Frunció el ceño.

—Pero mi jefa no lo permitirá jamás.

Sonreí como si supiera algo que ella no.

—Ya está todo arreglado. —Le acaricié el rostro con las manos—. Hazlo por mí, por favor. Me está matando verte así y no poder hacer nada al respecto.

Soltó un sonoro suspiro, pero no dijo nada.

—Está bien. Así podré terminar ese paisaje en el que llevo trabajando las últimas semanas. —Se acercó un paso a mí y me miró con ojos brillantes de gratitud—. Muchas gracias, Aiden. Eres el hombre más benévolo que he conocido jamás y estoy segura de que serás un rey ejemplar. El país se sentirá orgulloso de tenerte como monarca.

Se marchó dándome un pequeño beso en la mejilla. Ella no supo lo que significaron esas palabras para mí, lo feliz que me hicieron. Y es que lo que más deseaba era en el futuro ser un gobernante digno de la corona, amado por sus súbditos. Estaba seguro de que el pueblo amaría con locura a Wendy y la idolatraría cuando subiera al trono.

Con esos pensamientos, volví al trabajo, aunque sin poder borrar la sonrisa de los labios. Quería ser el rey que el país se merecía e iba a trabajar muy duro para lograrlo.

.   .   .

Un par de días después, me reuní a solas con mi padre. Estaba en su despacho revisando varios apuntes que había tomado en la última reunión de presupuestos. Si bien mamá decía que me parecía mucho a él, era consciente de que no éramos dos gotas de agua. De entrada, tenía las facciones de la cara más delicadas, herencia de mi madre; el pelo, ahora corto y bien cuidado, lleno de rizos cuando lo llevaba desordenado; y el tono era más parecido al de mi madre que al suyo. Sin embargo, en las fotografías que había comparado hacía unos años había comprobado lo mucho que me parecía a él, y no solo físicamente —tenía sus ojos, su altura, los labios y la misma tonalidad de cabello—; al parecer, mamá creía que tenía su mismo carácter y su misma alma bondadosa.

—Padre, ¿podemos hablar un minuto?

Él alzó la mirada de las hojas que tenía encima de la mesa y centró toda su atención en mí. Con un gesto, me invitó a sentarme frente a él.

—Claro. ¿Qué ocurre?

Me removí en la silla inquieto. Me ponía muy nervioso hablar de estas cosas con mi padre, pero desde que era un niño se lo había contado todo y sentía que debía decírselo ahora que también mamá lo sabía.

—¿Cómo supiste que mamá era la indicada?

Un destello cargado de amor cruzó su mirada y es que podía dirigir un país con firmeza, pero siempre que hablábamos de ella salía a flote el hombre cariñoso que era. Llevaban más de veinte años casados, aunque el tiempo no había podido desgastar ese amor que se profesaban. La veneraba y la amaba con locura, tanto que hasta intentaba cumplir cada capricho que tenía, aunque no eran muchos, como la vez que quiso llevarnos al barrio en el que se había criado en Chicago o cuando vio ese curso de cocina tan caro.

—Simplemente la vi y supe que no era como las demás mujeres del reino. No me gustaba cómo se comportaban con ella y en cuanto tuve el valor para hacer frente a las críticas empecé a defenderla. He de decir que me intrigaba tanto su manera de ser que no pude resistirme a sus encantos. ¿Por qué lo preguntas, hijo?

Jugueteé con un bolígrafo que había atrapado entre los dedos con inquietud. Mi mirada estaba puesta en él, pero pronto la subí para encontrarme con la mirada atenta de papá. Me tomé un par de minutos para buscar las palabras.

—Verás, hay una chica en la que no puedo dejar de pensar y hace un par de meses hemos decidido empezar una relación. Solo lo sabe mamá y he sido muy cuidadoso con la prensa, puesto que lo que menos quiero es meterla en líos, suficiente tiene ya con la locura en la que ambos vivimos.

No es una historia de amor (Bilogía Alas II)Where stories live. Discover now