Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

By AxaVelasquez

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«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... More

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

Epílogo

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By AxaVelasquez

*Booktrailer del segundo libro, hecho por leisydiaz14 Puede contener spoilers así que se recomienda ver al finalizar el epílogo*

Esta es una historia gratuita, pero puedes demostrarme tu apoyo explotando el capítulo con comentarios ♡

Ahora sí, a llorar...

Un copo de nieve cayó sobre la mejilla de Orión.

La Capital del reino de las constelaciones jamás había conocido de granizo o nieve. A pesar del frío perpetuo de sus noches, su cielo siempre prevalecía despejado, luminoso y astral. Una función de luces y flashes en el firmamento cada vez que el sol blanco se escondía.

Menos ese anochecer.

Ni una estrella brilló en Ara. Ni un destello de su polvo cósmico fue capaz de vislumbrarse. Un manto negro, absoluto e impenetrable, lo cubría todo, solo era interrumpido por las pequeñas pelusas blancas heladas que se escapaban del cielo.

La primera noche sin constelaciones en toda la historia. Todos los niños nacidos ese día pasaron a llamarse Nadie debido a que el cielo no auguraba ningún nombre para ellos. Más adelante, todos los Nadies serían perseguidos y cazados. Se decía que estaban malditos al nacer en la noche sin estrellas, la noche que Ara lloró hielo.

La noche en que Orión dormía sobre la tumba de su amada.

Se rehusaba a no pasar más noches durmiendo junto a ella. Se rehusaba a aceptar que su última conversación la habían desperdiciado hablando de temas de supervivencia que los ponían a ambos tensos e incómodos. Se negaba a asumir que esa noche se dejaron vencer por el cansancio y que no hicieron el amor una última vez. Se negaba a creer que ella ya no estaba, y no estaría jamás. Tenía que ver el cuerpo con sus propios ojos.

Otro copo de nieve descendió, esta vez aterrizando sobre su frente.

Orión llevó la mano a aquel fenómeno natural, pero el copo se derritió bajo su dedo.

Se sentó y miró el cielo. Advirtió la noche sin constelaciones e intuyó que alucinaba, que lo que sus ojos veían eran el reflejo de su alma. Vacía, con un manto de oscuridad que consumía todo lo que alguna vez brilló en ella.

—Qué patético te has vuelto. —Su medio hermano estaba a unos pocos metros de distancia, camuflado entre los árboles y las sombras con su largo abrigo negro y las manos metidas en los bolsillos—. ¿Qué diría el Orión adolescente si te viera ahora? El Orión que soñaba con ser caballero, que se juraba a sí mismo que sería un héroe, que llevaría honor a su casa destruida, que se propuso que todo el reino reconociera que era el más grande a pesar de su procedencia, el Orión junto al que construí tantos sueños. ¿Recuerdas ese Orión? Era el mismo cuando sobrevivió tres años de aislamiento para entrenar, el mismo cuando venció a otros cien hombres por un puesto en la guardia. ¿Qué diría él si te viera llorar?

El caballero se levantó. Cassio nunca había estado tan palpitante en su espalda, sus vibraciones emitían el mismo sentimiento que consumía cada centímetro de su piel, cada gota de su sangre, cada atisbo de su lucidez: poder. El poder, cuando está a una cercanía tan peligrosa del dolor, solo busca venganza.

Orión tenía los medios para hacerle daño a Sargas. Orión tenía razones para hacerlo. No tenía nada que perder. Pero todavía era humano, y parte de su humanidad implicaba que el hombre frente a él era carne de su carne y sangre de su sangre. No podía destruir, sin antes haber intentado salvar, a quien alguna vez había sido su mejor amigo.

—Te lo voy a decir una sola vez, Sargas, y esta vez te juro que hoy no tengo tiempo para tus chistes...

—Juegos —corrigió el escorpión maldito con una sonrisa.

Era un gesto que parecía practicado en el mismísimo averno. Su dentadura brillaba, pero sus ojos estaban llenos de oscuridad. Orión se fijó mejor, podría jurar que los ojos de su hermano se habían tornado de un gris casi plata, lo cual era ilógico, ambos compartían el mismo color oscuro en sus iris.

—Lo mío son juegos —prosiguió Sargas dando unos pasos hacia adelante.

El caballero vio de refilón algo que el cuello alto del abrigo de Sargas casi tapaba. Eran como dedos negros de una mano esquelética que se extendían desde la clavícula de Sargas hasta su cuello. Como raíces. Y no era tinta, aquello se veía como si el heredero tuviera humo negro extendiéndose por debajo de su piel.

Orión alzó una ceja, pero le quitó importancia a lo que veía. Le daban igual las mutaciones del bastardo cuando su propia alma se sentía en descomposición. Solo quería justicia, o tal vez venganza, seguía sin notar la diferencia entre ambas.

—Si tanto te gusta jugar invítame a tu partida —expresó Orión con la mandíbula apretada. Las venas de sus antebrazos saltaron por la presión en sus puños—. Eres un mimado, siempre te has creído invencible porque juegas con ventaja. Intenta un día dar un paso sin todos tus malditos privilegios. Pregúntate qué pasaría si así fuera.

—Eres un llorón, Orión. Nunca aceptas las cosas como son. La justicia no existe, caballero. Yo siempre juego con mis propias reglas.

—Pues tu juego ha terminado. Muchas personas han sufrido por tus caprichos. Muchas han muerto.

—¿Personas? ¿O mujeres y maricas? —Sargas alzó una ceja y luego fingió una sonrisa de inocencia—. Además, ¿yo qué hice? El torneo lo empezó mi padre, ¿verdad?

—Sargas, no me des más putas razones para destrozar tu maldito rostro. Y no te hagas el inocente, tú pusiste las reglas que mataron a Leo y Aquía.

—¿Qué tiene que ver Leo? ¿Era tu novio?

—Era amigo del amor de mi vida.

Sargas se carcajeó. Sacó una mano de su abrigo para echar su cabello hacia atrás y entonces se pudo ver que tenía todos los dedos y gran parte del dorso ennegrecidos, como si su piel se estuviera marchitando.

—Esa es la diferencia entre tú y yo. Tú eres débil —prosiguió Sargas—. Vives la vida involucrando sentimientos. Y no solo sentimientos por una persona en concreto, sino por las personas que son importantes para quien tú amas. ¿No lo vez? Le das a tus enemigos una larga lista de eslabones débiles con los que cortar tu cadena.

Una carcajada salió de los labios de Orión, algo que parecía imposible dado el estatus de su corazón. Pero no era una risa de felicidad, sino de satisfacción por la pena ajena

—Entonces es verdad. Estás maldito. Eres incapaz de empatizar. Incapaz de sentir. Qué puta lástima me das.

—Yo soy práctico. Deseo lo que quiero poseer y lo deshecho una vez que me he aburrido de usarlo. No hay debilidad en mi forma de vivir. No conozco el dolor, no como tú lo vives por ser tan... —lo miró de arriba a abajo—... patético.

Una sonrisa cínica se formó en los labios de Enif.

—Pero a Aquía nunca la tuviste.

Sargas apareció frente a Orión y lo agarró de la camisa. Solo estaban a unos pasos de distancia, pero al caballero le pareció imposible que hubiera avanzado tan rápido.

Sin embargo, ahí estaba, transpirando con su frente pegada a la de Orión, que no borraba su sonrisa satisfecha.

—¿De qué le sirvió? ¿De qué le sirvió resistirse a mí? Mira cómo terminó.

Ese fue el límite del caballero Enif, que con toda la rabia contenida le propinó un puñetazo a su medio hermano que le quebró la nariz e hizo saltar la sangre de inmediato.

—Libre, maldito —explicó Orión mientras sacudía la sangre de sus nudillos. Sargas estaba doblado sosteniéndose la nariz—. Prefirió la muerte que estar contigo y ahora es libre. Mira hasta donde la hiciste llegar por escapar de ti. Pudiste haberla ayudado, pero fuiste cada maldito eslabón en la cadena que arrastraba en su vida.

