Son solo tres Palabras (Rubel...

By solcaeiro

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No puedes proteger a alguien todo el tiempo, pero él es capaz de hacer cualquier cosa por amor. Rubius desarr... More

Empezamos bien (Capítulo 1)
Tú miras pero no ves (Capítulo 2)
Amigos (Capítulo 3)
¿¡Perdonarte qué!? (Capítulo 4)
Chicos buenos y malos (Capítulo 5)
El gimnasio (Capítulo 6)
Problema (Capítulo 7)
Máquinas (Capítulo 8)
¿Por qué nunca puedes salvar a nadie? (Capítulo 9)
Como tener un gato (Capítulo 10)
Gracias (Capítulo 11)
El Hombre de sonrisa Cruel (Capítulo 12)
Confrontación (parte 1 y 2) (Capítulo 13)
La carta (Capítulo 14)
Sorpresa (Capítulo 15)
Una lluvia de Mentira (Capítulo 16)
El FuckingBlue (Capítulo 17)
En ese Instante (Capítulo 18)
Cebolla (Capítulo 19)
Red (Capítulo 20)
El Juego de los besos y todas esas Gilipolleces (Capítulo 21)
Lo que no te Atreves a Decir (Capítulo 22)
La Sonrisa más Dolorosa (Capítulo 23)
La Habitación (Capítulo 24)
¿Puedo contarte un secreto? (Capítulo 25)
Postre (Capítulo 26)
Destruido (Capítulo 27)
El Escape (Capítulo 29)
Porque Estoy Contigo (Capítulo 30)
Sola (Capítulo 31)
Fantasma (Capítulo 32)
"TAG del Psicólogo"
La Voz (Capítulo 33)
Las tres palabras (Capítulo 34)
Tu tristeza (Capítulo 35)
Todo (Capítulo 36)

Fuera de Nuestro Control (Capítulo 28)

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By solcaeiro


Rubén se quedó observando a su alrededor, sin mirar nada en especial.

Muchas cosas resonaban en su mente. Y a la vez ninguna.

Muchas emociones estaban en guerra dentro de él. Pero no sentía nada.

Había tantas cosas importantes, y, sin embargo, ninguna era relevante.

Aturdido.

Dañado.

Perdido.

Ni siquiera habían empezado las clases y ya estaba harto de que la gente lo mirara así, con esa expresión en el rostro. Como si fuera un bicho raro.

Quizá era porque la última vez que había estado en el Instituto había golpeado a alguien hasta quebrarle dos costillas y romperle la nariz.

O quizá simplemente era porque estaba parado en medio de la acera, con la mirada perdida, sin moverse.

Sonó la campana, estridente, aunque a Rubén le pareció muy lejana. Aquello lo sacó de sus ensoñaciones. Sacudió la cabeza, como si estuviera sacándose pensamientos de encima. Miró a su alrededor. Las personas que antes lo estaban mirando ahora estaban caminando hacia sus clases.

Tengo que caminar, pensó.

Pero no lo hizo.

La acera se vació en dos minutos. Pronto, solo quedaron Rubén y sus recuerdos.

Déjalas en paz, Rubén, resonó en su mente.

Cállate, le dijo a sus pensamientos. Tengo que caminar.

Déjalas en paz.

CÁLLATE.

Te pareces más a mí de lo que crees.

¡ESO NO ES CIERTO! Se llevó las manos a la cabeza, jalándose del cabello. Quería arrancarse esas palabras, desecharlas, quemarlas, y quemar sus cenizas, y quemar lo que quedase después.

Nada de lo que él dijo es cierto. No es cierto.

¿Verdad?

- Tú también llegas tarde, ¿eh? – le dijo una voz a sus espaldas.

Rubén se volvió.

- ¿Qué es esa cara? – preguntó Jeffrey, dándole una palmada en el rostro. – Ya sé que es duro volver al Instituto, pero vamos, a mí no me engañas. Te alegras de verme, ¿a que sí?

- Hola, Jeff. – saludó Rubén.

- ¿Hola? ¿Desde cuándo dices hola? – Jeffrey le pasó un brazo por encima de los hombros. Lo miró, preocupado. - ¿Qué te sucede?

- Nada, es solo que... no he dormido bien.

- Te crees que soy tonto, ¿verdad?

- ¿Eh?

- Algo te pasa.

- No, no es nada. Es que-

- ¿Estás preocupado? La última vez que te vi aquí estabas asesinando a alguien en la cafetería. ¿Temes que envíe a alguien a golpearte? ¿Una banda? ¿Un grupo de fortachones? – Jeffrey cerró las manos en puños y comenzó a pegarle al aire, como si realmente estuviera peleando con alguien. – No te preocupes por eso, yo te cubro. Podemos contra ellos.

- No... no es... no es nada de eso. – Aunque no había pensado en eso antes.

Genial. Otra cosa por la cual preocuparme.

De pronto, se le vino a la cabeza la imagen de Red sosteniendo un arma, en el callejón del gimnasio, salvándole la vida de Eric y los matones.

- Lo que tú necesitas, mi querido Rubius, - dijo Jeffrey. – es una cerveza.

- ¿Qué? No, tío, son las ocho de la mañana, ¿qué-

- A decir verdad, yo también la necesito.

- Jeff-

- Anda, vamos a clases. Pero no creas que escaparás de mí y de mi cerveza. Resérvame tu tiempo después de la escuela.

- Después de la escuela no puedo. Trabajo.

- Pues te acompaño en el camino al trabajo. Tengo una lata muy fresca y bonita esperándote aquí en mi mochila.

Rubén suspiró. Después de todo, era lindo que alguien se preocupara por ti a veces.

- Gracias, Jeff. Eso me tranquiliza mucho.

- Lo sé. – le dio una palmada en la espalda y caminaron juntos hacia las puertas del Instituto.

En realidad era mentira. No estaba tranquilo. No estaba tranquilo en lo absoluto.

De hecho estaba muy, muy tenso.

No sabía si era su imaginación jugándole una mala pasada, pero en todos los lugares por los que pasaba las miradas lo seguían. Los ojos de todos se le clavaban en la nuca como alfileres, punzantes, dolorosos, reales.

Dejen de mirarme, quería decirles. Dejen de mirarme. Basta. ¡Dejen de mirarme así!

Pero no lo hacían.

Lo miraban en todas partes. En el patio que atravesaron, en los pasillos que recorrieron para llegar a sus aulas, incluso la secretaria, que pasó por su lado, parecía tenerle miedo.

- Nos vemos luego. – se despidió Jeffrey. Y cruzó la puerta del aula contigua.

Rubén tomó aire.

Que les den por culo a todos, pensó.

Y entró.

La primera mirada con la que se cruzó fue con la de Valgón, la profesora de Literatura.

- Tarde, Doblas. – dijo. Eso fue todo.

La segunda mirada con la que se cruzó fue con la de Mangel. Este, al verlo, le sonrió. Rubén sintió que algo se removía dentro de él. Se sonrojó. Sintió unas repentinas ganas de revolear una mesa.

Y por último se topó con las miradas de todos los demás.

Todos los ojos.

Clavados.

En él.

Eran ojos que juzgaban. Ojos que estaban en espera de algún error. Ojos que parecían examinarlo de arriba abajo. Ojos que le temían, como si en cualquier momento Rubén saltaría a atacarlos. Ojos. Ojos. Ojos.

Se sacudió esos pensamientos de encima y caminó hacia su banco. Cuando Rubius les devolvía la mirada, ellos agachaban la cabeza. Le dieron ganas de gritar, o de golpear algo, o ambas cosas.

La clase prosiguió. La voz de Valgón lo envolvía todo con su tono cansino, amargado.

- ...el teatro se remonta a la antigua Grecia. El género dramático nace con la tragedia griega. Originalmente, hubo tres grandes tragedias que – bla, bla, bla. Rubén dejó de escuchar.

Miró hacia su izquierda.

Cómo me gustaría perderme en esos ojos y no encontrarme jamás, pensó mientras observaba a Mangel

Pasaron unos minutos. Miguel se volvió hacia él, pero antes de que lo viera mirándolo, Rubén apartó los ojos.

Se levantó la capucha y apoyó la cabeza en el banco, usando los brazos de almohada, casi como ocultándose. Lo último que le faltaba era preocupar a Mangel con sus problemas. No quería que lo viese así, con ese aspecto de emo cansado y arrepentido de haber nacido.

En pocos minutos se había quedado dormido. No había descansado bien en toda la noche; ni siquiera había tenido pesadillas. Simplemente había estado intranquilo. Al igual que ahora.

Sin llegar a ser un sueño, muchas imágenes pasaban por su mente a toda velocidad.

Ginny. Mangel. Su madre. Su padre. Mangel. Emma. Red. Mangel. Ginny. Jeffrey. Gwen. Al. Ethan. Ángela. Su padre. Unos guantes de pelea que le había regalado su padre. Su cumpleaños en la playa. Mangel. Vio fuego. Sintió su cabeza ardiendo.

Palabras.

Eres más parecido a mí de lo que crees.

Monstruo.

Monstruo.

Déjalas en paz.

Eres más parecido a mí de lo que crees.

Un nudo en su garganta. Un grito ahogado. Un golpe.

Y luego todo fue negro.

Un ruidoso silencio le palpitaba en la mente.

Sentía que estaba hundiéndose en aguas oscuras. Respiraba fuego.

No vio más nada.

Así habrá pasado media hora, cada vez más hundido en su desesperación. Atrapado en las redes de un sueño pesado. Y así se quedó.

Una voz lo fue sacando de las profundidades.

- ...as.

No despertó. No quería.

- ...blas.

Era más sencillo quedarse así, en ese estado de aturdimiento, que enfrentarse a la realidad.

- ¡Doblas!

Removió la cabeza.

- ¡Rubén!

Rubius alzó la cabeza hacia Valgón, que lo llamaba.

- ¿¡Qué!? – espetó, malhumorado.

Ella lo miró como si lo viese por primera vez.

- Agradecería que se siente como corresponde, Doblas.

Rubén puso los ojos en blanco. Valgón lo vio, pero lo dejó pasar.

No estoy haciendo nada, pensó. Ni siquiera estoy molestando. ¿Por qué no me deja dormir en paz?

Rubén esperó a que la profesora volviera a hablar y enterró la cabeza entre sus brazos otra vez para seguir durmiendo.

No pasaron treinta segundos cuando Valgón volvió a lanzar:

- ¡Doblas! ¿¡Qué le he dicho!?

Rubén suspiró y la miró con sus ojos verdes cansados, las ojeras muy oscuras y marcadas los hacían ver más sombríos.

- No estoy haciendo nada malo. – dijo, intentando ser paciente. No lo logró. Por poco no estaba gritando. – No molesto. No interrumpo. No hago nada. ¿Por qué no me deja dor-

- Mi clase no es para dormir. – aclaró ella. – Que usted no tenga ganas de escucharme o que no haya dormido bien no quiere decir que pueda hacer lo que quiera durante mi hora.

- ¿Ah, no? – soltó, antes de poder contenerse.

Mierda, la he liado.

Bah, da igual. Ya me da igual todo.

Valgón estaba a punto de echar humo por las orejas.

- Que usted no aprecie la Literatura no le da derecho a ignorarla. Por lo tant-

- No voy a ponerme a discutir con usted sobre si sus clases son una mierda o no, profesora.

Silencio.

- Estoy harto de esto ya. – dijo él. – De esto y de todo. De todo y de usted. Y usted está harta de mí. Así que no le veo el inconveniente a dormir durante su clase, profesora. – soltó con escepticismo. – Así, yo no tengo que lidiar con usted ni con esa... esa MIERDA del teatro, y usted no tiene que lidiar conmigo.

Sus compañeros se habían vuelto hacia él. Lo miraban sin poder creerlo. De por sí, ya se sabía que Rubén y Valgón no se llevaban bien. Pero Rubén nunca se había pasado tanto con ella.

- Doblas. – fue todo lo que ella dijo. Se la veía muy seria. No pestañeaba. – A dirección.

- ¿¡POR QUÉ SIMPLEMENTE NO ME DEJA EN PAZ!?

- Doblas.

- ¿¡TANTO LE CUESTA IGNORARME!?

- A dirección.

Rubén se la quedó mirando; sus ojos ensombrecidos se clavaban en ella.

Finalmente, se levantó de la silla.

- Con gusto. – dijo, sarcástico, mientras recogía todas sus cosas.

Se colgó la mochila al hombro. Caminó hacia la puerta. La abrió. Y, antes de cerrar, le echó una mirada a Mangel. Parecía tan sorprendido como los demás. Quizás hasta un poco herido.

Rubén apartó la mirada, tragándose la culpa, y cerró de un portazo.

El mundo entero se tambaleaba.

Rubius atravesó los pasillos como una exhalación, paso tras paso, cada vez más y más enojado consigo mismo.

Sabía que estaba perdiendo el control de sus emociones, y que por eso estaba actuando como un idiota. Pero no podía evitarlo.

