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Theo.

Han pasado meses desde su partida y la de mis pequeñas, y a pesar del tiempo no he podido asimilarlo. Mi corazón duele, mi pecho quema y estruja, mis ojos arden, mi cabeza duele por la deshidratación, y mi cuerpo pesa.

- Señor Kim, por favor tome su pastilla - me insistió la enfermera, llevaba consigo unas pastillas y un vaso de agua.

- Ya no quiero más pastillas - le respondí. Y no mentía, realmente mi organismo ya no aceptaba más medicamentos. La enfermera suspiró apenada por mí. Le daba lástima por mi deplorable y decaído aspecto.

- Señor Kim, si usted quiere salir de esta casa de reposo, debe seguir las indicaciones del doctor al pie de la letra - me reí con amargura, antes de negar con la cabeza.

- ¿Casa de reposo? - solté una carcajada sin gracia - Manicomio. Dilo con todas sus letras, no tienes por qué disfrazarlo con palabras bonitas.

La enfermera se movió incómoda sin saber qué responderme. Miró hacia la puerta en busca de ayuda, en caso de que lo necesite. Y sinceramente, no lo necesitaba. No tenía ni fuerzas para levantarme de la cama, sin contar que la comida aquí es un puto asco, insípida y sin vida, como yo. ¿Y qué caso tenía seguir luchando? ¿Qué caso tenía seguir sacando la cara por un estúpido tratado o empresa?

¿De qué mierda me servía apoyar al mundo? Si las personas por las que quería un mundo mejor, no están.

¿De qué carajos me sirve llenarme de dinero si no tengo con quién gastarlo?

- Señor Kim, por favor. Evite la sedación - me aconsejó, la mujer. Viré los ojos.

El avión había logrado escapar con el cuerpo inerte de mi mujer y el traidor de Alexander, sabía lo importante que ella era para mí, pero a pesar de ello, la apartó de mi lado.

¿La aparto de tu lado? No seas ridículo. Tú la dejaste. Tú la mataste.

- ¡CÁLLATE! - grité en voz alta. La enfermera me miró aterrorizada.

- Señor Kim, pero yo no dije nada. No hay nadie aquí, aparte de nosotros - se apresuró a decir conmocionada.

¿Te duele? ¿Te duele su ausencia? ¿Te pesa la conciencia asquerosa que tienes?

- ¡YO NO LA MATÉ! - le volví a contestar a esa asquerosa voz.

- Señor, cálmese, por favor.

Pase mis dedos entre mis cabellos con desespero. No dejaba de sobarme el cuero cabelludo y negar con mi cabeza. Me irritaba de sobremanera oír esa voz en mi cabeza que me recordaba día tras día mi culpa.

Me recordaba cruelmente la escena de aquel fatídico día, cuando tuve a su sangre entre mis dedos; incluso puedo asegurar a que podía oír sus gritos desgarradores en mi mente, sus ojitos azules pidiendo que la ayude y su esperanza por verme hasta el último minuto.

Seré tu infierno personal, Theo.

- ¡QUÉ TE LARGUES! - vociferé con todo mi pulmón.

La enfermera palideció al verme tan airado, con la cara roja y los ojos sobresalientes, y no tardo en salir corriendo de mi habitación dejándome a solas y oscuras.

Nunca iba a superarlo. Nunca.

Mi pescadito, mi castaña, mi amor, mi mito hecho mujer, ¿podrías volver a mis brazos? ¿O yo debo ir tras tuyo? Ahí podremos estar con nuestras hijas, ¿verdad?

AMAR ENTRE REINOS [02]Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu