Capítulo 32

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Capítulo 32

Wendy:

—¿A dónde me llevas? —pregunté mientras Aiden tiraba de mí y me guiaba entre la maleza.

Cuando había dicho que nos tomaríamos el día libre, no creí que fuera todo. Era el príncipe y se suponía que tenía largas reuniones que atender y trabajo aburrido que hacer, ¿no? No podía escaparse de sus obligaciones, ¿o sí?

—Es una sorpresa. —Me miró con una gran sonrisa entusiasta mientras avanzábamos por aquel bosque frondoso. Había estado pocas veces allí, más que nada porque mi escaso tiempo libre no me lo permitía. De lo contrario, me habría gustado perderme por entre sus senderos, escuchar el sonido relajante de la naturaleza y desconectar de la realidad en aquel paraje precioso.

El gélido aire provocaba que cada vez que respirábamos dejáramos un suave manto de vaho. El cielo no auguraba nada bueno, pero, pese a eso, Aiden había insistido en que lo siguiera.

Me paré de golpe y me giré para admirar la belleza del paisaje, coronado con la imagen perfecta del palacio de fondo. Aquella mañana los mayordomos y las doncellas habían empezado a colocar la decoración de Navidad, algo que a mí me encantaba hacer. Les había prometido a mis compañeros que al día siguiente los ayudaría, puesto que la Navidad era una de las épocas del año que más me gustaban. Adoraba la nieve, el invierno y el olor de la chimenea, patinar sobre hielo e incluso hacer muñecos de nieve. Era como si todos mis problemas dejasen de existir aunque solo fuera durante unas pocas horas.

Aiden frenó en seco frente a un gran muro lleno de maleza y yo lo miré interrogante. ¿A qué demonios venía aquello? ¿Qué estaba tramando?

—Quiero llevarte a un lugar especial. Allí mi padre descubrió el secreto de mi madre y, desde entonces, ha sido una parte de nuestras vidas. No te preocupes por nada —habló al darse cuenta de mi expresión estupefacta—; les he contado lo que tengo planeado y mamá me ha prometido que no se entrometerá.

Tenía un nudo de emoción en la garganta.

—¿Qué me has planeado?

Una gran sonrisa se instaló en sus labios. Me tendió una mano.

—¿Por qué no lo ves por ti misma?

Sin esperármelo, me subió entre sus brazos como si fuera un bebé y, pese a mis protestas, alzó el vuelo. Vi cómo el suelo se iba alejando de nosotros. Al alzar la cabeza me maravillé con aquella sensación de tener las nubes al alcance de la mano. ¿Cómo sería el tener la opción de echar a volar cuando se le antojaba a uno? De haber tenido un súper poder, me habría gustado poder volar y dejar, así, mis problemas atrás.

Aiden me llevó con mimo hasta el otro lado de la barrera de maleza. Se posó sobre el acolchado manto con elegancia, como si lo hubiese hecho miles de veces. Sin embargo, no me soltó en cuanto pisó tierra firme, sino que se limitó a caminar conmigo entre sus brazos, como si pesara menos que una pluma.

—¡Aiden! —lo reñí. Pese a que intenté desengancharme, no me lo permitió y al final acabé resoplando.

A modo de respuesta, me apretó aún más contra su pecho, como si temiera que al soltarme fuera a desaparecer de su vida para siempre cuando eso era imposible, no por voluntad propia.

Nos llevó hasta un pequeño merendero que, por la pinta que tenía, no era nada viejo. Había una cesta colocada encima del mantel de adornos florales. Estaba bajo un gran árbol, protegida de la lluvia y del viento. Era un lugar muy estratégico y me pregunté si los que la habían construido eran conscientes de ello. Al llegar, me di cuenta, con asombro, que en la corteza del árbol estaban grabados <<Amberly y Christopher>>. ¡Qué bonito! ¡Qué romántico!

No es una historia de amor (Bilogía Alas II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora