Cap. 34: Humillando al linebacker

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Aparco afuera del lugar y me bajo del automóvil para abrir el maletero y sacar la bolsa que preparé. Una vez que la cuelgo en uno de mis brazos, camino hasta la puerta del copiloto, donde Thiago está sentado. Se abstiene de soltar algún comentario sabiendo que no le responderé, y solo estira una mano esperando por mi ayuda para bajar.

Los papeles se han invertido; yo soy la que tiene la sorpresa preparada y él es el de los ojos vendados.

Lo ayudo a avanzar tratando de hacer el menor ruido posible para no delatar dónde nos encontramos. Mis zapatillas deportivas entran en contacto con el césped y continúo caminando hasta llegar a las gradas. Le indico que se siente y una vez que obedece, remuevo el cierre del bolso y saco la caja decorada.

—Extiende las manos —ordeno sentándome junto a él.

Titubea un poco antes de acatar mi mandato, mostrándome ambas palmas.

—Pesa un poco —indico dejando que ahora él sostenga la caja.

Alcanzo a ver la manera en que su ceño se frunce ligeramente.

—¿Qué es esto? —indaga sacudiendo un poco el objeto entre sus manos.

Sin contestar a su pregunta inmediatamente, estiro mis brazos hasta llegar a la parte posterior de su cabeza, deshaciendo el nudo y dejando que la venda caiga frente a sus ojos.

Parpadea un par de veces hasta acostumbrarse a la luz del sol. Sus ojos me enfocan primero, después al obsequio que sostiene entre manos y posteriormente al sitio en el que nos encontramos. Sus facciones se contraen en sorpresa y una sonrisa se apodera de sus labios segundos después, sin entender la situación del todo.

—¿Pero qué...?

—Ábrelo —lo interrumpo, haciendo un ademán al regalo.

Me observa extrañado antes de hacerme caso.

Hay dos tipos de personas cuando de abrir un presente se trata. Primero están los calmados; aquellos que tratan de no romper la envoltura y van descubriendo su obsequio poco a poco. Luego están los ansiosos; esos seres que no pueden esperar a saber de qué se trata y terminan destrozando lo que sea que envuelva su sorpresa. Thiago es del segundo tipo.

Una vez que termina de romper el papel y se encuentra con una caja de zapatos, no puede evitar poner una mueca de confusión por unos segundos. Sin embargo, esta no le dura mucho tiempo, ya que una vez que levanta la tapa y la sorpresa se revela, todo su rostro cambia a felicidad pura.

Saca los botines de fútbol que venían envueltos y los eleva en el aire con ayuda de sus manos, admirándolos.

Se lanza a mis brazos en el momento en que una pequeña risa trepa por las paredes de su garganta.

—Rox, esto es.... —Se separa y mueve una de sus manos frenéticamente, tratando de buscar la palabra correcta para describir su sentir—. Fantástico. Gracias.

Su gesto resulta tan contagioso que me es imposible no sonreír abiertamente junto con él, antes de reclamar un segundo abrazo suyo.

—Feliz cumpleaños, cariño. —Deposito un beso en sus labios—. Te amo.

—Yo también te amo, chaparra. Y de verdad, gracias, están increíbles. —Su voz rebasa la sinceridad, y puedo jurar que sus ojos brillan al observar ese par de botines.

—¿Quieres estrenarlos? —cuestiono siendo más bien una propuesta, señalando con una de mis manos el campo de fútbol americano sobre el que estamos.

De inmediato su vista baja a su vestimenta, la cual consiste en una sencilla remera y un pantalón de mezclilla. Entendiendo lo que quiere decir sin que tenga que pronunciarlo, sujeto el bolso que traje y lo coloco sobre sus piernas, enseñándole el conjunto de ropa deportiva que preparé para él.

Premonición de amorWhere stories live. Discover now