Cap. 34: Mayor atributo

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Thiago finalmente puede respirar sin ayuda artificial, motivo por el cual lo han trasladado de la Unidad de Cuidados Intensivos a una habitación privada. Aunque los médicos, sus padres y yo teníamos la esperanza de que aquel cambio podría significar que estaba ocurriendo alguna mejora en su cuerpo que le permitiría despertar pronto, no ha sido así.

Ha pasado un mes desde que llegué aquí y, aunque me duela admitirlo, siento que el tiempo se me resbala de las manos sin piedad alguna.

Tal y como lo acordamos sus padres y yo, he estado viviendo temporalmente en el cuarto que me han ofrecido durante estas últimas cuatro semanas. A su vez, paso la mayor parte de mi día en la estética de Elena, detrás del mostrador, siendo el primer rostro que ven los clientes al ingresar en el gigantesco local. Al terminar mi turno tomo el metro para dirigirme al hospital y paso ahí varias horas, aprovechando que el tema de las visitas se ha vuelto más flexible de lo que era tiempo atrás. El señor Charbonneau llega por las noches y, en aquellas en las que logra convencerme de que me vaya a casa a descansar, él se queda durante la madrugada por si llega a haber alguna novedad, aunque no ha ocurrido nunca en todo este tiempo.

La verdad es que me gusta pasar las noches en el hospital. He conocido a otra enfermera, Nisha. Es proveniente de la India, pero emigró a Canadá hace algunos años y realizó aquí su formación médica. Es de las pocas personas que conforman el personal médico del hospital que aún albergan la esperanza de que Thiago va a despertar en algún momento. Además, también es de las únicas que lo tratan como si estuviera consciente: lo saluda cada vez que ingresa en su habitación y le comenta lo que hará cuando tiene que cambiar su suero o realizar los ejercicios para evitar que sus músculos se atrofien.

El tiempo que paso con él suele ser muy variado, dependiendo de mi estado de ánimo. Algunos días no paro de hablar desde que pongo un pie dentro de su cuarto, queriendo creer que en verdad puede escucharme, mientras que otros, cuando la tristeza y desesperación son más fuertes, simplemente me dedico a tomar una de sus manos entre las mías y descanso mi cabeza junto a su cuerpo, siendo consciente de cada latido que emite su corazón.

Ahora, tan cerca de la inminente y odiada fecha, no he parado de hacer lo segundo, temiendo que en cualquier momento ese sube y baja tan débil que realiza su pecho desaparezca por completo.

Hace una semana aproximadamente, por accidente, escuché a los señores Charbonneau teniendo una conversación delicada: estaban considerando ceder a las sugerencias de los médicos sobre dejar de prolongar la muerte de su hijo. Rompí en llanto inmediatamente con solo pensar aquello. Tras haber pasado tanto tiempo con ellos, casi compartiendo el mismo techo, soy consciente del desgaste que todo esto les implica, pero ni siquiera así logro comprender cómo pudieron plantearse por siquiera un segundo un escenario como ese. Ayer por la tarde, cuando el señor Charbonneau apareció en el hospital para revelarme el turno y mandarme a descansar, le pregunté, sin mencionar lo que había oído hace una semana, cuál era el pronóstico actual de los doctores.

«Es muy poco probable que alguien despierte de un estado inconsciente después de tanto tiempo», respondió.

Le pregunté que qué significaba eso y él, sin ser capaz de mirarme a los ojos y pasando una mano por su canoso cabello, me dijo que tal vez era hora de hacernos a la idea de que Thiago jamás lograría recuperarse.

No toleré estar ahí un segundo más y me marché a casa sin que él tuviera que pedírmelo.

Al llegar al hospital esta mañana, me encontré con el señor Charbonneau al cruzar por las puertas; él iba saliendo para dirigirse a su trabajo y yo venía llegando a esperar a que iniciara el horario de visitas. Me disculpé por mi comportamiento de anoche y la forma tan imprevista en que me marché, y él aseguró comprenderme, aceptando mis disculpas, antes de abandonar el edificio.

Premonición de amorWhere stories live. Discover now