Capítulo 19

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Empujo la puerta, temeroso de lo que puedo encontrar del otro lado

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Empujo la puerta, temeroso de lo que puedo encontrar del otro lado. Se produce un rechinido escalofriante conforme esta se abre. No puedo ver con claridad, esta oscuro y húmedo. Mis pies descalzos caminan con irresolución sobre el helado concreto. Saco mi móvil y enciendo la lámpara para iluminar los alrededores.

No parece haya alguien y las ventanas de las paredes están selladas.

Sujeto con fuerza el puñal de la daga que tengo en mi mano y me dirijo hacia el centro de la habitación. El lugar está tan vacío que mis pasos producen un ligero pero notable eco. Una sustancia tibia con sensación espesa entra en mayor contacto con la piel desnuda de mis pies y poco a poco se vuelve fría.

Bajo la mirada y también la luz que irradia la lámpara del móvil para que iluminé hacia mis pies.

¡Sangre!

Descubrir lo qué es me hace retroceder en un gran paso, haciéndome pisar algo que me lastima los talones.

¡Una flor!

Una rosa blanca.

Las espinas de su tallo se han clavado por completo en mi pie izquierdo.

Intento iluminar todo el piso y me sobresalto al ver que todo está cubierto de ellas: era un mar de rosas blancas y una isla formada por un charco de sangre, justo en medio que bañaba los pétalos de solo una de ellas.

De repente las cuatro paredes de la habitación parecen moverse, el espacio se hace cada vez más pequeño. El extraño sentimiento que me recorre, me hace soltar el teléfono. Volteo hacia la puerta con la intención de buscar una salida pero ya no está, la puerta ha desaparecido.

Un espeluznante gritó femenino que se produce de la nada, hiriendome los tímpanos y como consecuencia suelto la daga, la cual termina uniéndose al baño sangriento junto a mi teléfono.

Desesperación, eso siento.

Camino sobre todas esas espinosas flores, dejando huellas rojas tras mis pasos, huellas que van siendo borradas por el fuego que de buenas a primeras aparece de tras de mí. Se levanta una nube de humo y se adentra en mis pulmones provocandome una muy dolorosa tos, consumiendo el aire limpio a medida que el fuego comienza a extenderse. Termino acorralado, de espalda contra una de las pared.

De pronto, distingo una silueta abriéndose paso entre las llamas. Un hombre joven, alto, de piel pálida y cabello oscuro a la altura de los hombros. 

Las llamad ardientes de nuestro alrededor se reflejan en sus ojos.

Él viene hacia mí.

Caigo sentado al suelo.

—MJ —digo con rabia, con el poco aliento que aún me queda.

LA DAGA DE PAIN©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant