33. Fugitiva

450 54 9
                                    

Desperté con la boca seca y un tenue dolor de cabeza, tardé un momento en darme cuenta de que no reconocía el lugar donde me encontraba, estaba en una cama grande ubicada en medio de una habitación blanca que parecía no pertenecer a nadie. Empecé a sentir que mi respiración se aceleraba al no poder acordarme cómo había terminado allí, intenté hacer memoria y la última imagen en mi cabeza era la de Adrián saliendo por la puerta de su recamara, recordaba haberlo esperado para que me diese mi ropa y poder irme, pero después de eso, todo estaba en blanco.

Con desesperación empecé a observar a mi alrededor, me encontré con mis prendas de la noche anterior limpias y dobladas encima de la mesita ubicada al lado de la cama, me percaté de que aún traía el pijama de Adrián, no supe decidir si eso debía tranquilizarme o asustarme. Levanté la ropa para vestirme y descubrí con alivio que mi teléfono, aun apagado, se encontraba junto a ellas. Con el nerviosismo latente, me dirigí a la única puerta que había en aquella habitación, la entreabrí con sumo cuidado y me asomé por la rendija, un alivio recorrió mi cuerpo al darme cuenta de que seguía en la casa de mi compañero de clase.

Salí en busca de mis cosas, noté que la habitación de Adri se encontraba vacía, desde el pasillo, divisé mi mochila apoyada en un lado de la cama; mientras entraba con sigilo, los recuerdos de la noche anterior empezaron a llegar, una inquietud me revolvió el estómago cuando en mi mente se reprodujo la escena de mí y Adrián juntos en la cama, estábamos tan...

—Art —escuché decir a mis espaldas— ¡Qué madrugadora!, pensé que dormirías un poco más, estaba preparando el desayuno, espero que te gusten los huevos revueltos con tostadas.

Al parecer Adrián había vuelto a ser el de siempre, estaba actuando como si nada, volteé intentando no mostrar la revolución que sentía invadir mi interior. Se veía despampanante: traía una holgada camisa amarilla abierta hasta la mitad del pecho a juego con unos pantalones blancos, de inmediato me sentí insegura de cómo me veía, me acababa de despertar, seguro que traía el pelo horrible, ojeras enormes y manchas de baba seca.

—Me tengo que ir —dije mientras mi cabeza le daba mil vueltas a la situación.

Adrián frunció el ceño extrañado.

—¿Está todo bien? —preguntó pensativo mientras me observaba con atención aún de pie en el umbral de la puerta.

—Sí —respondí al instante—. Perdón, gracias por el desayuno y por ayudarme anoche, pero tenía que haberme ido hace horas... Deben estar preocupados por mí... Mierda...

El rostro de Nicolas vino a mi cabeza como un rayo estruendoso, encendí mi teléfono de inmediato mientras rogaba que ningún drama estuviese ocurriendo en mi vida sin que yo sea partícipe del show.

—Te pusiste toda pálida de repente, ¿necesitas ayuda?, sabes que puede confiar en mí —dijo Adrián mientras yo miraba con impaciencia la pantalla del móvil que me parecía estaba tardando una eternidad en encenderse.

—¿Qué pasó anoche? —pregunté alzando un poco la voz.

Estaba empezando a enojarme con la situación, le dije que tenía que irme, ¿por qué seguía ahí por la mañana?, ¿por qué no me fui?

—¿No te acuerdas? —preguntó con auténtica sorpresa en el rostro—. Pasaron muchas cosas, sé más específica, ¿o te estás refiriendo a lo que...?

Por un segundo el pánico se apoderó de mí, no quería tener esa conversación en ese momento.

—No —lo interrumpí con brusquedad—. Digo que por qué sigo aquí si te dije que tenía que irme antes de que amaneciera.

Me lanzó una mirada de confusión.

—Creí que habías cambiado de parecer, no entiendo a qué viene todo esto, estás... actuando extraño.

Somos luz de estrellasWhere stories live. Discover now