Cap. 19: Marcas de guerra

256 33 43
                                    

Aporreo desesperadamente la puerta frente a mí sin siquiera pensar en lo que estoy haciendo. Las lágrimas amargas que traen junto consigo aquel doloroso recuerdo continúan descendiendo por mis mejillas sin control alguno. No es hasta que la puerta con el número 315 grabado en ella se entreabre unos centímetros y la figura de un señor que nunca he visto en mi vida entra en mi campo de visión que me detengo abruptamente.

No puedo asegurar quién de los dos está más confundido en estos momentos.

—Ey, niña, ¿te encuentras bien?

Un escalofrío me recorre desde la punta de los pies hasta la parte más alta de mi cuerpo. Sacudo violentamente la cabeza, obligándome a mí misma a salir de aquel trance.

—Perdone —murmuro con torpeza—. No sé qué hago aquí. Yo... me he equivocado de puerta.

Sin darle siquiera oportunidad a aquel extraño de pronunciar palabra alguna, empiezo a correr lo más rápido que mis piernas temblorosas me lo permiten hasta alcanzar el elevador y tomarlo para bajar al piso donde se encuentra mi habitación. Me encierro en la misma, nublada por la ola de sentimientos que emerge desde mis entrañas y me sacude con una fuerza despiadada, antes de desplomarme en el suelo.

Es hoy...

Estoy segura de que, de no haber sido por esa llamada destructiva que recibí hace unos minutos, ni siquiera lo hubiera recordado.

Iba tan bien..., de verdad creí que estaba teniendo un avance.

Por Dios, ¿cómo pude ser tan ingenua?

En serio tenía la esperanza de que al viajar más de 13.000 kilómetros lejos de mi hogar podría olvidarlo todo, empezar de nuevo. Y es que nunca quise huir de mi ciudad, sino de todos aquellos recuerdos que representaba de una u otra manera.

El sabor metálico en mi boca me obliga a darme cuenta de que estoy ejerciendo demasiada presión sobre mi labio inferior, así que rápidamente lo libero de entre mis dientes.

Tomo un par de bocanadas profundas con la intención de calmarme, pero no parecen dar el más mínimo resultado.

Caos, eso es lo que soy. Una bola gigantesca de pedazos rotos y recuerdos enredados.

Las lágrimas siguen saliendo sin control alguno, y es que ya ni siquiera me esfuerzo por detenerlas; simplemente les permito que rueden por mis mejillas, inundando la piel de mi rostro, mientras hundo cara entre mis manos y sollozo con fuerza.

Quizá ese fue mi error desde un principio: Creer que al enterrar aquellos sentimientos en lo más profundo de mi ser, eventualmente terminarían por desaparecer, pero nunca me di cuenta de que lo único que lograba con eso era reprimir todo eso que necesitaba dejar salir de una vez por todas.

Así que lloro. Lloro porque en este preciso momento no conozco una mejor manera de exteriorizar mi dolor. Lloro porque nunca me lo permití durante tantos meses. Y lloro también porque con cada lágrima de agua salada mi cuerpo parece dejar de estremecerse y el agujero que siento en mi pecho aparenta empezar a cerrarse.

Me deshago de la camisa que cubre mi torso y reúno las fuerzas suficientes para ponerme de pie y acercarme al espejo. Mi vista cae directamente sobre mis pechos, específicamente sobre las vetas de color blanco que cubren una parte de ellos. Deslizo mis manos por las estrías, sintiendo la rugosidad de las mismas.

Las odié por mucho tiempo. Pasé meses detestando verme en el espejo y observar estas marcas en mi piel, ya que eran la prueba irrefutable de que todo lo que había pasado había sido real, y de que yo no había sido lo suficientemente fuerte para buscar ayuda y lidiar con el problema de manera correcta, sino que me permití caer en un hoyo tan profundo que yo misma había excavado, y al cual no le encontré una salida por muchas semanas.

Premonición de amorWhere stories live. Discover now