Lo que más le preocupaba era que tendría que darles explicaciones a todos. A la directora, a Valgón, a Jeffrey. A Mangel. Y no estaba muy seguro de saber qué decir. De hecho, no quería decirle nada a nadie. Lo único que quería era dormir y despertar en treinta años.

En ese momento, pasó algo muy curioso.

Rubén estaba a punto de poner una mano sobre el picaporte de la puerta de dirección, pero esta se abrió antes de que pudiera hacerlo.

Y Rubén se encontró cara a cara con su...

- ¿¡J-jefe!?

Estaba vestido tan formal como siempre, con un traje gris oscuro, corbata y el cabello negro bien peinado, los zapatos muy lustrados.

El hombre pareció tan sorprendido como él.

- ¿Rubén?

- ¿Q-qué está haciendo aquí?

- He venido a buscar a mi hijo. – explicó. – No sabía que venías a su mismo Instituto.

- Yo no sabía que usted tenía un hijo.

- Touché – el jefe le sonrió.

Detrás de él salió la secretaria, que miró al hombre con nerviosismo.

- En un momento se lo traigo. – dijo ella. Y se alejó por el pasillo de la derecha.

- ¿Ha pasado algo? – se atrevió a preguntar Rubén.

- No en realidad. – el jefe bajó la mirada al piso. – Es solo que... mi hijo no debería haber venido hoy a la escuela. Debería estar en cama, descansando, pero no le gusta estar en casa.

- Oh. – fue todo lo que dijo Rubius.

Entendía lo de no querer quedarse en casa, pero ¿venir al Instituto cuando tienes permiso para faltar?

Definitivamente, es el último lugar al que vendría yo.

Era una escena muy extraña. Es decir, el jefe y el Instituto eran dos aspectos completamente diferentes de la vida de Rubén. El trabajo y la escuela. Dos cosas que por lo general no coinciden. Y ahora se habían mezclado.

Esto es muy chocante, pensó.

- ¿Y tú por qué no estás en clases? – le preguntó el jefe.

Rubén no lo miró a los ojos.

- Me enviaron a dirección.

- Oh. Te has metido en problemas, ¿eh?

- Algo así. – asintió.

- ¿Qué pasó?

- Bueno... - no quería contarle la verdad. Si le decía lo que había dicho, quizá el jefe pensaría que en realidad era un crío problemático y lo despediría. Bueno, quizá no tomaría una medida tan drástica como despedirlo, pero le haría restar puntos. – En mi defensa, Valgón es una profesora muy estricta. – decidió decir, en cambio.

El jefe frunció el ceño.

- ¿Valgón? No he oído de esa profesora antes.

- Es posible, si su hijo está en tercero o menos. Valgón solo tiene a los cursos de cuarto año para arriba. Yo estoy en cuarto.

- ¿Cuarto? Oh, claro, eres más grande que Ethan.

El mundo de Rubén se detuvo. Su corazón dejó de latir. Sus pulmones dejaron de respirar.

¿Acaso...?

¿A caso ha dicho...?

¿Ha dicho...?

¿Ethan?

Rubén se quedó mirando los zapatos de su jefe.

No.

Es mentira.

Algo así no puede...

No puede ser verdad.

Es mentira.

Pero en ese instante, la secretaria regresó. Caminaba lentamente por el pasillo de la derecha.

Al lado de Ethan.

Al lado de Red.

Rubén estaba demasiado aturdido como para procesarlo, pero Ethan caminaba lento, medio rengueando. No movía la parte superior de su cuerpo; gracias a las costillas rotas, le dolía si lo hacía. Su cara había vuelto a la normalidad, o algo así.

No miró al jefe en cuanto llegó a su lado.

Estaba demasiado ocupado mirando a Rubén.

Rubius alzó la mirada hacia él, tembloroso. La cabeza le daba vueltas. Las manos le tiritaban. Había empezado a sudar. No pestañeaba.

- ¿Tú? – fue todo lo que dijo.

Red se lo quedó mirando, muy serio, sin ninguna señal de estar alterado.

- El doctor ha dicho seis semanas, Ethan. – le dijo el jefe, con voz grave. – Seis. ¿Sabes cuántas han pasado?

- Una. – dijo Red, impasible.

- ¡Exacto! ¿A caso estás loco? Ni siquiera tendrías que estar de pie en este momento. ¿Cómo es que se te ocurre-

- Disculpe, señor. – le interrumpió la secretaria. – Necesito que firme la planilla para poder retirar a su hijo.

El jefe suspiró.

- Hablaremos de esto en el auto. – le advirtió a Red. – Espérame aquí. Rubén, fue un gusto encontrarte aquí. – le dirigió una sonrisa apretada.

Y entró a dirección. La puerta se cerró detrás de él.

Silencio.

Ethan miraba a Rubén. Rubén miraba a Red.

- Esto no puede estar pasando. – murmuró Rubius, casi involuntariamente.

Red seguía sin decir nada.

- Esto no puede estar ¡PASÁNDOME! – gritó Rubén, dándole un golpe a uno de los casilleros. El metal se abolló. La mano le dolió.

Mi jefe... mi jefe es... es el padre de...

No. Este capullo. Este capullo es el hijo de mi jefe.

- No puede estar pasándome esto. – Rubén apretaba los dientes, la mandíbula tensa. Todos sus músculos estaban rígidos. Se mordió el labio hasta lastimarse.

- ¿Qué cosa? – inquirió Red.

- ¡TÚ! – le gritó en la cara. Se apartó. Suspiró. Estaba temblando de ira. - ¿Sabes qué? Me voy. – Se colgó mejor su mochila al hombro y se volvió hacia el pasillo que llevaba hacia la salida. – Me voy.

Comenzó a caminar con el paso apretado. Quería irse. Del pasillo. Del Instituto. De la ciudad. Del mundo. Simplemente, irse. Desaparecer del universo. No existir.

Escuchó que Red lo seguía, pero a un paso mucho más lento y lastimero. Se estaba quedando atrás.

Rubén salió por las puertas principales y descendió los escalones. Iba a cruzar el gran patio que le quedaba, pero algo se lo impedía. Quería gritar. Golpear. Ser golpeado. Que le griten. Rendirse.

Revoleó la mochila, que atravesó el aire y se estampó contra un árbol.

Se quedó ahí, quieto, intentando recuperar alguna pizca de la calma que había perdido.

Tranquilo. Respira. Respira. Inhala. Exhala. No es tan malo.

Es la segunda vez que me pasa esto.

No es tan malo. Respira. Tranquilo. Inhala. Exhala.

Escuchó unos pasos que descendían los escalones a su espalda.

- Sabía que te alterarías. – dijo Red.

- ¿Ya lo sabías? – Rubén no se volvió hacia él. - ¿Cómo-

- Te vi en tu entrevista de trabajo. – explicó Red.

Rubén se encogió.

- ¿Qué?

- Mi padre es el dueño de varias sucursales de McDonald's, pero trabaja en una sola. Fui a verlo para pedirle dinero. Fue entonces cuando te vi. – hizo una pausa. Parecía costarle hablar demasiado seguido. Respiró profundo, haciendo una mueca de dolor que Rubén no llegó a ver. – Conozco a Carmen.

Rubén lo miró. Aquello estaba llegando demasiado lejos.

- Sé que ella nunca te hubiera dado el trabajo, así que fui con mi padre y le dije que te contratara.

El mundo de Rubén volvió a tambalearse.

- ¿¡QUÉ!?

- En vez del dinero, le pedí que te diese el trabajo.

- ¿Q-q-q...? ¿Osea que...? ¿Osea que el trabajo que tengo... lo tengo... ¡por ti!?

- Considéralo como una tregua.

- ¿¡Tregua!?

- Tú me odias. Así que le dije a mi padre que eras mi amigo y que te diera el trabajo. Considéralo como una... ofrenda de paz.

Ahora todo tenía sentido. Todo.

El hecho de que le dieran el trabajo. El que lo dejaran salir antes de que terminara su turno. El que el jefe lo trate tan bien, a diferencia de otros empleados.

<< - Estás contratado. – recordó que le decía Carmen.

- ¿Qué? ¿Por qué?

- No lo sé >>.

Pues ahora Rubén lo sabía. Y todo era gracias a... Red.

Un arranque de ira lo sacudió.

- ¡NO QUIERO TU CARIDAD! – le gritó. – Primero me salvas la vida en ese callejón porque resulta que ¡tu madre es dueña del gimnasio al que fui toda mi vida! ¡Y AHORA ESTO! ¡NO ME INTERESA TU COMPASIÓN! ¡NO LA NECESITO! ¡NO TE NECESITO A TI NI A TU OFRENDA DE PAZ! Así que, si esperabas que te de las gracias, que te de un abrazo y que te pida perdón por haberte roto esas costillas, lo siento, pero eso no pasará, ni hoy, ni nunca.

Red no pareció herido, como era la intención de Rubén. De hecho, nada de lo que estaba pasando parecía afectarlo. Ni siquiera parecía tenerle miedo, como el resto de las personas; y eso que fue a él a quien había golpeado.

Red solo lo observaba con cara de nada, directo a los ojos, con esa mirada tan oscura (que, ahora podía verlo, eran iguales a los ojos del jefe. Es decir... de su padre).

Fue entonces cuando el jefe salió por la puerta y descendió los escalones. No parecía haberse enterado de nada. Se acercó a su hijo.

Red le ha dicho que yo era su... amigo. Ese pensamiento le revolvió el estómago. No supo qué pensar acerca de eso.

- Te he dicho que me esperaras fuera de la dirección. – le reprochó su padre. – Vamos, dejé el auto en el estacionamiento. – parecía querer ayudarlo a caminar, pero no sabía bien cómo, así que sólo le puso una mano en la espalda.

Red y Rubén aún seguían mirándose.

El jefe miró a Ethan, luego a Rubén, a Ethan y a Rubén otra vez. No parecía saber muy bien qué decir, así que simplemente le dirigió una sonrisa nerviosa y empujó a su hijo suavemente para que caminara.

Poco a poco, paso a paso, se fueron alejando.

A pesar de todo, a Rubén se le escapó un:

- Gracias.

Su jefe no lo oyó, pero Ethan sí. Se volvió hacia él y asintió una vez con la cabeza. Luego siguió caminando.

Rubius no entró al edificio otra vez. Solo tomó sus cosas y se sentó en uno de los escalones. Escondió el rostro entre sus manos; se jaló del cabello; agachó la cabeza.

Soy un fracaso, pensó Rubén. Si no hubiera sido por él, no hubiera conseguido el trabajo. Él... hizo algo bueno... por mí.

Pero ese hecho solo lo hacía enfurecer aún más consigo mismo.

Se pasó ahí toda la mañana. No volvió a entrar a clases. Pensó que posiblemente Valgón había ido a la dirección para preguntar por él, pero no le importó. Necesitaba estar solo.

No, no necesitaba estar solo. Necesitaba...

Sonó la campana que indicaba el fin de las clases. Todos comenzaron a salir por la puerta y bajar los escalones. Vio a Mangel, que descendió por el otro lado de donde él estaba, acompañado de Gwen. Como no lo vio, simplemente se fue caminando por la acera, hacia su casa, solo.

Rubén sintió una punzada de remordimiento. Pero no lo siguió.

Fue entonces cuando vio a Jeffrey bajar los escalones. Pasó justo por su lado, pero el rubio no se fijó en él. Estaba tan ensimismado en sus bromas junto al grupo de los populares que pasó de largo.

Sabes que si vas con él, no llegarás a tiempo al trabajo, le dijo su conciencia.

Da igual, refutó su orgullo.

- Jeffrey. – le llamó. Este se volvió, sorprendido. Parecía a punto de decir algo, pero antes de que abriera la boca, le dijo: - Creo que voy a aceptarte esa cerveza.

A Jeffrey se le dibujó una sonrisa pirata en el rostro.

Eran las 5:10 PM del martes y Rubén seguía envolviendo hamburguesas.

Por mucho que lo hiciera, no conseguía agarrarle la mano. De hecho, era cada vez más tedioso y complicado.

- Apresúrate con eso, Doblas. – le dijo Carmen, mientras se paseaba por entre las demás estaciones de trabajo. Básicamente, así era su empleo. "Supervisaba" a los trabajadores; lo cual básicamente quería decir que podía ir jodiendo a los demás mientras estos intentaban concentrarse.

No estoy de humor como para soportarte, quiso decirle Rubén, así que dime una sola cosa más, y te enterraré la cara en las papas fritas. Anda, hasta seguro te gustaría que lo hiciera.

Pasaron los minutos y se hicieron las 5:15.

Rubius se volvió hacia Tobías.

- Tengo que irme. – le dijo.

- ¿Eh? – este frunció el ceño. – ¿Otra vez? ¿A dónde vas? Oh, y... - miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los oyera. - ¿Me explicas qué cojones hacía Carmen cubriendo tu turno ayer? ¿Por qué no viniste? ¿Por qué te cubrió... ella?

Rubén sintió una punzada de culpa. Por mucho que la odiara, Carmen no se merecía cargar con todas sus faltas.

El lunes no había ido a trabajar. No estaba de ánimos. Se había quedado hablando con Jeffrey durante horas y horas. Hacía mucho no mantenía una charla tan profunda con él; no se dio cuenta de que lo extrañaba hasta que lo tuvo en frente.

<< No pienso ir a trabajar hoy, recordó que le había dicho a Jeff. Si me despiden, que me despidan. Ya me da igual >>.

No le había contado absolutamente todo lo que le ocurría, pero sí le habló sobre Red (incluyendo lo del jefe, pero dejando la parte de Mangel fuera) y sobre Ginny y su familia.

A su vez, Jeffrey le había contado sobre él. Últimamente no estaba mucho tiempo en casa, puesto que no se llevaba del todo bien con sus padres. Jeff habló mucho sobre Gwen. De verdad parecía quererla. Pero ella estaba con Al. Aunque Jeff sospechaba que se habían peleado, pero no sabía el motivo ni si era cierto.

Al llegar el martes al trabajo, nadie le había dicho ni reprochado nada con respecto a su inasistencia el día anterior. Ni siquiera la secretaria le había preguntado el motivo. Al jefe no lo había visto y Carmen parecía estar mordiéndose la lengua para no echarle una reprimenda.

- Oh, no fue nada. – explicó Rubén. No quería decirle que simplemente no había querido ir. – Tuve una emergencia, así que no pude venir.

- ¿Y ahora te vas otra vez? – Tobías parecía preocupado. – Tio, ten cuidado. Son bastante estrictos aquí. Si sigues así, quizá podrían despedirte, o... descontarte dinero.

Descuida, se contuvo para no decirle, eso no sucedería ni aunque quisiera. Con el padre de Red como jefe, podía sacarle mucho provecho a la situación. Es decir, al ser "amigo" de su hijo, Rubén recibía como una especie de inmunidad, o "privilegio".

Pero no quería hacerlo. No perdería el orgullo por algo así. Iba a demostrar que no necesitaba ayuda para sobrellevar el trabajo.

Es por eso que esta era la última vez que salía antes para ir a buscar a su hermana. No podía seguir aprovechándose del jefe. No podía aceptar el favor que le había hecho Red. No podría soportarlo.

- Lo sé. – se limitó a decir. – Tendré cuidado.

Salió de la cocina. Estaba seguro de que Carmen lo había visto, pero ella no le dijo nada. Eso lo molestó aún más.

Tomó sus cosas del casillero, se cambió y dejó el uniforme en la recepción.

Le resultó extraño que le fuese tan fácil salir. Es decir, sin Carmen sobre él ni el jefe dando vueltas, casi parecía mentira que estuviera saliendo del trabajo antes del horario que debía.

Pero en cuanto salió a la calle, oyó una voz que lo llamaba.

- Rubén.

Se volvió. Era el padre de Red. Se acercaba a él desde el estacionamiento; sonreía.

- ¿Qué haces yéndote tan temprano? ¿Tu hermana se lastimó otra vez?

Rubén no le devolvió la sonrisa.

- Mi hermana sale de la escuela a las cinco y media, y le dije que hoy iría a buscarla. – dijo, simplemente. Decidió que ya no tenía sentido mentir.

Atrévete a despedirme, le desafió para sus adentros. Despídeme, y me iré con gusto.

Sin embargo, el jefe no se mostró disgustado, sino comprensivo.

- Lo entiendo. Ve, hijo. Le diré a Carmen que te cubra.

Rubén quiso arrancar un árbol y tirárselo por la cabeza.

¿¡Por qué tienes que ser tan buena gente!? Quiso decirle.

No es buena gente, explicó su razonamiento. Es solo que su hijo le ha dicho que te trate bien, eso es todo.

Lo sé, pero es que... de verdad parece buena gente.

Rubius se dio la vuelta sin decir palabra. Comenzó a caminar por la acera.

- Oh, y, Rubén... - le dijo el hombre. Rubius se frenó en seco, pero no se volvió. Solo escuchó. – No sé por qué estás enojado con mi hijo, pero... por favor, no lo odies. Él me advirtió que... si te enterabas quien era yo, o si te enterabas de lo que había hecho él para que te contratáramos, te enfadarías y renunciarías. Por favor. No te enojes con él. No... no tiene muchos amigos, ¿sabes? A decir verdad, eres el único del que me ha hablado. Y él nunca me pide nada que no sea dinero. De hecho, a penas me habla. – el jefe soltó una risa desganada. – Es por eso que accedí al instante cuando me pidió que contratara a un amigo suyo. Creí... creí que así... quizá... entendería que puede confiar en su padre para algo que no sea... dinero – hizo una pausa, tomando aire –. Lo siento, Rubén. Lo siento, porque... te usé para mejorar mi relación con Ethan, y no pensé en que te molestarías. No pensé que... tenías derecho a saber lo que pasaba. Ethan me pidió que te contratara, pero yo accedí. Así que, si quieres enojarte con alguien, enójate conmigo. No con él. Por favor.

El jefe agachó la cabeza. Suspiró.

- No quiero que pierda a su único amigo.

Si todas las palabras anteriores hubieran sido golpes, aquella última frase habría sido el golpe mortal, la patada más fuerte, el puñetazo definitivo.

Rubén giró la cabeza y lo miró. Lo miró a los ojos. Lo miró como antes no lo había visto.

Era más parecido a Red de lo que había pensado. Tenía los mismos ojos profundos y oscuros, y la misma nariz pequeña. El tono de piel era igualito, y hasta tenía el mismo gesto de las cejas, ligeramente arqueadas.

- ¿Usted sabe que su hijo me salvó la vida? – preguntó Rubén.

El hombre entreabrió la boca para decir algo.

- ¿Q-q-qué...? – balbuceó, aturdido.

- Así que no lo sabe – dedujo, impasible.

Rubén se dio la vuelta y continuó caminando.

Necesitaba distraerse. Necesitaba desaparecer del mundo un rato. Necesitaba que todos los problemas se esfumaran por un tiempo.

Rubén había pensado que con Ginny eso pasaría. Pero no fue así.

Fueron a por un helado otra vez, a la misma heladería. Ginny pidió los gustos de la vez anterior, pero Rubén no pidió nada. Hablaron de cosas nimias, como << ¿Qué tal ha estado tu día? >> y << ¿Qué hiciste el fin de semana? >>, pero Rubius no tenía ánimos ni para hablar de eso.

- Le he dicho a los niños lo que me dijiste – comentó Ginny –. Lo de que si me volvían a molestar, tú les romperías los dientes.

- ¿Yo dije eso?

- ¿Eh?

- ¿Y funcionó?

- ¡Sí! Quisieron aparentar que no estaban asustados, pero se cagaron encima – dijo ella, con orgullo.

Rubén soltó una sonrisa débil. Apoyaba la cabeza sobre una mano, con el codo sobre la mesa. No tenía ni fuerzas para reprender a su hermana menor sobre las malas palabras.

- Ruby, - Ginny lo miró, preocupada. - ¿qué te sucede?

- ¿Eh? ¿De qué hablas?

- ¿Qué te pasa? Estás triste otra vez.

- ¿De verdad? – respondió vagamente.

Lo cierto era que a penas estaba presente en la conversación. No podía sacarse esas palabras de la cabeza. << No quiero que pierda a su único amigo >>, << No te enojes con él >>.

Quizás no tengo por qué odiarlo tanto...

No todas las cosas que hizo son buenas, le recordó su razonamiento.

Pero las cosas buenas también cuentan.

¿En serio? Estás olvidando que es la misma persona que besó a tu novio, luego de haberte drogado y encerrado en una habitación. Y que después te envió una foto del beso por el móvil.

Aquello le revolvió el estómago.

- Rubén – Ginny golpeó la mesa con la palma de su mano –. Deja de hacer eso.

- ¿Eh? – él volvió a la realidad. - ¿Hacer el qué?

- Eso. Quedarte... así. Pensando. ¿Qué te pasa?

- No me pasa nada.

- Sí. ¿Qué ha pasado?

- Muchas cosas... y a la vez ninguna.

Aquello desconcertó a Ginny.

- Eso no tiene sentido.

- Sí lo tiene.

- ¡Que no!

Rubén rió.

Y al instante se le vinieron otras palabras. Pero eran muy distintas, y de una persona diferente

<< Déjalas en paz, Rubén >>.

<< ¿Eso es lo que quieres para Ginny? >>.

Rubius miró a su hermanita. Estaba por terminar el helado. Se veía muy concentrada, intentando que no se le cayera ni una gota.

<< ¿A caso quieres que crezca teniendo un hermano que a veces se acuerda de ella y a veces no? >>.

Rubén cerró los ojos.

Eso no es cierto, pensó. Nunca me olvido de ella.

<< ¿Quieres que tu madre se odie a sí misma por el resto de su vida? >>.

Cerró los ojos con más fuerza, como si le doliera algo.

- Ruby... - su hermana parecía preocupada otra vez. Estaba a punto de decir algo, pero Rubén se lo impidió.

- Ginny, os quiero mucho, ¿vale?

Ella pareció sorprendida.

- ¿Eh?

- A ti y a mamá. Os quiero mucho. Lo sabes, ¿verdad?

- S-sí. – respondió Ginny, desconcertada.

- Anda, termina el helado y vamos a casa.

Ginny acabó con lo que le quedaba y se fueron caminando juntos por la acera, tomados de la mano. Rubius no pudo evitar en fijarse si en la puerta del edificio estaba estacionado del auto de Horace. No lo vio.

Rubén se despidió de su hermana, como la vez anterior. Le dio un fuerte abrazo, un beso en la frente y se dirigió hacia las escaleras del edificio para bajar a la calle. Pero en el instante en el que Ginny abrió la puerta para entrar, su madre salió.

Beatrice tenía el rostro demacrado, como si no hubiese estado comiendo bien. La frente estaba llena de arruguitas de angustia y los ojos verdes, tristes; la cara mojada de llanto.

- Rubén. – le llamó ella, casi suplicando.

Rubius no escapó esta vez, pero tampoco hizo gran cosa. Simplemente se volvió hacia ella y se la quedó mirando, sin ninguna expresión.

Su madre fue hacia él con el rostro lleno de lágrimas y lo abrazó.

- Lo siento – sollozó ella –. De verdad lo siento.

Rubén no se sorprendió. No supo qué hacer. Su mente se quedó en blanco. Ya no sabía qué pensar.

Alzó los brazos y le devolvió el abrazo, o algo así. Fue un roce débil, dubitativo. No estaba seguro de lo que estaba haciendo. A penas era consciente de que su madre estaba abrazándolo. Frunció el ceño por un segundo, casi enojado.

Beatrice no parecía dispuesto a soltarlo, pero él se apartó. La miró a los ojos, tomó el rostro de su madre con las manos, le dio un beso en la frente y se dio la vuelta para bajar por las escaleras.

Escalón a escalón, su corazón se hizo pedazos.

Sintió cómo cada parte de él se desarmaba hasta dejarlo vacío.

Deseó caer. Caer como un trapo al piso y, simplemente, quedarse ahí.

Ser nada.

Y a la vez quería correr. Irse lejos. A cualquier sitio. Pero no le quedaban fuerzas para hacerlo.

Salió a la calle. El sol se había puesto y las sombras coloreaban todo con oscuridad. Si bien no era tan tarde, ya no había gente en la calle.

Rubén respiraba irregularmente. No conseguía que el aire llegara a sus pulmones.Fue entonces cuando una voz dijo:

- Te dije que las dejaras en paz.

Rubius se dio la vuelta al mismo tiempo que le caía un puñetazo en la cara.

El golpe lo aturdió. Todo su cuerpo se impulsó hacia abajo y perdió el equilibrio, pero sin llegar a caer al suelo. Se llevó las manos a la cara para tocarse la herida.

- Te dije que no volvieras.

Otro golpe. Esta vez, Rubén cayó de rodillas al piso.

Alzó la mirada hacia la persona que lo atacaba.

- ¿Eres tonto? – le preguntó su padre – No, ¿verdad? Entonces, ¿qué haces aquí?

Rubén seguía sin poder creerlo.

Su padre le había pegado.

En todos sus años de vida, Horace jamás le había levantado la mano a él. Sí a su madre, sí a Ginny, pero a él no. Dedujo que quizás, solo quizás, su padre sí... su padre sí lo quería.

En ese instante se odió a sí mismo por mantener una esperanza tan estúpida como esa.

- Vine a ver a mi familia – respondió, levantándose del suelo. Intento disimular el dolor de su rostro.

- ¿Por qué? – le preguntó Horace, acercándose a él.

- Porque la extraño – Rubén le hizo frente.

Se percató, casi sin quererlo, de que su padre daba miedo. Con esa boca fina torcida en una sonrisa y aquellos ojos celestes y fríos, parecía un hombre capaz de hacer cualquier cosa. Y no en el buen sentido.

- ¿Es que a caso no me has entendido la última vez que hablamos? – le dijo Horace, amenazador.

- ¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo, padre? – Rubén se acercó más a él. Su mirada se había ensombrecido y los golpes que el hombre le había dado ya comenzaban a enrojecerse. Mirándolo fijamente y con mucho orgullo, dijo: – Que yo amo a mi familia.

Horace le atizó un golpe en el estómago, haciendo que Rubius se doble sobre sí mismo; cayó al suelo otra vez.

- Estoy harto de tus mierdas sentimentales – escupió su padre –. Creo que es por eso que te gusta ese chico, ¿verdad, Rubén? – Horace le dio un puntapié en la espalda.

Mangel, entendió Rubén, en medio del dolor y la confusión. Está hablando de Mangel.

Tosió.

- ¿Cómo lo-

No pudo seguir hablando. Su padre le atinó otra patada en el estómago.

- Soy tu padre. Lo sé todo.

Rubén no podía pensar con claridad. Comenzaron a darle arcadas.

- La verdad – dijo Horace – no es tu culpa, hijo. Toda la culpa es mía. Creo que hice mal al no educarte como debía. Ahora puedo verlo. Perdóname, Rubén. Pensé que si no te pegaba, ibas a salir menos tonto, pero mira que me he equivocado. ¡SEMEJANTE MARICÓN RESULTASTE SER! – Horace le dio un puñetazo en la mandíbula, esta vez más fuerte que los demás.

A Rubén se le torció el cuello. Ya no sabía qué le dolía más: si el estómago, la cara o el orgullo por estar a los pies de su padre.

Horace tomó a su hijo por los pelos, levantándole la cabeza. Rubén se mordió el labio para no aullar.

- Iré a buscar el coche que está aparcado aquí a la vuelta. Si para cuando vuelvo sigues aquí, te golpearé todas las veces que tendría que haberte golpeado a lo largo de tu vida, ¿me entiendes?

Lo soltó.

Rubén observó, derrotado, cómo su padre se alejaba por la acera.

Rubén se miró en el reflejo de la ventana.

Vio su tez pálida, su mandíbula débil, sus ojeras oscuras, sus ojos grandes y cansados.

Este no soy yo, pensó.

Estaba sentado en el alféizar de una ventana de la escuela, apoyando los brazos sobre sus rodillas flexionadas, la cabeza reposada contra el cristal. No había nadie por allí. Nadie iba al cuarto piso, puesto que solo había dos aulas, y eran demasiado pequeñas para la cantidad de alumnos de cada clase. Así que ahí estaba. Solo. En silencio. Mirando la ciudad por la ventana. Mirando su propio reflejo, o quizá el de alguien más.

Era jueves. Estaba en horario de clases, pero no tenía ánimos como para asistir y simular como que todo estaba bien.

A penas había hablado con Mangel. Lo extrañaba, aunque no quería contarle todo lo que le estaba sucediendo. Rubén pensó que era mejor esperar a que las heridas sanen, y luego hablarle. No quería preocuparlo más de lo que ya estaba.

Pero, ¿cuándo sería eso? ¿Cuándo cicatrizarían esas heridas?

¿Cicatrizarían?

Suspiró.

¿Cómo...? ¿Cómo ha sabido mi padre de Mangel? Era una duda que le revolvía el estómago. No quería ni pensar en ello, pero le inquietaba. Hasta le daba un escalofrío de miedo.

Rubén escuchó unos pasos subir por las escaleras. No se inmutó. No pensaba moverse de allí. Aún si era la mismísima directora, no iba a levantarse de aquel alféizar ni aunque lo arrancasen. No estaba de humor.

Los pasos se detuvieron.

- Doblas.

Rubén no se volvió.

- ¿Qué hace aquí? – preguntó Valgón.

- ¿Qué le parece que hago?

- No está haciendo nada.

- Exacto.

Ella suspiró.

- ¿Qué hace usted aquí? – preguntó él.

- Estaba buscándote.

Aquello lo sorprendió, pero lo disimuló.

- ¿Por qué?

- Pues porque no está en clases.

- ¿Y qué con eso? No tengo su clase hoy.

- ¿Es que no puedo simplemente preocuparme por un alumno?

Rubén la miró con las cejas enarcadas, suspicaz, y volvió a apoyar la cabeza contra la ventana. Sabía muy bien que Valgón lo había buscado para reprenderlo.

Sin embargo, ella dijo:

- No le obligaré a que me pida disculpas, y no voy a preguntarle a dónde fue el lunes, puesto que no fue a dirección como le ordené, claro está. No espero que me responda con sinceridad, pero se lo preguntaré de todas formas. ¿Qué le pasa, Doblas?

Él no la miró.

- Todo – dijo –. Todo me pasa.

- ¿Qué es todo?

- Míreme, profesora – Rubén se volvió hacia ella. Clavó sus ojos en los de Valgón, con toda la sinceridad que fue capaz de transmitir –. No me reconozco. Ya no sé nada. Antes por lo menos yo... peleaba, ¿sabe? Me resistía. Le hacía frente a todo. Ahora, simplemente, parece que... me rendí. Ya no sé qué hacer. Ya no sé quién soy. – se volvió hacia la ventana otra vez, dispuesto a no decir nada más.

- A veces no puedes con todo, Rubén – dijo ella –. A veces no puedes enfrentarlo todo, y todo lo que queda es... levantar los brazos y...rendirse. Y empezar de nuevo.

Rubius frunció el ceño, sin saber que pensar. Volvió a mirarla.

- ¿Por qué está diciéndome esto?

Valgón parecía mucho mayor de lo que era. Las arrugas de su rostro se hicieron más visibles y sus ojos parecían muy cansados, como si hubiesen visto mucho.

- No voy a meterme en sus problemas personales, Doblas. Pero usted es demasiado joven como para estar cansado de la vida. Puedo reconocer a alguien así cuando lo veo. Lo único que voy a aconsejarle es que... tome aire, y deje ir los problemas. Corra. Escape de ellos. Algunas cosas están fuera de nuestro control, Doblas; y a veces eso es lo mejor de todo.

Rubén se quedó pensando, mirándose las manos, que colgaban de sus rodillas.

- Quizá... - dijo – quizá tenga razón. – la miró. Valgón había comenzado a alejarse. - ¿A dónde va? – se sorprendió. - ¿No va a llevarme a clases?

Ella se detuvo y lo miró, muy seria.

- Hagamos como que nunca lo vi aquí – propuso.

Y se fue por donde había venido. Pronto, sus pasos dejaron de escucharse.

Y Rubén se quedó solo con el eco de las palabras.

Fuera de nuestro control, ¿eh?

Golpe. Golpe. Golpe.

¿Así de simple? ¿Dejarlos ir?

Golpe. Golpe. Golpe.

¿Estás seguro de esto?

Golpe. Golpe. Golpe.

Solo estoy seguro de una cosa.

Con cada puñetazo, la bolsa de boxeo se sacudía más y más. Los pensamientos de Rubén revoloteaban por las paredes del gimnasio, gritando, queriendo salir.

