Capítulo 7

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Encendí el auto y salí a carretera con la intención de mitigar el barrunto que me atormentaba

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Encendí el auto y salí a carretera con la intención de mitigar el barrunto que me atormentaba. Contuve un grito a pesar de que deseaba soltarlo. 

¿Acaso no haría usted lo mismo?

Esa pregunta se exhibía vez tras vez dentro de mi cabeza, poniendo a prueba y jugando con mi intelecto.

Elevé el volumen de la música del estéreo a su máximo, pisé con todo el acelerador motivado por la única intención de qué el sonido del motor y el bullicio de los sonidos me aturdieran los oidos.

Las voces que resurgían dentro de mi cabeza me estaban volviendo vesánico.

¡Demonios!

Quería ser el único vehículo en la autopista, quería desaparecer cada una de las luces qué alumbraban la ciudad para quedarme solo en completa cerrazón. De pronto, tuve unos parpadeos de luces rojas y azules trás la cabeza. Me fijé en el retrovisor y así me di cuenta de que una patrulla. Encendieron la sirena.

—Lo que me faltaba —vituperé con rabia y le di un golpe al volante.

Aminoré la velocidad para que la patrulla pudiera alcanzarme. Me atraparon en el acto, no me quedaba más remedio que orillarme y apagar el motor. Creí que al menos debía obedecer alguna de las leyes de tránsito. Presté oídos al sonido que las puertas, del auto contrario, emitieron al cerrarse. El conductor se paró a mi lado y tocó el vidrio de la ventana tan solo segundos después.

Tap, tap, tap.

Una vez que el vidrio estuvo a bajo permanecí con la vista fija al frente.

—Excedió el límite de velocidad —la voz del oficial me resultó familiar—. Entrégueme su licencia, por favor.

Avalé con la cabeza y proseguí a conceder su petición sacándola de la guantera.

—Aquí está. —Volteé para encarar a al que me imputaba y al instante deseé no haberlo hecho.

Algo aún más bueno que mi oído es mi vista. No podía confundir los penetrantes ojos marrones del oficial y el llamativo color de su cabello. Y me atrevo a afirmar qué él tampoco iba a confundirme a pesar de no habernos visto en años.

—¿Axel? —dijo perplejo y echó la potente luz azul de su linterna sobre mis ojos.

—Baja eso, Carter —demandé y, cuando obedeció, pude escrutarlo con la mirada. No iba vestido con uniforme.

—¿Por qué estás aquí? —cuestionó y no pude evitar notar que la mirada del chico se fue hacia el asiento copiloto, donde estaba mi libreta.

—¿Donde más estaría? Salgo del trabajo —repliqué con obviedad.

Guardó silencio, algo innatural en él, pero sus ojos seguían clavados en una dirección que me estaba inquietando.

—¿Sigues siendo oficial de patrulla?—dije consiguiendo distraer su mirada de eso que no me apetecía continuara observando por más tiempo: la libreta.

LA DAGA DE PAIN©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora