Capítulo 38

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Damien

Habían pasado tantas cosas desde nuestra llegada que apenas me había dado tiempo a pensar. Dasha se había pasado todo el viaje ignorando al mundo y sufriendo por las continuas pesadillas que cada noche tenía. Las había estado intentando esconder, pero era inevitable no poder saberlo por sus repentinos paseos en mitad de la noche y la marca profunda de las ojeras alrededor de sus ojos. Cuando llegamos, no pude aguantar más, sufría viéndola así.

Tras la noche en la que acudí a su habitación pensaba que todo comenzaría a tornar a mejor, que ella aceptaría la ayuda que le suplicaba que cogiera y que durante aquellos meses podríamos estar juntos sin importar nada más. Pero fui un idiota al pensar así.

Ella siempre había querido saber sobre mí, desde el primer día había estado intentando sacarme información. Pero aquello era tan reservado y doloroso para mí que prefería dejarlo enterrado.

Desde el momento en el que me di cuenta de que me estaba enamorando de ella, supe que, por jodido y doloroso que hubiese sido mi pasado ella debía saberlo, por eso sentía que no podía dar otro paso como el que ella quería sin que en realidad supiera quien era.

—¿Y bien?—preguntó impaciente. Sus ojos estaban más abiertos de lo normal y sus pupilas dilatas por el alcohol que había ingerido.

Suspiré.

Había estado intentando contárselo, pero cada puta vez que habría la boca las palabras se me atoraban, como si no quisieran salir.

—Nací en una familia acomodada, mi padre era un coronel importante de la Spetsnaz y mi madre una mujer que, por amor, se había casado a muy temprana edad y que había decidido dejar los estudios para poder dedicarse en completo a mi hermana mayor y a mí.

Había tenido una vida normal, dentro de lo que cabe ser el hijo de un coronel, y conforme habían pasado los años había crecido en una academia, preparándome para seguir los pasos de mi padre. 

«Al cumplir la mayoría de edad me mandaron al extranjero, ya que era una de las pocas maneras para obtener poder. Me pasé los siguientes tres años en países como Afganistán, Siria y Pakistán cumpliendo misiones cada vez más arriesgadas por deseo de los generales.

Apreté los puños al sentir como las sensaciones de la última vez volvían a mí.

—Mi padre me consiguió una misión con la que podría volver a casa. Era difícil, la más complicada y arriesgada en la que nunca había participado, la muerte o el retorno eran las dos únicas opciones. Apenas lo pensé, estaba tan desesperado por volver a Rusia que acepté a pesar de las advertencias.

«Nos adentramos en una de las bandas terroristas más peligrosas del mundo y...

Los recuerdos vinieron en tromba a mi mente.

Mis compañeros siendo decapitados, degollados, las torturas de cada día...Aquella horrible sensación de saber que estás a punto de morir.

—Y nos descubrieron. Pasamos meses siendo torturados e interrogados por todos ellos, que lo único que querían era sacarnos información sobre el próximo paso de nuestro comando. Vi como mataban a mis propios compañeros y amigos, viví entre ratas y suciedad durante meses intentado alimentarme de lo que podía... Sentí que moría.

Me obligué a girar la cabeza al mar, no quería mirarla, no podía hacerlo.

—Me marcaron. Nos amenazaron diciendo que si escapábamos, no pararían hasta encontrarnos. Un día, junto con un compañero, aprovechamos el despiste de uno de los soldados para huir, y cuando ya pensábamos que todo había pasado, nos encontramos en mitad del desierto sin saber que hacer. Pasamos casi una semana a merced del destino creyendo que no viviríamos para contarlo, hasta que una noche, un coche lleno de turistas que se había perdido nos sorprendió. Al final el único que llegó vivo a Moscú fui yo.

La Rusalka RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora