Capítulo 3

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Gruñí y azoté el puño contra el escritorio

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Gruñí y azoté el puño contra el escritorio. La música no estaba funcionando, al menos no de la forma que quería. No necesitaba adrenalina, no necesitaba ira y mucho menos necesitaba despertar la voz de mi conciencia. Una mente clara, neutral y abierta, eso era lo que requería en ese preciso instante.

Todavía así soporte hasta el final de la canción y cuando acabó me sentí mejor. Ver resto de la obra gravada en video parecía mucho más factible así que la deje reproducirse de corrido.

Cerré los ojos y dejé caer todo mi peso sobre el respaldo de la silla.

Ya no estaba en aquel sitio pero no podía deshacerme de ciertas tendencias gustos. Tenía muy bien arraigadas doctrinas y los métodos que ellos plantaron en mí y... no me desagradaba en absoluto, por lo menos no llevaba prisa por abandonar mis viejos hábitos. Después de todo esa clase de audios tenían un don para hacerme a dormir.

Dormía entre comillas. Mi mente siempre estaba activa. Los sueños o pesadillas me consumían mucha más energía que ir andando por el mundo con los ojos abiertos.

Las imágenes que se proyectaban dentro de mi cabeza no eran muy variadas. La mayoría de ellas tenían que ver con PAIN y sus proyectos. Humo, Marco y... los ojos de ese hombre, el perpetrador de mi cabeza. Yo terminé con ellos, lo destruí todo y ellos destruyeron todo de mí, pero al final, la vida que llevaba y mis conversaciones se arruinaron gracias a él. Ese hombre que para mí era mucho más temible que el mismo Zero.

—Doctor, doctor —me llamó una voz, apresurada e inquieta, y desperté como si se hubiera tratado de la peor alarma—. ¿Se encuentra usted bien? Está sudando y sus ojos...

Parpadee y fruncí el entrecejo.

¿Lo que resbala debajo de mis ojos era sudor o lágrimas?

Me enderecé y me troné los huesos de la nuca.  Estiré los brazos y cada músculo de mi espalda. A cualquiera se le habría ocurrido que no tenía prisa por descubrir la identidad de ese hombre, pero sí la tenía.

—¿Quién es usted? —pregunté antes de volver a renegar por el mismo asunto:—¡¿Y por qué encendió la luz?!

Le puse pausa al vídeo que minutos antes me arrulló cual canción de cuna.

—Vi la obra —dijo con entusiasmo, apuntando hacia la pantalla del móvil—. Mi madre era una aficionada al teatro y...

Eso no es lo qué deseaba saber.

Levanté una ceja, calculando el nivel de retraso mental que debía de paceder el hombre parado frente a mí. Tendría como de unos cincuenta años, pero el cerebro de alguien de ochenta... No respondió ninguna de mis preguntas. ¿Cómo es que yo, aún con sueño, podía manejar mejor las riendas de la conversación?

—¿Quién es usted? —cuestioné una vez más.

—Oh, soy Reyan Schulz, su paciente —acertó, por una vez. 

LA DAGA DE PAIN©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora