Parece querer reír, pero reprime las ganas y retrocede hasta sentarse en la cama. En situación opuesta, yo lo habría molestado. Siempre lo hago. Una parte de mí se pregunta si a veces me paso de la raya, sobre todo con el tema de Dios, pero es difícil no burlarse cuando hay tanto material como el que Howard deja a tu disposición.

—Dijiste que usaba palabras raras, así que te explicaré una que es totalmente inexistente en tu vocabulario y debes incorporar si quieres entender lo que sucede con Mery —dice acariciando al animal en su regazo.

Abro la boca pero levanta el índice en mi dirección. Los primeros días apenas podía sostenerme la mirada y ahora me sostiene un dedo para que respete su turno al hablar. Con razón los adultos dicen que crecemos tan rápido.

Supongo que entre el Saint deprimido y el sabelotodo, es el último el que menos necesidad de golpear me genera, así que suspiro y lo dejo charlar con el aire.

—En resumen, etimológicamente hablando, la palabra amigo proviene de la variante del verbo amar en latín. Entonces, un amigo es alguien que te tiene y al que le tienes afecto. A diferencia de la familia, a los amigos se los elige. Hay una libertad honesta en la decisión de acercarte a alguien y querer formar un vínculo.

—Si es que se acerca con esa intención...  —sugiero mirando con desconfianza a la tortuga.

—Sé que Mery fue sincera alguna vez. Nadie se queda tanto tiempo a tu lado si de verdad tiene malas intenciones. Lo que me duele es saber que no confió en mí para decirme la verdad cuando esa fue la base de nuestra relación desde el comienzo; la verdad de nuestras creencias, gustos, sueños y opiniones del mundo. Que haya mentido me hace preguntarme qué cosas fueron dichas de corazón y cuáles no, y por qué decidió ocultarme sus niveles.

—No es que quiera defenderla, pero juzgas mucho. Tal vez tenía miedo de que te alejaras si te decía la verdad.

—La cuestión es que los amigos siempre se dicen la verdad, aunque el otro no la quiera oír y le duela.

Me encojo de hombros.

—Tal vez por eso no existen dichos amigos. Todos mienten, Howard.

Toma la cabeza de la tortuga entre dos dedos y la mueve de derecha a izquierda con suavidad.

—Mary jamás me mentiría. Yo tampoco.

—Mary no habla, es una tortuga. Además, no es tu amiga por decisión propia. Literalmente la compraste. Si fuera un ser humano estaríamos hablando de tráfico de persona y secuestro. —Me carcajeo, aunque él hace una mueca preocupada y levanta al animal a la altura de sus ojos para examinarlo, como si quisiera saber si le gustaría que lo dejara en libertad—. Por otro lado, tú eres un caso especial.

Pero no lo suficiente, quiero añadir.

Algún día tendrá que mentir. No conozco a nadie que haya llegado a morir con un Escalón de Edén tan bajo. Es un hecho, pero tengo la sensación de que si Saint oculta la verdad será para no lastimar a alguien más. No lo visualizo mintiendo por simple amor al engaño, para parecer más interesante o escurrirse de una situación. Usará el recurso de la forma más noble posible si es que hay algo de nobleza en la mentira.

—¿Nunca tuviste una Mery en tu vida? —pregunta dejando que la tortuga le mordisquee el meñique.

Niego con la cabeza. Incluso de niña jamás dejé entrar dictadores a mi vida, o al menos desde que tengo doce.

Su mirada acarrea pena, como si me estuviera perdiendo de algo esencial cuando en realidad la amistad parece muy prescindible teniendo en cuenta su situación. Nadie debería sentirse así de mal por otra persona.

—¿Y qué haces cuando quieres contarle algo a otro?

—Se lo digo. ¿Tengo cara de quedarme callada?

—No me refiero a discutir o darle una lección de realidad Azarianah. ¿Qué haces cuando quieres hablar de tus problemas y sentimientos?

—¿Por qué querría hablar de eso? Son cosas internas, mejor que se queden adentro. Además, a nadie le importan.

—A un amigo le importaría —recuerda—. A ti te importó preguntarme acerca de mis sentimientos con el problema de Mery, ¿no?

Chasqueo la lengua con desaprobación.

—¿Estás insinuando que somos amigos? Porque romperé la tercera cláusula del contrato y también me pondré a jugar al hockey si dices que sí.

Abraza a Mary contra su pecho y la lleva de nuevo al terrario. Una parte de mí se tranquiliza. Me gustan todos los reptiles, excepto las tortugas.

—No, solo señalo que si hasta Azariah Jenkins tuvo un poco de empatía con mi situación, es porque de verdad se nota que me duele mucho. Ojalá las personas fueran fieles a sí mismas, porque tener una imagen de alguien y que él mismo la rompa en pedazos hiere.

Regresa a la cama y se deja caer con un suspiro. Su mascota lo mira a través del vidrio e incluso apoya una pata en él, a lo que Howard la saluda afligido y distraído con sus propios pensamientos.

—Es decir... —Deja caer el brazo y observa el techo en busca de respuestas—. No recuerdo cómo son los días sin Mery. Nos contamos todo. Leemos fanfics juntos y hablamos por horas sobre los personajes, y salimos a dar paseos intentando adivinar qué versículo de la biblia está citando el otro. Cuando uno está mal le pedimos las llaves de la iglesia al Padre Adam y vamos a tocar el órgano aunque ninguno de los dos sepa tocar. —Ríe y baja la mirada a sus manos—. Jesús ya sangra en la cruz, pero sus oídos no se salvan cuando me toca dar un concierto.

Tal vez no sepa lo que es tener un amigo, pero sé lo que es estar acostumbrado a alguien. La dictadora y mi madre no se relacionan en nada, pero en un punto tanto Howard como yo dimos por sentado que ellas siempre estarían. Sentir que alguien es una extensión de ti y que de pronto resulte amputada, sea por la circunstancia que sea, deja esta sensación fantasma alimentada por los buenos recuerdos. En mi caso no es reversible y fueron terceros los responsables de dicha cirugía, pero aquí fue Mery aquella que decidió jugar a la cirujana sabiendo que podría perder al paciente.

¿Spoiler? Lo hizo.

No tengo duda del afecto que me tenía mi mamá, pero veo que después de lo ocurrido, Howard sí duda del que tenía Mery. Debe ser una mierda dejar entrar a más personas de las mínimamente requeridas a tu vida para que te decepcionen así.

—Ese fue un chiste de mal gusto, perdón —dice con las mejillas arreboladas, aunque no sé si le habla a Dios, a mí, o a los dos.

Pienso muchas cosas en el silencio que le sigue, pero me niego a decirlas en voz alta. No puedo consolarlo dado que eso nos llevaría a un lugar al que no deseo ir, así que opto por lanzarme la mochila al hombro y recoger mi patineta. En cuclillas frente a él, me aseguro que me vea a los ojos para que sepa que esto va en serio:

—Tú te vienes conmigo de fiesta este fin de semana. No aceptaré una respuesta negativa.

Si se encuentra deprimido nos costará más tiempo y charlas íntimas de las necesarias terminar el trabajo, y no quiero ninguna de las dos.

—Y la tortuga no viene —añado.

—Pero...

—No. Suficiente ya tengo con una oveja. No seré la cuidadora de un puto zoológico.

* * *


Ilustración por: Angivir_ 

Éticamente hablando, te quieroWhere stories live. Discover now