Endless cliché • Rubegetta •...

By chesee-burguer

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"Las personas cambian con el tiempo", eso es algo que Samuel De Luque tiene en cuenta mientras vive su vida e... More

prólogo
uno: París
dos: viejos conocidos
tres: no
cuatro: llegada
cinco: trajes
especial: Ryan <3
seis: irse
siete: reencuentros
ocho: fiesta
nueve: gone?
diez: reunión
once: cine
doce: luz
trece: de huracanes e ilusiones
catorce: bien
quince: viejos hábitos
dieciséis: relleno
diecisiete: tiempo
dieciocho: lo que no contó
diecinueve
especial: lo que hubiera sido
veinte: después
especial: Luzuplay
veintiuno: tiempo
veintidós: conteo regresivo
veintitrés: no
veinticuatro: gone
veinticinco: before
veintiseis: boda
veintisiete: amor
veintiocho: meant to be
f i n a l
. . .
e p í l o g o
especial: San Valentín
especial: Fargan
especial: love me softly
"what if...?" spam interesante

especial: nana

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By chesee-burguer

Marisol siempre había sido una mujer firme en sus convicciones, nunca se había casado, jamás creyó en el matrimonio, pero siempre quiso tener un hijo, así que cuando estuvo lista para tenerlo, lo tuvo, aún cuando todo el mundo le advirtió que las madres geriátricas siempre tenían más dificultades que las madres jóvenes.

Marisol no tuvo solo un hijo, tuvo dos, su pequeño Frank, que llevaba su sangre, y su pequeño Rubén, al que le regaló su vida entera; Frank siempre fue más independiente, se vestía solo, tomaba sus propias decisiones y, por algún motivo, decidió que quería estudiar en un internado, donde no hubieran distracciones, su madre lo apoyó, y cuando Frank tenía casi 12 años, se marchó, así que Marisol se quedó con su otro pequeño, el que la necesitaba más.

Rubén heredó la firmeza de Marisol, de alguna forma, así que cuando ambos no estuvieran de acuerdo en algo, era muy difícil que dieran su brazo a torcer, pero se amaban como si fueran madre e hijo, porque -más literal que- prácticamente lo eran.

Marisol vio a su niño destruirse, y volverse a reconstruir, siempre estando con él, lo vio enamorarse tan profundamente como solo se ve en las películas, lo vio con el corazón destruido, y luego lo vio salir adelante, su niño se equivocó, pero eso tenía que pasar, para que pudiera aprender, aun así, a Marisol se le rompía el corazón cada vez, hasta que finalmente, su pequeño estaba seguro, con alguien que lo cuidaría tanto como ella lo había hecho en su tiempo, su otro hijo, igual que siempre, estaba bien, era feliz viajando de aquí a allá.

Así que el tiempo pasó sobre ella, como pasa sobre todos, supongo, los días se volvieron meses, y estos se transformaron en años, que a su vez se convirtieron en décadas, y su cuerpo perdió agilidad, el rostro que alguna vez había sido tan joven se manchó con arrugas, y finalmente tuvo que dejar de trabajar.

Pero había necesitado tanto un descanso, aunque no lo admitiera, y para cuando cumplió setenta y dos, poco tiempo después de que Samuel volviera con Rubén, ella finalmente pudo dejar de trabajar, sintiendo que su trabajo al fin había terminado, así que se consiguió una casita a las afueras de la ciudad, y finalmente se estableció allí.

Sus hijos iban a visitarla cada tanto, ella era feliz en su nuevo hogar, era callado, pero las visitas de los chicos siempre ponían todo de cabeza, con las barbacoas los fines de semana y reuniones en su casa.

Ella y Rubén habían discutido contadas veces, dichas discusiones solían durar un par de días, hasta que finalmente cedían, casi siempre al mismo tiempo, y se reconciliaban, y aquellas discusiones habían cesado tras la de la fiesta de Rubén, pensaron que esa terminaría con todas sus discusiones, no fue así.

- No estoy siendo inmaduro. - dice el chico, recogiendo los platos de sobre la mesa, la mujer lo mira con severidad desde su posición, en la silla principal. - Estoy siendo precavido.

- Rubén Doblas. - regaña, poniendo el pequeño mantel en sus manos sobre la mesa, ocultando las dos velas allí. - Si vais a adoptar un niño, me gustaría conocerle, va a ser vuestro hijo, mi nieto.

