Capítulo 4

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Capítulo 4

Wendy:

Menuda mierda de día, en serio. De entrada, me despertaron los gritos insistentes de Katrina y Agatha y, para más inri, derramé parte del café en el suelo del comedor cuando se lo llevaba a mi irritable e irascible hermanastra. La muy hija de perra empezó a gritar como una condenada, como si le hubiese hecho un daño monumental cuando la realidad era que se me había caído el contenido en el suelo. No había sido para tanto, pero, claro, para ella era todo un mundo.

No llegué tarde al trabajo de milagro y, aun así, mi día desastroso no había hecho más que empezar. Estuve de un lado para el otro toda la mañana, atendiendo los deseos de aquel chico malcriado. El príncipe Aiden a veces se pasaba pidiendo cosas y en más de una ocasión me había visto recorriendo el castillo de cabo a rabo con tal de cumplir con mi labor. Si incluso me mandó ir a una joyería que estaba a tomar por saco de allí a por un encargo y yo me vi obligada a montar en mi bicicleta destartalada y recorrerme las calles con cuidado de no ser atropellada.

Odiaba coger el coche y el transporte público. Desde el accidente que se cobró la vida de mi padre me había sido incapaz de subirme a un coche a no ser que me tomara un tranquilizante. Lo mismo me pasaba con los autobuses. El metro no me gustaba cogerlo, más que nada porque las horas a las que salía eran las horas punta engorrosas, aquellas donde más gente necesitaba viajar. No era muy fan de las aglomeraciones tampoco, aunque cuando se requería mis servicios para atender a los invitados en las fiestas reales no me quedaba más remedio que aguantarme.

Por la tarde estuve revisando que los vestidos de gala de la princesa y de la reina estuvieran casi finalizados. La semana siguiente habría una gran fiesta —esa de la que tanto alardeaba mi madrastra que iría y aquella a la que no se me había invitado pese a estar en todo mi derecho de ir. Al fin y al cabo, para bien o para mal, ahora estaba bajo su tutela— y como parte del personal debía estar de servicio y asegurarme de que los invitados se quedaban contentos y satisfechos.

Un par de horas antes de poder por fin retirarme tuve que servir el té en los jardines privados de la reina. Eran preciosos y estaban llenos de flores de vivos colores. En más de una ocasión había fantaseado con la idea de explorarlo y descubrir cada uno de sus rincones. Cargada como estaba con la bandeja con dos tazas de té y unas pastas, fui hacia aquel lugar sacada de un cuento de hadas.

La reina estaba reunida con la señorita Cathrine, una amiga de toda la vida. Era un encanto de mujer y me gustaba escuchar sus charlas. Porque sí, como doncella de confianza que era estaba al tanto de todo lo que decían en silencio en un rincón, atenta a cualquier cosa que pudieran pedirme. Eso sí, no podía decir nada debido a la cláusula de confidencialidad de mi contrato.

Ambas mujeres se reían de algo que seguramente habría dicho la reina y, cuando dejé ambas tazas humeantes encima de la mesa, no solo Cathrine me dio las gracias. La reina Amberly era todo un ejemplo a seguir y estaba claro que no había olvidado cuáles eran sus raíces.

—Siento que llevemos más de un mes sin vernos. He estado hasta arriba de trabajo entre preparar reuniones, recepciones y los proyectos que me traigo entre manos —se disculpó esta última cogiendo su taza con mucha elegancia. Era zurda, la primera reina zurda que había tenido el reino.

Cathrine le quitó importancia con un gesto de la mano. Me encantaba su frescura y que no hubiese cambiado nada. Seguía siendo tan campechana como decían que era antes de que su mejor amiga empezara a salir con el rey Christopher.

—No te preocupes. Yo también he estado a mil cosas estas semanas: entre vigilar a Alaia ahora que está pasando por su etapa rebelde, las reuniones interminables en la empresa y demás no me ha dado tiempo ni para respirar. A veces añoro mi vida antes de entrar en el mundo real, ¿sabes? Cuando nuestra única preocupación era sacar adelante la carrera.

No es una historia de amor (Bilogía Alas II)Where stories live. Discover now