7. Enfrentamiento bíblico

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La oveja se aferra a su mochila como si fuera el único bote salvavidas en medio del océano. Hay pánico en sus ojos por la posible confrontación y se encoge en sí mismo con la espalda pegada a los casilleros contra los que acaba de ser empujado.

—Entre chicos compartimos las tácticas de seducción, Saint. —El beisbolista apoya una mano junto a la cabeza del muchacho, creando una jaula—. Fue egoísta de tu parte no compartir la del rezo, ¿a cuántas monjas conquistaste con eso?

Los amigos del tarado ríen y empiezan a alentar a Howard para hablar.

—¿Tú a mí me ves cara de monja? —espeto.

Los ojos rasgados de Shiro casi desaparecen tras sus párpados cuando sonríe al volver el rostro en mi dirección mientras me acerco.

—Es verdad. La técnica no solo se aplica a Vírgenes María. Por lo visto también sirve para exorcizar demonios —contesta antes de girarse a su presa otra vez—. Tienes un amplio abanico de conquistas, Howard. Estoy fascinado.

—Yo... —El acosado levanta un temeroso dedo para hablar, pero no llega a terminar la oración que empujo a Shiro para que retroceda.

—Métete con alguien de tu mismo Escalón, cobarde —espeto.

Él levanta las manos en señal de inocencia. Resoplo y tomo el cuello de la camiseta de Saint para arrastrarlo lejos de las risas.

—¡¿No quieres rezar conmigo esta noche en mi casa, Az?! —añade el asiático.

Le muestro el dedo medio sin voltearme.

—Ay —dice Howard mientras sigo tironeando de su ropa, como un niño pequeño cuya madre le jala la oreja—. Ay, ay... Me lastimas, ¡ay! —No me detengo hasta entrar a un aula vacía y soltarlo para cerrar la puerta—. Eso no fue muy amable de tu parte, Azariah —comenta pasando los brazos por las correas de la mochila.

—Tampoco fue amable la forma en que te acosaron esos zoquetes. ¿Por qué te quedaste escuchando la mierda que te decían? La próxima vez compórtate como un hombre y dales un buen golpe.

Se alisa calmadamente el frente de la camiseta con ambas manos cuando hace menos de un minuto tenía la expresión de alguien constipado. Me desconcierta hasta el punto que no sé qué decir. ¿Está tan acostumbrado a que las personas lo fastidien como para naturalizar esto o un rezo mental basta para cambiar de forma drástica sus emociones?

—En primer lugar, ese comentario fue algo machista —señala.

Mi primer instinto es replicar, pero al analizarlo veo que tiene razón. No por ser varón uno tiene que saber golpear. Todos deberíamos.

Sin embargo, no se lo reconozco.

—En segundo, mi nivel de Averno es muy bajo. Si intento dañar físicamente a alguien voy a recibir una descarga eléctrica. —Engancha los pulgares a las correas—. Tercero, por más que te parezca inverosímil, la violencia no es la solución. Responderles de la forma en que ellos lo harían no me haría mejor persona.

—¿Y por qué deberías ser mejor si ellos son de lo peor contigo?

Inhala como si fuera a bucear hasta el final de las Fosas de las Marianas, el punto más profundo del mundo:

«Oyeron que fue dicho: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo, pero yo, Jesús, les digo: amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los aborrecen y oren por los que los ultrajan y persiguen». —Abro la boca, pero me detiene levantando el índice para indicar que no acabó—. Es una cita de la Biblia. Lo remarco porque el plagio es pecado.

Me gustaría no poder creer que se sabe versículos bíblicos de memoria, pero tengo el displacer de creerlo y confirmarlo. Tiene el cerebro lavado.

—La comunicación es la clave para cualquier disputa, estaba por intentar hablar con ellos para explicarles la situación y pedirles cordialmente que no asumieran mentiras —añade—. Las pobres monjas no merecen que las traten de impuras.

—No puede haber entendimiento si hablas inglés y el otro japonés o idioma deportista-hormonal-y-fastidioso-hasta-nuevo-aviso, Howard.

Levanta un hombro como si mi gran señalamiento fuera apenas un detalle.

—Ese es solo un obstáculo. Todas las personas pueden entenderse y hacerse entender si de verdad lo quieren y se lo permiten. Es cuestión de tiempo y voluntad.

—Ninguno de los chicos del equipo de béisbol está dispuesto a escuchar y respetar lo que no te gusta. Funcionan como si fueran uno, en manada. Si algún miembro te ataca, el resto también lo hará.

—¿Y tú qué sabes? En tu casa dijiste que yo te juzgué, pero ahora eres tú la que los juzga y encasilla.

Quiero decirle que hay una gran diferencia, pero no estoy segura de que la haya en teoría. Para decir que pienso más allá de los estereotipos, sigo cayendo en ellos de vez en cuando. Continúo creyendo que Shiro no respetará lo que se le diga, aunque la realidad es que no tengo recuerdos de alguien intentando dialogar con él acerca de sus bromas de mal gusto.

Por más que cada instinto de mi cuerpo diga lo contrario, tal vez subestimo la empatía del cazador y desestimo la razón de la oveja.

Retrocedo y abro la puerta. Necesito con urgencia un cigarrillo para procesar esa posibilidad y luego aceptar que, en este contexto, es imposible. Si las personas respetaran los límites personales el mundo sería aburrido, y lo que menos quiere un adolescente de 17 años es aburrirse.

—Te repito que eres un caso perdido —me despido.

No sabía que las ovejas podían hacerte pensar.

Éticamente hablando, te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora