorientas y viejas ruinas del esplendoroso núcleo de Moonsville.

Restos de ceniza se arremolinaban con el susurro del viento aún hoy en día, en el gran claro segado por la hierba que había crecido desmedidamente durante un siglo entero.

Los restos del magnífico castillo Valmoont, lucían siniestros a distancia.

Alexander cerró los ojos, viendo en su negrura los recuerdos; llamas gigantes lamiéndolo todo, un río putrefacto lleno de cuerpos, casas destruidas, gente huyendo, un grito de lamento que resonaba en la noche.

Un leve golpeteo le obligó a regresar a su habitación.

Más allá, sobre la rama de un árbol un pájaro carpintero taladraba sin cesar sobre la dura corteza.

Aquello era lo que había atraído al principio la mirada de Alexander.

El chico cerró la ventana y salió en silencio de la habitación, al tiempo que se colocaba su chaqueta sobre los hombros. En las escaleras de mármol vio a las gemelas Sylvana discutiendo, ambas con cara de amargura.

A Alex no le sorprendió. Si había una cosa que era normal en aquella mansión, eran las constantes peleas entre las hembras de la horda.

Lauren y Jennifer Sylvana, le miraron con asco y no le mantuvieron la mirada al pasar junto a ellas.

Ambas hermanas eran fieles seguidoras de Ella, y las encargadas de conseguir el alimento para la cuadrilla.

Alex no podía negarse que aunque las detestaba, las hermanas Sylvana eran las mejores rastreadoras del grupo, y que incluso llegaran a superarle a él mismo.

 El chico no se detuvo para mirarlas y continuó su camino, atravesando el vestíbulo alfombrado hacía la puerta principal.

— ¿Vas a algún sitio? —. Arguyó como el viento una voz sibilante tras Alexander.

El vello de sus brazos se erizó.

Era Ella.

La despreciable y ególatra Katherine Ivanov, la usurpadora que sin derecho, había tomado el liderazgo de la manada tras la muerte del último de los Branderburg.

Katherine, cuyo nombre era tabú para la manada, se rio tras sus espaldas.

Ella,  era quién mantenía bajo estrictas normas al grupo y tenía controlado al chico, quién le debía lealtad por salvarle de la muerte en el pasado; una Deuda di Vida, un lazo inquebrantable.

Alexander se volvió para mirarla, y un leve cosquilleo de excitación le recorrió en la entrepierna.

Katherine llevaba puesta una elegante chaqueta de piel y un entallado  pantalón de cuero y botas. Unos altaneros ojos verdes devoraron al chico con lujuria. La tez parda de Ella encajaba perfecto con su cabello rizado color chocolate.

— Voy al infierno. ¿Me piensas acompañar?—. Respondió Alex con desprecio sin poder evitar admirar la belleza exótica de la mujer que aborrecía.

— Luces tan, sexy, cuando te enojas—. Susurró Katherine sonriendo a la vez que se mordía el labio.

— Maldita zorra manipuladora—. Contestó el chico frustrado y tiró bruscamente de la puerta para salir.

— Tan simpático y mediocre — comentó Ella burlesca tirándole del brazo para detenerlo—, igual  que tú padre, me imagino que podrías trabajar en un circo, podrías ser el perrito amaestrado.

— No vuelvas a burlarte de mi padre. Él no tiene nada que ver en esto.

— Su arrogancia e ingenuidad fueron lo que permitieron que quedaras solo y bajo mi cuidado. Si hay alguien a quién reprochar, es a él querido.

Alexander se soltó de un tirón y salió. El estruendo del sonido al cerrarse la puerta con fuerza produjo que la aldaba quedara oscilando sin remedio.

Alexander se sentía enfadado, y caminó hacia el bosque sin devolver la vista a la mansión a la vez que escupía de rabia en el suelo.

El chaval la odiaba tanto como la deseaba, y sentía coraje de que ella tuviera razón.

Si su padre jamás los hubiese llevado a Vancouver y hubiera tomado su puesto como líder, entonces ellos no habrían muerto, y él no estaría a la merced de Katherine para siempre.

Alex Branderburg subió a su auto y encendió la calefacción solo por hacer algo. Mientras avanzaba por el tortuoso camino de hierba y tierra, y pasaba sobre el puente de la media luna se olvidó de Katherine y del vestigio de su pasado.

Cuando llegó a la universidad y se estacionó, Ian se acercó inmediatamente y le saludó emocionado.

Alexander no pudo evitar sentirse incómodo con su presencia. De vez en cuando Ian Köller parecía un abejorro zumbante en torno a la miel.

— He, hola Alex. ¿Ya viste que linda se ve hoy? —. Preguntó el chaval moreno mirando hacia el edificio.

Ángela caminaba directo al interior de la universidad, su cabello rubio recogido en una coleta ondeaba con el viento, y llevaba un folder atiborrado de hojas bajo el brazo.

— Sí ya la vi, camina—. Respondió Alex empujando a su amigo para que pasara.

— ¿Enserio la conoces? — Interrogó por enésima ocasión el pequeño Ian embelesado.

— Ya te dije que sí—. Aclaró el aludido sin mirar a su compañero.

— Me encantaría estar en alguna clase con ella, pero bueno, el destino nos separa.

— Ah. Que dramático eres Ian, el destino se forja no es algo mágico—. Dijo Alex jactancioso y tuvo un vago reflejo al verse unido con Katherine en su inevitable destino.

— ¿Alex? — Escuchó éste que lo llamaban.

— Perdón, ¿qué? —Dijo apenas consiente meneando la cabeza para que las feromonas de Ella salieran de su sistema.

— Nada— Rezongó enfadado el chico moreno—, ya me voy a clases. Te veo en el almuerzo.

— Claro—. Respondió poco interesado.

Ian, con paso torpe se dirigió a su clase de Artes, en tanto que el joven Branderburg caminó hacia el vestíbulo y a los casilleros.

Al entrar al lugar, Alexander percibió el primer indicio de que algo extraño sucedía.

Ángela, cuya figura resaltaba por sobre todos, se encontraba a tres casilleros de distancia con nada más y nada menos que Charlotte Van Schtraigart, la chica fenómeno del colegio.

Al chico le pareció insólito, pues Charlotte nunca había tenido trato amistoso con nadie.

Ángela quién reparó de pronto en el recién llegado le saludó con un cabeceo, pero antes de que el chico pudiera saludarle Charlotte la forzó a caminar tirándole del brazo.

— ¡Pero qué rayos ocurre¡ —Se preguntó Alex confundido.

Eran las nueve en punto de la mañana cuando el chico, aún retraído tras su clase doble de Ciencias, subió al tercer piso a la materia de Biología; el aula número 11 estaba abarrotada cuando llegó.

La profesora Dior era una mujer recta y madura, de unos cincuenta años aproximadamente. Usaba un ridículo atuendo hippie, como si hubiera quedado congelada en sus años mozos.

Aquel día llevaba puesto un chal de color verde botella envuelto en el cuello, decorado con un enorme collar de cuentas y corchos; su cabello canoso esponjado y su vestido florido, no entonaban para nada con sus enormes anteojos que le reducían los ojos a minúsculas motas.

— Tomen asiento, chicos—. Dijo rudamente la profesora.

La toma de lista se desarrolló tranquila y pausada, y la profesora miró a cada alumno mientras mencionaba sus nombres para asegurarse de su presencia en el aula.

— Bueno jóvenes— Susurró la maestra Dior mirándolos con sus ojos intensamente negros, parecidos a pozos profundos—. Algunos de ustedes supongo ya lo sabrán porque lo habrán leído en alguna papeleta de las que se pegaron en los pasillos.

Muchos de los chicos incluyendo el mismo Alex, se volvieron en sus asientos para mirarse entre sí, preguntándose a que se refería la profesora. Alexander no había reparado en ningún anuncio de los pasillos pues solo había estado divagando en lo que vio por la mañana.

El único que no parecía sorprendido era Ian, quién como de costumbre mostraba esa expresión de quién sabe más.

— ¿De qué se trata? Preguntó Alex con voz baja a su amigo, sentado a su lado derecho.

— Suponía que te habías tomado el tiempo de leerlo en el tablón—. Susurró el chaval de tez oscura mirándole con reproche.

— Bueno, me ves con cara de...

— Me permite, señor Branderburg—. Ordenó la profesora enfadada.

Tanto ella como Ian lo miraron con enfado de manera que él no tuvo otra opción que guardar silencio.

— Bien— Prosiguió—, ya que al parecer ninguno se dio a la tarea de mirar lo que se les publica, el decano Caldwell me pidió que se los comunicara.

Hizo una pausa y al ver que nadie le interrumpía, prosiguió.

—Me imagino que al menos, todos saben la historia sobre esta institución ¿cierto?

Una vez más todos los alumnos miraron entre sorprendidos y frustrados. Solo Ian tenía el brazo levantado, pero la profesora Dior pareció no verle.

Lo que en realidad ocurría, era que Sandra Dior estaba sino harta, molesta de otorgarle la palabra al insufrible sabelotodo, con quién de costumbre terminaba enfrascada en discusiones en cuanto a información se trataba.

— Vaya, vaya, sois un corro de brutos barbajanes­—. Arguyó la mujer viendo con ira que nadie hablaba.

En aquella ocasión, Alexander no se sintió inútil pues poseía más información que el mismo Ian incluso, el cual debía tener una idea más que errónea sobre la verdad.

La verdad.

La verdad era una de las cosas por las que Alexander no podía explicar lo que sabía, cosas que atribuían a la Universidad y las historias locales de Moonsville.

— Está bien—Prosiguió la profesora misteriosamente—. Ésta universidad cuyo suelo están pisando, fue fundada hace casi mil años por una de las más afamadas reinas que gobernó en la primera monarquía del estado de Baviera, ella fue la encargada de ordenar edificarla en el año 1012 aproximadamente.

>>Por varios siglos solo se admitieron a cierto tipo de alumnos prestigiados, hasta que en 1780 fue sitiada y tomada por el gobierno alemán y entonces se aceptó a un diverso grupo de estudiantes, impidiendo los privilegios.

Tras pasar saliva y tomar una bocanada de aire la anciana profesora finalizó su discurso.

— El día de mañana—, alzó la voz la mujer, para acallar los murmullos que se habían producido en el aula—, es 07 de Abril, y la universidad cumplirá un milenio exacto desde su apertura, y esa es la cuestión del porqué habrá una celebración aquí mismo, en la que el alcalde visitará las instalaciones para inaugurar una estatua en honor a la fundadora del colegio.

En esa ocasión la profesora Dior no pudo silenciar el cuchicheo general provocado en el salón, por lo que el resto de la clase se volvió un hervidero de emoción y curiosidad, y poca atención a los escritos de la profesora en el pizarrón.

En la universidad de Moonsville no había acaecido una celebración en casi cincuenta años según sabían todos, por lo que esto era como el estreno en taquilla de una obra prohibida.

— ¿No es emocionante? —. Alardeó Ian diez minutos más tarde camino de la cafetería.

— ¿Qué cosa? ¿La fiesta? —. Preguntó Alex sarcásticamente.

— Ver en persona al alcalde, obviamente—. Resopló el pequeño chico como si pensase que su amigo, era demasiado ingenuo para no darse cuenta de lo poco que a él le interesaban las fiestas.

El almuerzo pasó rápido, pero el joven Branderburg pudo satisfacer su estómago con una prominente hamburguesa de carne de ternero y una soda helada, mientras Ian no paraba de hablar sobre el alcalde y sus estúpidas reformas y políticas.

Alex bebió a sorbos su refresco, y se quedó viendo el techo blanquecino sin prestar demasiada atención a su compañero hasta que la campanilla repicó anunciando su próxima clase.

— Nos vemos después—. Dijo despidiéndose de Ian, pero el chico enfrascado en un libro al no haber captado su atención, no le respondió.

El aula número 9, ya estaba casi llena cuando Alex llegó, pero la profesora Hargrove aún no había llegado.

El chico tomó su lugar como de costumbre en el lado sur, lo más alejado de todos.

— Hola Alexander—. Susurró una voz femenina a su costado.

— Hola Mary—. Respondió sin mirarla, viendo distraído hacia el cristal de la ventana oscurecida por el polvo.

Mary Köller, la hermana gemela de Ian, era muy distinta a su hermano en el ámbito escolar: mientras que Ian se había ganado la impopularidad al ser un Nerd, ella había conseguido a pulso convertirse en la chica más popular de la universidad.

