AMAR ENTRE REINOS [02]

By ValuAbigail

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BILOGÍA AMAR: Libro 2. Hace siglos, dos reinos se aliaron para encerrar a los demonios en el inframundo, del... More

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62: Deuda ancestral
63: Destrucción y redención

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By ValuAbigail

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Sophia.

Él estaba sentado a mi lado izquierdo del sillón, mientras yo abrazaba a mis piernas y apoyaba mi mentón en mis rodillas. Ninguno de los dos decía nada luego de nuestro abrazo lleno de dolor, miedo y añoranza por sentirnos.

Una parte de mí decía que había sido injusta con él, pero otra parte no me dejaba perdonarlo por completo, y esa parte se afianzaba en la foto que guardaba en mi billetera, en aquella evidencia de su traición. Y yo estaba segura de que no era un montaje, reconocía su cuerpo por sus lunares y otros detalles que prefiero guardar para mí.

Era él, estaba segura, lo único que ponía en tela de juicio era el tiempo en que fue tomada. Lo miré de reojo, intentando armarme de valor para preguntarle, él tenía la mirada fija en sus pies, respiraba lento y pausado, sin emitir sonido alguno.

— Ese día Poseidón llegó enfurecido a ...

No supe cómo continuar, ¿qué diría? ¿Nuestra casa? ¿La casa?

Theo levantó la mirada, apenado.

— Al que sería nuestro hogar — completó en voz baja. Asentí.

— Estaba enfurecido por mi decisión de llevar a cabo el ritual en la superficie, y me advirtió de que si yo llegase a morir, el trato entre él y yo sería inválido — la voz quería volver a quebrarse en contra de mi voluntad. Tomé aire y continué—. Le expliqué que Baker transportaría mi cuerpo al océano, a penas termine el ritual, mediante un hechizo. Poseidón a duras penas accedió a mi pedido.

Theo cerraba los ojos y movía su cabeza lentamente de un lado a otro.

— No debiste esperarme — soltó en un susurro.

— Te necesitaba, Theo. Creía que no podría hacerlo sin ti— sonreí con la mirada perdida —, pero lo logré. Ellas fueron arrancadas de mis entrañas. No puedo negar el dolor físico que sentí, pero lo que realmente fue insoportable fue su ausencia.

— Llegué tarde... — secundó.

— Baker logró llevarme al océano, puede regenerarme y detener la hemorragia. No pude evitar odiarte por las promesas que no cumpliste y tu abandono ...— reí por lo bajo —. Mi odio se solidificó cuando vi las fotografías.

— Sophia, te juro que nunca te he sido infiel — aseguró viéndome a los ojos—. Debieron ser unas fotos montadas.

Saqué mi billetera, saqué la fotografía doblada en un rectángulo pequeño y se lo tendí, él me miró extrañado y me recibió el trozo de papel. Aparte la vista, no quería ver la foto, no ahora, porque si no fortalecería mi odio y no podría ni siquiera mirarlo.

— Es tu cuerpo, Theo. Lo conozco bien y sé que no son montadas — manifesté.

— No lo son — admitió.

No podía negarlo, muy en el fondo de mi ser, quería que lo negara. Que me dijera que era alguien que se parecía a él, que no era su cuerpo, que por mi ira no me percaté de los detalles, que era una broma de mal gusto y que nunca había pasado.

Me levanté. No podía seguir escuchando confesiones que sé que me lastimarían y destrozarían la poca alma que me quedaba. Sería como meterle el dedo a la herida que intentó cicatrizar por años.

— Sophia — agarró mi mano para detenerme desde su asiento. Lo miré con aflicción sin decir una sola palabra —. Escúchame, no me juzgues sin oír la verdad.

Volví a sentarme a una distancia prudente para poder observar cada gesto o movimiento que hiciera, y detectar cualquier indicio de mentira.

— El día de la muerte de Nan Doo, Jae me mostró unas fotografías que nunca había visto hasta ese día — fruncí el entrecejo. — Una de esas fotos, era esta — me enseñó la foto que le había dado. Aparté la vista.

