62: Deuda ancestral

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Narrador omnisciente

Hades había arrancado la irrupción de los príncipes demonios originales, en una muestra absoluta de rebeldía ante el rey de los dioses del Olimpo, Zeus. Estos seres del inframundo salieron sedientos de sangre y venganza por todos esos cientos de años que fueron encarcelados por los mortales, para ellos el recuerdo se mantenía vivido de como los capturaron, torturaron y encerraron. Especialmente, Mammón estaba ansioso por asesinar al rey y familia real de Melusina, y familias del tratado, a quienes consideraba como principales responsables de la muerte su amada; nadie podría imaginar lo mucho que iba a disfrutar acabar con ellos de la manera más sádica y sangrienta posible.

Los hermanos de Mammón en cuanto respiraron la libertad, atacaron a diestra y siniestra a todos los barcos sin distinción alguna de raza, ni los espectros de Ian se salvaron del ataque de los demonios originales. Brujos, humanos, sirenas, tritones, elfos y espectros, eran desgarrados en milisegundos por estos seres demoniacos.

Sophia tenía en su poder la daga que había hecho Mammón para su ancestro, Ian había tenido razón, esta daga se había mantenido en la familia Scarlett como una reliquia de la realeza. Esta pasaba de generación en generación, el rey o reina vigente le entregaba la reliquia a su sucesor el día de la coronación. Sin embargo, Sophia había robado la daga hace mucho tiempo sin imaginar la importancia que llegaría a tener.

Alexander Collins había llegado a la costa junto a su mejor amigo con ayuda de los brujos, el esposo de la comandante Superior debía dar el aviso de la irrupción demoniaca y activar "Quimioterapia". Aitanay vio un pequeño barco acercarse a la orilla, ella corrió hacia ellos en busca de noticias, en cuanto llegó a ellos, se percató que Theo estaba recobrando la consciencia.

— ¿En qué estaba pensando al creer que podrías lograrlo? — le incriminó a su cuñado, furiosa.

— Aitanay, la irrupción ha comenzado. Sophia dio la orden — interrumpió Alexander con la voz rota.

Aitanay apartó la vista, sus lágrimas caían sin contemplaciones, era imposible no hacerlo, cuando era consciente de que ella era la responsable de dar la orden para acabar con su familia. La primera hija del rey de Melusina no era tan fuerte como todos creían, ¿por qué siempre le daban las decisiones más difíciles a ella? ¿Nadie reflexionaba en cómo se sentiría? Incluso Baker aceptó acabar con su vida por la causa.

— No puedo hacerlo, Alexander — sollozó, cayendo de rodillas a la orilla del mar.

— No lo harás, Aitanay. El contrato está roto — habló Theo.

— ¡Aitanay, levántate de ahí por el amor de Dios! — gritaba el pobre Collins, angustiado.

— ¡Poseidón, no puedo hacerlo! No puedo renunciar a mi familia otra vez. Permíteme ir con ellos, permíteme luchar junto a ellos, permíteme volver al mar. No me importa morir en el intento. Te lo imploro, poderoso Dios de los mares y terremotos. Tu hija te implora piedad — gritaba al cielo, mortificada por una respuesta.

— Aitanay, ¡no entres al océano! — gritaron corriendo tras ella.

Pese a ello, Aitanay no escuchaba, ni razonaba, solo se guiaba de su fe. Y esa fe fue la mantuvo con vida cuando tocó el océano. Las aguas envolvieron su cuerpo, dando paso a su transformación a su estado natural. Poseidón la había escuchado, había sentido su ferviente fe en él y su profundo amor por su familia, no podía negárselo y menos ahora cuando era consciente de que los Scarlett se necesitan.

La sirena al volver a sentir su casa, su líquido vital, su hábitat natural, no pudo evitar llorar y agradecer a su Dios por el milagro y sueño que le acaba de cumplir. Ella no miró atrás, solo se concentró en nadar lo más rápido que le diera la aleta para llegar hasta ellos.

AMAR ENTRE REINOS [02]Where stories live. Discover now