Son solo tres Palabras (Rubel...

By solcaeiro

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No puedes proteger a alguien todo el tiempo, pero él es capaz de hacer cualquier cosa por amor. Rubius desarr... More

Empezamos bien (Capítulo 1)
Tú miras pero no ves (Capítulo 2)
Amigos (Capítulo 3)
¿¡Perdonarte qué!? (Capítulo 4)
Chicos buenos y malos (Capítulo 5)
El gimnasio (Capítulo 6)
Problema (Capítulo 7)
Máquinas (Capítulo 8)
¿Por qué nunca puedes salvar a nadie? (Capítulo 9)
Como tener un gato (Capítulo 10)
Gracias (Capítulo 11)
El Hombre de sonrisa Cruel (Capítulo 12)
Confrontación (parte 1 y 2) (Capítulo 13)
La carta (Capítulo 14)
Sorpresa (Capítulo 15)
Una lluvia de Mentira (Capítulo 16)
El FuckingBlue (Capítulo 17)
En ese Instante (Capítulo 18)
Cebolla (Capítulo 19)
Red (Capítulo 20)
El Juego de los besos y todas esas Gilipolleces (Capítulo 21)
Lo que no te Atreves a Decir (Capítulo 22)
La Sonrisa más Dolorosa (Capítulo 23)
La Habitación (Capítulo 24)
Postre (Capítulo 26)
Destruido (Capítulo 27)
Fuera de Nuestro Control (Capítulo 28)
El Escape (Capítulo 29)
Porque Estoy Contigo (Capítulo 30)
Sola (Capítulo 31)
Fantasma (Capítulo 32)
"TAG del Psicólogo"
La Voz (Capítulo 33)
Las tres palabras (Capítulo 34)
Tu tristeza (Capítulo 35)
Todo (Capítulo 36)

¿Puedo contarte un secreto? (Capítulo 25)

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By solcaeiro

Y aunque es mi culpa, te amo.

- Tú también. - le advirtió a Mangel, con un dedo acusador y mirándolo muy de cerca. - Hablo en serio. Quédense aquí. - les ordenó a ambos. Y Rubén salió de la habitación.

Lo último que Mangel vio de él fue su espalda desapareciendo por el marco de la puerta. Durante unos segundos, se oyeron sus pasos alejarse por el pasillo. Luego, solo quedaron Mangel, Emma, y una horrible tensión.

Miguel recordaba a Emma vagamente. Si su memoria no le fallaba, ella había sido la que los había dejado pasar, a Jeffrey y a él, al FuckingBlue, hacía varios meses. También había estado en el cumpleaños de Rubén, en la playa, y le parecía haberla visto en alguna que otra fiesta.

Pero no habían cruzado más de dos palabras. Ni siquiera podía decir que era su amiga. Eran más bien... conocidos.

¿Qué se supone que tienes que hacer cuando ves a un conocido llorando? ¿Abrazarlo? ¿Consolarlo? ¿Es que había suficiente confianza?

Mangel solo logró balbucear.

- ¿Emma? – salió de sus labios. - ¿Es...? ¿Estás bien?

Qué pregunta tan estúpida. Claro que no estaba bien. Fue tan obvio, que Emma no se molestó en contestarle siquiera.

Mangel pensó en Red y su corazón se aceleró.

- ¿Conoces...? – se atragantó con sus propias palabras. Volvió a intentarlo. - ¿Conoces a... Red?

Emma soltó una risa amarga. Sus ojos, de pestañas muy arqueadas y rímel desparramado, se perdieron en algún lugar de sus pensamientos.

- No. – esa palabra quedó flotando en el aire un rato; llenó el espacio de vacío; desprendió tanta tristeza, que Mangel sintió pena por ella. Y a penas la conocía. Con una sonrisa desconsoladora, se volvió hacia Miguel y dijo: - Conozco a Ethan.

El desconcierto debió haberse notado en el rostro de Mangel, porque ella volvió a soltar esa risa afligida, esa risa que solo nos sale cuando no podemos dejar de llorar. Esa que solo puede provocárnosla un recuerdo.

¿Ethan?, pensó Mangel. ¿Y ése quién es? Eso no viene al caso.

Iba a preguntárselo cuando Emma volvió a hablar, esta vez sin mirarlo.

