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Nos dieron la primera hora de la mañana libre. Sentía que había vuelto atrás en el tiempo y que había vuelto al colegio, con sus pausas y sus clases. Según me contaron Luka y Olivier, mis nuevos amigos y los que se convirtieron en mis principales aliados allí, todos los años la primera mañana se celebraba una reunión en la que se les daba a los capitanes los horarios con cada actividad y, mientras tanto, al resto se les daba tiempo libre.

Aprovecharon para mostrarme gran parte de los rincones del campamento, como la sala de recreativos con sus mesas de billar, futbolines, diversas máquinas de juegos e incluso una barra de bar; el lago, con el gran muelle donde estaban amarrados los barcos, las canoas y las piraguas; los diferentes espacios... Me explicaron, del mismo modo, la dinámica del sitio, incluido que podría apuntarme a alguna actividad extraescolar dentro de lo que se nos ofrecía si alguna de ellas me llamaba la atención.

Cuando el tiempo se terminó y regresamos a nuestro espacio privado —no sabéis lo que me gustaba vivir cerca del lago, tan cerca que incluso si lo deseaba podía bañarme en él, pues estaba solo a un paso. Las vistas que había desde la ventana eran dignas de ser fotografiadas. Sabía que mamá ya se habría escapado para hacer alguna que otra foto para su álbum personal. Era una gran amante de ese arte y se le daba muy bien. Sabía cómo utilizar la luz a su favor, cómo encuadrar bien la fotografía y un montón de pijadas más que yo desconocía—, ya estaban esperando la gran mayoría. Eché un vistazo a nuestro alrededor y solté un suspiro de alivio al comprobar que no había ni rastro de Markus ni de los idiotas de sus amigos.

De repente, un pequeño llanto infantil me llamó la atención. Era lejano y apenas imperceptible; ni siquiera mis amigos parecía que lo habían escuchado.

—Me he dejado la botella de agua dentro. Ahora mismo vuelvo —me excusé antes de salir prácticamente corriendo.

Seguí el sonido de los sollozos infantiles. Rodeé la cabaña de los chicos y cuando estaba a punto de girar en una esquina, me detuve en seco. Sentada en el suelo acurrucada contra sí misma había una niña pequeña. Llevaba el pelo suelo un tanto despeinado. Estaba llorando. Aquello me partió el corazón. Pocos sabían que tenía una debilidad terrible por los niños pequeños, sobre todo por los que peor lo pasaban. Mi corazón se estrujaba en mi pecho cada vez que escuchaba a uno llorar.

No se me ocurrió mejor manera para calmarla que simplemente saludarla.

—Hola.

La niña dio un pequeño respingo y salió del cobijo que le daban sus piernas. Aquellos ojos grandes y expresivos, de un precioso color azul cielo, estaban llenos de lágrimas, acuosos de tanto sollozar. Las mejillas estaban teñidas de rosa y sus labios temblaban como una hoja.

—Ho..la. ¿Qui... quién eres?

Tenía la voz muy aguda, propia de una niña pequeña. Era preciosa, llamaba mucho la atención. Estaba seguro de que de mayor sería la envidia de muchas mujeres.

Me senté a su lado, con la espalda apoyada en la pared de madera del edificio y la miré a los ojos con una sonrisa tranquila en los labios.

—Me llamo Aiden. Estamos en el mismo equipo. ¿A quién tengo el placer de conocer?

Ella se secó una lágrima con los puños.

—Soy Ada.

—¿Por qué lloras?

—No quiero estar aquí. Quiero estar con mi papi y mi mami, pero ellos no están. Se han ido al cielo y ahora dicen que después del verano buscarán una casa temporal para mí, aunque no sé lo que es eso. ¿Por qué todos son tan malos conmigo?

No es una historia de amor (Bilogía Alas II)Where stories live. Discover now