Capítulo 28

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El panorama de aquella tarde pintaba sombrío

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El panorama de aquella tarde pintaba sombrío. El sol no asomó en todo el día, el cielo conservó su amenazante tono gris.

El frío calaba hasta los huesos. Era uno de los inviernos más despidos del que tuviese memoria. No sabía si lamentar o alegrarme de que Carter no pudiese experimentarlo. Pero tampoco experimentaría el invierno siguiente ni el siguiente a ese.

Rehusarse a aceptar la realidad no ayudaba en nada.

Carter estaba muerto.

Una nueva tumba se había unido a mi ruta de vistas al cementerio.

Otro amigo mío estaba muerto.

Esa era mi maldición: me daba cuenta de que alguien era mi amigo cuando eran incapaces de volver a la vida.

Ironías.

Los colegas y superiores de Carter asistieron al entierro portado su uniforme ceremonial. Estos, hombres y mujeres, formaron filas a al izquierda y derecha del ataúd. Sobre la superficie de este había un arreglo de flores blancas que pretendía adornar la caja fúnebre.

James todavía estaba muy mal herido de su pierna, pese a eso, antes de que el ataúd fuera sepultado, caminó hacia este para dar un último adiós. Una mujer, la hermana de Jake, le ayudó a sostener las muletas y Cintia le entregó un ramo de rosas amarillas. James retiró el arreglo floral blanco de encima y, con las lágrimas resbalando a montón por todo su rostro, colocó el nuevo ramo amarillo sobre el cajón.

No pude entender qué significaba aquel acto, pero todavía existían demasiadas cosas que no me había esforzando por saber de ellos.

La madre de Elídan abrazaba a la desconsolada madre de Carter. Las dos habían perdido un hijo. Lo que ellas no sabían era que ambos habían sido asesinados por la misma persona.

Las gafas oscuras que usaba ese día me impedían delatar mis ojos cristalinos. No importaba cuando lo intentaran, no me verían llorar.

El padre de James dijo las palabras finales de la ceremonia y tomó a su hijo por los hombros. Intentaba protegerlo con su propio cuerpo para ocultarlo de los presentes. Aunque no había manera de que la gente pudiera olvidar la forma en la que James lloró en esa ocasión.

—Ahora vuelvo...

Cristian se apartó de mi lado y fue hacia él.

Mientras el ataúd era sepultado unos cinco metros bajo tierra, recordé las últimas palabras que Carter me dijo: «¡No lo dejes escapar!»

Una lágrima desobediente see deslizó por la mejilla izquierda.

¡No lo haré!

Te prometo que no lo dejaré escapar.

Me aseguraría de que Marco encontrara el castigo que implicaba la muerte legal.

La ley de doble riego demandaba que no se podía ser juzgado por un mismo crimen dos veces; yo no tenía nada que temer. Podía testificar sin ningún riesgo. Y aunque algo saliera mal y yo tuviese que volver a prisión, cumpliría mi promesa, no descansaría hasta ver a Marco con cadena perpetua.

LA DAGA DE PAIN©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora