CAPÍTULO 65

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Fui abriendo lentamente los ojos mientras un dolor insoportable en mi cabeza iba cobrando intensidad.

Me sentía desorientada en todos los sentidos.

Una pequeña línea de luz que atravesaba la ventana iluminaba el lugar donde me encontraba.

No pasó mucho tiempo hasta que me di cuenta de que aquella no era mi habitación. Me incorporé como pude al mismo tiempo que observaba muy desconcertada todo a mi alrededor.

Estaba en una cama pegada a la pared. A mi izquierda había un escritorio muy bien ordenado con su silla y encima una estantería con un montón de libros. Al lado de este había una cómoda y en la frente a mí un armario con sus propios espejos. A la izquierda de este se encontraba una puerta medio abierta. Las paredes estaban pintadas de un azul oscuro un poco gastado y la mayor parte del suelo la cubría una alfombra del mismo color.

Entre el dolor de cabeza y la confusión que sentía no podía pensar. No me acordaba ni dónde estaba ni cómo había acabado allí. Sabía que la noche anterior había estado en la fiesta de Verónica. Pero hasta ahí. El resto estaba muy borroso.

Me llevé una mano a la cabeza como si aquello hiciera desaparecer los continuos martillazos que sentía. A esto se le sumó una sed exagerada.

Me quedé mirando las sábanas. Tenían un aroma especial, como si ya lo hubiera olido antes. Entonces, algo me dejó helada. Levanté las sábanas y miré bajo ellas. No llevaba la ropa de anoche. Llevaba una camiseta ancha y unos pantalones de deporte grises que no eran míos. Mi ropa estaba perfectamente doblada en una silla al lado de la puerta junto a mis tacones y mi bolso.

De repente, tuve miedo. Abrí completamente los ojos y por toda la habitación busqué desesperadamente algo con lo que poder defenderme. No había nada.

Comencé a sentir como la sangre se me subía a la cabeza y mi corazón iba más rápido de lo normal. No sabía qué hacer.

No obstante, había pasado algo por alto y de lo que no me había dado cuenta antes. Me quedé quieta y agudicé el oído. A lo lejos, se oía el llanto de un bebé. Fruncí el ceño y seguí escuchando para intentar averiguar algo más. ¿Dónde me encontraba que había un bebé llorando? Un rato después, los llantos parecieron apagarse.

Entonces, oí como unos pasos se acercaban. Cada vez sonaban más cerca y no tardaron ni cinco segundos hasta que el dueño de esos pasos abrió del todo la puerta.

Se trataba de Cristian. Verle hizo que la venda que cubría mis ojos desapareciera y de pronto empezara a recordar todo lo que había pasado anoche: la fiesta, él disfrazado de militar, el beso con Verónica, yo bailando con mis amigos, él diciéndome que estaba drogada, yo cayéndome a la piscina, él llevándome a mi casa, yo perdiendo las llaves, él llevándome a su casa... Estaba en casa de Cristian, más específicamente en su cuarto. Enseguida sentí una gran vergüenza. Debido a la poca luz, no le pude ver bien, pero a medida que se acercaba a mí, se me aclaraba todo.

Llevaba unos pantalones de chandal negros y una sudadera negra. Pasó a la habitación, llegó hasta mí sin decir nada, me ofreció un vaso de agua y lo acepté sin rechistar. Me bebí el vaso en tres grandes tragos. Con ambas manos, Cristian corrió las cortinas dejando entrar toda la luz de fuera. Entrecerré los ojos por la claridad y fui abriéndolos lentamente hasta que se acostumbraron. Me limpié los restos de agua que habían quedado por mi cara con el antebrazo.

Cristian se agachó y cogió unos cojines para luego colocarlos en el cabecero y yo poder apoyarme. Se acercó lo bastante como para poder absorber su aroma otra vez. Olía igual que sus sábanas y que su ropa.

Me acomodé. Me quitó el vaso de las manos dejándolo en el escritorio y él se alejó. Dio la vuelta a la silla y se sentó mirando hacia mí. Se inclinó hacia delante entrelazando ambas manos y apoyando los codos sobre sus piernas.

Mi Mejor Enemigo #MME3Where stories live. Discover now