Capítulo 12

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Capítulo 12

Wendy:

—No te quita el ojo de encima.

—Lleva un rato mirando en nuestra dirección.

No entendía a qué venía su repentino cambio de tema. Habíamos estado repasando las actividades del día cuando, así como así, habían soltado esos comentarios. Levanté la mirada y, al instante, me crucé con esos ojos grises. Sin poder evitarlo —me salió tan natural como el respirar— una sonrisa se instaló en mis labios.

Aiden era un hombre muy guapo y sexy, y lo peor de todo era que el muy listillo lo sabía y lo utilizaba a su favor. Me encantaba el hoyuelo que se le marcaba solo cuando sonreía de verdad, con ese brillo tan vivaracho que iluminaba todos sus rasgos. Lucía sus dos grandes alas con orgullo y elegancia; me moría de ganas de acariciarlas y verificar si su tacto sería tan suave como parecía.

Cometí el error de quedarme perdida en sus ojos.

—Disimula, mujer, va a pensar que estás loquita por él —dijo mordaz Allie. Juro que mataría a esa rubia con mis propias manos.

—¿Necesitas un pañuelo? Creo que incluso él nota que se te está cayendo la baba —la acompañó Sophia.

Pero, ¿qué mosca les había picado a ese par? ¿En qué momento habían pensado que a mí podría gustarme un hombre como Aiden Rosenzberg? Vamos, las chicas como yo no podíamos siquiera soñar con salir con chicos como él. Estábamos tan lejos en la clase social. Mientras que él lo tenía todo, yo debía rascar del poco sueldo extra que ganaba a escondidas de Katrina como profesora particular para pagarme la ropa de segunda mano que llevaba. Él lo tenía todo y yo estaba... rota.

Desde hacía años había aprendido y asimilado que no tenía nada que hacer contra mi malvada madrastra, no hasta que la ley me librara de ella. Debía conformarme con lo que tenía y buscar un plan para cuando saliera del nido. Tampoco podía escaparme —lo intenté varias veces y todas ellas Katrina me había encontrado fuera donde fuera y sometido a verdaderas torturas a modo de castigo por mi osadía—. Con el tiempo había comprendido que era inútil, que la única forma de ser libre de verdad sería cuando por fin cumpliera los veintidós años y por fin la ley de Ahrima me viera como una mayor de edad y en condiciones para cuidarme a mí misma sin ningún problema.

—Estáis locas y solo estáis viendo una ilusión.

Ambas se lanzaron una miradita que no me gustó nada de nada antes de centrarse de nuevo en mí.

—El que está loco por ti es el príncipe. Eres la única chica con la que ha hablado desde que ha llegado y, según hemos visto, siempre que puede intenta hacer contacto visual contigo, como ahora. No mires, pero te está dando un repaso. ¿Por qué no te pones nunca un vestido ni te sueltas el pelo? Estarías más guapa.

Claro, como si fuera tan sencillo. Katrina tenía normas muy estrictas para conmigo y una de ellas era que nunca, jamás de los jamases, debía soltarme el pelo. Me obligaba a llevarlo atado en peinados más sencillos —tampoco podía llevar moños elaborados— porque, según ella, las de mi clase solo podíamos aspirar a eso. Era una tontería, porque ahora que no estaba ella podía rebelarme, pero había una parte dentro de mí que temía que se enterara de que infringía una de sus normas y tener que sufrir así sus terribles consecuencias.

Ya me había rebelado años atrás cuando era más joven e ingenua. Quizás fuera rebeldía o una forma de demostrarle que no me daba ninguna orden, pero cuando entré en la adolescencia pasé por una etapa en la que las normas que se me imponían me daban absolutamente igual y más de una vez me dejaba el pelo suelto o desobedecía las órdenes que se me daban... hasta que descubrí por las malas las consecuencias de desobedecer. A mi madrastra no le temblaba el pulso a la hora de imponerme castigos brutales, como encerrarme días en mi propia habitación en el sótano o dejarme en ayunas o simplemente darme brutales palizas hasta casi la inconsciencia. Había aprendido por las malas lo que iba a conseguir si le llevaba la contraria.

No es una historia de amor (Bilogía Alas II)Where stories live. Discover now