— ¿Qué tenía que ver su tío y primo aquí? — él suspiró con pesadez.

Aparentemente, no era un tema de su agrado, le costaba mucho hablar directamente sobre ello.

— Hace años, cuando aún estaba estudiando en Londres, vine de visita por unos días. Una noche fui a divertirme y me drogaron — mis alertas se encendieron en nanosegundos. Theo nunca me lo había contado —. Massiel se aprovechó de mi estado vulnerable y logró tener relaciones conmigo. Hasta ahora no sé quién tomó las fotos, si ella o Jae.

No supe qué decir, mis pensamientos estaban revueltos y confusos. Me mortificaba y enfurecía saber lo que le hizo esa mujer. Puesto que, nadie tiene el mínimo derecho de tocarte sin tu consentimiento, así seas hombre o mujer.

— Debiste denunciarla, Theo — expresé con sinceridad.

— Lo descubrí el mismo día en que ella quedó paralítica — contó mirando hacia el suelo —. No he vuelto a saber nada de ella.

— Entonces, ¿cómo llegaron esas fotos a mis manos? Porque claro está, que tú nunca me contaste sobre esas fotos y menos de lo que pasó entre ella y tú. Pensé que confiabas en mí, Theo — volví a levantarme.

— La consideraba mi hermana, Sophia. No fue fácil asimilarlo, incluso hasta ahora me cuesta entenderlo. Y de como llegaron a tu manos esas fotos, no tengo la mínima idea. Empero no te miento, nunca falté a nuestros votos. Y si dudas de esas fotos, puedes ir a la policía de Seúl que quedaron como evidencia del caso, o preguntarle a Seok, como gustes.

— Quizás tengas razón — dije observando a través de la ventana —. Tú no debiste subirte a ese jet y yo no debí escapar del palacio.

— ¿Qué? — preguntó, desconcertado — ¿Te estás arrepintiendo de todo lo que vivimos?

— Tú lo dijiste ese día, ¿no lo recuerdas? Preferías haber muerto a pasar por todo esto, ¿ahora no lo recuerdas? — con cada palabra mi voz se rompía aún más — No fui la primera que se arrepintió, fuiste tú.

— No me digas eso, por favor, Sophia — sollozó.

— Te libero de mí, Theo — dije con los ojos cristalizados y mejillas encharcadas.

Tomé mi celular y comencé a caminar hacia la salida con el corazón hecho trizas de nuevo y con ese vacío agobiante que amenazaba con acabar conmigo. Estaba dejando aquí el gran amor de toda mi vida y los recuerdos más felices y dolorosos junto a él. Éramos muy jóvenes al principio, supongo que ahora somos adultos y debemos aprender a soltarnos y seguir adelante.

— No luchar por lo que amas, solo tiene un nombre. Se llama perder, Sophia — sus brazos me envolvieron por la espalda. Me quedé quieta, regularizando mi respiración para poder refutar, pero —. Y yo no estoy dispuesto a dejarte ir, Sophia. La vida me dio una segunda oportunidad, y no pienso desaprovecharla.

Cerré los ojos con pesar, necesitaba reunir fuerzas para negar todo el amor que sentía por él. Carecía de fuerzas para mentirle y decirle que no lo amaba, que no me moría por volver a estar entre sus brazos, sentir su amor, sus caricias y besos.

— Mírame, por favor. Porque estoy en azul y gris desde que te fuiste — imploró.

Volteé a verlo con el corazón acongojado por sus súplicas. Me dolía verlo llorar, era mi maldito talón de Aquiles, no podía verlo sufrir, por más que en múltiples ocasiones le desee todo el dolor del mundo por mi odio desmedido, nunca podría tolerar verlo roto o afligido.

Tomé su rostro entre mis manos, limpié sus lágrimas con mis pulgares y besé cada rastro de ellas con delicadeza, quería absorber su dolor por muy raro que suene, quería aliviarlo de una manera u otra.

— El único azul que debes ver es el de mis ojos, mono — él me miró esperanzado y le sonreí.

Con cierto temor, movió sus manos hacia mi rostro y atrajo mis labios hacia los suyos, sellando nuestro amor con ese toque íntimo, transmitiendo con cada movimiento la nostalgia, dolor, temor, añoranza y amor contenido por tanto tiempo. Era un beso lleno de sentimientos, sin embargo, no era desesperado, era lento pero acaparador.

Sus manos guiaban nuestro beso con delicadeza a cada lado para un mejor acceso, sus cálidas manos.

— Te amo, Sophia — susurró, pegando nuestras frentes, mientras nos manteníamos con los ojos cerrados.

— Yo también — le respondí sonriendo sin abrir los ojos.

Quería disfrutar nuestro momento, su perfume, su aliento, su calor, su amor... Todo de él.



Aitanay.

Baker estaba sentado en una roca observando la laguna, tenía el gesto tenso y de pocos amigos, estaba molesto. Luego de escuchar la estúpida declaración de William, se metió a la mansión sin escuchar mi respuesta, lo seguí para explicarle, pero Alexander me detuvo para avisarme que Ian fue a la fiesta.

Sophia y mi padre estaban en la entrada de la mansión conversando amenamente con Ian sobre temas de Melusina, como si fueran simples compatriotas que se habían encontrado en el extranjero. El supuesto mestizo inmortal le aceptó la invitación de mi padre para que vayan por unos tragos y de paso se ponía al tanto de "lo que habíamos hecho mi hermana y yo en este tiempo". Sophia y yo fuimos con ellos, luego de rogarle a papá que nos deje acompañarlos, alegando que no queríamos quedarnos con tantos Scarlett bajo el mismo techo.

Sin embargo, cuando regresé a la mansión no encontré a Baker por ningún lado, ni siquiera llegó a dormir al campamento de los aquelarres. Al otro día llegó después del mediodía, no me determino ni saludó, solo pasó de largo hacia la laguna.

— ¿Vas a seguir ignorándome, castaño? — él alzó la vista hacia mí. Esa mirada no fue nada agradable — Tomaré eso como un "sí".

Él rodó los ojos y continuó contemplando el paisaje lleno de flora.

— ¿Cómo puedes estar celoso de él? — cuestioné, incrédula.

Su indignación llegó a niveles monumentales, su cara era toda una explosión de emociones, no necesariamente positivas.

— ¡Ay, perdón, su alteza! Casi olvido que no somos nada y no tengo ningún derecho de reclamarte por el imbécil que dice ser tu esposo— ironizó.

Quería reírme por lo ridículo que se veía estando celoso de William, pero reprimí con todas mis fuerzas ese impulso y contesté.

— En primer lugar, no es mi esposo. Nunca me casé con nadie, le compartí mi fuerza vital para evitar su muerte, sí. Sin embargo, ese lazo se rompió cuando morí y aún más cuando se casó con su verdadera esposa.

Su atención se centró en mí, sin decir una sola palabra.

— Y en segundo lugar, se me hace muy retrógrada los títulos.

Él me miró con desdén cuando escuchó lo último.

— Y más aún cuando, ambas partes saben lo que significan para el otro. No hay necesidad de establecer un título específico, Baker — aclaré, anhelando que entienda lo que le trataba de decirle.

— Lo lamento, señorita Scarlett. Pero a mí me criaron a la antigua — contestó. Viré los ojos con diversión.

Caminé hacia él, entretanto meneaba la cabeza levemente de arriba abajo, convenciéndome de que haría lo correcto.

— Entiendo, joven Baker. Si ese es el caso, lo comprendo — él entrecerró los ojos, esperando algún comentario venenoso de mi parte, pero no llegó—. Robinson Baker, ¿quieres ser mi novio?

Sus pupilas se dilataron en cuanto oyeron mi propuesta, no sabía que decirme, miraba hacia sus costados en busca de no sé que, luego me miró receloso. Lo había tomado por sorpresa, era evidente por su comportamiento.

Baker me llamó la atención desde que lo conocí, ese enigmatismo que lo caracterizaba me atrapaba y atraía demasiado. Ni que decir, de esos ojos grises tan penetrantes, esos labios tan provocativos y tentadores, esa nariz tan peculiar, esas orejas tan bonitas y esas cejas pobladas que profundizaban su mirada misteriosa. Al principio, solo fue un gusto muy adictivo, seguidamente fue el cariño y agradecimiento por todo lo que hacía por mi hermana y por mí, y más tarde ese sentimiento más fuerte y doloroso que hacía que imaginara un futuro junto a él. Un futuro ciertamente incierto, debido a mi posición, pero que estaba dispuesta a luchar por tenerlo.

— ¿No responderás? Me siento ofendida, Baker — confesé jocosa.

Baker frunció sus cejas a la vez que se rascaba la nuca.

— Me has tomado por sorpresa — admitió —. Se suponía que debía ser yo quien preguntara, no tú — reconoció como un niño chiquito.

— ¡Baker, por dios! Estamos en pleno siglo XXI, actualízate. Además, cuando nos conocimos, te lo advertí — me miró curioso, tratando de recordar —. Eres bendecido con no tenerme en tu vida, porque soy una mujer dominante a toda regla. Para tu desgracia, no fuiste bendecido.

Robinson se rio en cuanto recordó mis palabras y se acercó más a mí, atrayendo mi cuerpo hacia el suyo con sus brazos.

— Entonces, señor Baker, ¿acepta mi propuesta indecente?

Miró mis labios con su sonrisa ladina y me contestó.

— Por supuesto, señora Baker.

Ahora yo era la sorprendida, mis ojos se abrieron de par a par y lo miré liada, pero ni siquiera me dio oxígeno para hablar, porque aprisionó mis labios con los suyos en beso lleno de posesión, anhelo, emoción y seguridad. No protesté, sus labios me habían sumido a un mundo en donde solo estábamos él y yo.

Sus manos encarcelaban mi espalda baja, y las mías su cuello. No sé por cuanto tiempo estuvimos así, realmente el tiempo se hacía irrelevante cuando estaba con él. ¡Dios santo! ¿Quién eres Aitanay Scarlett? Me asustas.



Declan Deveraux.

Los aquelarres estaban en Seúl desde hace unos días, no era difícil detectar su sangre demoniaca en el territorio. Sin embargo, nunca antes se había tenido tal concentración demoniaca en un país. Todo este acontecimiento se desencadenó luego de la muerte precipitada del jerarca de Asia, ya que, la última descendiente de su linaje, logró contactarlo; había subestimado el poder de la niña y terminó viendo mi rostro, por ello, tuve que tomar medidas adecuadas para evitar más alteraciones en mi plan. A las finales, no duraría mucho tiempo con vida.

Lo raro fue cuando me llegó información de que todos los Scarlett del mundo habían viajado a Seúl y estaban concentrados en una propiedad a las afueras de la ciudad. Sin esperar más, decidí ir al lugar a averiguar el motivo de la "reunión familiar" y lo descubrí cuando vi a Aitanay junto a su padre o eso creía. Sophia estaba sin su collar del cambio de identidad y con el cabello húmedo... ¿Qué había pasado?

Incluso quise entrar a la mansión para estudiar el terreno, pero por desgracia, mi futuro suegro me invitó unos tragos y yo no podía hacerle ese desaire. Así que, fuimos al centro de Seúl junto a Aitanay y mi bella Sophia.

La conversación se extendió por dos horas sobre lo difícil que era vivir en la superficie y la falta que nos hacía nuestro hábitat natural. Luego, le contamos al soberano de Melusina sobre nuestras anécdotas y aventuras en el trayecto de nuestra "búsqueda de aliados".


• • •


Mi padre estaba furioso por el tiempo que estaba esperando por noticias del ritual de liberación. Aún faltaba el sacrificio del representante de la facción humana y élfica, y dos jerarcas restantes, Lucrecia y Silas. Solo a 4 seres para liberar a los príncipes del infierno y poder obtener mi venganza en memoria de mi madre.

Ella era una princesa heredera de Melusina que se enamoró del principal enemigo de su reino, por quién abandonó su título y decidió vivir junto a él alejados de todo el mundo junto a mí. Mi madre nunca hizo algo en contra de su reino, jamás. Solamente se distanció de él, pero nunca reveló algún secreto de su reino. No obstante, su mismo pueblo y familia se levantó contra ella y la tomaron como carnada para capturar al demonio que amaba, Mammón. La humillaron, desnudaron en la superficie, la crucificaron y la degollaron frente a mi padre, sin una pizca de remordimiento. Aun así, los humanos y melusinos se admiran de los demonios, cuando los más crueles fueron ellos.

Ella era inocente. Pero no les importó, así que a mí tampoco me importara lo que arrastré a mi paso para obtener lo que quiero.

— ¿Son solo 4? Matalos a todos de una vez — exigió mi padre, impaciente.

— Sería muy evidente — refuté.

— Tienes que actuar ya. Hades se está haciendo de la vista gorda contigo, pero sus hermanos no tardarán en descubrirlo. Y eso pasa, el pacto entre dioses se romperá y ellos intervendrán — advirtió Mammón.

— Usaré a Elemmírë, la hija del comandante superior Fingolfin — manifesté confiado. Él arqueó la ceja.

— ¿Qué tiene que ver la mocosa en esto? — inquirió.

— Fingolfin es muy poderoso, padre. En estos 5 años lo estudié de cerca, y sé que su sangre demoníaca es potente. Él podría dejarme en coma con solo chasquear sus dedos. No puedo enfrentarme a él, sin algo o alguien que sea mi salvavida.

— ¿Secuestrarás a su hija?

Sonreí con satisfacción.

— Eru ya se encargó de ello — solté con orgullo y soberbia—. Su padre se rendirá ante mí, si quiere mantener con vida a su adorada hija.

— Estaré ansioso por tus resultados, Declan.

Eru usó la apariencia de Alexander mientras yo conversaba con mi suegro, cuñada y futura esposa en el bar. El elfo logró captar la atención de la pelirroja mediante una llamada de teléfono, la aludida salió en cuanto oyó la voz del supuesto Alexander, ambos subieron al auto y se alejaron de la residencia Scarlett.

Al principio temía que Elem no cayera en la trampa de Eru, a las finales la elfa era una de las mejores guerreras de su reino y la postulanta a Comandante superior. Era astuta, fuerte, aguerrida e inteligente, empero, el amor tiende a hacerlos estúpidos, y no solo a los humanos. La elfa estaba ansiosa por contraer matrimonio con el humano Collins y ese motivo la hizo dependiente de una u otra manera a él, donde estaba Alexander, estaba ella. Tan cegada por el amor que ni siquiera notaba que el humano no sentía lo mismo por ella y que exclusivamente era una estrategia de guerra ideada por Sophia.

Llegué al lugar pactado con Eru en donde tenía encerrada a la ingenua Elem, entré sin hacer mucho ruido para escuchar la conversación que mantenían los elfos. Ella seguía pensando que Alexander la había traído aquí como sorpresa.

— Amor, ya quítame esto de los ojos — pidió. Miré a Eru, quien estaba incómodo.

La había amarrado a la silla con sogas resistentes a la fuerza de un elfo de su calibre.

— Me pone demasiado ansiosa no saber que estás haciendo — volvió a hablar.

— Bella Elemmírë — la llamé. Las alertas de la chica se activaron, su gesto se tensó, apenas oyó mi voz.

Fruncí el ceño, confuso. ¿Por qué me temía?

— Alexander, suéltame — exigió con firmeza. Ya no quedaba un rastro de ese tono meloso y juguetón.

Le solté la tela que cubría sus ojos y le sonreí de oreja a oreja en cuanto me vio junto a Eru.

— ¿Dónde está Alexander? — cuestionó con la mandíbula tensa.

Miré a mi alrededor fingiendo demencia como si realmente buscara al hombre, y luego la miré negando con mi cabeza.

— Parece que sigue en la fiesta — respondí, relajado.

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