—¡Muérete! —vociferó Sargas mientras usaba el cuello de su abrigo para contener la hemorragia en su rostro—. De verdad, Orión, muérete de una puta vez.

—A decir verdad, esperaba poder hablar contigo —explicó Orión limpiando su mano de su pantalón—. Como te dije, solo te daré esta opción una vez. Si la rechazas, estarás escogiendo un bando, e independientemente de que seas mi hermano tendré que ir contra ti si figuras en el lado enemigo.

—¿Y ahora qué mierda te estás fumando?

—Quiero que renuncies a la Corona. Da igual tu maldita falta de empatía, estás en un mundo rodeado de humanos con sentimientos y si quieres seguir existiendo en él tienes que adaptarte. No puedes seguir haciendo daño de esta manera, y no estás preparado para ser rey. Lamento decírtelo, pero nunca lo estarás. Un reino gobernado con alguien sin alma está condenado a las tinieblas.

—Y después de renunciar imagino que esperas que me case con un cocinero y adoptemos un par de Vendidas para formar una familia próspera y feliz, ¿no?

En otras circunstancias Orión le habría respondido con otra broma, pero esa noche el caballero no tenía tiempo para chistes, ni ánimos de querer escucharlos. Quería acabar con eso de una vez para poder consumirse en sed.

—Cuando renuncies te debes asegurar que ningún otro hombre pise ese trono —continuó—. Debes hacerlo bien. Confiesa que eres un bastardo, confiesa que le has robado la Corona que le pertenece a tu hermana. Rinde Aragog ante Baham y deja que Shaula sea nuestra reina.

Sargas apretó los labios para contener su risa.

—¿Es en serio?

Orión movió la cabeza dubitativo hacia ambos lados.

—No mucho, pero necesito poder alegar que te lo advertí, que te di opciones.

—¿Amenazas a tu rey?

—Mi rey es Lesath, e incluso siendo consciente de esto no volveré a inclinarme ante nadie que no sea Shaula Nashira. Simplemente advierto a mi hermano del castigo que le espera si no abandona su malcriadez.

—Hermano. —Sargas bufó—. De acuerdo. Lo asumo. Y me refiero al castigo que prometes, no a renunciar a nada. Pero a decir verdad... yo venía a hacerte mi propia propuesta. No creerás que vine a este cementerio a visitar a...

—Si lo dices te quedas sin lengua, y eso lo estoy prometiendo.

Sargas levantó las manos en señal de rendición, sin dejar de sonreír.

—En fin, que vine a ofrecerte que seas mi Mano. Me hará falta una pronto ahora que mi pa... bueno, el viejo ese, perderá la Corona. Necesito un equipo completo, y una vez te prometí la gloria. Te di tu oportunidad hace poco y la desperdiciaste dejando que un montón de lesbianas te ganaran con palos y piedras. Ahora te doy una segunda oportunidad, y la última. Si todavía quieres esa gloria con la que una vez soñamos... ¿La quieres, caballero?

—Nat's Yah.

—No me hables en la lengua de esa traidora y contesta.

Orión sonrió.

—¿De verdad tengo que responder a eso o basta con esta elocuente señal? —Le mostró su dedo medio.

—Sí... bueno, supuse que dirías eso. Soldados... —Sargas se llevó los dedos al entrecejo como si le doliera la cabeza—. Soldados, ya saben qué hacer.

Soldados...

Los hombres de Sargas saltaron sobre Orión. Lo más incoherente de la frase es que ellos ni siquiera eran hombres, al menos no en su totalidad. Columnas dobladas, las vértebras sobresalían de su espalda como agujas, sus pieles tenían una tonalidad grisácea que, a pesar de no haber estrellas esa noche, parecían haberles robado el brillo.

Sus manos no tenían dedos sino huesos largos unidos a la muñeca, acabados en punta y forrados de una fina tela de piel. Como garras, tan largas como un antebrazo.

Cuando se lanzaron sobre Orión, este llevó las manos a su espalda en busca de Cassio, pero alguien entre el séquito del heredero lanzó a sus manos una especie de hilo metálico que rodeó su piel. Cuando Orión tiró de ambas manos para romper la atadura como si se tratara de simple soga, se abrió las heridas de la muñeca una segunda vez, como si aquel hilo estuviese hecho de cuchillas.

La sangre manó, empapando las mangas de Orión, que maldijo mientras las garras de los Sirios se acercaban a su cuerpo, y comprendió que lo mejor era no moverse mientras estuvieran tan cerca, podría recibir una herida mortal.

—Puedes retractarte, hermano —expresó Sargas muy inspirado en el sucio entre sus uñas.

—Vuelve a tu cueva, Sargas. Y púdrete en ella.

El príncipe sonrió.

—Me encantan los finales felices, ¿sabes? Te di tu oportunidad, me redimí. Y me rechazas. Por una mujer, por supuesto. Siempre es por una mujer. Las vaginas te hacen daño, Orión, ¿te lo han dicho?

Las criaturas doblegaron las piernas de Orión haciéndolo quedar de rodillas mientras hombres menos grotescos y místicos lo encadenaban.

—Quítenle a Cassio. Es la espada que tiene en la espalda —explicó Sargas—. No queremos que se vuelva a transformar de aquí a... nunca.

—Maldito —musitó Orión recibiendo con sumisión cada patada, cada cadena, cada empujón. Nada le dolía, no con el vacío que tenía en su pecho.

—Yo te regalé esa espada, ¿lo recuerdas? Y ahora la pierdes, junto al poder de tu constelación, por una mujer.

Orión seguía con la cabeza en la tierra sin hacer ni un ruido.

—Repito: eres patético.

Sargas pateó el piso levantando polvo que aterrizó sobre el cabello suelto de Orión ensuciando los copos de nieve.

A pesar de que el efecto de los cristales debían proteger al caballero del frío de Ara durante toda la noche, este fue presa de un estremecimiento que le erizó la piel. Para una ciudad que no conoce la nieve, aquel clima era antinatural y hasta preocupante.

—Llévenselo a las minas —ordenó Sargas—. Asegúrense de que no haya ninguna mujer cerca o se nos volverá loco. Y la espada dénmela a mí.

Orión seguía sin decir nada. Sus ojos cerrados en su totalidad, sus labios como una tumba.

Luego de perder a Aquía, cualquiera pensaría que ya nada podría lastimarlo. Pero su propio hermano acaba de quitarle a Cassio. Su alma. Su poder. Su confidente.

—Sargas —dijo con los labios todavía llenos de tierra mientras los hombres lo levantaban para llevarlo a cumplir con su condena de esclavitud.

—¿Sí, caballero?

Orión alzó el rostro, encontrando los ojos de su medio hermano por última vez. Negro y plata se desafiaron. Veneno y cazador, enfrentados. Ambos estaban consumiéndose, uno en odio y el otro por sed, sed de venganza.

Compartían sangre pero sus ideales vivían en rivalidad.

Una vez fueron amigos, ahora cada cual añoraba la destrucción del otro. Lenta, no inmediata, de forma que la muerte pueda parecer una bendición.

Ambos hicieron un viaje en retrospectiva con ese encuentro de miradas. A sus errores y aciertos, a lo que alguna vez amaron y a lo que siempre iban a odiar. Y escogieron un bando. Se hicieron promesas internas.

Lo único explícito era la grieta que atravesaba el parentesco entre ambos. A ninguno le quedaba duda de que el hombre que alguna vez conocieron en el otro había dejado de existir.

Entonces, el caballero dibujó la constelación de Aquila en su pecho, y con una lágrima de fuego cayendo de su mentón, pronunció las palabras que iniciaron el declive de Aragog:

—Athara vitàh salveh Kha.

*Continuará...*


¿Cuántos van a leer el segundo libro? Corran porque ya está en mi perfil bajo el título de "Vencida".

También tienen el libro que cuenta la historia de Shaula, lo consiguen en mi perfil como "Monarca"

Dejen aquí sus teorías sobre el segundo libro.

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