Podía adivinar el grado de enfado y gravedad con solo el tono de voz y si además le añadía mi nombre completo, uno que solo ella usaba en la intimidad, significaba que no solo estaba cabreada conmigo, sino que las consecuencias iban a ser espantosas.

—¿Por qué sería una zorra? Aiden y yo estamos enamorados —me defendí—. No he hecho nada malo.

—Le has robado el marido a tu hermana —puntualizó con la voz teñida de odio. Genial, otro punto más que añadir a la lista que seguramente se titularía <<Razones par odiar a Gwendolyn>>.

Me crucé de brazos y solté una carcajada amarga.

—No sabía que ambos estuvieran saliendo —dije con ironía—. No puedes forzar las cosas, Katrina. Es hora de que asumas que, por una vez en la vida, he ganado. Yo le quiero, le amo con cada fibra y célula de mi cuerpo. No he podido evitarlo y hagas lo que hagas no conseguirás que nos separemos —sentencié con la voz firme. No sabía de dónde había salido aquel coraje, pero me alegraba de que mi voz no sonara como la de una niña asustada.

Mi madrastra frunció los labios con disgusto. Se rió con desdén, como si en realidad fuera una niñita tonta que no comprendía el mundo real.

—¿Acaso crees que te ama? Vamos, es solo un juego para él. Seguro que se lía con otras mujeres a tus espaldas mientras tú, ilusa, sueña con finales feliz y cuentos de hadas. Querida, siento decirte que no vives en una historia de amor, dentro de esas novelas rosas en las que las mujeres al final encuentran el amor verdadero. Vives en la vida real y ya es hora de que asumas tu lugar, como la pobretona y huérfana que eres. No eres importante, eres un ser insignificante que no le importa a nadie. ¿Por qué crees que nadie ha preguntado por ti, que todo el mundo ha dado por sentado que estás muerta? Nadie ha llorado tu falsa muerte.

Sentí las lágrimas descendiendo por mis mejillas pese a todos mis intentos por detenerlas. Katrina se estaba relamiendo al verme sufrir por sus palabras. Le encantaba torturarme.

—Mientes. Hay personas a las que sí les importaba, a las que les importo.

—¿Cuándo comprenderás que te quedaste a mi cargo porque ninguno de tus familiares te reclamó en su momento?

Apreté los puños con tanta fuerza que me clavé las uñas y mis nudillos se pusieron blancos.

—¡Porque fingiste mi muerte! —estallé perdiendo así la poca paciencia que me quedaba—. Te aseguraste de no dejar ni un solo rastro y me obligaste a cambiar incluso mi apellido. No sé qué es lo que he hecho para que me odies tanto, no lo entiendo, Katrina. Eres cruel conmigo, no me dejas hacer una vida normal como el resto, no he podido estudiar lo que quiero... pero, ¿sabes?, ya estoy harta, ¡harta! Me tienes hasta el gorro y estoy deseando cumplir la mayoría de edad para perderte de vista.

Volvió a reír con desdén.

—Olvidaba lo tonta que eres y por qué no quise pagarte los estudios.

—¡Fui de las primeras de mi clase!

Le restó importancia con un gesto de la mano.

—Tonterías. —Dio otro paso al frente y clavó esos ojos marrones llenos de hostilidad en los míos. Bajó el tono de voz hasta que todo lo que salió por ese pozo de mierda que tenía por boca sonó siniestro—. Nunca te librarás de mí. Pienso perseguirte vayas donde vayas y hacerte la vida imposible. No mereces ser feliz.

—¿Acaso te estás escuchando? Suenas como una psicópata. ¿Qué tanto daño ha podido hacerte una cría?

—Por tu culpa tu padre está muerto. Debiste haber muerto también en ese accidente y así no me habría tenido que hacer cargo de ti. Eres un peso muerto, una niña a la que nadie quería, rota. No sabes lo difícil que ha sido tener que cuidarte. No eres más que una muñeca rota a la que nadie jamás va a querer y me niego a que encuentres la felicidad.

No es una historia de amor (Bilogía Alas II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora