—... Cada vez está más guapa, no sé cómo lo hace. Con los años está mejor —comentaba un chico con su grupo.

—Creía que no te gustaba.

—Y no lo hace, pero un revolcón no me vendrá nada mal. Le tengo unas ganas desde el año pasado.

Uno de sus amigos se rió en su cara.

—Pues tendrás que aguantarte. Wendy no es que sea exactamente una chica fácil. Tendrás que camelártela pero bien.

—Será pan comido, como quitarle un caramelo a un niño.

La conversación murió en cuanto me vieron. Había terminado de guardar todas mis pertenencias, maletas incluidas, debajo de la cama y me había quedado escuchando como el cotilla que era.

El chico que había estado alardeando me miró con un brillo macabro en los ojos antes de acercarse a mí. Me extendió una mano.

—No sabía que este año tendríamos el honor de tenerle con nosotros, su excelencia.

No me gustó nada cómo dijo esas últimas palabras, como si con solo ser quien era me despreciara. Odiaba que las personas se dejaran llevar por sus prejuicios y que sus mentes cerradas no les dejaran descubrir y probar cosas nuevas.

Sus amigos se rieron y yo pasé de estrecharle la mano. Me daba igual quedar como un descortés; no iba a dejar que un niñato subidito se creyera superior.

—Yo tampoco tenía pensado venir, ha sido un plan de última hora. —Me encogí de hombros, como si sus palabras me fueran indiferentes.

Uno de ellos le susurró algo al que parecía el líder del grupo y todos rieron como niños pequeños. ¿Habíamos vuelto a la escuela infantil y no me había dado cuenta?

Por suerte, el que llegaran más compañeros hizo que los cuatro buscaran un lugar para descansar. Envidiaba que allí dentro tuvieran un pequeño grupo. Ojalá conociera a alguien; no sería tan incómodo.

No me relacioné con nadie —no es que yo no quisiera; era como si solo por ser lo que era me repelieran. Desde pequeño se me había enseñado a respetar a todas las personas, fueran de la clase social que fueran. Si en mi mano estuviera, con gusto habría hablado con alguno de mis compañeros, pero parecía que todos me analizaban con la mirada y eso me estaba poniendo de los nervios—. Me limité a acomodarme en la cama que había escogido y a hablar con mis hermanos a través de los mensajes de texto. Quitando Nolan, que no tenía teléfono móvil, e India, que de seguro estaría organizándose —no conocía a persona más obsesionada con el orden—, el resto (es decir, Dominic y yo) estuvimos conversando.

<<¿Qué tal van las cosas por ahí? Espero que no sean tan incómodas como aquí>>, le escribí.

Su respuesta me llegó pasados unos minutos.

<<Dos chavales me han llamado principito y se han empezado a reír de mí, pero nada más. Un compañero ha visto lo que ha pasado y les ha cantado las cuarenta. Te lo has perdido. Esos dos paletos se han ido rojos de ira>>.

<<Hay un grupo de tíos que se creen lo más de lo más. Te sorprendería todas las guarrerías que he podido escuchar en menos de una hora>>.

<<Tengo que dejarte. Ha venido una supervisora para decirnos que es hora de que vayamos al pabellón principal, que va a empezar la ceremonia de inauguración>>.

Fue leer eso último y llegar un hombre de mediana edad avisándonos de lo mismo. Guardé mi teléfono en el bolsillo de mis pantalones y me dejé guiar por mis compañeros. En el exterior me gané unas cuantas miradas de curiosidad seguidas de seducción. En la cabaña había chicas muy monas y guapas y estaba seguro que me lo pasaría en grande con ellas. Sonreí internamente pensando en la cantidad de cosas que podría hacer a escondidas. Además, contaba con un plus: serían dos meses sin prensa —al haber menores mis padres habían prohibido la entrada a periodistas—. Por fin podría ser libre.

No es una historia de amor (Bilogía Alas II)Onde histórias criam vida. Descubra agora