No había forma de guiar al dragón, porque éste no veía adonde se dirigía; además, estaba convencida de que no podríamos seguir agarrados a su ancho lomo si el animal daba un viraje brusco o se giraba en el aire. Nos elevábamos cada vez más y Londres se extendía a mis pies como un gran mapa gris y verde. Agachada sobre el cuello del dragón, cuyas alas se agitaban como aspas de molino, me aferraba con firmeza a las escamas de textura metálica, al mismo tiempo que el frío viento me aliviaba el dolor de las quemaduras y las ampollas.
Pasados unos cinco minutos, fui perdiendo el miedo a que el dragón nos arrojara del lomo, porque daba la impresión de que lo único que le importaba era alejarse cuanto pudiera se su prisión subterránea. Desconocía cuánto rato íbamos a volar, ya que el dragón apenas veía, miraba constantemente hacia abajo temiendo el momento en que volviera a notar pinchazos en la cicatriz...
Ron:¿Me lo estoy imaginando -gritó Ron tras un rato de silencio- o estamos descendiendo?
Entorné los ojos y vi montañas verde oscuro y lagos cobrizos a la luz del ocaso. El paisaje se vislumbraba más amplio y más detallado.
En efecto, el dragón cada vez volaba más bajo, describiendo una amplia espiral y encaminándose, al parecer, hacia uno de los lagos más pequeños.
Harry:¡Saltemos cuando haya descendido lo suficiente! -propuso-. ¡Lancémonos al agua antes de que nos descubra!
Asentimos (Hermione con un hilo de voz). Veía la panza del dragón, enorme y amarillenta, reflejada en la superficie del agua.
Harry:¡¡Ahora!!
Resbalé por la ijada y caí en picado, saltando de pie al lago, sin imaginar que la caída sería tan brusca: golpeé el agua violentamente y me sumergí como una piedra. Pataleé hacia la superficie y emergí jadeando; enseguida vi unas amplias ondas concéntricas que partían de los sitios donde habían caído Ron, Hermione y Harry. El dragón estaba a bastante distancia, hasta que desapareció entre las montañas. Cuando Harry, Ron y Hermione emergieron a la superficie resoplando y boqueando, nadamos hacia la orilla. El lago no parecía muy profundo, y al poco rato, nos desplomamos empapados, jadeando y agotados, sobre la resbaladiza hierba.
Hermione se dejó caer entre toses y estremecimientos. Habría podido tumbarme y dormirme en el acto, pero me puse en pie, saqué la varita y me dispuse a hacer los habituales hechizos protectores alrededor.
Cuando hube terminado, me reuní con mis amigos y me detuve a observarlos por primera vez desde que escapamos de la cámara de Gringotts. Los tres tenían grandes quemaduras rojas en el rostro y los brazos, la ropa chamuscada, y hacían muecas de dolor mientras se aplicaban esencia de díctamo en las numerosas heridas. Hermione me pasó el frasco, y luego sacó cuatro botellas de zumo de calabaza que se había llevado del Refugio, así como túnicas secas y limpias para todos. De manera que nos cambiamos y bebimos zumo con avidez.
Ron:Veamos -dijo Ron al cabo de un rato, mientras miraba cómo volvía a crecerle la piel de las manos-, la buena noticia es que tenemos el Horrocrux. Y la mala...
Yo:...es que hemos perdido la espada -concluí apretando los dientes al mismo tiempo que vertía unas gotas de díctamo, por un agujero de mis jean, en una quemadura que tenía en la pierna.
Harry:Exacto, hemos perdido la espada. Ese maldito traidor...
Saqué el Horrocrux del bolsillo de la empapada chaqueta que acababa de quitarme y lo puse sobre la hierba. La copa destellaba al sol, y la contemplamos un rato en silencio mientras bebíamos el zumo.
Ron:Al menos, esta vez no lo llevaremos encima. Quedaría un poco raro que nos paseáramos por ahí con una copa colgando del cuello -comentó y se secó los labios con el dorso de la mano.
Hermione miró hacia las montañas por donde desapareció el dragón.
Hermione:¿Qué creen que le pasará? ¿Sabrá valerse por sí mismo?
Yo:Me recuerdas a Hagrid. Es un dragón, Hermione, y es capaz de cuidar de sí mismo.
Ron:Los que estamos en peligro somos nosotros.
Hermione:¿Qué quieres decir?
Ron:Verán, no quisiera preocuparlos, pero... creo que cabe la posibilidad de que se hayan enterado de que entramos por la fuerza en Gringotts.
Los cuatro nos echamos a reír, y una vez que empezamos, nos costó parar. Me dolían las costillas; estaba mareada de hambre, pero me tumbé en la hierba, bajo un cielo cada vez más rojo, y reí hasta que me dolió la garganta.
En ese momento, pensé un rato en los Horrocruxes, seguro que los restantes estaban a salvo, debían de estar intactos.
Pero necesitaba estar segura, alcé mi mano y miré la plateada pulsera, todo se volvió oscuro y me dio un inmenso dolor de cabeza, imágenes de el lago, la choza y Hogwarts... Voldemort sabía que nos robamos la copa.
Me incorporé temblando, vagamente sorprendida de comprobar que todavía estaba calada hasta los huesos, y vi la copa sobre la hierba, aparentemente inofensiva, y el lago azul oscuro, salpicado de oro a la luz del sol poniente.
Yo:Lo sabe. -mi propia voz me sonó grave y extraña después de haber escuchado los agudos chillidos de Voldemort-. Lo sabe, y piensa ir a comprobar dónde están los otros Horrocruxes. El último -ya me había puesto en pie- está en Hogwarts. Lo sabía. ¡Lo sabía!
Harry, Hermione y Ron:¿Quéeeee?
Ellos me miraban con la boca abierta.
Yo:¿No lo has visto Harry?
Harry:Ehhh...no.
Hermione:Pero ¿qué has visto? ¿Cómo lo sabes?
Yo:He visto cómo se enteraba de lo de la copa, está muy enfadado, pero también asustado; no entiende cómo lo supimos y ahora quiere comprobar si los demás Horrocruxes están a salvo. Y vi que hay un Horrocrux en Hogwarts, imagino que ahí irá en último lugar, pero aun así podría llegar en cuestión de horas...
Ron:¿Has visto en qué parte de Hogwarts está? -preguntó Ron poniéndose también en pie.
Yo:No.
Hermione:¡Espera! ¡Espera un momento! -saltó mientras Harry recogía la copa-. No podemos ir allí sin más, no hemos hecho ningún plan, tenemos...
Harry:Tenemos que darnos prisa -dijo Harry con firmeza, apoyándome. Me habría gustado dormir un poco en la tienda nueva, pero eso era imposible ya-. ¿Te imaginas lo que hará cuando se entere de que el guardapelo ha desaparecido?
Hermione:Pero ¿cómo vamos a entrar en Hogwarts?
Yo:Iremos a Hogsmeade y ya pensaremos algo cuando veamos qué tipo de protección hay en el colegio.
Hermione asintió, y una vez más, los cuatro nos agarramos de las manos y desaparecimos del lugar.
Al descender, pisé un suelo de asfalto y sentí una profunda nostalgia cuando vi la calle principal de Hogsmeade, tan familiar: los oscuros escaparates, el contorno de las negras montañas detrás del pueblo, la curva de la carretera que conducía a Hogwarts, las ventanas iluminadas de Las Tres Escobas... De pronto, cuando apenas solté los brazos de Ron, Harry y Hermione, sucedió que...
Un grito parecido al que Voldemort había dado al enterarse del robo de la copa hendió el aire. Se me pusieron los nervios al tiempo que la puerta de Las Tres Escobas se abría de golpe y una docena de mortífagos con capa y capucha salían a la calle a toda prisa enarbolando sus varitas.
Le agarré la muñeca a Harry para huir, pero era demasiado tarde:nos habían visto.
Mortífago:Vaya, vaya, miren a quienes tenemos acá.
En cuanto él pronunció esas palabras, se apagaron todas las luces del entorno, incluso las estrellas, y en medio de la oscuridad impenetrable noté cómo Hermione me agarraba por el brazo y cómo juntos empezamos a correr hacia quien sabe donde.
Segundos después, nos encontramos en un callejón y al final había una reja, Harry trató de abrirla pero estaba cerrada. Los pasos de los mortífagos cada vez se oían más cerca; sin embargo, antes de que yo -presa del pánico- pudiera decidir qué hacer, se oyó un chirrido de cerrojos cerca de donde nos hallábamos. Se abrió una puerta en el lado izquierdo del estrecho callejón y una áspera voz dijo:
??:¡Por aquí, Potters! ¡Deprisa!
Obedecí sin vacilar y los cuatro cruzamos como un rayo el umbral.
Había una salita provista de una alfombra raída y una pequeña chimenea, sobre la que colgaba un enorme retrato al óleo de una niña rubia que contemplaba la habitación con expresión dulce y ausente.
Desde allí se oían gritos en la calle.
Nuestro salvador, que estaba al frente nuestro, se dio lentamente la vuelta para vernos.
Harry:Muchas gracias.
Yo:Nos ha salvado la vida.
El hombre soltó un gruñido, y me acerqué a él sin dejar de mirarlo, tratando de ver algo más, aparte del largo, greñudo y canoso cabello y la barba. Llevaba gafas, y tras los sucios cristales lucían unos ojos azules intensos y penetrantes... ¿¡Dumbledore?!