Epílogo

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Thiago Reyes

Todos experimentamos un suceso que nos marca para siempre, ese momento en nuestras vidas en el que sentimos cómo el suelo debajo de nosotros se sacude hasta empezar a quebrarse y amenaza con tumbarnos. No se caracteriza por ser bonito, por supuesto, pero es necesario.

Es eso, una sacudida lo suficientemente dura como para que nos replanteemos varios aspectos.

En el caso de mi padre, fue cuando no hubo ningún ingreso económico en su hogar debido a la falta de empleo y se vio obligado a trabajar desde una corta edad para lograr sobrevivir; el de mi madre, cuando mi abuela enfermó gravemente y falleció apenas unas semanas después de que ella abandonara España para casarse, perdiendo así la oportunidad de despedirse de la señora que le dio la vida; el de mi mujer involucra todo el acoso que vivió durante su juventud y que desencadenó conductas poco saludables para ella y el mío, sin duda fue el accidente.

Estoy consciente de que el hecho de que me encuentre respirando en este momento es un milagro. Ni siquiera los mejores médicos del país pueden comprender cómo fue que desperté después de tanto tiempo, dadas las circunstancias en las que me encontraba, ni encuentran una explicación lógica o científica para mi extraordinaria recuperación; algunos incluso afirman que mi caso es uno de los más peculiares que han presenciado en toda su carrera, y lo único en lo que todos concuerdan es que mi vida es una segunda oportunidad en todo el sentido de la oración.

«¿Por qué a mí?» es una pregunta que se ha repetido demasiadas veces en mi cabeza durante los últimos diez años, y la respuesta siempre llega de maneras diferentes. La encuentro en la sonrisa de mis padres al verme en las comidas familiares los fines de semana, en los saludos de buenos días por parte de mis compañeros de trabajo cada mañana, en las largas charlas con mis viejos amigos cuando nos reunimos de vez en cuando, en el brillo que adquieren los ojos de Rox cada vez que chocan con los míos, en los saltos de alegría que pegan nuestros hijos al verme cruzar por la puerta de nuestro hogar... Es en esos efímeros y significativos momentos de mi día a día en los que me doy cuenta de que mi existencia trasciende más allá de mi persona, teniendo un impacto también en la gente que me rodea.

Salí casi ileso del coma, aunque se supone que eso no es posible, y pude recuperar lo que era mi vida antes del accidente y continuar con mis planes a futuro. Cuando estuve nuevamente en un estado saludable, retomé mis estudios universitarios y terminé mi carrera para posteriormente ocuparme de la gerencia comercial en la empresa de mi padre, tal y como siempre había querido. Sin embargo, por supuesto que hubieron algunos cambios con respecto a lo que tenía contemplado años atrás. No esperaba que la mujer de mis sueños —literalmente— fuera a mudarse a mi ciudad natal tras ser admitida en la Universidad de York para hacer su formación profesional ni que terminaría ganándose un puesto importante en el departamento de recursos humanos de la compañía a la que pertenezco. Tampoco creí que la llamaría «mi esposa» por primera vez en una tarde de junio después de pronunciar nuestros votos, o que aquella conversación trivial que tuvimos un día sobre los nombres de nuestros hijos terminaría siendo de utilidad. Pero así fue.

Me encontró. La recuperé. Y volvimos a enamorarnos como si el año que nos fue arrebatado jamás hubiera existido.

Esta noche abandono mi oficina cuando he finalizado los pendientes de la semana, y me dirijo hacia uno de los elevadores para descender a la planta baja del edificio. Al cruzar el extenso pasillo, diviso el despacho donde se encuentra su área de trabajo para segundos después encontrarme con su figura, enfundada en un traje ejecutivo, sentada frente a su computadora mientras hace anotaciones en una libreta. Me permito observarla por unos segundos más, captando cada uno de sus gestos y movimientos, antes de abandonar la construcción.

Premonición de amorWhere stories live. Discover now