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Mikoto salió como todos los domingos para hacer las compras

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Mikoto salió como todos los domingos para hacer las compras. Llevaba ya un par de semanas sin encontrarse con Mars, aunque el hombre le enviaba mensajes regulares que Mikoto contestaba de manera educada. Podía decirse que mantenían el contacto, aunque no tanto como al principio, sobre todo sus encuentros frente a frente, que prácticamente desaparecieron.

La lejanía no hizo nada para aliviar su dolor, cada noche, cada día, cada segundo se intoxicaba más de añoranza, pensaba en Mars y en lo que debía estar haciendo esa mañana. A veces se preguntaba si estaría pasando un mal rato con el tema de su hermana o si sus sobrinos estaban adaptándose bien al nuevo entorno.

Aquellos pensamientos eran tan abrumadores que de vez en cuando era él quien le tomaba la iniciativa. A diferencia de otras interacciones, no le causaba culpa ser el primero en escribir, porque era él quien estaba preocupándose por Mars. Eso le dejaba una sensación satisfactoria, pero esta nunca duraba demasiado tiempo.

Unos días atrás tuvo una video llamada que no se prolongó más de una hora, pero que le hizo sentir tan bien como para disfrutar del resto de la semana sin problemas. Tristemente parecía que el efecto se gastaba rápidamente y a esas alturas ya lo estaba extrañando otra vez.

—Está cerrado —Demian señaló el supermercado, cuya cortina estaba abajo, mientras un cartel amarillo neón anunciaba la suspensión de labores. Aquella calle, normalmente bastante transitada, se encontraba prácticamente vacía. El día estaba gris, pero no era una tarde melancólica.

Aun así, se sentía un poco somnoliento.

—¿Qué dice? —preguntó Mikoto entornando la mirada. Demian, quien estaba más cerca del local asomó la cabeza.

—Creo que la dueña se casa —respondió, regresando su lugar y soltando un suspiro—. Supongo que tendremos que comprar en otro sitio —agregó, mirando su reloj de muñeca mientras hacía una mueca de desagrado. Demian era guapo, tenía cara de niño rico y transmitía una sensación de tranquilidad que lo relajaba—. Me gustan las verduras de aquí, es una lástima —comentó, mientras una hebra rebelde de cabello caía sobre su rostro, negándose a dejar que transmitiera toda aquella madurez que pretendía al vestirse con sacos caros.

—Por lo menos fue por una buena razón —Mikoto sonrió, mirando el local cerrado—. La dueña se casa —repitió, tratando de encontrarle el lado bueno al asunto. Aquello no se le daba muy bien, pero estaba tratando y le salía mejor cada día.

—Oh —Demian le devolvió la sonrisa, como si de repente hubiese caído en cuenta de ello—. Tienes razón —respondió.

Luego tuvieron que arrancar y buscar otro sitio donde hacer las compras. Mikoto trataba de no perderse en sus pensamientos mientras el auto estaba en movimiento. Quedarse sin suministros para la semana no era una opción, por lo que buscaron entre las calles algún lugar para reabastecerse. Antes Mikoto habría salido corriendo de vuelta a casa, culpándose por las molestias, pero a esas alturas había llegado a un acuerdo con su conciencia en el que pagaba la gasolina de Demian a cambio de que lo llevara en el auto. El chico le había dicho que no era necesario, pero él no se sentía bien siendo un lastre y el trabajo estaba ayudándole bastante con su economía.

El instante más hermoso de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora