Contuve un bostezo. ¿Cuánto habría dormido?

—¿Qué hora es?

—¡Estás en problemas! —exclamó mi madrastra echando espuma por la boca—. ¿Cómo se te ocurre quedarte dormida así? Ya sabes las reglas: debes cumplir con todo lo que te pida antes de acostarte.

Estiré las piernas y me puse de pie, aún medio somnolienta. Miré la hora en mi reloj de pulsera y abrí los ojos al comprobar lo tarde que era, aunque no lo suficiente como para no llegar a la hora a mi puesto.

—Siento si no he cumplido con lo que me has mandado, pero ayer llegué muy cansada y...

Pero, como de costumbre, no me dejó terminar la frase.

—Me da igual qué tan cansada estuvieras, debes cumplir la lista. Punto final de la discusión. Y ahora ve a prepararte. Por tu culpa, las niñas van a llegar tarde a la universidad porque no estaba listo el desayuno. Quiero que estés en la cocina en cinco minutos —me ordenó la bruja de Katrina.

De camino a las escaleras, mascullé.

—También se lo podrían preparar ellas, que no son mancas.

—¿Cómo dices? —me retó Katrina.

Bufé por lo bajo y me obligué a no soltar ninguna tontería ni nada fuera de lugar.

—¡Nada! No he dicho nada.

Me puse ropa cómoda y me lavé la cara más rápido que un coche de carreras y, tras hacer mis necesidades, salí del baño y me puse manos a la obra. Había dormido apenas tres horas y estaba para el arrastre y, aun así, tuve que poner mi mejor sonrisa aquel día cuando lo que menos me apetecía era estar allí. Debido a mi falta de sueño, fui más torpe de lo usual. Tiré sin querer dos vasos al suelo y me tropecé con mi sombra varias veces. Para la hora del almuerzo lo único que quería era echar una buena cabezada, pero no podía. Solo pude descansar diez minutos tras la comida antes de volver de nuevo al ruedo.

Para cuando llegué a casa, apenas tenía energía y me pesaban los párpados una barbaridad. Lo único que me apetecía era meterme en la calidez de las sábanas y no salir hasta la mañana siguiente, pero, claro, como de costumbre, la vida tenía otros planes para mí.

Me había dado una ducha rápida y estaba subiendo las escaleras cuando escuché otra voz femenina aparte de la de Katrina. Se estaban riendo de algo y, por lo que parecía, ambas mujeres estaban de muy buen humor. Cuando llegué a la planta principal, comprobé que la risa le pertenecía a Amanda Krusen, una de las mejores amigas de mi madrastra, otra arpía que solo se centraba en su imagen. En cuanto ambas mujeres me vieron, Katrina arrugó el morro.

—Wendy, Wendy, Wendy —canturreó en cuanto pisé la planta principal. Me puse en alerta al segundo, puesto que era muy raro ver de buen humor a Katrina—. ¿Por qué no le pones una copa a nuestra invitada? Ya de la que estás, ponme otra a mí.

Por supuesto, ni me preguntaba qué tal me había ido el día ni cómo me encontraba tras haberme pasado casi la noche en vela ni mucho menos me dejaba descansar.

Tal y como me había pedido, preparé dos cócteles bien cargados con la esperanza de así no tener que escucharla en toda la noche. Por lo general, cuando venía Amanda a visitarla, no solía tener que hacer muchas labores domésticas.

Ya con las dos copas en la mano, volví a la sala de estar, donde ambas estaban tiradas en el sofá charlando animadamente sobre a saber qué cosas. Se las dejé en la mesa de cristal, colocando antes unos posavasos para no mancharla, puesto que lo que menos quería era volver a limpiarla después de haberlo hecho aquella mañana a toda prisa. Me disponía a marcharme y a hacerme invisible cuando, de improviso, Katrina me agarró del codo y me hizo mirarla. En sus ojos ya no estaba esa falsa amabilidad con la que me había tratado antes.

No es una historia de amor (Bilogía Alas II)Onde histórias criam vida. Descubra agora