Capítulo 6

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La cultura de los padres que me criaron está sobrecargada de tradiciones

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La cultura de los padres que me criaron está sobrecargada de tradiciones. Todo tiene que hacerse según la costumbre, y las hay para casi todos los eventos: ritos funerarios, ancestrales, matrimoniales, prenatales y hasta los cumpleaños. Participé en cada uno de ellos durante el tiempo que viví en su casa, pero ninguno me marcó tanto como aquel primer evento al que asistí como miembro de la familia Park. Fue una fiesta en mi honor.

Resulta que en el cumpleaños número uno de un bebé debían colocarse, frente a él o ella, una cantidad de objetos mixtos con relación directa a alguna profesión. En aquella época yo rondaba los cuatro años de edad, aún así no quisieron omitir esa celebración.

Yo era un niño muy inteligente, pero esos padres que me ayudaron a crecer no lo eran tanto, no lo suficiente como para explicarme qué el objeto que escogiera ese día podía bien decidir mi futuro laboral, o al menos que ellos me alentarían a seguir dicho camino.

Tomé un estetoscopio por el simple hecho de parecerme curioso.

Médico.

Yo debía convertirme en un médico.

Al ir creciendo, descubrí que eso no era lo que yo quería, aunque los padres insistían en que estudiara medicina y decían que ese era mi destino. Para fortuna mía, ellos nunca especificaron en que campo de la medicina debía especializarme, es por eso que tomé un atajo: la psicología.

«Un psicólogo sigue siendo un medico», me dijeron y muchos pensaban igual que ellos.

Funcionaba para todos, así que me propuse tratar esa meta como si fuera un sueño.

Tenía una ventaja: era un miembro activo y valioso de PAIN. Gracias a esto, cursar la facultad me pareció una siesta: corto y refrescante. También me dio la oportunidad de poner en manifiesto mis habilidades y a darme cuenta de la clase de influencia y entrenamiento mental que recibían aquellos que presumen ser médicos cultos en el arte de la naturaleza humana. Sin mencionar que la idea de enterarme y ahondar en las intimidades de cada individuo, que viniese en busca de mis «servicios», me parecía seductora.

Me gustaba creer que cada uno de mis motivos era egoísta y por el bien de mi propia codicia de conocimiento. Sin embargo, una vocecilla dentro de mi cabeza, me insinuaba que la verdadera razón por la que deseaba dedicarme a eso porque me preocupaba la mente y la salud mental del semejante.

¡Semejante timo me jugó mi subconsciente!

Pudo haber sido cierto en aquel entonces, pero dejó de formar parte de los motivos que me instaban a continuar ejerciendo mi profesión, por lo menos en el tiempo en el se ha desarrollado esta historia. A esas alturas, los casos de mis pacientes no me parecían seductores y carecían de misterio o pasión. Rara vez despertaban algún interés o sentimiento dentro de mí.

No estaría de más decir que ya no era el jovencito ingenuo que se preocupada desinteresadamente por todo aquel al que veía... había dejado de serlo desde hace mucho tiempo atrás. Es más, quizás ese niño jamás se manifestó más allá de mi cabeza. Y pocos eran conscientes de que alguna vez existió o de que en esos instantes ese niño empático tomaba una siesta de duración indefinida.

LA DAGA DE PAIN©Where stories live. Discover now