12. Rumbo

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Me fijé en la hora, y al darme cuenta que quedaban poco para las diez, me di una ducha

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Me fijé en la hora, y al darme cuenta que quedaban poco para las diez, me di una ducha. A pesar de que intentaba actuar normal, desde el último mensaje de Nicolas había estado hecha un manojo de nervios, me sudaban las manos y se me aceleraba el corazón cada tanto.
Cuando logré salir de una de las duchas más lentas que me había dado en toda mi vida, me dispuse a ponerme el atuendo que había elegido antes. Se trataba de un conjunto blanco, conformado por un bralette que llegaba hasta la mitad de mi cintura y una falda larga, ambos de encaje; la falda tenía una abertura en la parte derecha que dejaba a la vista el contorno de mi pierna. Opté por unos zapatos altos de plataforma color caqui y un collar con un dije en forma de media luna. Lo complementé todo con unos pendientes de perlas blancas y un bolso cruzado. Era un estilo hippie-chick que me encantaba.
En cuanto al maquillaje, me decidí por un labial mate rojo y sombras sencillas en color nude. Finalmente dejé mi pelo suelto, agregándole unas cuantas ondas despreocupadas. Esa noche me alisté en tiempo récord y a pesar de ello me sentía lista para impresionar. En cuanto terminé, me observé en el espejo, pensé por un segundo en que mis padres odiarían que usase ese conjunto. Decidí que ese día no me iba a importar su opinión, no estaban ahí para decirme lo que podía hacer y lo que no; iba a ser yo misma y nadie me lo impediría.
Cuando faltaban pocos minutos para las diez, no pude evitar llamar a Diana unas cuantas veces más; seguía sin obtener respuesta alguna. Estaba empezando a preocuparme de verdad, ella no era de desentenderse del celular por tantas horas. Solo lo había hecho en situaciones en las que de verdad estaba metida en un gran lío.
Mientras preparaba el bolso que iba a llevar, Nicolas mandó un mensaje indicándome que se encontraba abajo. En cuanto lo vi, sentí una energía colarse por la boca de mi estómago y mi respiración empezó a acelerarse; los nervios que había sentido durante las últimas horas se multiplicaron. No me gustaba sentirme así, no por un chico, no por él. Respiré profundo intentando tranquilizarme antes de bajar, aunque no lo logré por completo, ya no podía retrasar más ese momento. Al final yo me había metido en todo eso de manera voluntaria, ¿verdad?
Bajé las escaleras con las manos sudorosas, las piernas temblando y la respiración inestable. Antes de abrir la puerta, me miré en el espejo del pasillo principal para asegurarme por última vez de que todo estaba en su lugar. Lancé un suspiro, me despedí de mi hermana con un grito y abrí la puerta con un revoltijo en el estómago.
Me encontré con la figura de Nicolas. Estaba apoyado en el capó de su carro, con las manos en los bolsillos; me observaba sigiloso, desde la oscuridad de la noche. Su rostro estaba apenas iluminado por las farolas que adornaban la vereda; aun con esa poca luz podía apreciar lo guapo que se veía. Podría decir que hasta más de lo normal.
—Hola —lo saludé, intentando controlar mi respiración acelerada. No podía permitir que se me notase.
—Hola, extraña —me saludó con una media sonrisa y después me depositó un beso en la mejilla. Pude sentir su colonia inundar mis fosas nasales. Era el mismo aroma que había percibido días antes en el interior de su carro, esta vez era más intenso. No sabría cómo definirlo, pero representaba a la perfección lo que era Nicolas: misterioso, guapo e imponente.
Llevaba una camisa negra remangada y ajustada a su torso, unos jeans oscuros combinados con unas Vans grises. Se veía impoluto, perfecto. Traía el pelo peinado hacia atrás, un poco desordenado y se había puesto un collar de plata, unos anillos y un reloj a juego; incluso noté que traía un piercing en la oreja derecha.
—¿Viene tu amiga? —preguntó mientras abría la puerta del copiloto. Me pareció curioso que lo hiciera, más aún después de la manera en la que se había subido a mi auto en la universidad el día anterior; sin mencionar que ningún chico había hecho eso por mí antes. Me introduje en el carro pensando en mi amiga y en lo preocupada que estaba por ella.
—No lo sé —respondí mientras él se posicionaba en el lado del conductor—, no me contesta desde hace horas, así que supongo que no irá, pero la verdad siento que algo anda mal.
—Qué raro. Si quieres, antes de ir podemos pasar por su casa para asegurarnos de que todo está bien —propuso. Su repentina amabilidad me dejó impresionada, no pude evitar pensar que algo traía entre manos.
—Creo que sería buena idea.
—Entonces vamos antes de que se nos haga tarde —añadió él y nos pusimos en marcha.
Tomó el camino más rápido hacia la casa de Di y yo ya me sentía más calmada; a pesar de que no podía dejar de pensar en mi estúpida reacción ante la presencia del sujeto que estaba a mi lado. Me alegraba que todo estuviese más tranquilo, pero Nicolas era Nicolas, tenía que hacer algo para descolocarme. No tardé mucho en notar que cada vez que el auto se detenía, él me lanzaba ciertas miradas mientras sonreía ampliamente, como sí se burlase de mí; no entendía qué le causaba tanta gracia. Estaba claro que la amabilidad le iba a durar poco.
—¿Qué te pasa?, ¿por qué me miras así? —me animé a preguntar en uno de los semáforos en rojo. Él lanzó una risita por lo bajo y luego me miró una vez más.
—Luces diferente, es extraño verte así.
No supe si tomármelo como un cumplido. ¿Esta era la reacción con la que había soñado toda la tarde?
—¿Gracias? —dije, esperando una aclaración.
—No, no me mal entiendas, te ves... bien, solo que, no sé, no pensé que podrías verte así
Le lancé una mirada de desconcierto.
—¿Así? ¿Así cómo? —le cuestioné. Empezaba a sentirme incómoda por sus comentarios. Nicolás pensó por un momento antes de responder.
—Te lo diré más tarde, cuando lleguemos a la fiesta. Y no es lo que te estás imaginando, tranquila, Artemis.
—¿Y tú cómo sabes lo que imagino? ¿Y por qué no me lo dices ahora? Eres un raro —le solté molesta y me crucé de brazos, girando la mirada en dirección contraria a él. Nicolas empezó a reír.
—Solo lo sé, y tú eres muy impaciente. —Lancé un suspiro, no pensaba contestarle—. ¿Por qué siempre te enojas por todo lo que digo? Podrías relajarte un poco alguna vez —soltó jocoso.
—Te encanta decir lo que piensas, ¿no? Creo que seguiré tu ejemplo: a veces eres insoportable y lo más irritante es que ni siquiera te das cuenta.
Nicolas rio de nuevo, esta vez más fuerte.
—Tal vez sí me doy cuenta pero en realidad no me importa. —Hizo una pausa justo cuando llegamos a la calle de Diana—. Quizás me divierte ser insoportable —soltó, mirándome con una oscura sonrisa. Estaba anonadada, era un descarado, nunca me cansaré de decirlo.
Estacionamos frente a la casa de mi amiga y yo no contesté a sus últimas palabras, no le iba a dar el gusto. Decidí, mejor, intentar llamarla una vez más; las luces de su casa estaban encendidas, así que alguien tenía que haber ahí dentro. Al no recibir ninguna respuesta por milésima vez, fui a tocar la puerta. Bajé del auto sin decir una palabra; Nicolas me miró extrañado, si bien no cuestionó mi acción.
Caminé hasta la puerta principal de la casa. La calle era de tierra, por lo que levanté un poco mi falda para que no se ensuciase. En cuanto me acerqué a la vereda, unos perros empezaron a ladrar desde el interior de una vivienda aledaña; me espanté y pegué un respingo porque todo estaba en absoluto silencio y bastante oscuro. Nunca me había gustado mucho esa zona por las noches: era muy desolada y siempre estaba en penumbras, no inspiraba nada de confianza andar por allí.
Cuando estaba a punto de tocar el timbre, escuché un fuerte golpe que venía del interior. Di un respingo por segunda vez. Enseguida se escuchó un grito: parecía una mujer; pensé que se podría tratar de la mamá de Diana o de ella misma; algo no estaba bien ahí dentro, ya lo sospechaba. Dudé en si debía o no llamar a la puerta. Después de meditarlo un rato y aún con el corazón en la garganta, opté por ir a la parte trasera de la casa; ahí estaba el cuarto de Diana, en el segundo piso. Desde la vereda podía alcanzar a ver la ventana y una parte del interior de la habitación.
Cuando llegué, vi que la luz estaba apagada; me pregunté si mi amiga se encontraría ahí. Busqué a mi alrededor algo para arrojar hacia la ventana y llamar su atención. Me encontré unas pequeñas piedrecitas cerca de un árbol y empecé a lanzarlas. Fallé los primeros cinco tiros, pero acerté unos cuantos, los suficientes para lograr que se encendiera la luz en el cuarto. «Sí, está ahí», pensé para mis adentros, entusiasmada. Me emocioné aún más cuando mi amiga se asomó por la ventana; no logré divisarla del todo, sin embargo, al observar su rostro en la oscuridad me quedó claro que algo había sucedido.
—¿Qué haces aquí? —me susurró lo suficientemente alto para que pudiera entenderla.
Le expliqué entre señas y susurros que estaba preocupada por ella y que estaba de camino a la fiesta de Luciana. Di me explicó como pudo que su padre le había quitado el celular y que por eso no había podido contestarme. Entendí que en su casa se estaba desatando una pelea, una de aquellas en las que sus padres no paraban en días.
Diana me preguntó sí aún podía ir a la fiesta conmigo, dijo que no quería quedarse más en su casa; estaba tan molesta por la situación que de verdad ya no le importaban las posibles consecuencias de su escape. Al parecer, pretendía escalar la ventana de su cuarto para poder salir. La verdad, me parecía un plan arriesgado. Intenté convencerla de que no era una buena idea, pero estaba decidida a hacerlo, claramente impulsada por el enojo. Al final acepté su plan y le dije que la esperaría en el auto de Nicolas a que se alistara.
En cuanto regresé a la calle donde habíamos estacionado, me percaté de que el carro no estaba; miré dos veces para asegurarme y en cuanto lo confirmé, entré en pánico. De inmediato, busqué mi teléfono para darme cuenta de que no lo traía encima, lo había dejado en el auto. Maldecí en nombre de Nicolas. ¿Cómo se le ocurría irse así? Busqué una vez más el auto con la mirada, estaba tan oscuro que no podía ver a cinco metros de mí; de todas formas, mis ojos no encontraron nada. Estaba claro que se había ido.
Intenté tranquilizarme y regresé hasta la ventana de Diana, no sabía qué iba a hacer y la ansiedad se estaba apoderando de mí. Cuando llegué a la parte trasera de la casa, sopló un fuerte viento; hizo que me dieran escalofríos y mi falda revoloteó por todos lados. Empecé a temblar, no sé si de nervios o de frío. No me gustaba estar sola en ese lugar, menos de noche y sin teléfono ni carro. Miré a mi alrededor, asegurándome de que no había nada amenazante. Al corroborar que parecía estar por completo sola, decidí volver a tirar piedritas a la ventana de Di; al menos verla me tranquilizaría y quizás se nos ocurriría algo para que pudiera entrar al patio de su casa.
De lo nerviosa que estaba, no acerté ni un solo tiro, temblaba demasiado. De pronto, escuché crujidos detrás de mí; giré, no había nada. Me convencí de que se trataba de mi paranoia otorgada por la ansiedad. Mi respiración se estaba acelerando más y más; intenté lanzar otra piedra, fallé de nuevo y me entraron ganas de llorar. El cuerpo me temblaba más; de nuevo escuché pasos a mi espalda, giré por segunda vez. Había alguien, una sombra acercándose. Entré en pánico, me quedé petrificada, estaba a punto de gritar.
—¿Qué haces? —Era Nicolas. Lancé un suspiro de alivio al escuchar su estúpida y ronca voz proveniente de las sombras.
—Mierda, me asustaste, ¡¿por qué te fuiste así?! ¡¿Tienes idea de lo peligroso que es este lugar?! —le grité a punto de romper en llanto. Él me miró extrañado, se había aproximado más, así que podía verle el rostro.
—Tú te bajaste del carro sin decir nada, yo solo conduje hasta donde creí que estabas. Tienes suerte de que pude encontrarte —me replicó serio—. ¿De verdad crees que sería capaz de dejarte sola en este lugar?, ¿y estando así vestida? —preguntó mirándome de pies a cabeza.
—No lo sé, no sé de qué eres capaz. Solo sé que regresé a donde estabas y no te encontré —respondí aún alterada—. ¡¿Y qué tiene que esté así vestida?! Qué comentario más estúpido, Nicolas.
—Tranquilízate, Artemis, estoy aquí, ¿no me ves? No te dejaría, perdón por asustarte así, no es necesario que grites. —De nuevo, una ráfaga de viento recorrió la calle, removiendo las ramas de los árboles y mi falda. Me abracé a mí misma y volví a temblar—. Deberíamos subir al auto —sugirió él, yo asentí aún molesta. Caminamos juntos hasta el vehículo que se encontraba dando vuelta la calle, donde había incluso menos luz.
—Perdón por gritarte antes, es solo que entré en pánico al no encontrarte, pero el comentario de la ropa sí fue estúpido —dije intentando evitar un conflicto entre nosotros.
—No te preocupes, entiendo, a mí tampoco me gustaría estar solo en este lugar y a esta hora. Entra rápido, te vas a congelar —expresó, abriéndome la puerta de nuevo. Sentí un gran alivio al recibir el calor del interior. Por suerte, Nicolas había puesto la calefacción. No pude evitar sentirme mosqueda por el hecho de que ignorara mi reclamo sobre su comentario acerca de mi ropa.
Él se subió del otro lado y luego me miró sonriente; apenas podía percibir sus facciones, todo se encontraba muy oscuro. Estiró su mano hasta el asiento trasero.
—Ponte esto —dijo ofreciéndome un abrigo negro. Dudé un momento antes de tomarlo, sin embargo, terminé por aceptar y me lo puse. Olía a él; me sentí abrazada al percibir el roce de la tela en las partes descubiertas de la piel. Le devolví la sonrisa.
—Gracias.
—No tienes por que —Miró en dirección a la casa de mi amiga— Y bueno, ¿la encontraste? —preguntó.
—Sí, al final viene con nosotros. Solo que no tiene permiso, así que escapará por la ventana, me pidió que la esperemos.
—¡Oh Dios! ¿Es en serio? —Asentí con la cabeza—. No puedo creerlo...
—Sí, Diana puede ser muy intrépida a veces.
—Igual que tú, ¿no? ¿Se puede saber por qué no te abrigaste un poco más? Al menos hubieras traído una chaqueta —me reprochó en un tono severo. No me podía creer que iba a insistir con lo de la ropa.
—¡Agh! ¿A ti qué te importa lo que me ponga o no me ponga? Es simple, no me gusta cargar con cosas cuando voy de fiesta, me resulta incómodo, y por si no te enteraste, tú no tienes ni voz ni voto en esto.
Nicolas me observó y negó con la cabeza con una expresión seria.
—Estamos en invierno, Artemis, te podría dar una pulmonía. La vanidad ante todo, ¿no? No parecías ser ese tipo de chica —soltó sin tacto.
—¿Ese tipo de chica? ¿De qué hablas? No es vanidad, es por comodidad, a ver si te vas enterando. En la fiesta no sabría dónde dejar mi abrigo, y si encuentro un lugar, lo más probable que la termine extraviando; lo aprendí con los años.
—No creo que sea cómodo tener todo el cuerpo congelado. Apenas te pusiste unas telas finas encima, tienes todo descubierto; es invierno, de solo verte me da hipotermia, no me imagino salir así vestido con este clima. Las mujeres están locas —protestó. Parecía molesto conmigo, no entendía sus exageraciones.
—El frío duró unos segundos, ahora estoy perfecta —dije intentando amenizar el tono la charla
—Estás bien gracias a mi chaqueta y a la calefacción de mi auto —replicó.
—¡Agh! Eso da igual; de todas formas, una vez empiezas con el alcohol, el frío desaparece y la música se encarga del resto. En serio, ya no te preocupes, ahora «gracias tiii» estoy perfecta —solté en tono sarcástico. Él me observó negando con la cabeza y con los ojos entrecerrados.
—¿A sí? Déjame ver que tan perfecta estás —exigió, extendiendo su mano y metiéndola por dentro del abrigo. Sin darme tiempo a reaccionar, la posó sobre mi vientre descubierto; el inesperado contacto de su piel con la mía me cortó la respiración por un instante, su mano estaba cálida y su toque se sentía suave—. Estás definitivamente congelada —susurró, y luego posó su otra mano sobre mi cintura y parte de mi espalda—. Congelada también —afirmó, mirándome fijo a los ojos y con la voz suave y ronca. Su agarre estaba armando una revolución en mi interior; de pronto hasta dejé de sentirme molesta.
Unos golpes en la ventana hicieron que nos separásemos: era Diana. Nicolás le quitó el seguro a las puertas y subió en la parte trasera.
—Hola Nicolas —saludó ella—. Gracias por esperar, me tardé mucho en encontrar el auto, ¿no que estaban frente a la puerta? —cuestionó algo molesta, parecía dirigirse a mí. Tardé unos segundos en salir del trance que me había causado el evento anterior.
—Sí, perdón, Nicolas se movió sin avisar. Pero Di, ¿está todo bien? —pregunté, volviendo a la realidad. Volteé para mirarla, ella asintió dándome a entender que me contaría después. Le devolví el gesto y Nicolas arrancó rumbo a la fiesta.

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Espero que les haya gustado el capítulo, publicaré el siguiente capítulo el viernes.

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