CAPÍTULO 61

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Lo único que se me ocurrió hacer fue reír.

– ¿Qué dices? – pregunté y seguí riendo.

Él no se reía. De hecho, me miraba muy pero que muy serio. Seguía demasiado cerca de mí e impedía que me pudiera mover.

Mi risa se fue apagando al mismo tiempo que todo cobraba sentido. Los mareos, los sonidos amortiguados, la adrenalina, el dolor de cabeza, las sensaciones vívidas, el calor excesivo, la risa... En definitiva, estaba drogada. ¿Pero cómo podía haber pasado? Estaba segura de que no había aceptado nada de nadie. La única explicación era clara. Me habían drogado sin darme cuenta.

Me llevé una mano a la cabeza. ¿Por qué todo tenía que pasarme a mí?

Cristian se separó un poco de mí.

– Vale. Vamos a hacer lo siguiente – se pasó una mano por el pelo – Tú te vas a quedar aquí mientras yo voy a buscar a Álvaro o a Thomas, ¿vale? – como no le miré, insistió – Valeria.

– Sí, si – dije deseando que se callara.

Noté cómo me dejó sola y extrañamente sentí un vacío que deseaba que desapareciera. Tenía claro que no me iba a mover, pero me empecé a sentir muy mal.

Elevé la vista y miré a mi alrededor. No conocía a nadie que me pudiera ayudar así que tenía que apañármelas sola.

Me separé de la isla y apoyándome en todo lo que veía caminé hasta el comedor que continuaba a la cocina donde creía que había un baño al que podía entrar. Por más que quería mantenerme recta no podía. Choqué con un par de personas, pero al final pude encontrar la puerta del baño y meterme dentro.

Me puse de rodillas frente al váter y eché todo lo que tenía dentro. Me quedé muy a gusto, mucho mejor que antes incluso. Tiré de la cisterna cuando creí que había acabado para después sentarme con la espalda pegada en la pared y cerrar los ojos. Todo a mi alrededor seguía moviéndose y los martillazos en mi cabeza no paraban. La música sonaba amortiguada y la escena era penosa. Sabía que Cristian me había dicho que no me moviera, pero era eso o vomitarlo todo en la cocina.

No tenía fuerzas para levantarme así que esperé un poco más y así pude pensar.

Estaba drogada. Era lo único que podía explicar el estado en el que me encontraba. Pero lo más importante no era eso. ¿Quién querría drogarme? ¿Y cómo lo había hecho? Porque nadie me había metido la mano en la boca a propósito (lo hubiera notado) y me hubiera dado una pastilla. ¡Ni si quiera me la habían ofrecido! Me la tenían que haber echado en la bebida sin que me diera cuenta. Era lo único que tenía sentido. ¿Pero quién sería tan desgraciado como para hacerme esto? ¿A mí, la que solo se mete con sus amigos cuando ellos se meten conmigo? Nada tenía sentido y me había empezado a preocupar de verdad.

A pesar de estar física y psicológicamente por los suelos no podía quedarme allí para siempre. Tenía que levantarme y buscar a Cristian. Seguro que el sabía qué hacer.

Ayudándome de todos los puntos de apoyo posibles me levanté y salí del baño. Miré a mi alrededor. No conocía a nadie y parecía que nadie se había percatado de mí ni de mi estado de embriaguez. No había tanta gente como al principio pero seguía habiendo bastante. Cristian no estaba entre ellos así que comencé a andar mirando por todos lados al mismo tiempo que no despegaba la mano de la pared para poder mantenerme de pie.

Busqué por toda la planta baja hasta acabar en la piscina interior sin éxito. Me encontraba muy débil y estaba a nada de desplomarme en el suelo. No era cosa de comer algo (que quizás), más bien tenía unas ganas tremendas de dormir y no despertarme en al menos tres días. Estaba claro: tenía que volver a la cocina lo antes posible.

Mi Mejor Enemigo #MME3Where stories live. Discover now