•Capítulo 11•

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¿Es producto de mi delirante imaginación o el hombre sentado justo a mí dijo que me iba a llegar a comer?

Me le quedo viendo como si le hubiese salido otra cabeza.––¿Hablas enserio?

––¿Por qué tan desconfiada, Emmyta?

––Bueno,––encojo los hombros, la rigidez formándose en la piel de mis brazos.––quizás porque la última vez que pasó eso fue hace como doce años,––le recuerdo, sin dudas ese día fue el peor de mi vida, ya que las cosas no terminaron de la mejor manera.––y nunca olvidaré como terminé en emergencias siendo cargada por un enfermero de setenta años que casi me tira sobre cualquiera superficie plana, ese hombre tenía menor coordinación que un burro bailando twerking.––escupo sintiendo un vomitivo desagrado subirme hasta la garganta.––Mi cara se hinchó como uno de esos peces globos y mamá...mamá sollozó por horas, No la había visto así desde el día que prohibieron la venta de servilletas de triple hoja en el supermercado, aunque bueno, tú como era de esperar no te quedaste atrás...fuiste la cereza del pastel cuando le preguntaste a la enfermera que me colocaba la intravenosa a que hora iban a dar la merienda.––suspiro.––¿Te acuerdas de la enorme aguja arrastrándome la vena?

-––Pero, hija,––sus grandes y callosas manos tantean su cara hasta llegar a la frente, una vez ahí la soba soltando un soplo lento y pausado.––¿cómo se suponía que iba yo a saber qué eras alérgica al cacahuate?

-––Claro, es cierto, tienes toda la razón, ¿por qué mi padre iba a saber qué soy alérgica al cacahuete?––el tonito sarcástico desbaratándose dentro de mi boca como una pequeña porción de helado. ––Al menos tengo suerte, nunca me dejaste sola en el centro comercial, oh, espera...––hago una pausa y rasco mi barbilla aparentando pensar.––si lo hiciste.-––-mis redondos ojos lo fulminan.

El tacto despreocupado de sus dedos recorre mi antebrazo.––Di todo lo que quieras Emmy, pero tu mamá no va a llegar hasta tarde, así que paso de una cena con huevos fritos quemados y agua hervida con azúcar.––lo veo poniéndose de pie, el contacto de sus zapatos grises de vestir con las tablas del suelo resuenan junto con él; con el pomo de la puerta entre los dedos, encoje sus ojos sobre los míos, detonando un diminuto brillo paternal.––Además, un poco de grasa extra no te vendría mal, estás tan delgada que si murieras, ni que Dios lo quiera, y volvieras a nacer, rencarnarías siendo una bicicleta.

-––¡Papá!

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Hace cerca de siete horas, Jaden me dejó en la puerta de mi casa. Y por si se lo preguntan, no, no dijo nada luego de su frase chocante; sé limitó a conducir su pickup oscura, sonreír impasible y sumergirse en un espo denso silencio, aunque no fue incómodo, fue ese tipo de silencio, más bien, necesario.

¿Lo malo? Que pasaron horas antes de que pudiese salir de él.

Mi vida, desde es punto hasta la llegada de papá a la casa, parecía una especie de película silente, pero no de esas divertidísimas que te harían babear de risa por semanas. ¡NO!. Esta es terrible como un dolor estomacal en medio de un concierto de tu grupo favorito.

Ninguno de mis progenitores estaba en casa, y a menos que la escurridiza araña que se pavoneaba por el techo de mi cuarto llevara como nombre Charolotte, no tenía con quién hablar.

Pero bueno: A falta de humanos, libros.

Un libro es relajante, digo, ¿qué es lo peor que me podría pasar?

Si yo no fuese Emma-el imán de mala suerte andante-Hadel probablemente nada, pero como soy ella, recordé que hacía sólo tres días había terminado de engullirme todos y cada uno de mis libros físicos de mi pequeña biblioteca, así que me vi obligada a recurrir a otras técnicas.

Mis Malditos Vecinos Where stories live. Discover now