Cap. 28: Anclarse al presente

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Mi ceño se frunce inmediatamente al darme cuenta de que la puerta del apartamento de Isaac y Noah se encuentra entreabierta.

—¿Noah? ¿Estás en casa? —cuestiono sin empujar en su totalidad la tabla de madera frente a mí por respeto a su privacidad, pero cuando no obtengo respuesta alguna decido adentrarme en el piso.

El orden característico de la sala no existe en lo absoluto: hay una lámpara hecha trizas en el suelo, los cojines del sillón están esparcidos por todos lados y el contenido de un vaso se está desparramando sobre la mesa del centro.

—¿Noah? —El llamado esta vez sale en un susurro espontáneo.

Saco mi teléfono a toda prisa y me dispongo a teclear el número de emergencias como prevención, dejando que mi dedo índice flote encima del botón que iniciaría la llamada antes de seguir recorriendo la casa.

Mi corazón pega un brinco dentro de mi pecho cuando, al estar cruzando el pasillo, el sonido de unos fuertes golpes se filtran a través de las paredes de una de las habitaciones. Desde el punto donde me encuentro, puedo divisar que, al igual que en la entrada, la puerta no se encuentra completamente cerrada. Trago en seco y avanzo un par de pasos más, tratando de hacer el menor ruido posible.

Pego mi espalda a la pared, sintiendo la forma en que esta vibra debido a los impactos que parece estar recibiendo, mientras trato de tranquilizarme y ordenar mis pensamientos.

Con suma precaución, decido asomarme a penas los centímetros necesarios para poder tener una vista discreta del interior de la habitación.

La sala no tiene comparación con lo que estoy viendo ahora.

Trofeos yaciendo en el suelo, libros regados fuera de sus estanterías, pedazos de lo que antes eran portarretratos decorando el suelo, las sábanas de la cama hechas un desastre, pósters rasgados en los laterales y cientos de hojas dispersas por toda la superficie. Pero el detalle más llamativo es el imponente cuerpo masculino que se encuentra recargado en una de las paredes, sacudiéndose violentamente.

Es Isaac. Y está llorando.

Mi teléfono se me resbala de la mano y aterriza sobre la alfombra, llamando la atención del chico frente a mí.

Ver la forma en que su espalda se contraía con cada sollozo era una cosa, pero observar su rostro empapado en lágrimas era algo para lo que no estaba preparada.

En un impulso me acerco a él y lo rodeo con mis brazos, intentando cubrir su gigantesco cuerpo con el mío y tratando de que el contacto físico lo traiga de vuelta al presente.

—Roxana...

—Puedes llorar —me limito a decir—. Está bien.

Me estremece por algunos segundos la fuerza con la que me devuelve el abrazo y se acurruca contra mi cuerpo, y de repente parece ser él quien está sosteniéndome a mí. Tal vez lo único que necesita es anclarse a alguien o algo en este momento, y me permito ser ese alguien por el tiempo que lo requiere.

—Es hoy —murmura con un hilo de voz.

—¿Qué ocurre?

—Ciro, él... —Su voz lo traiciona, volviéndole imposible terminar la oración.

Segundos después me percato de la forma en que su respiración comienza a fallar y el aire no parece llegar a sus pulmones, así como la desesperación que refleja su mirada.

—Isaac, necesito que respires. —Le tomo el rostro con ambas manos, obligándolo a verme a los ojos.

—No, no puedo... —Sus manos aterrizan en su cuello con desesperación.

Premonición de amorWhere stories live. Discover now