Capítulo 18

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Dasha

Corrí todo lo que mis pies descalzos me permitieron sobre la nieve. Todo estaba teñido de blanco, tan solo había infinidad de árboles, rocas y a lo lejos solo se distinguían inmensas montañas. Debíamos estar muy lejos y lo bastante bien escondidos como para que Mason se hubiera atrevido a soltarme, nadie podía oírnos, estaba absolutamente sola.

Llevaba por lo menos dos meses encerrada en ese lugar, drogada, torturada, dolorida y hambrienta. ¿Podría sobrevivir? Apenas había comido en los últimos días y todavía me dolían partes del cuerpo por la reciente paliza que Mason me había dado.

«Piensa. En los peores momentos lo único que te puede salvar es el ingenio y la astucia, debes ser más lista que tu adversario, de nada sirve ser más grande o fuerte si no utilizas el cerebro».

Recordé las palabras que mi padre me dijo hace unos años, cuando todavía me entrenaba.

Más lista que mi adversario.

Una bocina sonó a lo lejos: la caza acababa de comenzar.

Volví a correr sin un rumbo fijo cuando comencé a oír que los gritos de los encapuchados cada vez estaban más cerca. Llegué hasta una cueva, no estaba segura de pasar porque si todos me encontraban allí y me acorralaban sería mi final y el sol ya comenzaba a esconderse dando paso a la oscuridad.

—Piensa—me dije a mí misma.

Algo se me vino a la cabeza, puede que ellos tuvieran armas pero todos estábamos igualados ante una cosa: la oscuridad

¿Por qué temerle y huir de ella si podía utilizarla como una ventaja?

Esa noche la oscuridad y el bosque serían mis aliados.

Todavía estaban lejos, así que me daba tiempo a preparar lo que estaba pensando.



—¿Dónde estás, princesita?—Habían llegado. Parecían haberse dividido porque según los que pude contar desde mi posición eran tres.

Comenzaron a seguir las huellas que había marcado en la nieve hasta llegar a las cuatro direcciones que había conseguido formar.

—Muy lista—dijo uno de ellos dándose cuenta que mi intención era separarlos.

Tras susurrarse cosas y hacerse señas decidieron pasar los tres juntos a la cueva donde iba una de las direcciones. Cuando vi que ya se habían adentrado lo suficiente y que las ramas que había dejado en el suelo comenzaban a crujir me apresuré a hacer el siguiente paso: tardé unos segundos demás pero al fin pude sacar la llama que tiempo atrás me habían enseñado a hacer. Después de que el fuego prendiera del todo en una rama gruesa pasé rápidamente a la cueva y antes de que pudieran verme tiré la rama sobre el suelo y salí lo antes posible.

La cueva comenzó a arder, supe que se habían adentrado mucho porque los gritos tardaron en aparecer. Unos segundos después toda estaba envuelto en llamas. 

Cuando pensé que ninguno saldría y que había terminado con los tres, uno de ellos salió ardiendo y se tiró desesperado sobre la nieve, oí sus gritos de dolor y me acerqué al ver que había tirado hacia un lado el rifle que llevaba.

—¡Porfavor!—me suplicó al verme a su lado. Pasé de largo y recogí el arma que por suerte apenas había sido tocada por las llamas, aunque estaba muy caliente.

Lo miré a los ojos y le disparé, quizás tendría que haberlo dejado allí agonizando, porque si yo hubiera estado en su lugar eso hubiese sido lo que me hubiesen hecho a mí, sin embargo, comencé a escuchar los gritos de sus otros compañeros y supe que si lo dejaba vivir les contaría hacia donde había ido. Por lo menos ahora iba armada, así que algo era algo...

La Rusalka RojaWhere stories live. Discover now