- Aún lo estamos pensando. - insiste él, poniendo una pequeña cúpula de cristal sobre el pastel restante. - Esta es una decisión de ambos.

- El tiempo se pasa. - continúa ella, frunciendo el ceño. - ¿Crees que la vida va a esperar a que tomes una decisión? ¿Cuánto más necesitáis pensarlo?

- El tiempo que necesitemos hacerlo, nana, - responde, con un suspiro. - no voy a discutir esto contigo, es una decision solamente nuestra.

- Estás siendo un cabezón. - acusa ella, mirándolo con el ceño fruncido. - Y un inmaduro.

Él suspira una vez más, mirándola con severidad, no necesitaba también a su nana preguntando por ese tema que lo tenía tan agobiado, el primero en empezar con todo ese tema había sido Samuel, quien había hecho una maldita lista de pros y contras que pudiera tener, se había desvelado dos noches, lo que lo habían tenido de mal humor toda la semana; luego su madre, quien le dejaba pequeños detalles por aquí y por allá, con pequeños zapatos tejidos o chupones, eso había durado la misma semana en la que Samuel estuvo de malas, lo que también lo tenía de malas a él. Apenas era el final de dicha semana, por lo que aún estaba ligeramente de malas, aun cuando habían celebrado el cumpleaños número setenta y cinco de su nana, y habían comido uno de sus pasteles favoritos.

- Nana, no quiero discutir, de verdad. - continúa, poniendo los platos en el lavador y luego girándose una vez más. - Sam debe estar por volver y me tengo que ir ya, ¿de acuerdo?

- No puedes huir de eso solo porque no quieres tomar algo de responsabilidad. - continúa la mujer, entrelazando las manos sobre la mesa. - ¿Te das cuenta de la edad que tienes ya y~?

- ¿Chiqui? - llama alguien entrando a la casa, Samuel finalmente aparece allí, con el cabello negro revuelto y los ojos violetas buscando al menor. - Oh, nana, pensé que ya no estaría aquí.

- Estábamos charlando. - dice el castaño, dedicándole una última mirada a la mujer allí. - Nos vamos ya, hasta mañana.

Camina fuera de allí, prácticamente dando pisotones, mientras Samuel suspira, dedicándole una sonrisa a la mujer. - ¿Necesita algo más, nana? - inquiere, con dulzura.

- No, cielo, ve tras él, seguramente va a necesitarte, - insiste ella. - esta anciana puede ir a su cama por si sola.

- Feliz cumpleaños nuevamente. - dice, sonriéndole desde su posición, y saliendo tras su novio con rapidez.

El auto está estacionado fuera, con las luces encendidas, así que se apresura a meterse en el asiento del piloto, Rubén está sentado a su lado, quitándose los zapatos mientras refunfuña en voz baja.

- Estoy harto. - se queja, cuando finalmente se ha quitado los zapatos. - Se suponía que esta era decisión nuestra, pero todo el mundo parece tener una opinión sobre lo que debemos hacer o cuando, estoy harto.

El pelinegro sonríe, encendiendo el motor del auto. - Lo sé, mamá está igual, ¿puedes creer que me dio un libro de nombres?

- Quiero volver ya a casa. - se queja Rubén, subiendo las piernas al asiento. - ¿Podemos quedarnos en un hotel hoy? No quiero ir a casa de mis padres.

- Bien, - termina por consentir el mayor. - solo porque he sido un tonto contigo esta semana; pide lo que quieras, guapo. - el castaño ríe, encendiendo la radio del auto.

* * *

Hacía frío el día que todo sucedió, Rubén estaba envuelto en las mantas buscando una película mientras Samuel salía de su oficina, con el cabello negro revuelto, la calefacción estaba encendida y no había más sonido que el tarareo de Rubén mientras observaba las portadas de la películas allí.

El teléfono sonó desde algún lugar en la casa, fue Samuel quien tuvo que tomarlo, puesto que Rubén no había querido hablar con su madre, su padre o su nana desde que habían tenido aquella discusión, por lo que cualquier llamada era tomada por el pelinegro.

El menor lo mira, tomando el teléfono y saludando a la persona del otro lado, antes de volver la vista hasta la pantalla frente al sofá, la voz de Samuel se vuelve un susurro un instante después, así que Rubén vuelve a mirarlo, pero los ojos violetas se apartan de él, corta la llamada dentro de un rato, mientras el menor se sienta en su lugar, mirándolo con curiosidad.

- ¿Qué pasa? - inquiere, mirando al mayor juguetear con el aparato en sus manos. - ¿Quién era?

- Era... - tiene que aclararse la garganta, como si estuviese haciendo tiempo para buscar las palabras indicadas. - era Frank.

- Anda ya... - susurra Rubén, levantando ambas cejas. - eso es nuevo...

- Es sobre nana... - continúa, dejando el aparato en su lugar, parpadeando, como si estuviese algo confundido, pero levanta la mirada hasta el castaño, una vez más, descubriendo que tiene la boca seca y los ojos empezando a llenarse de lágrimas. - lo siento mucho, chiqui...

Rubén no sabe cuanto tiempo le toma el darse cuenta del significado de sus palabras, para él se sienten como horas, pero no le toma más que un par de segundos descubrir que significa, así que se quita la manta de encima, dejándola de lado, y sentándose en su lugar, con los pies sobre la alfombra.

- ¿Qué...? - empieza, pero la voz le tiembla. - ¿qué pasó?

No quería llorar, a su nana no le gustaría, ella siempre le había dicho lo fuerte que era, lo fuerte que debía ser para otros, así que contiene el aliento, alejando las ganas de llorar.

- Frank fue a verla, - empieza el pelinegro, sentándose junto a su novio, quien mantiene la mirada clavada en el suelo. - y... la encontró, no me dijo más.

- Ya... - susurra, sintiendo como la mano de Samuel se desliza sobre la suya, así que lo mira, dedicándole el amago de una sonrisa triste, con los rosados labios presionados entre sí. - Será mejor que nos vayamos ya, ¿no crees? - propone, dándole un apretón a la mano contraria. - Frank debe estar pasándolo mal por su cuenta.

* * *

- Rubén, cielo, - llama la mujer, abriendo la puerta de la habitación, el pequeño niño deja los juguetes de lado para observarla entrar. - adivina que tengo aquí.

Los ojos mieles del pequeño brillan en cuanto observa la bolsa entre sus manos, y se pone de pie de un brinco, emocionado. - ¿Qué es? ¿Es para mí, nana?

- Claro que es para ti, amor, feliz cumpleaños. 

Las pequeñas manos del niño toman la bolsa, apresurado, abriéndola y tirando de la tela blanca dentro, mira la sudadera, decepcionado, hasta que la capucha se desenvuelve finalmente, mostrando dos pequeñas manchas cafés, y entonces nota lo que son: pequeñas orejas de oso.

- ¡Nana! - exclama, poniéndose la pequeña sudadera por la cabeza. - ¡Soy un oso! ¡Mira!

- ¿Te gusta? - inquiere, observando como lleva las pequeñas manos hasta las orejas, presionándolas. 

- ¡Me encanta! - chilla, abrazando sus piernas un instante antes de salir corriendo, buscando un espejo alrededor de su habitación. - ¡No me lo quitaré nunca!

Despierta con un jadeo, mirando alrededor, Samuel está conduciendo, con la mano derecha sobre el volante y la otra tocando la ventana con un ritmo acompasado. 

- Al fin despiertas, tontito, - dice, mirándolo con dulzura. - ya casi llegamos, por cierto, voy a dejarte e iré a recoger a tus padres, ¿está bien?

- ¿No pueden venir por su cuenta? - inquiere, con un mohín, estirándose. 

- Tal parece que hubo un problema con su auto, y no quieren tener que ir al mecánico ahora. - explica, dando la vuelta en la intersección, hay una puerta adornada más adelante, con tonos dorados y cortinas blancas. - ¿Estarás bien por tu cuenta? ¿O quieres que me quede?

- Ve por ellos, está bien. - termina por suspirar. 

- ¿Quieres algo de comer? - inquiere, inclinándose para besarlo fugazmente, Rubén asiente.

- El restaurante donde solías trabajar, - susurra. - tienen tiramisú ahí.

- De acuerdo, volveré tan pronto como pueda, ¿sí? 

- Ci...


Hay personas sentadas en las sillas que se han plantado alrededor de una foto de su nana, todas vestidas de negro, Rubén descubre que el aire es más bien pesado, a pesar de las cálidas luces y los montones de flores, le pesan los pies al caminar, así que se detiene, tomando asiento en una de las sillas, con las manos presionadas entre sí. Tiene la sensación de que está en el lugar equivocado, ¿qué está haciendo allí? ¿Quién le dice que no es todo una mentira? Se siente impropio, sentado allí, todo vestido de negro, con una sensación extraña en el pecho.

- ¿Rubén, tío? - levanta la mirada, descubriendo a Frank, también está vestido de negro, pero tiene ojeras bajo los ojos, algo rojos. - ¿Qué haces sentado allí? Vamos más adelante, vente.

Se pone de pie, finalmente, y el más pequeño lo abraza, con tanta fuerza que por un momento piensa que va a quedarse sin aliento, le devuelve el abrazo, aunque quiere preguntarle porque se están abrazando, pero lo sabe, así que se digna a hablar finalmente. - Lo siento mucho, mis condolencias. - y esas palabras se sienten como una mentira en cuanto salen de sus labios, pero ya las ha dicho.

- Igual para ti, - dice el contrario, con la voz rota. - eres mi hermano.

Y Rubén sabe que está llorando, pero él no puede... ¿o no quiere? No es capaz de distinguirlo, pero sabe que así es, no tiene lágrimas. 

Es arrastrado un par de sillas más adelante, ni siquiera nota cuando, pero está sentado allí ahora, observando con más atención el retrato a unos cuantos pies de su posición, él había tomado esa foto, no hacía mucho, ¿un par de meses? Sí, la había tomado cuando la habían llevado a la playa, él y Samuel, porque su nana siempre había querido conocer el mar, nunca lo había hecho, porque todo el mundo siempre estaba muy ocupado para llevarla, y ella odiaba los viajes largos en buses.

¿Qué estaba haciendo allí?

- Mi más sentido pésame. - murmura alguien tras él, poniéndole la mano sobre el hombro, Rubén asiente, dedicándole una sonrisa a la mujer que le devuelve el gesto. - Marisol fue una mujer asombrosa, chico, tú y Frank eran sus más grandes tesoros.

"Somos" quiere corregir, pero se limita a presionar los labios entre sí, asintiendo quedamente.

- Chiqui, - escucha de pronto, y suspira, aliviado, cuando la mujer se disculpa al retirarse. - Frank quiere que lo acompañes a... a hacer algo, le dije que te preguntaría primero.

- ¿Hacer qué? - inquiere, el pelinegro suspira. 

- Buscar... ropa. - murmura. - Olvidó llevar algo para ponerle a nana.

Se pone de pie, alcanzando a detener una lágrima que se le escapa a su novio, y limpiándola con el pulgar. - Está bien, iré.

* * *

La casa olía a lavanda, siempre olía así, Samuel se queda de pie un instante en el marco de la puerta, y tiene que limpiarse otro par de lágrimas que amenazan con caer por sus mejillas, antes de seguir a Rubén, por el pasillo, hasta la habitación de nana,

Hay mucha ropa sobre la cama, vestidos y suéteres de lana, los cajones de joyería están abiertos, y el maquillaje está regado sobre la cómoda frente a la cama, hay un libro abierto en la mesita de noche, junto a la cama, y un par de lentes descansan junto a él.

- Parece que un huracán pasó por aquí. - murmura, Frank levanta la mirada, sonriendo vagamente. - ¿Encontraste algo ya? - inquiere.

- Esto... - susurra, levantando un vestido largo, de flores violetas. - le encantaba.

¿Por qué todo el mundo habla en pasado hoy?

- Sí, es de sus favoritos. - sonríe el más alto, caminando a través del desorden y mirándose en el espejo al pasar. - Con esos zapatos del mismo color.

- Aunque son horribles. - acota Frank.

- Claro que no son horribles. - se queja ella, mientras Rubén ríe, llevándose otra galleta a la boca. - Están a la moda.

- Estaban. - corrige, y la mujer le dedica una mirada severa.

- No hables con la boca llena. - regaña.

- No son horribles, - susurra. - están a la moda. - se inclina tomando uno de los suéteres entre sus manos, y deslizando el pulgar por la suave tela. - Este también, siempre se lo ponía, aunque hicieran cuarenta grados afuera.

- Lo llevaré con los de la funeraria. - avisa, tomando el abrigo blanco también. - ¿Pueden cerrar cuando se vayan? 

- Claro. - responde Samuel, apareciendo en el marco de la puerta, Frank se retira, sujetando el conjunto entre sus manos. - Rub, ¿estás bien?

- Todo el mundo habla en pasado hoy. - farfulla, girándose para mirar a su novio. - Lo detesto.

Samuel mira todo el lugar, desordenado y vacío, silencioso, nana odiaba el silencio en aquel lugar, por lo que siempre encendía el pequeño radio en la cocina, pero ella ya no estaba, y el pequeño radio en la cocina estaba apagado, y su cuarto estaba desordenado, y la casa estaba silenciosa, las lágrimas terminan por rodar por sus mejillas, sin ser capaz de detenerlas.

- Eres un buen chico, - susurra, Samuel la mira, entre sorprendido y avergonzado, ella mantiene la vista en el inconsciente Rubén postrado en la cama. - me alegra que mi niño te tenga.

- Yo estoy feliz de tenerlo. - admite, sentado a los pies de la cama. - Lo quiero tantísimo.

Ahora sí que lo mira, tiene los ojos llenos de lágrimas, y sonríe. - No sabía si iba a poder encariñarse con alguien, - murmura, volviendo la mirada al peliblanco. - le es difícil confiar, pero aquí estás tú, y sé que eres bueno para él, no para sus calificaciones o su comportamiento, sino para él. - ríe en voz baja, apoyando la cabeza sobre el hombro un instante, limpiándose las lágrimas en la mejilla. 

- Gracias, - murmura de vuelta. - por permitirme estar con él, ser parte de su vida.

- Oh, cielo, gracias a ti.

Los brazos de Rubén lo sujetan mientras llora, en medio del desorden y del silencio, y que triste es todo de pronto, pero el menor aún no lo entiende, al menos no del todo, porqué todo el mundo se comporta tan extraño ese día. 

* * *

Samuel mantiene sujeta la mano de Rubén mientras entran al salón, hay muchas más personas esta vez, un débil murmullo se escucha de las distintas personas sentadas allí, y la foto ha sido movida, hasta los pies del ataúd que ahora es el centro de todo el salón.

El pelinegro se detiene a hablar con un grupo de personas, pero Rubén continúa su camino, el ataúd tiene un diseño bonito de madera, y una pintura de ángeles a los lados, desliza los dedos por la suave madera mientras se acerca, se detiene un instante antes de ver por la parte abierta, cubierta por el cristal.

Contiene un suspiro al llegar hasta allí. - Nana... - susurra, poniendo la mano sobre el cristal, está maquillada, con un pequeño ramo de flores sujeto sobre el pecho, con su vestido de flores violetas y el suéter blanco. - nana... - susurra una vez más, luce más pálida de lo normal, y el colorete en sus mejillas se ve tan falso, justo como el resto del maquillaje, como si hubiesen tratado de cubrir sus arrugas, las que se notaban más cuando reían o cuando fruncía el ceño. - no encendiste el radio hoy, - murmura. - y dejamos tu cuarto hecho un desastre... - continúa, en voz baja. - lo siento, juro que lo recogeré todo por la noche, y regaré las plantas. - la voz se le rompe, a punto de empezar a llorar. - Te amo tanto, nana, de verdad.

Levanta la mirada, su madre está limpiándose las lágrimas con un pañuelo, apoyada sobre el hombro su esposo, más allá, Frank llora, mientras una chica muy mona le limpia las lágrimas, él no podía permitirse ser débil, no cuando todas esas personas necesitaban a alguien fuerte en aquel momento, así que suspira, conteniendo el aire en su pecho, y recuperando la compostura.

Se lleva los dedos a los labios, plantando un suave beso allí, y luego poniendo los mismos dedos sobre el cristal, se retira entonces, volviendo al lugar junto a su novio, entrelazando sus dedos juntos, solo entonces nota que le tiemblan las manos, pero termina por dedicarle una sonrisita al pelinegro.

* * *

- Sé que duele, amor, - susurra, poniéndole la boca sobre el cabello. - pero es parte de crecer.

- Lo extraño tanto. - continúa, apoyando la cabeza contra su pecho. - Y ni siquiera ha pasado una semana entera. - se aparta las lágrimas, suspirando. - No se suponía que iba a ser así, tenía que pasar como en las películas, que nos quedábamos juntos, que él renunciaba a su beca y se quedaba aquí, conmigo.

Ella sonríe, acariciando la espalda del chico. - Pero tú no lo dejaste hacerlo, ¿recuerdas? - alienta. - Ambos tienen que crecer, cielo, ambos tienen que descubrirse por su parte, y si al final, esto tan lindo que tienen está destinado a ser, terminarán volviendo a encontrarse.

- ¿Y si no es así? - pregunta, la mujer suspira.

- Entonces tú y yo podremos mudarnos a la playa como planeabas cuando eras más pequeño. - el peliblanco ríe, la mujer sonríe finalmente. - Aunque, pensándolo bien, sigues siendo pequeño.

El sonido de la puerta cerrándose a sus espaldas lo devuelve a la realidad, de pie en mitad de la cocina, con las manos sosteniendo el envase en el que Samuel le llevó el tiramisú, aun a medio comer, parpadea un par de veces, y suspira.

- Hay mucho silencio... - susurra al ojivioleta, quien asiente, llegando hasta él, y tomando el envase de sus manos. - ¿estás bien? Has estado muy callado desde hace rato.

- Estoy bien... - responde, mirando alrededor, todo estaba en su lugar allí, pero había algo que no pertenecía a la cocina, un pequeño aparatito sobre la encimera, era el teléfono de su nana, lo toma entre sus manos, y suspira. - ¿crees que mamá esté bien?

- Deben seguir en el cementerio, - asume Samuel. - iré a llamarlos.

Sale de allí, mientras el castaño mueve los dedos sobre la pantalla del teléfono, desbloqueándolo, y mirando el fondo de pantalla, una foto de él y de Frank juntos, cubiertos de barro cuando tenían unos cinco años, mueve los dedos de un lado para otro, y termina por abrir whatsapp, su conversación estaba abierta, y la barra para escribir un mensaje había sido sustituida por un mensaje de voz a medio grabar, podía enviarlo a su teléfono o borrarlo, fue una decisión rápida, y su propio teléfono sonó en su bolsillo, pero decidió escuchar el mensaje de voz desde el teléfono de su nana.

- ¿Esto estará grabando? - inquiere su voz en un susurro, y Rubén siente el corazón oprimirse con fuerza en su pecho. - Creo que sí, así que aquí voy... - susurra, y se aclara la garganta. - Rub, cielo, no estoy segura de que escuches esto, porque no sé enviar estos mensajes, pero quiero decirte que lo siento, por nuestra discusión, seguramente estás enojado conmigo y... - suspira. - No eres inmaduro, creo que estás siendo muy maduro al tomar tu tiempo para esa decisión, ¿sabes? Pero es algo que hacemos con nuestros hijos, el querer que aprendan de nuestros errores, yo demoré demasiado en tener un hijo, y me arrepiento todo el tiempo el haber demorado tanto. - tomó una respiración profunda, como si le faltara el aliento. - Pero soy solo una anciana entrometida, y siento mucho eso, cielo, te amo, y llámame pronto, porque hice algo para ti y para Sam, los extraño tanto. - sonaba emocionada, pero aun con algo de cansancio en la voz. - Ahora, ¿cómo envío est~?

El mensaje se detiene allí, y Rubén solo se da cuenta de que está llorando cuando siente un par de lágrimas cayendo en el dorso de su mano, deja el aparato sobre la encimera, con la boca seca y las manos temblorosas.

- No estoy enojado, - susurra, tan bajito que apenas es capaz de oírse a sí mismo. - nana, no estoy enojado, tienes que saber que no lo estoy, nana, por favor. - y escucha un suave tintineo, de la campana de viento, justo en la ventana, aún cuando está cerrada.

- Dice que irán directamente a cas~ Rub, ¿qué pasa? 

Levanta la mirada hasta él, y apenas puede verlo, entre las lágrimas que se acumulan en sus ojos. - Nana... - susurra, el pelinegro frunce el ceño. - nana murió, Sam. - el mayor camina hasta él, abriendo los brazos, para sujetarlo contra él. - Nana murió... - murmura una vez más, podía llorar todo lo que quisiera con Samuel, sabía que él no esperaba que fuera fuerte. - y la extraño tanto.

- Y yo, chiqui. - consuela el mayor, acariciándole la espalda con deditos suaves.

* * *

Había sido un minuto, quizás menos, Marisol estaba sentada en su mecedora, con la luz de la lámpara a sus espaldas, tejiendo un pequeño mantel que le estaba tomado demasiado trabajo, y ni siquiera como lo anticipó, pero ya lo sabía, cuando el dolor comenzó en su brazo izquierdo, tan fuerte que tuvo que dejar de bordar, poniendo ambas manos en el regazo, abriéndolas y cerrándolas, ese dolor se extendió por todo su cuerpo, y se oprimió en su pecho, pero no quería morir, no hasta que resolviera los problemas que le quedaban, así que suspiró, profundamente, con dificultad, ese dolor en su pecho se sentía como una roca, y entonces lo oyó, como un suspiro, no supo de donde vino, pero ahí estaba, la voz de su niño, diciéndole que no estaba enojado, y supo que era tiempo, así que dejó de luchar contra ese dolor, que se volvió tan fuerte que la hizo lagrimear.

Y aprovechó también para llorar un instante, por lo agradecida que estaba con Dios por su vida, por su familia, y lo bien que había vivido, porque casi todo en su lista estaba marcado, y agradeció una y otra vez, hasta que sucedió, pasó mientras cerraba los ojos, y fue como cualquier otra vez que se había quedado dormida, solo que esta vez, no despertaría a regar sus plantas por la mañana siguiente, ni encendería el radio para menguar el silencio, pero quizás alguien lo haría en su lugar.

Había vivido bien, en paz, y se había marchado de la misma forma.

* * *

- Sostén su cabecita. - indica Samuel, poniendo a la pequeña sobre los brazos de Rubén, quien sonríe.

- Parece un burrito. - se ríe, meciendo a la pequeña, el mayor entorna los ojos, aún sonriendo. - Hola, burrito bebé, que pequeña eres, casi cabes en un brazo del bobo de tu padre... -ahora sí que Samuel reclama con un "eh" que es ignorado. - pero él está mamadísimo, así que no te preocupes.

- Es muy chiquita. - susurra Samuel, mirando al castaño con la pequeña bebé en brazos. - ¿Y? ¿Ya sabes como se llamará?

- Alysa, - responde con sencillez. - Alysa Marisol.

- Alysa Marisol Doblas. - completa el ojivioleta, sonriendo, el menor niega, con el ceño fruncido y expresión horrorizada. - ¿Qué?

- Ni de coña le vamos a poner mi apellido, macho. 

- Esa boca, Doblas, - regaña. - no quiero que las primeras palabras de la niña sean tacos. - ahora es Rubén quien entorna los ojos.

- Tiene solo un par de días, De Luque, no seas bobo. - responde, escuchan los golpes en la puerta y suspira. - Voy a abrir yo, ¿quieres sostenerla?

- Claro que ci, - dice con voz dulce. - dame a mi princesa preciosa.

El castaño se apresura a bajar las gradas, encontrándose con un grupo de gente de pie en su puerta, los primeros en entrar son sus padres, seguidos por Alex, Mara y Mangel, tras ellos Luzu y Ryan están charlando sobre algo que no alcanza a entender y finalmente Auron y su novio, todo el mundo, a excepción de sus padres y Mara se queda en la sala, mientras Rubén sujeta la bolsa de regalo que su madre le ha dado apenas entrar.

- ¿Y la bebé? Venimos por ella. - apresura Fargan, mirándolo, el castaño va a hablar, hasta que mira a su madre en las escaleras, sosteniendo a su pequeño burrito rosado.

- Ahí está. - señala, termina por abrir la bolsa entre sus manos, y sacando lo que hay dentro, es un pequeño mameluco tejido, de color café claro, con dos pequeñas orejitas de oso en la parte superior. 

- Es de nana, - explica su madre. - nos lo dio hace un tiempo.

Samuel lo mira desde la parte superior de las escaleras, sonriéndole con dulzura, mientras Rubén sostiene el pequeño trajecito.

Su nana estaría por siempre con ellos, cuidándolos, no había la menor duda.

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