Capítulo 14

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Capítulo 14

Wendy:

—¿Seguro que estás bien? —me preguntó Allie con el rostro bañado en preocupación.

Resoplé. Estaba cansada de que se me tratara como una niña pequeña cuando sufría un pequeño accidente de ese tipo. No me gustaba sentirme así, como si fuera inservible. Era un sentimiento que no se lo deseaba a nadie.

Al principio ni siquiera podía caminar. Después del accidente estuve varias semanas dependiendo de una silla de ruedas y fue horrible sentirme tan dependiente de los demás para hacer cosas cotidianas. Tuve mucha suerte de que gracias a las sesiones de fisioterapia pudiera volver a recuperar mis funciones motoras inferiores; según los médicos, había muy pocas posibilidades de volver a caminar. Fue todo un milagro.

No obstante, dos meses después de acabar la terapia empecé a sufrir esos fallos. A veces eran tan insignificantes como aquel y simplemente tropezaba con mis propios pies. En otras ocasiones, en cambio, podían pasar incluso horas antes de que recuperara la capacidad de caminar. Era una jodida mierda, más que nada cuando me ocurría teniendo que acatar las órdenes de Katrina. No sabéis cuánto se enfurecía si le decía que debido a las secuelas no sabría durante cuánto tiempo no podría cumplir con mi labor.

—¡Qué inútil eres! Si es que no sirves para nada —me gritaba siempre que ocurrían esos incidentes, aunque, por suerte, no eran muy habituales. Solían ocurrirme más a menudo en momentos de estrés o cansancio extremo.

Quizás ese sentimiento de incapacidad se debiera a todos los comentarios hirientes que la dulce de mi madrastra soltaba en cuanto tenía ocasión. De pequeña había sufrido problemas de autoestima e inseguridad, pero al llegar a la adolescencia y al pasar por esa etapa rebelde me había dado cuenta de que, simplemente, debía hacer caso omiso de sus palabras. Aunque a veces era muy difícil desprenderse de todo lo que se le dice, porque las palabras pueden ser más hirientes que cuchillas afiladas.

—¿Cuántas veces he de decir que estoy bien? —espeté con una mirada gélida.

Allie, encaramada como estaba a la escalera de mi litera, acabó cediendo y, sin mediar palabras, volvió hasta su lugar, justo debajo. Sophia también dormía en la cama de abajo, ya que era sonámbula y en ocasiones se levantaba por la noche y daba pequeños paseos por la habitación.

Escuché un bufido proveniente de la parte de abajo. Me limité a poner los ojos en blanco, a sacar los auriculares y a escuchar un poco de música que lograra aliviar aquella angustia que sentía. Con mi cuaderno de dibujo en mano, comencé a trazar un nuevo boceto. Un rostro masculino muy familiar empezó a tener forma mientras el lápiz se deslizaba por el folio con suma delicadeza. De vez en cuando borraba aquellos trazos que no me parecían nada adecuados o que no me gustaban cómo habían quedado.

Dibujar me había calmado desde que era pequeña, incluso cuando no se me daba tan bien. Me empecé a sentir interesada por el arte cuando papá me llevó a un museo siendo una niña y desde entonces no he dejado de dibujar. Con cuatro años asistí a mi primer curso y era el único hobby que no había dejado tras su muerte. Me pasaba horas trazando líneas y dibujos que para mí tenían un significado especial, como la réplica de la entrada del campamento que hice cuando tenía diez años o el retrato de aquella profesora tan maja que tuve en tercero.

Era sencillo dejarme llevar y dibujar, abstraerme del mundo real. Fue justo lo que pasó. No sé exactamente cuánto tiempo estuve allí, sentada como estaba en mi cama. Poco a poco las luces se fueron apagando hasta solo quedar dada la pequeña luz de mi mesita. No aparté la vista de la hoja hasta que me empezaron a picar los ojos por el cansancio y solo ahí comprobé que era la única que seguía despierta. Era casi la una de la madrugada, tardísimo.

No es una historia de amor (Bilogía Alas II)Där berättelser lever. Upptäck nu