- Mangel, - dijo. A él le sorprendió que recordara su nombre. – todos tenemos una persona a la que estamos unidos inevitablemente. Queramos o no. La queremos aunque esa persona no nos quiera. Y duele, ¿verdad? – tomó aire en bocanadas entrecortadas, la garganta agarrotada. - ¿No es así?

- Sí. – murmuró Mangel, un tanto desconcertado. No pudo evitar pensar en Rubén.

- Suponte que esa persona te odia. – pidió Emma. Con cada palabra, el miedo se adentraba más y más en las venas de Miguel. Se esparcía como veneno. Como pánico. – Suponte que te ha hecho muchas cosas malas. Cientos de ellas. Y no muestra arrepentimiento ni culpa. En ningún momento. Y tú se lo dices. Le repites que te está haciendo daño, una y otra vez, que no sabes por qué hace las cosas que hace, o por qué dice las cosas que dice. – ahora sí lo miró. Lo empujó con la mirada. Lo obligó a apartar los ojos. - ¿Tú la perdonarías, Mangel? ¿Perdonarías a esa persona? ¿Volverías a perdonarla?

Él lo pensó. Bastante.

En primer lugar, no entendía cómo alguien podía enamorarse de una persona así. Era enamorarse del dolor, del sufrimiento. Enamorarse de un monstruo.

Enamorarse de una persona que no te quiere es... es suicidarse, pensaba.

Pero, por otro lado, sabía perfectamente lo que era amar a alguien. Amarlo hasta el cansancio, hasta convertirlo en una necesidad. Y de tan solo imaginar que esa persona podría odiarlo... de que Rubén podría odiarlo...

Muy a su pesar y aún con sus dudas, tuvo que reconocer:

- Sí. – asintió. – Sí, la perdonaría.

Emma lo miró como si no lo hubiera visto antes. Como si lo viera por segunda vez, como cuando te detienes a observar un rostro que te suena conocido.

- Eres un idiota. – le soltó.

Mangel apartó la mirada, apenado. Sentía su cara ardiendo. Todo él era fuego. ¿Por qué Emma lo miraba tanto? ¿Es que no podía dejar de mirarlo? Tenía la sensación de que, si le correspondía la mirada, Emma lo leería como a un libro abierto. Lo sabría todo. Sobre Rubén y él. De alguna manera, lo sabría.

- Y yo también. – agregó ella, más para sí misma que para Mangel.

El ambiente cambió. Ya no estaba tenso. Estaba roto, como un suéter que se deshilacha. La conversación moría y, con ella, las palabras angustiosas.

- Esto... yo... - Mangel no sabía cómo decirlo sin que sonara ofensivo. – Voy a... buscar a Rubén. Quizá se cayó por ahí, o puede que esté... - estrangulando a Red, iba a decir. Pero decidió no volver a nombrarlo. Por lo menos, no en frente de Emma.

Mangel dio pasos lentos hacia la puerta, cautelosos.

- Mangel. – dijo Emma. - ¿Le dirías algo a Red por mí?

- S... sí. – era la primera vez que ella decía el nombre Red, y le pareció que lo hacía con cierta repugnancia.

- Si lo ves, – volvía a tener los ojos llorosos. – dile que vuelva a casa, ¿vale?

Aquello lo impactó más de lo que en realidad demostró.

- Vale. – asintió levemente.

Y salió de la habitación.

Se sentía un poco mal por dejar a Emma así, toda llorosa y desconsolada, sola. Pero, una vez que cruzó el umbral de la puerta, no pudo siquiera volver a mirar atrás. Por alguna razón, algo se lo impedía. Quizá era su moral, o su conciencia.

O quizá era solo porque le incomodaba estar demasiado cerca de una chica. A solas. En la misma habitación. Y más si ella necesitaba consuelo.

Así que caminó. Caminó sin detenerse, cruzando todos los pasillos y bajando todas las escaleras. No tenía ni la más pálida idea de en dónde cojones podía estar Rubén, pero siguió caminando con la esperanza de cruzárselo espontáneamente, por allí, tirado en el suelo, o cayéndose de las escaleras. Ni de coña se iba a poner a registrar todas las habitaciones.

Cuando llegó a la planta baja, en donde seguía la fiesta, se dio cuenta de lo absurdo que le parecía todo ahora. La música, las luces, las bebidas, el humo. Las personas no hacían más que mirarse unas a otras, buscando algo; una invitación, quizás. El aire se había vuelto más cargado y pesado que antes. Las risas se oían sordas y huecas, provocadas por el alcohol y algo más.

Tenía que encontrar a Rubén y largarse de allí.

Avanzó entre los muchísimos cuerpos danzantes y sudorosos, intentando no hacer contacto visual con nadie. Mangel, tras tantas fiestas, había aprendido una cosa: en momentos así, "mirar" era "provocar". Era ofrecer algo, y a la vez exigirlo. Podía ser un beso, un baile, un toque. Lo que sea. Nada cómodo.

¿QUÉ MIERDA HAGO?

En eso, alguien se le colgó de la espalda. En ese breve instante de pánico, unos brazos le rodearon el cuello y una cabeza se apoyó en sus hombros.

- ¡MANGEL! – gritó Ky en su oído.

- ¿Ky? – balbuceó Miguel. Estaba ya que no entendía nada.

- ¡OH, MANGEL! – Ky se aferró con más fuerza a su cuello. - ¡TE HE EXTRANADO TANTO!

- ¿Ah, sí? – frunció el ceño. Ky no era de las personas más demostrativas que conocía.

- ¡SÍ! – insistió. - ¡VEN AQUÍ! ¡DAME UN ABRAZO, CABRÓN!

- ¿Un... qué-

Ky volvió a lanzarse sobre él, esta vez de frente, y lo apretujó contra él. Mangel pudo observarlo mejor. Tenía las mejillas rojas y los ojos brillantes. El pelo revuelto y la frente sudorosa. Reía y lloraba a la vez.

Vale, razonaba Mangel para sus adentros. Vale, esto... Esto sí es raro.

De pronto, se le prendió el foco.

- ¡Oye, Ky! – intentó hacer notar su voz por encima del ruido. - ¡Ky! ¡Hey!

- ¿¡Qué, Mangel!? ¿¡Qué!? – Ky lo tomó por los hombros, sacudiendo a Mangel sin razón aparente.

- ¿¡Sabes dónde está Rubius!?

- ¿¡Quién es Nudius!?

- ¡Rubius, gilipollas! ¡Rubius! ¡Rubén!

- ¿¡Mabel!? ¡No lo sé, tío! ¡La vi cuando entramos, pero no-

- ¡RUBÉN! ¡R-U-B-E-N! ¡Nuestro amigo, idiota!

- ¿¡Rubén!? ¡Sí, ¿qué pasa con él?

- ¿¡Lo has visto!?

- ¿¡A quién!?

¿ES QUE TODO EL MUNDO ESTÁ BORRACHO AQUÍ?

- ¡A RUBÉN! ¿¡HAS VISTO A RUBÉN!?

- ¡Sí! ¡Está en la cocina, ¿por qué?!

- ¡Gracias!

- ¿¡Qué!?

Mangel, aprovechando el desconcierto de Ky, se soltó lo más sutilmente que pudo de sus brazos y se alejó, caminando hacia la cocina.

Aunque sabía que podía fiarse muy poco de lo que había dicho Ky (pues estaba más ebrio que una cuba), tenía que empezar buscando por alguna parte. Así que se dirigió a la cocina.

Era enorme, y aún así estaba llena de gente. Una sola lamparilla estaba prendida en el techo. El resto se había fundido misteriosamente, pero algo se veía.

Intentando no quedarse mirando demasiado fijo a nadie, Mangel pasó sus ojos por sobre todas las personas de la habitación. La mayoría estaba liándose con alguien, sobre las barras de la mesada, en el suelo, en las sillas; incluso en la mesa. Otras solo conversaban, aunque no se oían muy coherentes las palabras que soltaban.

Confundió a Rubén con un chico de tez pálida y cabello rubio. Iba a tocarle el hombro cuando se percató de su error. Retiró la mano rápidamente, aunque nadie lo había visto. Miró a su alrededor, extraviado, sin saber qué hacer.

Decidió probar suerte en el patio delantero, donde por lo menos correría un poco de aire. Además, era lo más parecido a una terraza que había, así que, si Rubén estaba aún en la fiesta y estaba consciente, estaría allí.

Estaba volviéndose para dirigirse a la salida cuando se chocó con alguien.

- Oh, lo... lo siento, no me-

Se tragó sus palabras como si fueran un trago de alcohol.

- Lamento que hayas visto esa escena. – Red bajó la mirada al piso, con ojos inquietos.

- Yo... - Mangel se congeló por dentro.

- La escena de la habitación. – aclaró Red, echándole un vistazo fugaz, tímido, infantil.

- No... yo no... - no sabía qué decir exactamente. Red se veía más joven de lo que debía ser. Parecía un niño. Era un niño. – Lo siento. – soltó Mangel.

Él lo miró.

- ¿Por qué lo sientes? – ladeó la cabeza.

- No... no lo sé. Siento que... tengo que pedirte perdón.

- Oh. – comprendió Red. Pareció entenderlo, de verdad. Lo cual desconcertó aún más a Mangel, pues ni él mismo lo entendía.

- Yo... nosotros... es decir... - buscó las palabras en las palmas de sus manos, dudoso. – Rubén y yo interrumpimos algo, ¿verdad?

- ¿A qué te refieres?

- Quiero decir... - carraspeó. – cuando abrimos la puerta de la habitación, Emma y tú estabais discutiendo algo, ¿no es así?

- Emma y yo discutimos muchas cosas.

- Sí, lo sé, pero... es decir, no lo sé, pero... - suspiró, harto de sí mismo. – Lo que quiero decir es que-

- No tiene importancia. – le cortó Red, frunciendo el ceño, agachando la cabeza.

- Oh. – Mangel se percató de algo. – O-oye..., Red..., ¿es... estás bien?

- ¿Eh? – él alzó la mirada hacia Miguel, algo alarmado. - ¿Por qué lo dices?

- Porque..., bueno..., pareces... triste.

- ¿Triste? – ya volvía a ser el Red curioso. - ¿Triste, cómo?

- Bueno, pues, ya sabes. Triste... como cuando piensas en algo triste. Triste, desanimado, débil.

- ¿Débil?

- Sí.

- Yo no soy débil.

- No, no quise decir eso. Me refiero a que... a todos nos pasan cosas malas. Y a veces todo se vuelve demasiado pesado como para que podamos cargarlo nosotros solos. Lo que quiero decir es que... está bien si necesitas algo.

- ¿Algo como qué?

- Pues... no lo sé. Un consejo, o... ya sabes, algo. Ayuda. – le sonrió a medias, no muy seguro de lo que estaba diciendo.

Red se lo quedó mirando. Expresaba muchas cosas a la vez. Asombro, curiosidad, extrañeza, y algo más. Algo que fácilmente podía ser desagrado o felicidad. O ambas.

Mangel recordó.

- Oh, y... hum... no sé si esto sirva de algo o no, pero... - le sostuvo la mirada, casi como pidiéndole perdón por si decía algo que no debía. – Emma... dice que vuelvas a casa.

El rostro de Red se vació de toda expresión. Si antes mostraba todo, ahora no mostraba nada. Mangel contuvo la respiración. Había metido la pata. Estaba seguro de que la había liado. No tendría que haberle dicho nada. Se lo tendría que haber callado.

Maldita sea, pensaba. Ahora me odiará por esto. Va a odiarme. No me odies, por favor, no me odies, no me odies, no me odies.

Red se rió.

Sí, se estaba riendo. A carcajadas. Como si le hubiera contado un chiste.

- Mangel. – soltó entre risas. Respiró entrecortadamente. - ¿Puedo contarte un secreto?

Aquello lo sorprendió. No esperaba que le dijese eso, ni mucho menos que se lo dijera sonriendo. Mangel era bueno guardando secretos, y los consideraba una cosa muy seria. Los secretos eran trozos de una persona. Pedacitos que la componían, que le daban forma. Todos tenían secretos, y todos debían tenerlos.

Cuando una persona le concedía a otra un secreto, le estaba otorgando un tesoro. Una llave. Por eso, cuando Red le preguntó eso, Mangel se quedó de piedra.

- Claro. – contestó, sin lugar a dudas.

Red se le acercó al oído. Mangel pudo olerlo. No olía a nada, en realidad. No llevaba perfume, pero había un aroma a algo. A Red, supuso Miguel. El cabello rojo le hizo cosquillas en el rostro; la cercanía de Red le provocó un escalofrío en todo el cuerpo. Sin saber por qué, Mangel comenzó a temblar.

¿Qué iba a decirle? Estaba demorándose mucho. Mangel se preparó para lo peor. Podría ser cualquier cosa. Debía ser muy importante si no era algo que pudiese decirse en voz alta. Algo muy personal. Algo demasiado íntimo. Y lo era. Solo que no era nada de lo que Mangel se pudiera haber imaginado.

Sintió cómo la boca de Red se deformaba en una sonrisa; lo sintió contra la piel de su oreja. Y contra la piel de su pómulo. Y contra la piel de su mejilla. Y luego contra sus labios.

Más que un beso, parecía un contacto, como entrelazar las manos, o pasar un brazo por encima de los hombros de alguien. Cercanía. Unión. Piel con piel. Pero era mucho más que eso. Muchísimo más.

Así que este es su secreto, fue lo que cruzó por la cabeza de Mangel en ese instante. Pero no sé qué hacer con él.

¿QUÉ ESTÁS HACIENDO? Le decía la parte racional de su cabeza. ¡ANDA, APÁRTATE! ¡YA!

Pero no puedo.

¿QUÉ? ¿POR QUÉ NO?

Porque no. Porque no puedo apartarme.

Por un lado iba a explotar. Por el otro, no hacía más que quedarse ahí, quieto como un cactus.

El beso no fue más allá. Mangel no podía moverse (sí, hasta había dejado de respirar), y Red parecía estar divirtiéndose así como estaban. Lo saboreó bastante. Apretó más sus labios, acercándose más a él. Se juntaron sus torsos, sus caderas, sus pies. Red alzó una mano, acariciando la barbilla de Mangel con los dedos.

Y luego se apartó; despacio al principio, como desafiando a Mangel a que se apartase primero, y luego, al ver que este no lo hacía, se rió. Su sonrisa era tan grande y tan sincera que Miguel quedó fascinado.

¿De qué te ríes? Quería preguntarle. Pero no lo hizo. Decidió que era mejor dejarlo reír. Se veía más real cuando reía.

Red acarició el labio inferior de Mangel con el pulgar. Miguel sintió su piel. Estaba caliente. Ardía. Estaba besando fuego.

Y no podía moverse.

Red retiró la mano. Aún estaba riéndose. Y así, riéndose, retrocedió.

Espera, quería decirle Mangel. Espera, ¿a dónde vas?

Abrió la boca para decir algo, pero antes de que pudiera decir palabra, Red traspasó el umbral de la puerta, perdiéndose entre la gente, las luces, el humo y la oscuridad.

Mangel había quedado en un estado de aturdimiento y confusión.

Ya no sabía qué hacer. Tenía la vaga sensación de que estaba buscando algo, pero no recordaba el qué.

¿Qué hago?, se preguntaba.

Ve al jardín, se contestaba.

¿Para qué?, se preguntaba.

No lo sé, se contestaba.

Y así. Constantemente.

En más de una ocasión se había chocado con alguien mientras vagaba por ahí, sin sentido.

En más de una ocasión le habían ofrecido cervezas, cigarrillos y otras bebidas de las que no estaba muy seguro de su contenido. Ni le importaba.

Y en más de una ocasión las había aceptado. Porque sí. Sin razón. ¿Qué más daba? No tenía nada más que hacer.

¿Qué hago?

Ve al jardín.

¿Para qué?

No lo sé.

Palabras resonando en su cabeza.

¿Puedo contarte un secreto?

Ruido. Voces. Luces. Colores. Risas.

¿Puedo contarte un secreto?

Cuerpos. Ropa. Olores. Tactos.

¿Puedo contarte un secreto?

Ruido. Ruido. Ruido. Ruido.

¿Qué hago?

Ve al jardín.

Estoy en el jardín.

Sin saber cómo exactamente, había atravesado un umbral (que, tardó en darse cuenta, no tenía puerta. De verdad. La habían arrancado de sus bisagras.) y estaba plantado en el porche.

Fuera no hacía mucho menos calor que dentro. Tampoco corría aire. Era como estar en cualquier otra habitación, con el mismo oxígeno pesado, denso, caliente. Lo único que se amortiguaba un poco era el sonido, aunque los oídos de Mangel estaban tan aturdidos como dos timbres. Todo seguía resonando en su cabeza. Todo. Con una asquerosa claridad.

¿Puedo contarte un secreto?

