Mikoto se le quedó mirando. A su madre no le gustaba salir de japón, así que pasó muchos años sin verla. Durante su adolescencia había echado de menos a sus padres, aunque los conocía poco. Incluso siendo más joven sus recuerdos de ella no eran del todo buenos, así que no sabía por qué, pero la quería. Sin embargo, no podía vivir de esa manera, dejando que irrumpiera en su vida y lo obligara a moverse a su voluntad. Estaba harto de que las personas constantemente trataran de decirle que hacer.

—Mamá —dijo viéndola a los ojos, recomponiendose. Quizás fue por la tranquilidad de su tono, pero la mujer lo miró, guardando silencio—. Vete de mi casa.

Su madre soltó gemido de sorpresa. Su rostro se puso rojo, sus puños se apretaron y abrió la boca, pero no pudo pronunciar palabra.

—¡Cómo te atreves! —dijo finalmente—. ¡Cómo te atreves! ¡Después de todo lo que hecho por ti! —ella parecía a punto de maldecirlo, pero, para su sorpresa, los ojos se le aguaron y comenzó a llorar. Mikoto sintió ganas de llorar con ella—. ¡Después de todo lo que hecho por ti! —repitió, pero era obvio que no se le ocurría que más decir.

Mikoto guardó silencio, él también estaba sin palabras.

—Mamá, vámonos —Natsuki la tomó de los hombros mientras ella gimoteaba, quejándose de su desagradecido hijo. Su hermana le dedicó una expresión de disculpa y se marchó sin decir nada más.

Mientras observaba la figura de las mujeres alejarse, apretó los labios y luchó contra el sentimiento de impotencia y culpa. Desde la puerta del departamento escuchó el llanto de su madre incluso después de que el pasillo se quedó vacío y ahí un momento más, esperando algo, sin saber qué. Su alma permaneció en vilo unos momentos antes de suspirar y meterse en el departamento, para dejarse caer en el sillón más cercano.

Su madre solo lloraba cuando se pelaba con su padre, por lo que en esos momentos sentía como si hubiese cometido un pecado imperdonable. Durante un instante se preguntó si al verse al espejo podría ver el rostro de su padre, pero se dio cuenta con pesar, que realmente recordaba muy poco del hombre. Si se lo encontrara en la calle tal vez no podría reconocerlo a la primera.

Apretó los labios.

Él amaba a su madre y suponía que ella lo amaba también, o que al menos en algún punto de su vida lo había amado mucho, como se suponía que una madre debía querer a su hijo, pero las cosas no podían seguir de aquel modo, no podía continuar en un estado de alerta infinito. Estaba harto de que la gente llegara a su casa y lo hiciera sentir incómodo. Estaba harto de ser él quien cediera ante los demás, no quería ser un títere, quería ser él mismo y hacer lo que se le viniera en gana, aunque todos lo miraran mal.

Suspiró.

Al final, aunque trató de contenerse, de todas formas, lloró.





Mars fue a bailar esa noche, era la única forma que tenía de distraerse mientras pasaba por una de las decepciones más abrumadoras de su vida. A él lo habían mandado al demonio de diferentes maneras en lo que llevaba de existencia, pero aparte de la de Chris, la mayoría no le supuso demasiado problema.

Con Mikoto era diferente por el simple hecho de que Mars estaba perdido por él y su acercamiento no se debía a la mera atracción física. En el pasado se había dedicado a ligotear y tener sexo por montón. Mientras la relación fuera divertida la mantenía, cuando las cosas se ponían densas salía corriendo, lo mismo con sus amistades. Tenía gente para salir a beber, esas personas llenaban los contactos de su teléfono, pero nada más. Sin embargo, a Mikoto lo conoció en su etapa más oscura, lo había visto a través de su peor momento y se sorprendió al darse cuenta que le gustaba.

El instante más hermoso de la vidaWhere stories live. Discover now