—¡Prepara el desayuno, mujer perezosa! Espero que cuando tus hermanas se levanten ya esté todo listo. Ah, y te he dejado una lista de tareas que quiero que hagas hoy antes de que te marches al trabajo.

Resoplé por lo bajo y puse los ojos en blanco.

—Está bien, Katrina. ¿Algo más?

—Sí, esta noche tendremos invitados y espero que no te vean pululando por la casa. Recuerda nuestro acuerdo.

Sí, ya, claro. El acuerdo, como ella lo llamaba, me obligaba a que nadie supiera que era la hija de Blake Barrie, puesto que la cruel de mi madrastra les había dicho que yo también había muerto en el fatídico accidente que se llevó la vida de papá. No sé cómo se las había ingeniado para falsificar mi partida de defunción; solo sé que desde entonces me había visto obligada a esconderme cuando un conocido de la familia venía de visita.

—Está bien. En cuanto acabe mi turno, me encerraré en el sótano. ¿A qué hora llegarán?

—A las cinco.

—Entendido. He captado el mensaje.

Corté la comunicación y miré la hora en el despertador. No eran ni las siete de la mañana. Genial, simplemente genial. Me levanté de la cama y me arrastré como pude al pequeño baño que tenía ahí abajo para darme una ducha rápida y prepararme para otro día duro. Una hora después estaba terminando el desayuno y colocándolo en la gran mesa del comedor cuando Agatha bajó por las escaleras con un aire soberbio, seguida muy de cerca por Dana.

¿Cómo dos hermanas podían ser tan distintas? La mayor era una estirada y muy superficial, dándole mucha importancia a la imagen. Su hermana pequeña, en cambio, era más cercana y sencilla, mucho más amable. Había visto cómo Agatha trataba a Dana, como si se creyera superior, del mismo modo que me trataba a mí. Ojalá llegara un día en el que aprendiera que no iba a conseguir todo lo que deseara por mucho que se encaprichara.

Agatha se sentó y en cuanto tomó un sorbo del café que le había servido, hizo una mueca.

—Le has echado demasiado azúcar. Es imposible beberlo. ¡Qué inútil que eres!

Me tragué todo lo que pensaba sobre ella y le preparé otra taza humeante, asegurándome de echarle la cantidad exacta de azúcar.

Mientras terminaba la abundante ración de tortitas para Dana, me encargué de que el pan que había puesto en la tostadora no se quemara. Estaba sirviéndoselo cuando Katrina se unió a sus hijas con la cabeza bien alta y un aire soberbio. Iba vestida de punta en blanco, como siempre; no la recordaba vistiendo con prendas más sencillas, incluso cuando empezó a salir con mi padre vestía así de elegante aunque solo fuera una cena informal.

—Buenos días, niñas. ¿Qué tal habéis dormido?

—Muy bien, mamá. He adelantado el trabajo que tengo que entregar la semana que viene y ahora puedo estar más relajada —comentó Agatha.

—¡Eso es fantástico!

—Hoy he quedado con... —empezó a decir Dana, pero su hermana cortó sus palabras.

—¿Te puedes creer que nos van a cambiar de clase? ¡Vamos a estar en la misma en la que los reyes estudiaron juntos!

—Qué guay. Seguro que...

Pero de nuevo volvieron a cortar sus palabras.

—Dana, ¿no ves que estamos hablando? —la regañó su madre.

Al ver que no le harían mi caso infló los mofletes y soltó un largo suspiro. Después, terminó su desayuno en silencio. Me lamentaba por Dana. Debía de ser duro que tu propia familia fuera incapaz de escucharte y te dejaran de lado.

No es una historia de amor (Bilogía Alas II)Where stories live. Discover now