— Oye— Inquirió la chica tratando de llamar su atención al colocarse frente a él—. ¿Aún no tienes el número de Rubén?

Alexander no pudo reprimir mirarla con extrañeza.

De pronto parecía que Mary era tan tercamente insistente como su hermano.

— Ya te he dicho que él y yo no somos amigos. —Gruñó el chico y devolvió la mirada al cristal.

— Pues yo los vi charlando juntos— susurró insistente— Y de verdad necesito contactar con él.

— Solo coincidimos en el mismo lugar, ni siquiera lo conozco bien.

— Está bien, antipático. ¡Gracias! —. Reprochó la chica irritada, y se alejó.

Alexander no pudo evitar una sonrisa al ver a la chica más popular verse derrotada y frustrada de no poder satisfacer uno de sus caprichos.

Mary Köller, siempre obtenía lo que quería, por el simple hecho de ser la chica consentida de todos los que la idolatraban, pero cuando algo no podía pertenecerle se le volvía un capricho insaciable hasta que pudiera conseguirlo.

Así había ocurrido desde que hacía menos de tres o cuatro semanas, había visto por mera casualidad al mismo Alexander Branderburg cerca de la universidad discutiendo con otro chico: Rubén González.

Aún ahora, Alexander no podía entender como la chica más popular podría estar encaprichada con conocer a un tipo tan mediocre como Rubén, cuyo nombre había sonsacado casi a la fuerza al mismo Alex para que así dejara de molestarle.

El chico Branderburg no dejó de ser acuchillado con las miradas de ira de Mary durante los minutos siguientes, hasta que por fortuna la suerte pareció ponerse de su lado.

Al parecer la profesora Hargrove había telefoneado para comunicar que se encontraba indispuesta, y por lo tanto no podría asistir a dar clases.

Aunque no podía fingir el gusto que le daba no tener una clase, Alexander no dejo de sentir esa extraña sensación de que cosas extrañas estaban ocurriendo aquel día.

Si había algo que destacaba a la profesora Ximena Hargrove por encima de sus compañeros letrados, era que tenía el mayor record de asistencia en lo que iba de su corta carrera como instructora.

Parecía muy anormal que de pronto decidiera simplemente romper aquella rectitud.

Alex intentó no pensar en ello.

Después de la breve hora libre, que se fue en un santiamén, el chico tuvo que arrastrar los pies hasta la clase de gimnasia, donde el pesado del entrenador optó por no dejarle participar en la actividad por su supuesta falta de la ocasión anterior.

Aunque no le importaba, el muchacho no dejo de sentir un tremendo disgusto y se sentó con tanta furia, que los bancos crujieron con el peso de su cuerpo, algo que aparentemente Charlotte Van Schtraigart no dejó pasar por alto.

Cuando Alexander vio que se aproximaba la hora que compartía con la chica nueva su pulso se aceleró, y avanzó con agilidad por entre laberintos y pasillos concurridos de estudiantes.

Una vez en el salón de Matemáticas el chico aguardó con impaciencia su llegada, y como era de esperar Ángela Miller apareció despampanante, con el cabello recogido en un listón a juego con sus ojos azules y una sonrisa radiante.

La atractiva chica tomó su lugar como hábito justo al lado de Alex.

—Hola—. Saludó él con un singular tartamudeo.

— Ah, hola—. Contestó ella entre sorprendida y altanera y ni siquiera le miró. — Creí que ya no me hablabas.

— Mmm... Bueno, cambié de opinión— Susurró el chico inseguro— Si aún me aceptas como amigo creo que, a tu novio no le molestaría, ¿o sí?

Casi inmediatamente, la chica rubia soltó una carcajada.

— ¿Esa era la cuestión? — Inquirió con los ojos en blanco, — ¿Por eso no me hablabas?

— En realidad, sí —. Confesó.

— Por dios, es lo más patético que he escuchado. Además dije exnovio, por si no lo recuerdas.

— Lo sé, pero espero recompensar mi estupidez. — Pidió Alex anhelante.

— Está bien, no te preocupes. De cualquier modo ya me habían advertido de tus trastornos de bipolaridad—. Terminó ella y le sonrió.

Sus últimas palabras llevaron al chico Branderburg a recordar esa mañana, y no titubeó al mencionárselo.

— ¿Quién? ¿Tú amiga, Charlotte?

— ¿Charlotte? — Respondió sorprendida.

— Sí, Charlotte— Dijo Alexander entrecerrando los ojos—, te vi charlando con ella esta mañana.

— Ah sí, claro— Resopló Ángela, como dándose cuenta de ello—, bueno si charlé con ella, pero en realidad quién me dijo eso fue Annabelle.

— Tenía que ser, chica fastidiosa. Por otro lado, Charlotte no me gusta—. Alex exhaló las palabras sin pensarlo, y esperó con ansiedad una respuesta.

— ¿Disculpa? — Inquirió ella escéptica—. Pues, ¿yo que puedo hacer?, no sé qué tipo de chicas te gusten pero, desde mi punto de vista, Charlotte no es nada fea.

— ¿Qué?- Apuntó él con incredulidad—No, no, no. Mal interpretaste mis palabras, no me refería al termino gustar, de atraer físicamente, sino a que no me agrada que sea tu amiga.

— Oye— dijo recelosa y con reproche en su mirada—, me vas a disculpar pero, así me caigas muy bien, no me gusta que las personas me digan de quién ser amiga y de quién no.

La tensión del momento estaba cada vez más sofocante, y Alexander sintió que no había tenido el suficiente tacto, de manera que intentó explicarse una vez más.

— Espera, no te alteres—, pidió el chico mordiéndose el labio—. Lo único que quería decir es que, Charlotte no me parece una buena persona.

— ¿Por qué?, ¿por qué tú lo dices?

— Todos aquí lo dicen— Rebatió el chico enfadado.

— ¿Y ellos que saben? — Atajó la chica de ojos azules alzando la voz— Juzgan sin conocer, y la tratan mal solo porque no la conocen.

— Yo no la he tratado mal—. Reprochó Alex Branderburg cansado de discutir, pero sentía necesario hacerle ver que Charlotte no era de fiar—. Pero mira los hechos, para empezar no socializa, y no parece tener muchos amigos, y es... bueno, es muy extraña.

— Pues que yo sepa— Resopló enfadada—, tú no eres muy normal, estando en una iglesia en plena madrugada.

— No estábamos hablando de mí, sino de ella.

Ángela parecía a punto de explotar de rabia, y Alexander supo que la discusión estaba yendo demasiado lejos.

—Claro, prefieres cambiar de tema porque tal vez no te gusta explicar lo extraño que eres tú— Terminó la chica ya sin mirarle, y con unas mejillas encendidas de cólera—. Extraña o no, Charlotte es mi amiga y punto.

— Tú ganas— Finalizó Alexander conteniendo un grito de rabia—, no te estoy obligando a nada, es tu decisión. Y ya no quiero que peleemos ¿vale?

— Ok—. Concluyó secamente la chica rubia y no le devolvió la mirada.

Tras aquella extensa y acalorada discusión, Ángela no volvió a hablarle al joven Branderburg, quién tampoco pudo concentrarse demasiado en los estúpidos teoremas de un tal Pitágoras.

El chico rebuscaba en su cabeza y no hizo otra cosa más que 'pensar en el asunto. No concebía la lógica ni daba el visto bueno a que Charlotte Van Schtraigart fuera amiga de la chica nueva, le parecía extraño, aberrante; quiso suponer que la conexión entre ambas era por su afinidad a estar solas, sin amigos, pero fuese como fuera Alexander no aceptaba semejante relación.

El interior de la Universidad Titans W., se parecía a cualquier otra escuela universitaria europea: una caverna poco agradable para los estudiantes, y en parte necesaria para los incurridores habituales; maestras y profesores sin escrúpulos con maletines cargados en mano; grupos de universitarios de ojos legañosos dando bostezos por la rutina cotidiana, y algún par de celadores vestidos con sus uniformes naranjas fumando un cigarrillo.

Alexander caminaba aburrido por entre los casilleros de metal, cuando de improviso alzó la vista para leer el enorme tablón de anuncios que tenía enfrente. Las papeletas de colores estaban actualizadas con las más recientes y novedosas noticias: el masivo evento que se suscitaría en grande al día siguiente y que era organizado por la profesora Ximena Hargrove.

El chico decidió que lo mejor era no intentar adelantarse a los hechos, de manera que tomándose sarcásticamente de su propio brazo, se empezó a dirigir en dirección opuesta.

Cruzó casi corriendo el vestíbulo lateral, entró por la cafetería vacía, y finalmente salió por otra puerta a un estacionamiento casi desierto y tranquilo; del otro lado, junto a la puerta norte, aguardaba Ian con los ojos fijos en un pequeño libro.

Alexander casi había olvidado que llevaría a su amigo hasta su casa.

—No tiene sentido—. Suspiró por fin Alex cuando su amigo se le unió, camino del auto.

— ¿Qué cosa? — Musitó el pequeño Ian poco interesado.

— Que la profesora Hargrove hubiera decidido faltar hoy, cuando ella era la organizadora principal del evento de mañana. Es... extraño.

— Bueno, si está enferma es lógico que faltase. Ya olvídalo.

Alex se quedó quieto ahí en el estacionamiento, mirando a un extraño cielo que de pronto se había tornado nublado y grisáceo. A solo un par de horas, el joven Branderburg se daba cuenta de que los meros recuerdos de todo lo extraño de ese día –Ángela y Charlotte juntas, Mary interesada en Rubén, y la usencia de Ximena Hargrove-le habían puesto los pelos de punta.

El chico intentó tranquilizarse, así que respiró hondo y relajó los músculos.

Alexander arrancó el coche una vez que Ian se trepó en el asiento del copiloto, y mientras avanzaban en el tortuoso ascenso de la zona limítrofe del bosque Alex no hizo otra cosa que repetirse, que todo iría bien.

El camino se hizo largo, y ni el chico Branderburg ni el moreno Ian, cruzaron palabra en el trayecto.

— Gracias—. Dijo el pequeño chaval cuando las llantas del auto chirriaron sobre el asfalto, al llegar frente al porche de la casa de los Köller en la calle del Rivër West. —Nos vemos mañana.

— Está bien—. Susurró Alexander frunciendo el ceño.

Una vez que Ian entró a su casa, arrancó de nuevo el motor y escuchó el crujir de la gravilla al arrancar.

Alex no podía evitar sentirse culpable por no haber hablado en todo el camino con su amigo, pero se sentía mareado por todos los indicios extraños de aquel asfixiante día.

Hasta que llevaba un buen rato conduciendo a un ritmo monótono a través del estrecho paso West Baudeleire, rumbo al bosque, el chico no tuvo la sensación real de haber dejado sus preocupaciones al salir por la mañana de la mansión.

Para calmarse, meditó acerca de las posibilidades de todo lo que tendría lugar al día siguiente, empezando por el supremo evento de la fundación, y si todo iba bien, el chico podría divertirse mucho más de lo que había hecho en todo un siglo.

Pero por más que lo intentó, el resto de la tarde no mejoró.

A pleno mes de Abril, el cielo que se había mantenido limpio y soleado y que extrañamente había cambiado, se reveló.

En punto de las seis y treinta de la tarde, una tormenta acompañada de viento y granizo azotó contra el distrito.

De pronto parecía que la noche se había tragado la poca luz del día, y cubrió toda la ciudad en una oscuridad escalofriante.

Por alguna razón Alexander presentía que aquella tormenta repentina, representaba la posibilidad de que algo malo ocurriría en Moonsville.

En su subconsciente, el chico se río de sus propios pensamientos, sabía que el ser un hombre lobo le proporcionaba de muchos dotes excepcionales, pero el de la clarividencia no estaba entre ellos.

Alex se levantó de la cama mullida por primera vez desde que arribara a la mansión tres horas atrás, y observó por el empañado cristal de su ventana –provocado por el aguacero- en un vago intento de ver a través de la gruesa cortina de lluvia hacia el noreste, donde a duras penas se distinguía el millar de luces encendidas del distrito, gracias a la zona alta de la mansión blanca.

La oscuridad era tan profunda que los ciudadanos de Moonsville vieron necesario utilizar la luz eléctrica de una vez.

Por un breve instante, imaginó a Ángela en alguno de aquellos edificios (la iglesia de Saint's Church probablemente), sentada frente a un ventanal, con una humeante taza de café a un lado y lápiz y papel en mano.

El chico Branderburg sintió un escalofrió tremendo en la nuca al pensar que su idea de que ocurriría algo malo tuviera que ver con la chica de ojos azul zafiro.

— Debo dejar de fumar yerba—Se dijo Alex malhumorado ante sus estúpidas ideas.

Claramente estaba preocupado por tonterías, la lluvia era eso: lluvia, fuera de temporada o no, y Ángela Miller estaría más que segura en un recinto sagrado.

— Eso espero—. Se sentenció el muchacho regresando a la cama para dormir.

Tras un par de horas lo consiguió, antes de repetirse una vez más que nada malo ocurriría.

Alexander tendría que esperar a la mañana siguiente para darse cuenta cuan equivocado estaba.

El aire frío de la mañana, se colaba ligero por un resquicio de la ventana poco empañada.

El chico lobo abrió los ojos de repente.

No lejos de allí, en el interior del despacho –ubicado en la habitación de abajo- el chaval escuchó, aunque apenas perceptible, un llanto acallado y los gemidos de una tristeza al parecer insoportable.

Aquello era lo que le había despertado.

A tientas Alex buscó la lámpara de la mesilla de noche y la encendió. Con los ojos entornados miró el reloj, eran las 6:52 de la mañana.

El chico había permanecido casi diez horas en la cama, dormido profundamente. Algo normal en los lobos.

Ahora sin embargo, aquel llanto apagado le había despertado de su ensoñación.

Alex Branderburg sonrió repentinamente y cerró los ojos para disfrutar de aquel lamento.

Supo que era cruel, pero saber que su primo Chris –el único con acceso a aquella habitación- parecía estar sufriendo, era tan reconfortante que no lo podía evitar.

— Ojo por ojo—. Se dijo el muchacho para sus adentros. Y aunque no supo cuál era el motivo de su lamento esperó que le doliera de verdad.

Igual que días anteriores Alexander tomó su rutina, y tras tomar un baño rápido y vestirse, salió sigiloso de la mansión blanca sin ser detenido por nadie.

Condujo con precaución por el sendero, y detuvo frenéticamente el auto a la entrada del camino de acceso.

Al detenerse el chico notó que el corazón le latía con fiereza. Necesitaba un cigarrillo.

Encorvado en la penumbra que proyectaban los árboles tupidos del lindero del bosque, Alex contempló en silencio por la ventanilla. Tomó un cigarrillo de la cajetilla que llevaba oculta en la guantera y lo encendió con un fosforo.

La primera bocanada le dio una intensa sensación de alivio al chaval, el humo de un extraño olor amargo, fluyo soberbio hacia la carretera, y el rollo de tabaco se consumió con rapidez.

Más tranquilo, el joven licántropo retomó su camino hacia la universidad.

Durante los siguientes veinte minutos solo se dedicó a conducir, y cuando bajó de su automóvil en el estacionamiento de la Titans W. se quedó desconcertado ante el espectáculo que lo esperaba.

No había rastro alguno de la fiesta, ni se veía alegría por el supremo evento de la fundación.

Aunque las paredes húmedas del edificio estaban decoradas, el chaval vio las caras atónitas y desconcertadas de los alumnos que miraban con fijeza a casi diez metros de donde estaba él.

Tres patrullas de la policía distrital de Moonsville se hallaban aparcadas del lado izquierdo del estacionamiento atestado, y un grupo de policías custodiaban las entradas e interrogaban a un par de estudiantes.

Pero las sorpresas no parecían terminar ahí.

Antes incluso de que lograra asimilar la situación, Ian se acercaba presuroso hacía Alexander, sudoroso y con lágrimas en los ojos ligeramente rojos.

Al llegar frente a él, el pequeño muchacho alargó un periódico amarillento de aquél día.

— Aún sigo sin querer buscar empleo, gracias—. Dijo Alex a su amigo en un intento de bromear aunque sabía no encajaba con el ambiente.

— No es ninguna broma—. Resopló Ian secándose una lágrima disimuladamente. El labio le temblaba—. Solo creí que debías saber. Pasó algo horrible anoche. Encontraron muerta a la profesora Hargrove.

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