Mangel se llevó las manos a la cabeza, enredándose los dedos en el cabello, jalándoselo. Quería quitarse muchas cosas de la mente. Arrancárselas, tirarlas a la basura, enviarlas lejos, hacerlas callar. Que se callen. Que cierren la puta boca.

¿Puedo contarte un secreto?

- ¡AAAAAAAGHHHHHHH! – soltó, frustrado.

No le importó que lo escucharan. De todas formas, nadie estaba demasiado consciente. Tampoco le importó que lo vieran bajar los escalones de piedra con furia y dejarse caer en el césped, de rodillas, casi implorando piedad.

¿Puedo contarte...?

- ¡AGH! – golpeó la tierra con los puños cerrados. - ¡YA DEJA DE...! ¡AAAAAGHHHHH!

Se permitió gritar. Gritó todo lo que quiso. Gritó todo lo que le dio la voz. Gritó como si así pudiera acallar la voz que palpitaba en su cabeza. Que le quemaba. Que ardía. Que era fuego, al igual que sus palabras.

Casi besó sus rodillas, que se clavaban en el césped con fuerza. Se quedó así, en forma de roca. El jardín delantero era bastante grande, así que sobraba espacio personal para todos. Mangel estaba solo. En el medio de todo y a la vez cerca de nada. Había otras personas, sí. Parejitas, borrachos, parejitas borrachas, todas en sus asuntos, esparcidas por ahí. Pero nadie parecía fijarse en él. Nadie parecía notar su sufrimiento.

Dos piernas aparecieron a su derecha. Pies delicados enfundados en tacos de varios centímetros. Mangel giró su cabeza lo suficiente como para alcanzar a ver el rostro de Emma desde el suelo.

- El amor apesta, ¿eh? – comentó ella.

No lo miraba a los ojos. Emma tenía la mirada puesta al frente, observando algo lejano, quizá algo que ni siquiera estaba ahí.

A Mangel se le cruzó por la cabeza que, tal vez, ella los había visto, a Red y a él, en la cocina.

Su primer instinto fue alarmarse, pero luego se desinfló otra vez. ¿Qué más daba? ¿Qué más podía pasar ya?

Que Rubén se entere, pensó.

Ese pensamiento le dolió tanto (literalmente, su pecho sufrió una punzada fuerte y aguda) que tuvo que cerrar los ojos con fuerza.

No pienses en eso, se aconsejó a sí mismo. Ya podrás sufrir por ello más tarde. Ahora no.

- No es amor. – intentó defenderse Mangel, bajando la mirada otra vez hacia sus rodillas. Se enderezó más, apoyando el trasero sobre el pasto.

Emma hizo dos movimientos rápidos con los pies y se quitó los tacos.

- Ese llanto solo puede ser una cosa. – le dio una larga calada a su cigarrillo y exhaló el humo por la nariz mientras decía: - Amor.

¿Llanto?

- ¿Llanto? Yo no estoy lloran-

Una lágrima se le resbaló por la mejilla. Se pasó el dorso de la mano por el rostro y descubrió, con mucha resignación, que había estado llorando; tenía toda la cara empapada. Sus labios pronto reconocieron el sabor de las lágrimas, saladas.

Emma sonreía socarronamente, dándose aires de superioridad. Le echó una mirada en plan << Te lo dije. Toma ya >>.

- No es amor. – insistió Miguel.

- Yo también he llorado así otras veces.

- Pero-

- Conozco bien ese llanto.

- Pero no es-

- Sí, ya, vale. Ya. "No es amor"- imitó la voz de Mangel. – Vale, lo pillo. – se sentó en el césped, a su lado, recostándose hacia atrás sobre sus manos.

Mangel se quedó mirando la calle, a unos veinte metros. Ya no pasaban autos, así que debía ser muy tarde. El cielo estaba negro; no un negro estrellado, sino la clase de cielo oscuro que lo cubre todo, que no te deja ver nada. Ni la estrella más brillante ni la luna más llena podrían abrirse paso ante semejante oscuridad.

Los ojos de Mangel no paraban de derramar lágrimas. Gota tras gota, resbalaban por sus mejillas, colgaban de su barbilla y se perdían en el pasto. No podía parar. Y eso que ya ni siquiera estaba pensando. No pensaba en nada, gracias a los dioses.

- Y si no es amor, - inquirió Emma, con la mirada en el cielo. - ¿qué es?

Mangel no dudó en contestarle.

- Ni siquiera yo sé qué es.

Emma asintió.

- Entiendo.

En eso, otra figura apareció. Llegó caminando desde detrás de ellos y se arrojó al suelo, a la izquierda de Mangel. Se acostó boca arriba, con los brazos detrás de la cabeza, usando las manos de almohada. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

- El amor apesta. – confirmó Jeffrey.

- Hola, Jeff. – saludó Emma, sin mirarlo siquiera.

- Hola, Emma. – le correspondió.

- ¿Jeffrey? – Mangel no podía creer lo que estaba viendo.

- ¿Qué hay, Mangel?

- Jeff... Jeffrey, ¿qué te pasa?

Por alguna razón, ver a Jeffrey llorando, al gilipollas de Jeffrey llorando, le hizo llorar aún más. Jeff era una de esas personas que no tenían que llorar. Era una de esas personas a las que siempre ves riendo, gritando o haciendo tantas estupideces que te olvidas de que... bueno, te olvidas de que ellos también tienen sus monstruos.

Sus secretos.

- ¿Qué me pasa? – repitió Jeffrey. Pareció pensarlo bien antes de contestar. Miró a Mangel a los ojos. Eran más oscuros de lo normal; estaban hinchados y rojos, las pestañas largas y húmedas.

Y Miguel notó, también, algo más. Al girar la cabeza hacia él y mirarlo de frente, dejó al descubierto una marca roja en el hemisferio izquierdo de su cara, desde el pómulo hasta la mejilla, que solo podía provenir de una bofetada.

Mangel vio en su mirada una sinceridad que no había visto nunca. O, más bien, sí. Sí la había visto. En los ojos de Rubén. Era esa sinceridad que te escuece por dentro, dolorosa, que te quema, que solo sale con lágrimas.

- La besé, Mangel. – dijo, volviéndose hacia el cielo, ocultando la marca de la vista de Miguel. Sacó un brazo de debajo de su cabeza y con él se cubrió los ojos, ocultándose. – La besé. Eso pasa. – finalizó.

Sin saber por qué, Mangel tenía la certeza de que sabía muy bien a quién había besado; probablemente la misma persona que le había dado la bofetada.

Tendría que hablar con Gwen más tarde.

Mangel suspiró. Asumió en silencio que no iba a poder encontrar a Rubén (después de tanto llorar, había recordado que lo estaba buscando), así que tendría que tomar un taxi o algo hasta su casa. En menos de un par de horas saldría el sol, estaba seguro, y si no volvía a casa para entonces, no solo que lo castigarían (pues ya estaba castigado, pero había logrado fugarse, con su madre pisándole los talones) sino que lo condenarían.

Pero no se levantó. No podía. No quería, más bien. No tenía ganas de llegar a su habitación, porque tendría tiempo para pensar. Y no quería. No quería pensar. Para nada.

Los tres se quedaron en silencio, cada uno en sus asuntos, cada uno sufriendo por sus cosas.

Mangel volvió a suspirar.

- Vale, sí. El amor apesta.

D A M N .

¿QUÉ LES PARECIÓ?

HOLA. Espero que no me hayan olvidado. Me duele el kokoro de tan solo pensarlo :c PERO ESTOY DE VUELTA. Y NO COMO LAS OTRAS VECES EN LAS QUE DIJE QUE ESTABA DE VUELTA Y DESAPARECÍ. ESTA VEZ ESTOY DE VUELTA POSTA. P O S T A . OH SI, NENES. Gracias a los que me siguen leyendo, y vi que hay varios lectores nuevos :D Hola. (?) LOS QUIERO MUCHO, de verdad, veo la cantidad de lecturas y es como que ASDKFJASDNHKJFNAAJ.

Nada, eso.

PD: Preparen sus mentes para el siguiente capítulo porque hay SALSEEEEEEEEEEOOOOOOOOOOO.

PD2: ¿Se dieron cuenta que al pobre de Mangel siempre le hacen lo mismo? Lo besan y se van. Pobrecito, ya me da pena xD

PD3: #Redangel 7u7

PD4: AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

 - Este capítulo está dedicado a ChioVoid, que, aparte de preocuparse por mi salud (xD) recuerdo que fue el primer comentario de este fic (eso me ayudó a seguir escribiendo en aquel entonces, ¡gracias! :D) -

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