Hacía bastante que no iba por su cuenta. Era sábado, y en cualquier momento llegaría Mangel para otra de sus clases. Rubius, sin embargo, estaba allí desde hacía tres horas. Y eso que eran las ocho de la mañana.

No había dormido en toda la noche. Ya ni siquiera sentía el cansancio. Simplemente se mantenía en movimiento, sin parar para no desfallecer. Golpe, golpe, golpe.

Sus nudillos estaban rojos otra vez, casi al borde de cortarse la piel. Rubén volvía a tener esa sensación después de tanto. Ese sentimiento de no querer parar hasta desangrarse. Hasta quedar tumbado en el suelo, sin fuerzas. Por primera vez después de mucho tiempo, eran sus nudillos los que le causaban dolor, y no las personas.

Se había quitado la camiseta. El sudor le recorría el rostro, el cuello y el torso, haciendo relucir aún más su palidez.

Golpe, golpe, golpe.

Pasos bajando la escalera.

- Eh – dijo Mangel –, hola.

Rubén no lo miró.

- Hola – saludó débilmente, mientras continuaba golpeando la bolsa.

- ¿Hace cuánto estás aquí? – preguntó Mangel.

- Un rato.

- Da la sensación de que llevas toda la noche. – se acercó a él – Rubius, hey, ¿qué sucede?

Rubén apretó los dientes. Se concentró en el dolor de sus manos mientras daba tundas.

- Nada.

- Llevas así toda la semana.

- ¿Así cómo?

- Distante – Miguel no lo miró a los ojos. Rubén se detuvo por un segundo para observarlo; tomó aire para decir algo, pero luego cerró la boca y continuó con la bolsa –. Estás distraído; la mayor parte del tiempo te la pasas pensando. No te he visto sonreír sinceramente desde la semana pasada. Pareces cansado todos los días y no me hablas. No sé por qué no me cuentas nada. Quizá no confías en mí o te has enfadado conmigo, pero házmelo saber, ¿vale?

¡No estoy enojado contigo! Quiso gritarle. ¡¿Por qué siempre piensas que has hecho algo malo?! ¡Yo soy el que hace las cosas mal en esta relación!

- Quizás simplemente no quieras contarme – prosiguió Mangel –. Y entiendo si no quieres hacerlo, pero no voy a dejarte así, ¿entiendes? No puedo dejar que sigas tan deprimido, ni que sigas lastimándote así las manos. ¡Rubius! ¡¿Quieres escucharme?!

Pero lo único que hizo Rubius fue seguir pegándole a la bolsa, esta vez más fuerte, causándose más dolor.

- ¡¿Has prestado atención a algo de lo que te he dicho?! – Mangel dio un puñetazo a la bolsa de boxeo.

Rubén siguió golpeando.

- ¡RUBÉN! – Mangel se puso entre la bolsa y Rubius.

Este dejó de golpear y lo miró a los ojos, respirando entrecortadamente, clavando su mirada verde ensombrecida en él, intentando transmitirle todo su dolor y todo su amor a través de un tacto tan simple como ese. Una mirada. Entonces lo besó.

Fue un beso espontáneo, casi brusco. Rubén tomó el rostro de Mangel entre sus manos. Hacía tanto que no lo besaba; fue casi como besarlo por primera vez. Extraño, nuevo, perfecto. Mangel era una de las pocas cosas que estaban bien en su mundo, y eso le encantaba.

Rubén empujó delicadamente a Mangel hasta apoyarlo contra la pared. Colocó ambos brazos a cada lado de su rostro, sobre el muro, acorralándolo, encerrándolo, impidiéndole escapar. Lo besó con más fuerza, más intensidad. Juntó sus torsos. Sus pies se tocaban. Casi no había espacio que los separase.

Entonces Rubén se apartó. Aún apoyando los brazos en la pared, miró a Mangel. Este tenía la mirada en el suelo. Rubius colocó una mano en su mentón y le alzó la quijada, obligándolo a mirarlo a los ojos.

- Escápate conmigo, Mangel.

Notó cómo Miguel dejó de respirar. Miró a Rubén, casi temblando.

- ¿E-eh?

- Escápate conmigo.

Mangel contuvo la respiración. Lo miró, aturdido, al parecer sin entender aún. O sin poder creerlo.

- Vámonos – dijo Rubén, casi implorando –. Lejos de aquí. Huyamos. Dejemos todo.

- P-pero... R-Rub... - Mangel seguía mirándolo con asombro. – Tú... tienes familia, yo tengo la mía, no podemos simplemente desaparece-

- Solo serán unos días. Una semana. No te pido más. Sin que nadie lo sepa. Vayámonos de aquí. Desaparezcamos un tiempo. No mucho. Una semana, eso es todo.

Mangel no sabía qué decir. Se había quedado de piedra. Sus ojos se detenían en todas partes menos en Rubius. Sus manos temblaban. Miguel estaba rojo como un tomate. Respiraba entrecortadamente.

- R-Rubius, yo-

Rubén sostuvo en rostro de Mangel entre sus manos. Su piel estaba caliente, hervía.

- Mangel – le dijo –, lo único que he querido hacer estos últimos días ha sido dormir y despertar en treinta años. Ese sentimiento no es estar vivo, Mangel. Pero tú me haces querer estar vivo. Tú me haces querer vivir la vida en vez de estar cansado de ella. Quiero que solo seamos tú y yo, Miguel. Tú y yo y nada ni nadie más. Una semana. Solo será eso. No importa... lo que pase después.

Rubén bajó la mirada. No estaba seguro de poder seguir hablando. Tenía un gran nudo en la garganta y ya había comenzado a balbucear. Tomó aire, alzó el rostro y miró a Miguel directo al alma.

- Escápate conmigo, Mangel.

Mangel le sostuvo la mirada. Rubén no supo interpretarla. Aún parecía confundido.

Fue entonces cuando Mangel respondió:

D      A      M      N       .

    ¿Qué les pareció? (: *acá es cuando empiezan a golpearme por haber dejado el final así*

Espero que les guste. Yo que que explotaron. Gracias por no haberme abandonado <3

Dejé un multimedia :D Es una canción de Linkin Park que me encanta, y bueno... sería exactamente cómo se siente Rubén a lo largo de este capítulo, les recomiendo escucharla y leer la letra.

Ah, y, me siento bastante identificada con Rubén, en el sentido de que... bueno, de que todo le sale mal. LOL. Manita arriba si vos también ._./

PD: ¿Soy la única que no odia a Red? No me cae tan mal, yo lo quiero un poquitirijillo.

PD2:AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAKLJABSDKJABDK <3



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