Primavera/2005

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El niño caminaba, se tambaleaba, solo por las calles

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El niño caminaba, se tambaleaba, solo por las calles. Su vagancia sin rumbo lo llevó hasta el centro de la ciudad, dónde la gente se aglomeraba como hormigas.

—¡Mamá! —gritó una vez más sin dejar de gimotear, pero la gente solo lo miraba, nadie se acercaba a él para preguntarle por qué lloraba o por qué estaba solo.

La criatura era tan diminuta y tal vez por eso las personas bondadosas no podían verlo.

—¡Mamá!

—Debe tener unos tres años, ¿por qué sus padres lo dejan vagar solo? —le dijo una mujer al hombre con el que caminaba de la mano.

Pero no sé detuvieron, todavía nadie se acercaba al pequeño.

Se estaba poniendo oscuro, el niño estaría solo y asustado si nadie lo ayudaba.

Se encendieron las luces de las calles y los letreros de los negocios se iluminaron.

El cielo destelló temblorosamente y luego un ruido, como el de una lámina siendo agitada con fuerza, se produjo desde arriba. Fue un trueno.

El niño dio un salto y se tropezó con sus propios pies.

Se quedó sentado en piso de cemento y la lluvia fue la única que vino a su encuentro.

Las gotas lo tocaron de a poco hasta que lo cubrieron por completo.

El niño siguió llorando.

Los dientes le castañeteaban y su cuerpo no dejaba de titiritar.

De repente, la lluvia se detuvo.

No, la lluvia no se había detenido, pero él ya no seguía empapándose.

—No debes mojarte —dijo la niña que se había parado frente a él—.  En mi paraguas hay espacio para los dos.

El niño resolló y se limpió la cara con sus manitas.

—Elaine, ¿por qué te separaste de tu hermana? —Una mujer, con un paraguas negro, vino hacia la niña y la tomó del brazo, pero la niña no se movió.

—¿Lo vamos a dejar solo, mamá? —La niña miró a la mujer.

La mujer frunció el ceño y por fin miró al niño. Se exaltó y se puso de cuclillas, sin soltar su paraguas.

—¿Dónde están tus padres, pequeño?

El niño no dijo nada y se puso a curusear las agujetas de sus tenis blancos.

—¿Todavía no hablas?

Otra vez el niño no respondió.

—¿Y si no nos entiende, mamá?

La mujer le sonrío a la niña y asintió con la cabeza.

—Tienes razón, hija. Que observadora eses —dijo la mujer adulta mientras le revisaba al niño los bolsillos de su chamarra azul, luego intentó revisarle la muñeca pero el niño escondió su mano de tras de la espalda.

LA DAGA DE PAIN©Where stories live. Discover now