Extra I

482 25 22
                                    

Thiago Reyes.

Despierto desorientado, en una habitación que no había visto antes, y con un dolor de cabeza que roza lo insoportable. Un leve zumbido proveniente del televisor es lo primero que logro distinguir junto con el sonido de alguna marea. Me incorporo, extrañado, observando todo a mi alrededor sin ser capaz de reconocer ni recordar nada. Es entonces cuando alzo la vista, y en la pantalla vislumbro una motocicleta completamente destrozada debajo de un camión de carga. Solo que hay un pequeño detalle.

Esa es mi motocicleta.

En el momento en que la imagen cambia y muestran a un reportero sosteniendo un micrófono, me obligo a encontrar el control remoto para subir el volumen, pero lo que escucho hace que un escalofrío me recorra completo.

Tras escuchar mi nombre en compañía de las frases «gravemente herido» y «estado de coma», apago abruptamente la televisión y me pongo de pie. Me acerco hasta un espejo, reconociendo mi propio reflejo, pero sin ser capaz de recordar cualquier cosa ocurrida antes de abrir los ojos hace unos minutos.

Frustrado, abandono el cuarto donde me encuentro, dando trompicones, hasta plantarme en un extenso pasillo. Apoyo una mano en la pared, intentando recobrar la compostura, antes de seguir avanzando hasta llegar a un elevador. Me dirijo hasta la planta baja y, cuando las puertas se abren, estoy más que seguro de que nunca había estado aquí en mi vida.

Me acerco hasta donde se encuentra el personal uniformado, deduciendo que quizás ellos puedan ayudarme, aunque ni siquiera estoy seguro de cómo explicar mi situación.

Un joven me recibe con una cálida sonrisa, la cual no soy capaz de devolverle.

—Necesito... Necesito ayuda —atino a decir.

—Dígame, ¿en qué puedo servirle? —responde el chico sin que su sonrisa vacile.

—No sé cómo llegué aquí.

Sus cejas se juntan ligeramente por apenas unos segundos.

—¿Disculpe?

—Creo que no debería estar aquí... —balbuceo.

—¿Podría brindarme su número de habitación, por favor?

—No... No estoy seguro —admito.

Me da una mirada intensa por unos segundos antes de centrar sus ojos en el ordenador frente a él.

—¿Una identificación? —pide,

Palpo los bolsillos de mi pantalón, percatándome de que se encuentran llenos. Al vaciarlos sobre el escritorio del muchacho, veo mi teléfono celular, cartera y pasaporte. Frunzo mi ceño ante este último.

—Este servirá —menciona el muchacho, tomando mi pasaporte y echándole un vistazo—. ¿Thiago Cha...? ¿Chabo...? ¿Charbon...?

—Charbonneau —pronuncio correctamente—. Sí, soy yo.

Eleva mi pasaporte a la altura de mi rostro, observando la imagen, y asiente con la cabeza. Teclea un par de cosas antes de dirigirme la mirada nuevamente.

—Usted ha reservado la habitación 315.

—¿Una reservación? —inquiero, extrañado.

El muchacho asiente.

—Parece ser que planeó su viaje con antelación.

—¿Mi viaje? —indago de la misma manera—. ¿Pero de qué...? ¿Dónde me encuentro?

—En el hotel Qualia.

—¿Qualia? ¿Eso está en Ontario?

Desvía la vista, incómodo, antes de mirarme con algo de preocupación.

Premonición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora